“A mamá siempre le gustó escribir. Y a mi siempre me gustó escuchar sus historias.
Mamá partió hace ya un año, y el dolor sigue siendo profundo, muy profundo. Mis hermanos discutieron por quién se quedaba con las cosas de alto valor, yo, decidí quedarme con aquellos escritos que deseaba publicar, pero que no llegó a lograr.
Mamá siempre fue mi ejemplo a seguir.
Mamá me mostró el mundo de las letras, y de ahí no pude salir. En aquel momento no se me hubiera ocurrido que hoy en día sería lo único y último que me une a ella.
La extraño, de eso no caben dudas.
Además de mamá fue compañera, luchadora, fue ella contra el mundo, contra ese mundo feo y poco seguro, ganó la batalla y lo convirtió en uno casi perfecto, sólo para nosotros.
Somos en total cuatro hermanos, tres varones y yo. Soy la más pequeña. Creo que por eso y por ser mujer, terminé por ser la más mimada. Pero mamá jamás mostró una pizca de diferencia entre nosotros. Todos somos iguales, todos somos amados, todos somos protegidos.
Mamá odiaba que yo me sintiera mal, siempre me decía: “si pudiera, te metería en una cajita de cristal para que no sufras, o tomaría tu dolor y lo padecería yo”. A mi también me hubiera gustado que ella no sufriera, y la que se hubiera ido fuera yo.
Le quedaba mucho por vivir. Le quedaban muchos libros por publicar. Le quedaban muchas historias por contar.
Hoy cuento mi historia frente a ustedes, ciento cincuenta personas, porque ella no pudo contar la suya, y sé que le hubiera gustado que yo cuente la mía.
Mucha vergüenza me da presentarme frente a tal cantidad de público, pero ella decía que vergüenza es robar. Y que tengo talento. Yo creo que me mentía para hacerme sentir bien, pues mis palabras eran siempre desordenadas, pero de igual forma me felicitaba y con ternura me corregía.
De lápiz y papel estaba inundado mi escritorio, frustrada, no podía escribir una carta para su cumpleaños, pues quería decir tantas cosas que las palabras no alcanzaban. Así que lo resumí a un “gracias, te amo”.
Gracias, te amo.
Si hubiera sabido que esas serían las últimas palabras que leería. Las últimas letras que recorrería. La última carta que sentiría.
Ahora solo puedo decir perdón, por no haber escrito lo suficiente.
La vida es traicionera: yo jamás la entendí. Tampoco el tiempo.
¿Por qué nos obliga a vivir, amar, sufrir, si luego vamos a morir?
¿Qué hacemos con la pena de la soledad?
¿Qué hacemos cuando algo irreparable duele?
Ella decía que no podía pedir más, que lo tenía todo. Pero yo se que le faltaba algo.
Y le faltó amor. Todo ese amor que le perdió, nos los dio a nosotros, y es ahora cuando me doy cuenta que poco le devolví.
Frente a estas ciento cincuenta personas te pido perdón, mamá, porque pude ser una mejor hija.
Pero no dudes jamás que te ame como a nadie.
Que yo daba mi vida por la tuya.
Total, la mía no tiene sentido. Nunca la tuvo.
Quizás estas palabras hoy no le lleguen a alguien, o también quizás le afecten tanto que termine por llorar. Como yo ahora, que tengo lágrimas paseando en mis mejillas.
A lo que quiero llegar con esta historia es, abracen, mimen, amen. Amen a todos aquellos que lo merezcan, amen a todos aquellos que quieran amar, y que sientan amarlos. Amen con el corazón. Que la vida es traicionera, que el tiempo se adelanta, que nos vamos incompletos. Cumplan todas sus metas, o por lo menos inténtelo, no piensen en lo que dirán o harán, piensen en lo que lograran, en lo que será. La vida es nuestra, pero no tenemos control de ella.
Amen.
Que hay poco tiempo.
Amen.
Que la vida es corta.
Amen.
Porque no hay nada más hermoso que amar”.
Alejandra bajó del escenario, en el centro psicológico hicieron una reunión, donde compartían su dolor, lo formaban en uno, y sanaban todos juntos. María, la directora del centro, le propuso a la adolescente que contara su historia, que estaba segura que le llegaría a alguien, pues eran bastantes en la misma situación.
Así se juntaron ciento cincuenta, con distintas cicatrices, con distintas historias, con pocas ganas de escribir pero si de construir. De construir una nueva vida.
Alejandra sintió un peso menos, como si hubiera logrado dejar su anterior vida y comenzar una nueva.
Salió del centro una vez terminada la reunión. Respiró aire puro, y en el aire escribió: “Gracias, te amo. Feliz cumpleaños, ma”.
Luego de cinco meses, no se supo nada más de Alejandra. El centro psicológico recurrió a sus hermanos, por lo cual ellos respondieron: “Fue a escribir historias con mamá”.
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