(Libro de) Evocación a las moscas

(Libro de) Evocación a las moscas

Madison

13/06/2019

Esta ficción la escribí como ofrenda para la bestia que vigila dentro de mí. Sacrificio para capricornio.


I.

No sé si tenía seis u ocho años cuando vi por primera vez al diablo, mis recuerdos son algo difusos, solo me acuerdo que a esa edad tuve mi primer ritual con el señor oscuro.

En esa época yo vivía en una pequeña villa ubicada en una ciudad porteña del norte semiárido. Los pasajes de esta villa eran todos iguales, largas líneas de casas pareadas que se achicaban en cantidad a medida que uno se acercaba al final de la población, en donde un gran muro de tierra caliza te obligaba a parar en seco.

En la villa siempre había mucho movimiento, muchos colectivos pasaban dejando a la gente después de que salían de sus trabajos, y muchos niños con ropa de colegio jugaban afuera de los negocios con alguna pelotita o apostaban lanzando los tazos que se ganaban en las papas fritas. La villa también tenía un particular olor a viejo roñoso, de esos que siempre se veían merodeando entre la única botillería que había en los más de veinte pasajes, o perdidos por estos mismos buscando alguna monedita o la misma botillería. Daba cierto miedo –y gracia al mismo tiempo- ver a algunos borrachitos a plena luz del día en su máximo tope de distorsión vomitar todos sus trastornos.

Yo vivía en el último pasaje, y, de igual forma como en todos estos, tenía mi grupito de amigos que éramos, de manera habitual, cinco pendejos. Muchas veces, los fines de semana, nuestro grupo se agrandaba un poco, ya que algunos primos y vecinos de otros pasajes se adherían y la cosa cobraba otro color, más fiestero y vacilón; aunque el día en que todo esto empezó solo estábamos los cinco de siempre.

Ese día era sábado, lo recuerdo bien, teníamos un amigo que vivía con su mamá en otra población y su papá vivía en nuestro pasaje, de manera que llegaba los viernes cuando caía la tarde y se iba, por lo general, los domingos al aparecer la noche. Esa tarde estábamos jugando a lo de siempre: empezábamos peloteando un rato y le dábamos al 25, después la pelotita nos aburría y cambiábamos al so, nos cansábamos de correr y luego alguien pasaba su espalda como penitencia para jugar al clásico juego cantado de la abuela… Así nos las dábamos muchas tardes en aquellos años de infancia. Todo era muy violento y entretenido.

Me acuerdo que estábamos con un jueguito de los elementos. Cada uno de nosotros tenía la punta de un palo o de una rama pintada con el color de su respectivo elemento. Ocupábamos los colores básicos: rojo para el fuego; blanco para el aire; café para la tierra; verde para la hoja y azul para el agua. A mí me tocó este último, y aunque puedo decir que mi color favorito es el azul, la elección de ese elemento no me gustó para nada.

Eso fue porque el jueguito se dio, como se decía en el pueblo, por «achillamiento», que significa: moverse con astucia, estar atento y aprovechar la situación. De modo que yo obtuve el elemento por descarte, no lo escogí, me lo dieron; los elementos que para mí representaban mayor fuerza, como el fuego o el aire, fueron tomados por mis amigos que poseían mayores aptitudes de líder. El agua para mí, en ese entonces, representó pasividad, poca motivación y una débil fuerza sexual, lo que significaba que estaba abajo en la tabla jerárquica.

Con los elementos jugábamos a atacarnos y esas cosas, tirábamos poderes y nos defendíamos con las leyes lógicas de la naturaleza. Yo no pude disfrutar bien del juego, los demás me ganaban, ellos sí sabían ocupar bien su elemento; yo lo hacía desganado, algo torpe. Para ganar había que poseer una gran imaginación, cosa que sí tenía, pero otra cosa muy necesaria era el Ímpetu. Los poderes se lanzaban gritando, moviendo entero el cuerpo y sintiendo el elemento fluir por toda tu sangre.

Así que luego de un par de batallas, me enojé y me entré. Dije que iba al baño, pero no volví a salir. Eso era muy común en mí, siempre me amurraba por cualquier tontera; mis amigos ya estaban acostumbrados así que no me pescaban, dejaban que me fuera, total, tarde o temprano siempre volvía a salir a jugar.

Me acuerdo que aún no se oscurecía y me estaba preparando algo muy clásico en mí que es el cocho (harina tostada a base de agua caliente). Estaba solo en el comedor, mi mamá creo que estaba arriba en su pieza con mi hermano pequeño, no recuerdo muy bien. Su pololo de aquella época había salido a disfrutar de la tarde sabatina a quien sabe dónde; aunque ahora que estoy más grande puedo adivinar muy bien donde frecuentaba. Los días sábados en la tele nunca daban nada bueno, el horario para niños era en la mañana y en la tarde-noche daban puras películas de adultos que a esa edad no entendía. Mi única salvación era el ahora viejo VHS. Recuerdo muy bien que después de haberme preparado la once, prendí el aparato y le puse play sin siquiera revisar qué película estaba dentro. Para mi agrado, era una película de Pokémon que ya iba a la mitad. Pasaron solo dos segundos y el color amarillo pasó por mi mente a la velocidad de un relámpago… ¡Un relámpago! ¡Eso es!… Salí de mi casa llevado por la excitación y les conté a mis amigos que mi nuevo elemento sería el relámpago, mi nuevo color sería el amarillo de la electricidad.

Mi amigo de aire se enojó, dijo que a él se le había ocurrido primero ser el elemento del rayo; lo encontré absurdo, ¿por qué entonces no lo ocupó? A pesar de que él no me lo dijo, yo estoy seguro de que fue porque en ese entonces comparábamos los colores con los de los Power Rangers… bueno, éramos unos niños bien especiales.

Tuvimos una odiosa discusión y al final todos decidieron que había que ganárselo en un duelo. Yo no quise, el elemento me pertenecía por derecho –o achillamiento-, y aun así no me lo otorgaron. Parecía ser que había descubierto el preciado anillo, porque al resto de mis amigos también parecía excitarles el elemento, era súper poderoso, estaba a una escala superior a los elementos básicos.

A la batalla le tuve que dar igual, por dignidad; y para más remate tuve que hacerlo con mi elemento original, con el de agua; y como bien dije antes, el elemento no me gustaba, por lo que no tenía grandes habilidades ni buenos poderes, era más que seguro que iba a perder; y aun así, di cara igual.


Nuestra villa bordeaba una extensa quebrada en la cual se situaban varias canchas de tierra donde todos los domingos se jugaba a la pelota, se hacían campeonatos y la gente iba con toda la parafernalia.

En la esquina de nuestro pasaje estaba la entrada principal a estas canchas. Todas estas se amontonaban hacia la izquierda de la entrada y estaban cercadas por una larga hilera de descoloridas y grafiteadas panderetas. Hacia la derecha, la quebrada estaba despoblada, con alguna que otra casita a lo lejos que mis amigos y yo veíamos con mucha sugestión, creyendo que allí vivían brujas y malvados violadores en servicio del rey de las tinieblas.

Esa parte despoblada de la quebrada, luego, en aquellos años, fue visitada por algunas inmobiliarias que provocaron la extinción del hábitat de muchos animales. El terreno fue forzado a moldearse por la necesidad de expansión de la ciudad y los pantanos que se formaban con las lluvias de invierno fueron vistos muy amenudos con basura flotando y de un anti-natural color negro.

Nosotros fuimos a un costado de las panderetas que limitaban las canchas. Siempre íbamos ahí porque había unas rocas bien grandes en medio del terreno que se apilaban entre sí y formaban una estructura similar a una choza; y como éramos pequeños de porte, podíamos subir y saltar entre ellas. Yo siempre me sentí muy cobijado ahí dentro, el techito de rocas nos daba una sensación muy hogareña, a pesar de que siempre que íbamos la encontrábamos con botellas de cervezas y cajas de vino, y con restos de cenizas y carbón.

Mi amigo de tierra dibujó, un poco más allá, a un costado de las rocas, un gran círculo para nuestra batalla: una gran arena de combate para el elemento agua y el elemento aire. Yo estaba cagado de miedo. Yo, a quien a todos les caía bien, a pesar de que nadie querría tenerme junto a su trinchera, estaba a punto de agarrarme literalmente a golpes contra un querido amigo solo para obtener un poder en un jueguito que, recordando sucesos posteriores, se nos olvidó a las dos semanas siguientes.

Nuestro duelo comenzó.

El del elemento aire me lanzó, de manera muy pedante, unas ráfagas de aire proveniente de sus alas de águila. Yo esquivé la primera ráfaga al agacharme, pero, acto seguido, sin darme cuenta, me lanzó veloces flechas con la punta de sus dedos en toda mi espalda, cosa que me dejó echado en el suelo con mucho dolor.

Para ganar había que debilitar lo más visible al rival o sacarlo de la arena, no se podía salir y rendirse, eso era de maricones, y la vergüenza era peor que el dolor físico.

Luego de aquel ataque yo quede con una sensación de inmensa rabia, quería olvidarme del jueguito y lanzarle un combo directo a la cara; pero como era flaco, mi fuerza era muy baja y mis músculos tiritaban de miedo. Me levanté, y tan solo subir la mirada, mi amigo aprovechó de cegar mi campo de visión rodeándome con muchas plumas de águila. En ese instante voló muy alto por el ya oscuro cielo y bajó en picada provocando que su choque estrellara mi cara contra el piso.

Ya no quería jugar, me había sacado un diente de leche, la paleta izquierda; me cayeron las lágrimas y unas líneas de sangre. Me paré muy aturdido, con ganas de llorar, no sabía qué hacer, cualquier ataque que yo lanzara saldría débil y él podría esquivarlo muy fácil.

Recuerdo que caminé muy mareado, a pasos tontos; mi amigo de aire estaba un par de metros más allá, con los brazos cruzados esperando a ver qué es lo que iba a hacer. Comencé a gritar, primero muy endeble, pero luego fui llegando a tal punto que el resto de mis amigos se llegaron a asustar. Giré muy leve mis brazos en círculos con cara a la tierra queriendo que de ella surgiera agua; y así fue, dos enormes pilares en forma de poderosas serpientes emergieron listas para atacar. La de la izquierda se lanzó de lleno en contra de mi amigo, pero él se defendió con un frágil escudo de plumas, por lo que su débil defensa fue penetrada y el quedó un poco más allá tirado en el suelo empapado y vomitando agua.

Mi serpiente de la derecha desapareció de improviso, debió haber sido por la cantidad de energía que tuve que haber empleado para hacerlas salir, porque después de eso, yo quede muy debilitado con la respiración entre cortada. Mi amigo se levantó igual de debilitado, respirando apenas y con el agua saliendo de sus orificios faciales. Me miró con odio, sentí como solo quería ir a reventarme el hocico. Se acercó cojeando hasta el lugar donde había sido su choque contra mi serpiente, allí él cerró los ojos y comenzó a girar en su eje.

El suelo tembló y las cosas que había por el terreno –como la basura- se fueron adhirieron al tornado que cada vez más cobraba mayor fuerza. Ahí me aterré, vi al resto de mis amigos agarrarse de lo que fuera con tal de que el tornado no se los comiera. Yo solo atiné a incrustar mis dedos y mis zapatos en la tierra caliza. El tornado en un momento se hizo muy enorme y fue directo contra mí. En la desesperación, abrí la boca lo más grande que pude y en un solo grito lancé una corriente de agua con la magnitud de un potente tsunami.

Nuestros dos poderes chocaron creando consigo tormentosas descargas de truenos y relámpagos. El pórtico hacia el inframundo estaba siendo abierto, la llamada al señor oscuro respondida por evocación. Nuestros poderes colisionaron con tal dimensión que nos sobrepasó en fuerza y nos repeló, los dos salimos eyectados hacia afuera de la arena arrastrando varios metros.

Mis amigos fueron a darnos inmediata asistencia, estábamos sangrando, yo tenía la nariz reventada; y mi amigo de aire tenía toda su cara empapada en sangre por un enorme tajo en su frente. Llegamos al pasaje y mis amigos tiraron la excusa de que chocamos por accidente para evitar cualquier mal entendido con nuestros padres; aunque eso no fue suficiente para el reto que nos tuvimos que comer.

Aquí mis recuerdos se van un poco a negro, solo recuerdo a mi mamá histérica, retándome por mi irresponsabilidad. La recuerdo en el baño haciéndome botar toda la sangre mientras intentaba dar con el paradero de su pololo de aquella época.

Luego yo estaba discutiendo con mi mamá para que me dejara salir a la calle con mis amigos, ella me gritaba por mi testarudez, pero yo quería salir de una manera muy ansiosa, le rogaba, insistía, le mostraba que ya estaba alentado y que mi nariz ya no sangraba; pero ella no me discutió más, cerró la puerta con pestillo y subió a su pieza. Yo me amurré, me fui al patio y me quedé ahí solo, carcomiéndome de rabia, generando ansiedad, quería salir; mi amigo de hoja había venido a buscarme hace no mucho porque, en ese preciso instante, en la esquina de nuestro pasaje, ellos estaban teniendo una batalla contra el demonio.

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