Era una bonita noche de septiembre. Ella se sentó en la terraza, con su tristeza, y una copa de vino en la mano. El aire olía a jazmín. Los vecinos de abajo disfrutaban de su barbacoa y los de al lado estaban ya en los postres. Les saludó, sin mucho afán, y siguió bebiendo sola. Desde hacía unos meses, comía sola, cenaba sola, y hablaba sola…como las locas. Por las noches, antes de apagar la luz, besaba unos labios de papel, y luego abrazaba una almohada y trataba de dormirse, con la esperanza de soñar con él, quizás podría oír su voz.

Su amiga la bruja, le había contado que cuando sueñas con los muertos es que tienen algo que contarte, y ella se lo creía. Los días se sucedían, uno tras otro, daba igual que fuera lunes, jueves o domingo… Qué distinto parecía todo, desde la noche de la desgracia. Si era cierto eso del Karma, en su otra vida ella debío ser muy pérfida, para ahora merecer esto.

Unos le decían que el tiempo todo lo cura, otros que debía distraerse, que él querría verla feliz, ¿qué sabían ellos?. Ella sólo quería que la dejaran en paz, y vivir con sus fantasías, en casa, sola con Seb, con su ropa, sus libros, sus cartas, y sus fotos… Salir a la calle sin él, le dolía, le faltaba su sonrisa, sus palabras y su mano al pasear, le sobraban la rabia, la desilusión y los kilos de dolor. Como en casa en ningún sitio, se repetía.

Los vecinos ya habían desaparecido, solo quedaban ella, el silencio y su copa vacía.

Recordó que aún tenía otra botella, no debería…pensó.

Con movimientos torpes se levantó, fue a la cocina, y abrió el cajón de los cubiertos, al hacerlo se encontró con una cucaracha tamaño XL, posada, tan pancha, sobre el sacacorchos. Cerró el cajón de golpe, no eran horas de ponerse a masacrar cucarachas, se dijo. Pero quería abrir la maldita botella. Decidió esperar. Se quedó en babia, mirando al patio, recordó cuando celebraron ahí su cincuenta cumpleaños,aún  podía oír la música, las risas y hasta olía el humo de la barbacoa, y vió a Seb, dándole su regalo, una bonita postal, hecha por él, donde escribió nombres de países de la A a la Z, formando un círculo, y un texto que decía: Tú eliges el destino, yo me ocupo de llevarte…y la llevó.

Quería abrir el cajón, pero no sabía si su amiga seguiría ahí, es solo un bicho inocente, pensó, las cucarachas no pican, ni son venenosas. No conocía a nadie que hubiera muerto por una picadura de cucaracha, existían otros insectos más pequeños y más letales.

Se dijo, que si al abrir el cajón el bicho seguía sobre el sacacorchos, sería como una señal del destino y no abriría la botella, de lo contrario la descorcharía y le daría fin. A la de tres abrió el cajón, con decisión, y allí estaba, su sacacorchos libre de inquilinos. Descorchó la botella, cogió una copa en condiciones, pues era un vino de los buenos, se quedó de pie, con la botella sobre la barra de la cocina. Saboreó el primer trago, y el segundo, y los demás. Con cada sorbo se sentía más patética, más hundida, ¿qué hacía en casa, con la única compañía de una cucaracha y una botella de vino? Ni siquiera estaba vestida para la ocasión, pero daba igual, en aquella fiesta privada no hacía falta nadie más. En su fiesta hubo música y bailó, saltó y dió vueltas como un derviche, sin control, sin principio ni fin… intoxicada, y giraron con ella los recuerdos.

Recordó la última vez que cocinaron, el último beso en sus labios helados, y ese último viaje que nunca debieron hacer, el mosquito asesino y los tubos y los «bips» y esa llamada, de madrugada…y sintió, todavía con claridad, la explosión y la presión en su pecho, la impotencia, y el vacío.

El dolor bailó con ella, hasta hacerla desfallecer, y colapsó en el suelo y con el torrente de lágrimas salieron el miedo, la angustia y el corazón, y llegó el tsunami, con sus olas y su fuerza, ella resistió, luchó, sobrevivió, no tenía opción, y cuando estaba al borde del abismo a punto de abandonar, recordó el sueño de la noche anterior. Le vió, él, en un velero, navegaba sólo, como siempre soñó, se alejaba, más y más, le decía adiós, su silueta se borraba, y se fundió con el horizonte. Ella quiso estar ahí, en ese barco con él, para siempre, pero debía quedarse aquí, en la vida, le quedaban cosas por hacer, gente a quien cuidar y una vida por rehacer, en la que ya había dejado un gran espacio para él.

Al día siguiente se despertó, con una cabeza de corcho y unos ojos pesados como losas. Se levantó, se miró al espejo, y la que vió era otra, era distinta a la de ayer. La otra se ahogó en la botella, la desterró para siempre.

Ese día decidió, que en breve acompañaría a su amor en su último viaje. Lo iba a liberar de la estrechez de esa urna, de una vez por todas, sus cenizas se diluirían en el mar de Bretaña, allí había nacido y allí se quedaría, tranquilo y libre para siempre.

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