Mi madre me enseñó lo que son las cosas, poniéndolas en práctica.
Mi madre me enseñó lo que es quemarse, poniéndome un dedo en la plancha calentita. Me enseñó que había gente pobre, viviendo en la calle, poniéndome delante de ellos. Me enseñó lo que era un porro, poniéndome delante de gente fumándolos en la calle. Me enseñó que hay personas de todo tipo, que buscase las personas que me hicieran sentir bien, para rodearme de ellas. Que escuchase a mi corazón y luego lo debatiese con mi razón. A dejarme llevar por mis emociones, siempre sopesando los riesgos a los que me expondrían mis actos.
Me enseñó a atraer a mi vida las cosas que quería, con mis pensamientos y mis acciones. Me enseñó a preguntar el porqué de todo lo que siento y a expresarlo en voz alta. Me obligó a preguntarme y responderme a todas mis propias cuestiones.Me decía que no era guapa, pero que tenía una energía y un brillo que atraía. Que la gente se acerca por el físico, pero se queda o se va, por lo demás. Me decía: “Cuídate, quiérete, escúchate, mímate, si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti. Pero no seas una caprichosa estirada”. Me enseñó a equilibrar.
Me enseñó a no hacer daño a los demás, por egoísmo. Me enseñó técnicas para defenderme de ataques, pero jamás para atacar por placer ni egocentrismo. Me enseñó a dialogar, cuando el diálogo no funcionó, me enseñó a defenderme, cuando la autodefensa no funcionó, me enseñó a buscar ayuda, cuando la ayuda no funcionó, me enseñó que cuando lo has intentado todo y no funciona, lo mejor es apartarse, seguir tu camino, lejos de eso que te hace daño. Sin reproches, sin quejas, sin frases que me hicieran aun más daño, simplemente, irme y empezar de nuevo.A pensar en mi y en mis sentimientos, que siempre sean limpios, los demás que se apañen con su “yo” interior. Me enseñó que luchar contra un muro, sólo te agota a ti mismo. Me enseñó que vale la pena luchar por tus ideas, por tus sueños, por lo que crees de ti mismo. Me enseñó que todos somos buenos y malos, que aceptándolo, es cómo conseguimos seguir hacia delante y mejorar. Me enseñó que caerse no es ningún drama, si te has hecho daño, cúrate y sigue. Me enseñó a conservar la confianza que te dan, me dió libertad para entrar y salir y hacer lo que yo quisiera, haciéndome responsable de mis actos y con el peso moral de mantener esa confianza que me daba.
Me enseñó a prever acontecimientos futuros con las actuaciones presentes. Simplemente pensando de antemano y sopesando las medidas o precauciones necesarias para hacer frente a lo que pudiese ocurrir. “La vida no es de color de rosa, hay problemas, hay injusticias, hay gente mala, cuida de ti misma, lucha por un mundo mejor, pero no seas ilusa.” Me enseñó a ver la realidad y jugar con lo bueno y lo malo para mantenerme en pié y vivir según lo que yo quiero para mí.
Me enseñó a disfrutar de la sexualidad sin tabúes. Me enseñó a cuidar de mi reputación ante los demás pero también a hacer lo que yo quisiera. Me enseñó a ser discreta, a no hablar de mi intimidad en público. Me enseñó que el sexo es para disfrutar pero con cabeza y que mejor en casa y con protección, que en un descampado o en un portal oscuros. Me enseñó a abrir las puertas de mi casa, de mi vida y de mi corazón a quien supiese valorarlo. A llevar amigos a casa, a hacerles partícipes de mi vida, para que el que entrara no fuera sólo para beneficiarse y marcharse sin más. Me enseñó a crear un pequeño vínculo emocional como prueba para estudiar la respuesta de la otra persona. Me enseñó que hay hombres con malas intenciones pero que se les puede y se deben desenmascarar. Me enseñó a no confiar en nadie sin observarle, sin meditar sus actuaciones, sin mirar en su interior antes de dejarme llevar por sus palabras. Me enseñó a poner pruebas de acceso a mi corazón. A amar, a dejarme llevar,a disfrutar de mis sentimientos pero siempre escuchando a corazón y razón. A amar sin vendas en los ojos, a utilizar mis ojos y todos mis sentidos en todos los ámbitos de la vida. Me enseñó a dejarme ser yo misma, a no reprimirme, a no interponer lo que los demás pudiesen opinar a lo que yo quería.A no importarme lo más mínimo lo que opinasen los demás, a escuchar pero no dejarme coaccionar.A empatizar, a tolerar, a entender a los demás y jugar con lo que aprendo de los demás para quedarme con lo que me interesa para mi. Pensar en mi, ser egoísta, pero en el buen sentido, me enseñó que mi libertad acaba donde empieza la del otro, a no imponer mi criterio sobre el de los demás y hacer malabares mentales para encajar mi propio beneficio con el de los que me rodean. A no ser sirvienta de nadie, pero saber servir y saber dejar que me sirvan. Me enseñó a respetar y hacerme de respetar, a no creerme por encima de nadie, pero tampoco por debajo. A aceptar una orden y a plantar cara cuando sea necesario.
A reconocer cuando hay que obedecer y cuando hay que imponerse.
Me enseñó que podía conseguir lo que me propusiese, a ser mejor, a competir, a superarme cada día.A que los errores también son dignos de celebración, siempre y cuando no sea una norma y aprendiese algo de ese error. Me enseñó a reconocer mis errores, pedir perdón y perdonarme. A ser buena conmigo misma, a darlo todo de mi y también a darmeun respiro.Me enseñó a cuidar de mi cuerpo y de mi mente, que todo nuestro ser está conectado, que los problemas psicológicos se pueden presentar en problemas físicos, a escuchar a mi cuerpo cuando me estaba diciendo algo y a mi mente cuando parece que no me dice nada.Me enseñó a juzgar con compasión, a informarme e investigar a fondo antes de tomar una decisión, o emitir un juicio, a buscar el inicio de un comportamiento. A no tomar decisiones a la ligera.
Me enseñó a brillar con luz propia, a no envidiar, a no falsear nada de mi, a ser auténtica pero en constante mejora. A mostrarme como soy, sin miedo, pero si con autocrítica.Me enseñó a ayudar a los demás cuando estaba en una situación superior y a pedir ayuda cuando estaba en situación inferior.A ayudar con lo que yo puedo y a dejar ir cuando no puedo dar más. A no culpabilizarme, a sentir mis frustraciones. Me enseñó que todo lo que hiciera tenía que servir para algo.A no actuar sin un objetivo, a que lo aprendido había que ponerlo en práctica. A que nada de lo que haga o diga, sea en vano. Me enseñó a cumplir con mi palabra, a serme fiel a mi misma y a los demás.
Me enseñó a no hacer pagar justos, por pecadores. A dar a cada uno lo que se merece de mi. A no generalizar, a estudiar a las personas como individuos, igual que lo hago conmigo misma.Me enseñó a andar siempre en alerta, en vigilancia, cual militar de maniobras. A creer en ideales pero no ser ilusa. Me enseñó a superar mis miedos, enfrentándome a ellos de frente. Me enseñó a no darle importancia a estereotipos, a que yo podía hacer de todo. Que puedo hacer cosas que se supone que son de hombres y las que se supone que son de mujeres. Puedo fregar, planchar y puedo hacer un taladro o cambiar la cisterna del baño. Me enseñó a no depender de nadie económicamente y mucho menos emocionalmente. A remangarme, echarle narices y actuar. A que yo puedo con todo. A ser valiente e independiente, pero también puedo dejarme cuidar y amar. Me enseñó a amarme y a amar, a mirar por mi y a dar todo de mi a otra persona. Que una actitud no excluye a la otra. Que no somos ni blanco ni negro, me enseñó a disfrutar de toda la gama de grises.
Me decía tantas cosas… Me decía y me enseñaba sin darse cuenta.Mi madre me decía muchas cosas, pero sobre todo me decía: “ Haz lo que te digo, no lo que yo hago”. Y eso hice.
Yolanda Méndez.
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