Los perros de San Juan Estertor.

Los perros de San Juan Estertor.

Luis Grajeda

24/01/2019

(Estertor.- Respiración anhelosa, con ronquido sibilante, propio de la agonía y el coma.)

Ese era mi camino, ese era mi destino. No quería aceptarlo pero al final de un lejano sueño retorcido me convenció de ir a su encuentro. Ya no quise cargar con el pesado lastre de mi pasado y devolví mis ojos a esa segunda oportunidad que la vida y la muerte me daban como estímulo para completar mi misión.

No me di cuenta del excesivo frío que azotaba aquella tarde noche en la carretera sino hasta que quise apalancar el embrague y mis dedos crujieron dolorosamente; respiré profundo hasta que mi cerebro gritó: ¡ya basta! La motocicleta no se quejó, así que continué de largo. No sabía a donde iba, solo había visto el camino enfermo, frío y gris en aquel sueño lúcido.

La expectativa de recompensa era baja, yo me concentraba en la promesa que me habían hecho de acabar con el dolor, eso era suficiente para mí. El Plan era simple: hallar el tesoro y largarme cuanto antes. «Ten cuidado con los gatos», dijeron; no me agradan los animales. Recuerdo que de niño me gustaba atrapar lagartijas y prenderles fuego o engañar a las crías de las golondrinas en su nido dándoles vidrio molido para que lo comieran.

No me parece que tenga yo muchas opciones. Vivir con dolor o morir con el. La tercera alternativa sonaba tanto mejor que casi podía saborearla, como una rebanada de pastel de queso con zarzamora, el sabor imaginario impregnaba mi paladar. Aunque así de podrido como estaba por dentro en realidad todo me sabía a cartón remojado con orines.

Hace bastantes horas que dejó de funcionar mi reloj digital, esa neblina se torna cada vez mas espesa y oscura, parece ser la culpable; no lo sé, tal vez ya estoy imaginando cosas. A lo lejos se forma un vórtice en la niebla que devora mi camino. Me gustaría que ese mecanismo de defensa al que llaman miedo se activara en mi cuerpo pero eso ya no es posible. Yo ya no puedo tener miedo porque ya lo he perdido todo. Ya no soy un receptor del miedo, ahora lo genero.

Eso de ahí adelante parece ser una gasolinera. No sé si la necesito, el medidor de la moto también dejó de funcionar, pero no sabiendo cuanto me falta para llegar supongo que debería recargar gasolina para la moto y agua para mi caldera interna, mis demonios hacen lo suyo. Vaya paisaje: el viento soplando, el día muriendo y el vórtice devorando. Un viejo cartel de refresco anunciando alguna mejor época para ese veneno mortal ahora hacía las veces de ahuyentador de almas con su rechinido oxidado y agudo. El establecimiento parecía estar vacío. Grité fuerte pero nadie escuchó o al menos nadie respondió, o tal vez mi voz también dejó de funcionar. Decidí bajarme de la moto y examinar el lugar; en realidad no quería caer en algo tan bajo y vulgar como robar gasolina, sin embargo, dadas las circunstancias, seguro a nadie le importa. Las bombas no funcionaban así que me enfilé a un desvencijado galerón que se encontraba al lado de lo que en algún momento sería una especie de tienda de conveniencia con descoloridas franjas rojas y amarillas. Tan viejo parecía ser todo que la puerta del galerón tan solo de verla se rompió en pedazos; eso no me sorprendió, lo que si me sorprendió fue ver esos pedazos flotar en el aire, una alucinación debido al cansancio, al frío o el vórtice había succionado mi cordura. Adentro todo estaba muy tranquilo, sereno, en pausa mas bien; el tiempo se había detenido en el galerón. No entendía bien lo que pasaba en esa gasolinera y no me importó demasiado, cosas mas extrañas sucedían ahora en el mundo. Tomé una bomba manual y ordeñé uno de los barriles hasta saciar la sed de mi vehículo. Luego busqué cerveza en el descolorido tendajón sin éxito. No quise beber agua porque parecía estar demasiado pesada y densa. Arranqué mi moto y me largué de aquel agujero.

Pasó un tiempo corto y en la cima de una roca partida artificialmente por la maldita mano del hombre para construir aquella carretera vislumbré un perro enorme, como un lobo majestuoso erguido y con los ojos entrecerrados por el fuerte viento me clavó la mirada en tanto me tuvo a la vista y yo a el. Quise detenerme para preguntarle porqué me miraba así pero enseguida me vi rodeado por decenas de perros que también tenían sus ojos puestos en mi y comenzaron a perseguirme a un paso increíblemente veloz; el velocímetro ya no funcionaba pero debía ir a mas de 120 kms./hora y aquellos perros estaban a punto de darme alcance. El camino desolado dio paso a un salpicado puño de casuchas y sucedió que la motocicleta también dejó de funcionar, se apagó el motor, se terminó la inercia. Cerré los ojos y sentí la mordida furiosa de la jauría, me jalaban contra mi voluntad, me despedazarían y me comerían vivo. Ya estaba muy oscuro y no lograba ver bien lo que pasaba; empezaron a escucharse muchos ladridos y algunos rugidos, los perros seguían arrastrándome a algún lugar para devorarme mas tranquilamente pues al parecer se disputaban el festín con alguna otra bestia. Golpes, chillidos y ladridos se escuchaban por todas partes, por mas que intentaba soltarme mi esfuerzo era en vano pues la fuerza de aquellos canes era sobrenatural. Tomaron velocidad y me llevaron hasta un lugar donde se percibía una tenue luz amarillenta y parpadeante; me depositaron en ese lugar donde ya no se escuchaba ninguna pelea. Al acostumbrarse mis ojos a la luz me di cuenta de que me encontraba rodeado de personas harapientas y tristes con rostros grises azulados adentro de una enorme caverna y a su vez todos estábamos flanqueados por aquellos perros de aspecto demoníaco.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS