Ella se sienta en el número cinco. Espera tener suerte esa noche. Por cada bailarín le corresponden 20 pesos. Lo sabía.

Está ese rubio ahí. Un poco alto, de pies grandes. Si no baila bien la pisoteará. Lo sabía.

El otro gordito con cara de babosa, el que no deja de masticar. Desea que no la busque porque es un panzón y es difícil bailar con un panzón. Lo sabía.

Un enano. ¡Oh, no! Su nariz quedará a la altura del ombligo y es muy incómodo. Aquél sí que es conveniente; 1,80 m., moreno, ojos verdes, elegante.

Se levantan los cuatro al mismo tiempo.Lo sabía. Caminan apresurados hacia ella. Es pesado su trabajo: es bailarina de salón en el club de barrio.

Comienza a ponerse de pie. Sonríe. Lo sabía. Tiene que elegir, y lo decide con la primera mirada.

Avanza dos pasos y se ve obligada a girar la cabeza siguiendo a los bailarines que pasan a su lado para acercarse a la rubia despampanante que está en el asiento diez. Justo detrás de ella. Lo sabía.

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