Aún sigo teniendo llaves que no tienen ningún tipo de uso para mi, pero solían tenerlo; llaves que abren cerraduras de concreto y alquitrán, cerraduras que están y ya no están, de momentos que tuve y no vendrán, de noches brillantes como el sol en el mar y de días oscuros como la luna en la faz.

Y aún así, sigo guardando las llaves, llaves que no tienen ningún significado, llaves que se oxidan al pasar de los años; el llavero ya desgastado de tanto daño, opta por su propia decisión, dar un paso al costado en su trabajo de cargar con tanta presión.

Pero siguen apareciendo llaves en el anaquel, al lado de mi cama al atardecer; cerca al cenicero donde en un tiempo aquel, todo era sonrisas o ternura y ahora son recuerdos de papel.

Puertas que se cierran y se abren, marcos de fotos sin imágenes impresas; camas desatendidas por la falta de un ama de llaves y mesas que piden a gritos una cena.

La casa suele estar medio vacía y a veces medio llena; el corazón suele estar radiante sin motivos, la cocina no encuentra su lugar si no es contigo y la vida encuentra razones aunque no valgan la pena.

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