Abajo de la cama, sin moverse, de alto hacia arriba, unos 80 pies a lo mucho de techo a piso, de color blanco acolchonado y él ahí acostado en el piso debajo de la cama sin poder moverse, con la mirada fija y perdida en un punto fijo.

El silencio espectral que cuesta tragar saliva o respirar para no hacer ningún sonido, ni el más pequeño sonido. En la silla como a unos 20 metros de la cama esos hermosos zapatos negros de charol brillante, impalpables, inamovibles de dirección hacia donde él estaba. A penas y podía verlos con el rabillo del ojo, unas pulgadas más arriba el pantalón negro mate que dejaba ver los calcetines rojo purpura.

-Diablos ¿Quien puede vestir así?

El sabia perfectamente quien era, venía a cobrarle, venía a atender sus suplicas, sus peticiones escuchadas años atras, pero era demasiado tarde para pactos, estaba fundido en la plancha fría del piso, no podía moverse, sabia perfectamente el precio a su traición. En aquel momento, el sudor le corría por el cuello deslizándose desde su frente hasta sus ojos que parpadeaban llorosos y salinos.

Ni estando ebrio había tenido esa sensación de peligro y miedo como la tenía en ese preciso momento de locura…

-Si eso debe ser estoy loco… loco… inmensamente loco-

Cerraba los ojos con fuerza para evitar que la sal de su propio sudor entrara en el lagrimal, entre la vista borrosa y su tratar de controlar su respiración observo con espanto como aquellos zapatos comenzaron a moverse de un lado al otro del cuarto lentamente y ese sonido, ese peculiar sonido de la punta de una zapatilla que te hace crujir el cerebro.

Era el bastón de aquel hombre de aspecto elegante que aguardaba con tanta paciencia como solo los chacales o fieras pueden hacerlo.

Así estuvo esperando, jugando con su victima hasta dejar que ella misma saliera de su escondite, después de todo ese ser ya sabia en que iba a terminar todo.

Yemil no pudo más, no podía más había estado debajo de la cama un día completo y ya para las 2:44 empapado en sudor y orina no pudo más y soltó pequeño gemido. Delatando su estancia en ese pequeño espacio reducido por cajas amontonadas y suciedad.

Una mano larga y envuelta en telas negras desgarradas se extendió para sacarlo debajo de la cama. Ya era noche, muy muy noche, y ahí a esa hora comienzo su tormento, su verdadero tormento, la sobra aquella envolvió todo el cuarto. Colocado en la silla amarrado con las manos hacia atrás, gritaba, se levantaba, flotaba y luego al piso de nuevo, hasta quedar agazapado por unos instantes en el techo, para ser aventado con fuerza hacia la pared.

Agotado callo al piso, para presenciar como su cuerpo estaba roto por los golpes de las piernas y los brazos. La luz iba y venia, tintineaba, pero no podía gritar, no podía correr. Entonces escucho ese chirrido, como cuando pasan una tiza en una pizarra hasta hacerla crujir. Los ojos enrojecidos y parpadeantes, mientras comenzó a escucharlos, escucharlos venir.

Miles, millones de patitas, crujientes, y con sus antenas en la cabeza, pronatum , tórax y alas. Cucarachas, que se trepaban en sus entrepiernas, deslizando se por el pantalón de piyama blanco delgado, entraban por la camiseta, subían entre su boca, por sus fosas nasales, en su cabeza, se columpiaban entre sus velludas piernas, y por sus muslos, llegando le hasta el ombligo y los brazos, entrando por todas partes, husmeaban sus orejas.

El grito de espanto no se hizo esperar mientras el corazón se paralizaba en un bombeo estrepitoso que se sentía entre sus entrañas y las costillas de su pecho, mientras esos pequeculiares animales los mordían por todas partes. Los médicos del psiquiátrico corrieron a abrir el cuarto de separación psiquiátrica, y lo encontraron ahí tendido en el piso.

Con los ojos abiertos, muy muy abiertos el pulso descendía mientras su respiración se volvia un soplo impalpable y casi inexistente en sus pulmones que lentamente dejaban de funcionar. Mientras el medico sacaba una jeringa de su maletín para suministrarle Fenitoína y hacer que su corazón volviera a latir.

Su cuerpo en espasmos se levanto y retorciendo se mientras la Fenitoína hacia efecto en su torrente sanguíneo haciendo reaccionar a su sistema nervioso central y un grito desgarrador se escucho desde el corredor hasta el pasillo del primer piso del manicomio.

Yemil había regresado de la muerte, aun que para un loco esquizofrénico como el cualquier cosa era una maldita bendición, menos tener esas alucinaciones que siempre lo perseguía, que siempre lo llevaban a cometer suicidio contra el mismo. Después de 3 horas de estabilizarlo para llevarlo a la sala del hospital del mismo manicomio y se recuperara ahí completamente Yemil saco del maletín del medico un escarpelo y sin que los médicos pudieran hacer algo, se corto el cuello enfrente de los médicos de guardia quienes impactados solo miraron aterrados la escena, la sangre brotaba de su cuello y se derramaba por la camisa blanca de aquel paciente de alucinaciones demoníacas, al cual ya no pudieron salvarlo de sus más ocultos deseos.

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