
Nos dijimos adiós y no lo vi venir. Aunque nuestro amor llegó fugaz, fugaz se terminó. El final se depositó entre nosotros cómo pétalo que cae, cómo gota de lluvia que flota entre tanto sol, cómo sorbo de café amargo en mis labios. Nos besamos tanto y durante tan poco tiempo. Pero fueron aquellos besos entre miradas que nos dimos, lo que más nos gustó.
Román, chico de no más de 20 años quedó prendado de la curvatura que dibujaba el cuerpo de Gloria. Chica sexy, inteligente y carismática que rodeaba los 25. Aquella noche en que se vieron por primera vez ella apenas lo notó, pero el… uffff, solo el y Dios saben cómo latió su corazón.
Mientras las amigas de Gloria alababan la belleza del joven, ella solo quería irse de aquel lugar; atravesaba un desamor que le tenia el alma y la mente ocupada, y arrugados los pensamientos. Román no dejaba de mirarla y admirarla. No podía dejar de respirar el mismo aire. No había dudas, el momento mágico que estaba viviendo lo tenia anonadado y embelesado.
Las amigas de Gloria hicieron contacto con los amigos de Román. Todos compartieron la mesa y un trago de ron. Entre tanto hablar y beber, acordaron verse al otro día para juntos ir a la playa. Román estaba fuera de sí. Seguía a Gloria con el rabillo del ojo a donde quiera que ella volteara. No podía dejar de admirarla. Intentaba establecer una conversación con ella, pero era inútil. La pobre Gloria solo tenia cabeza para seguir sufriendo en silencio.
La noche estrellada y fría casi culminaba, los jóvenes ya casi partían.
Al otro día fueron todos juntos a la playa. Gloria se sentía mejor. Un poco nerviosa, distraída, pero mejor. Román feliz, Gloria estaba sentada junto a el. Sacó su teléfono, le pidió una selfie y ella accedió. El pensó para sí..» La guardare por el resto de mi vida», calló rápido su pensamiento, creía que su felicidad lo había delatado. No podía dejar de sonreír, su cara expresaba amor por doquier. Gloria muy sutilmente le pidió ver la foto, y no pudo dejar de sorprenderse cuando se dio cuenta que Román no pudo apartar la vista sobre ella mientras la foto se tomaba. Es, en ese momento, que recordó lo que sus amigas le habían comentado la noche anterior de regreso a casa, »A Román lo traes loco», le dijeron ellas. Gloria, entre risas y joqueos, las desmentía y mandaba a callar.
Al llegar a la playa, Román le abrió la puerta del carro a Gloria, le sostuvo la mano y le ayudo a bajar. Se sentó junto a ella, le preparaba tragos, le hizo miles de preguntas sobre su vida. El quería saber más sobre la vida de la mujer que lo traía loco, que lo había sacado de sus cávales, que lo traía enamorado. Entre tantas risas y alegrías, nadie podía ver lo que Román atrevidamente hacia. Muy delicadamente sacaba su teléfono y le tomaba fotos a Gloria, el, sabia que tal ves no la volvería a ver después de ese día, así que quería guardar consigo cada momento de ella. No quería perderse ni un segundo, ni un movimiento, ni una palabra. Pero, lo que Román no sabia era que Gloria se había dado cuenta de que el corazón le había comenzado a latir también a ella, aunque no entendía cómo, Román también había cultivado a Gloria. Con cada palabra, con cada gesto, con su delicadeza y su belleza física que cautivaba a cada mujer que le cruzaba. Y sobre todo, que se había dado cuenta de las fotos de Román y eso le gustó. Ella calló, posó, gozó y vivió aquel día y aquella sesión de fotos como ningún otro.
Pasaron los minutos, las horas y entre ellos se podía ver la chispa, se lograba contemplar una complicidad mayúscula, los ojos de ambos tiritaban de amor, la química flotaba a su alrededor. Poco a poco hubo sutiles roces de manos, miradas de picardía, Román no se acercaba a Gloria sin antes oler la vainilla que brotaba de su pelo, su piel, aquella esencia que lo traía hipnotizado hasta los huesos. Ella, ella quería poder irse de ahí para estar a solas con el, dejar todo atrás, olvidar todas sus frustraciones y disfrutar para siempre de su compañía, vivir cada segundo a su lado; poder mirarlo siempre, deleitarse con su belleza, oler ese LACOSTE embriagador que usaba, tocar su musculoso cuerpo, y fungirse en uno solo, como el hierro al fuego.
Pero, cuando el destino te lo quiere poner difícil hace jugadas frías y calcula bien todo. Ese seria el ultimo día en que Gloria y Román estarían juntos. El debía marcharse a otra ciudad a estudiar, quería ser doctor.
Llegaba casi la hora de despedirse, los tortolos intercambiaron teléfonos, pero ambos sabían que no se atreverían a escribirse, aunque no lo pareciera por la manera de compaginar, eran algo tímidos en cuestiones del amor. Román no tuvo valor para mostrarle las fotos a Gloria, creía que ella se molestaría con el por tal atrevimiento. Solo guardó silencio sobre su osadía y las mantuvo como un dulce recuerdo de su mágico instante de amor. Esos momentos en los que no sabes si son un sueño o es realidad, de los que tienes que pellizcarte para despertar. Así vivían ellos dos su día.
Eran ya pasadas las 7:00 de la noche, cuando todos comenzaron a decir adiós. Habían vivido la mejor tarde de sus vidas. Pero, mientras todos se despedían, Román y Gloria se quedaron para el final. Fueron los últimos en mirarse, los últimos en tocarse y los últimos en abrazarse, los últimos en decirse adiós. No querían separarse, no querían despedirse, no querían que su momento de magia terminara jamás.
Esa despedida tenia que ser la mejor, tenia que ser la que durara para siempre. El la tomó de hombros, la miró fijo a los ojos, deseaba probar esos dulces labios que lo atraían como el canto de las sirenas, quería besarla pero sus labios no se atrevieron, quería unir sus cuerpos en uno solo pero sus pies estaban como concreto pegado al piso. Sus palabras enmudecieron su rostro. »Tantas cosas que quiero decirle», pensaba el en silencio. Gloria al ver que los nervios traicionaban a Román, logró sacar un poco de valentía y también lo tomó de las manos, lo miró fijamente a sus ojos, le pegó un beso muy fuerte en su mejilla derecha, y una vez más pudo sentir su aroma, ese bálsamo embriagador a menta, a frescor, a naturaleza limpia, el aroma desbordante que la enloqueció al instante. Lo abrazó muy fuerte, cada uno pudo sentir el corazón del otro latir, esas almas querían salir de los cuerpos. Román hipnotizado del olor de Gloria, ensordecido por las palabras en sus oídos, y atrapado entre sus brazos, creía que estaba flotando en una habitación desbordada de éter. Ella al abrazar su musculoso cuerpo, su piel suave y su despepitante olor, se sumergió en los deseos de quedarse amarrada a su cuello y no soltarlo jamás. De sus labios solo pudieron salir dos míseras palabras, »Cuídate mucho». El solo asintió con la cabeza.
A lo lejos escuchaban como sus amigos llamaban a Román, se les iba el taxi.
Cuando por fin lograron separarse y volver a ser dos, Gloria tuvo que tomar asiento. Sus piernas temblaban a más no poder. Sabia que ese seria el fin, y el fin llego sin esperarlo. Román mientras montaba su equipaje no podía dejar de verla. Dibujaba con sus ojos la silueta de su cuerpo. Dibujaba con sus ojos cada facción de su cara. Esa seria su última vez. La última vez que sus ojos tendrían la dicha de tan viva imagen. En unos minutos la magia de aquel momento se desvanecería, y la cruda realidad de no poder volver a ver a Gloria, seria todo lo que le quedara.
Gloria por su parte solo miraba el taxi, y deseaba con toda su fuerza que Román bajara de ahí y le pegara un beso. De esos besos que te maltratan los labios, porque es con tanto furor que quieres comerlos como caníbal y que no exista fuerza terrestre que los detuviera. Pero no fue así, Román no se atrevió jamás a hacer tal hazaña, los nervios lo traicionaron en su último momento.
El chofer encendió el taxi, y con cada sonido del motor, ambos enamorados sentían que se les iba la vida. Un pedacito que no volvería.
De pronto Gloria mira el carro y ve que un cristal baja, ve asomarse un chico de cabello negro, y Román comienza a gritar con todas sus fuerzas….
»Cree en la magia. Llámalo magia, Gloria».
Ella sonrió, una lagrima cayó por todo el borde de su nariz, sintió el aire correr por su pelo, y en un leve pestañazo ya el taxi no estaba.
Era el final.
OPINIONES Y COMENTARIOS