Hoy una vez más, temprano al alba, me visto y salgo a la calle. Y
hoy, una vez más, sabiendo de mis bolsillos vacíos, meto mis manos en
ellos con la esperanza de encontrar algo. Nada, otra vez nada. Y aún así
lo vuelvo a hacer, todas las mañanas, una rutina tan esperanzada como
inútil.

No me gusta llevar nada en los bolsillos del pantalón, enseguida noto
la arruga y el bulto deformando la patera y apretando mi muslo; todas
las noches rebusco en ellos y los dejo limpios de trastos y pelusas,
como un ritual para dar por cerrada la jornada, para acostarme con la
sensación de dejarlo todo en su sitio. Y todas las mañanas rebusco entre
sus pliegues con la esperanza de encontrar algo. Es casi tan estúpido
como comprobar la lotería sin haber comprado un décimo. No tiene
explicación pero lo hago, incluso espero ese momento con expectación,
como si el universo pudiera confabularse para darme un regalo a mi
pesar, sin yo merecerlo, sin haber hecho nada para provocarlo.

Un día de éstos, por la noche, me voy a despistar y voy a dejar en un
bolsillo algo, un billete o un caramelo, o una entrada, mejor, una
entrada para el teatro. Así, por la mañana, me llevaré una sorpresa y
luego podré contarlo, incluso cambiar el título del relato. Nadie podrá
decir entonces que mi vida es aburrida y que soy incapaz de salirme del
camino marcado. Nadie me dirá entonces que mis rutinas dominan mi vida y
que me abruma cambiar de ruta para ir al trabajo, que siempre desayuno
lo mismo o que no tengo iniciativa ni para coser mis bolsillos o variar
mínimamente la compra en el mercado. Ese día mi vida cambiará.

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