–¿Insignificante? – se dijo mientras exhalaba profundamente el aire con olor a alcantarilla que perfumaba el ambiente del barrio en esa precisa hora de la madrugada. Ya se había acostumbrado y fue la única en darse cuenta de aquel factor imperfecto que se volvía parte de sus imprevistas veladas después de las doce. – No, nada puede ser insignificante si de lágrimas se trata, en realidad, aunque la percepción a un inicio es perpleja, es cuestión de tiempo para determinar su finalidad. Por eso dejo que maquillen mi rostro: le den ese sutil color rojizo a la punta de mi nariz y un poco a las pálidas mejillas. Ya que por dentro me están purificando las heridas que, sin darme cuenta, han hecho raíz en este bisoño corazón.
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