Los abollé todos.
Apilados en mi mesa de luz se acumulaban sin cesar.
Todas las palabras que no supe decir quedaron ahí.
Abolladas.
Nada me convencía.
Ni un solo sueño me permitía despertar lo más profundo.
Deberían de ser sueños fallados. Los reales llenan de pasión.
Los abollé todos.
Me habías contagiado tu anti sentimentalismo.
Y ahora no podía creer en nada ni en nadie más.
Me rendí a los abismos de tu ausencia.
Y como un alud todo lo demás empezó a caer.
Señuelos que nunca pican.
Y la boya sigue ahí, en el medio del agua.
Papeles blancos que algún soñaron ser canción, poesía, o al menos honestidad.
La tinta se secó y el momento no llegó.
Los abollé todos.
Y el tinte amarillo del tiempo que transcurre.
No era luz que iluminaba, no había lugar para eso esta vez.
Debería de haber algo más.
El vacío no podía ser un lugar normal.
Sin embargo seguía tachando. Inconformistas monótonos.
Un susurro por las noches continuaba apareciendo.
Como en sueños lejanos que creía no tener.
Voces en contra de la alienación y de la frialdad.
Opuesto a los papeles en blanco.
Y a las abolladuras.
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