Lourdes nuestra

Lourdes vivía en Santa Rita de Pirque, a las afuera de Santiago. Pero su «canariedad” la desbordaba por los cuatro costados, a pesar de sus muchos años de adoptada chilenidad. Con 50 primaveras recién cumplidas, disfrutaba de su familia, del campo, de su vida y de su trabajo. Todo dentro de su parcela, con sus mascotas, pocos muebles y la mucha luminosidad que, de oriente a poniente, invadía siempre la casa.

Los que la conocimos sabemos que no fue “bendecida con el don de la fe”, pero desde hace unos años religiosamente peregrinaba al hospital cada equis semanas a recibir su santa quimioterapia; un cáncer la hizo creyente de tan médica religión.

Pocas cosas animaban más que su sonrisa. Yo de vez en cuando la visitaba. Y tras recorrer los 35 kilómetros con mi bicicleta desde Santiago, siempre me recibía con una, de oreja a oreja, un fuerte abrazo y dos peninsulares besos. Uno solo canario debía parecerle poco. Le sobraba vida e intención de vivirla. Derrochaba lucha. Imaginaba un futuro utópico, bueno para todos. Políticamente incorrecta, no guardaba su opinión. Y siempre, como madre y mujer en ejercicio, no podía dejar de avisarla con un mensaje cuando pedaleaba mis 35 de vuelta. Hasta que no lo recibo no me quedo tranquila, me decía. Tuvimos su amor, su sonrisa y su comprensión. Nos queda disfrutar los momentos vividos.

Recuerdo que, lavando los platos la semana pasada, tras una comida, me dijo tener ganas de vivir, muchas, demasiadas; aunque tampoco tener miedo a morir. Su familia y amigos, egoístamente, sí que le teníamos miedo; pero a perderla.

Y ahora, Santa Rita, Rita, Rita, lo que nos distes, nos quitas.

Lourdes nuestra,
¿qué estás?…….dónde estés.
imborrable sea tu imagen;
venga a nosotros tu recuerdo;
honremos tu memoria y sonrisa
tanto en Canarias y España como en Chile.
Danos hoy nuestra canariedad de cada día;
perdonanos si alguna vez te fallamos,
porque a todos nos pasa,
incluso a los que tanto te querían;
no dejes de ser tu misma,

y no nos libres de tu amor por la vida.