Néstor soñó a su abuelo que nunca conoció: escuchó su nombre, siguió el sonido a través del viento hasta que dio con una prisión, traspasó los muros como si fuera un fantasma y ahí lo vio. Era igualito que en las viejas fotos, pero a color. Imploraba que lo sacara de allí. Néstor quiso ayudarlo, de la nada aparecieron miles de reos que también lo pedían, los rodeaban hasta casi asfixiarlos. El abuelo le dijo que lo buscara en la Penal de Oblatos y Néstor despertó sobresaltado.

—Papá, ¿Existe la Penal de Oblatos? —preguntó limpiándose las lagañas.

—¡Buenos días! Primero se saluda, increíble, que a tus diecisiete años tenga que seguir recordándotelo. ¿Dónde escuchaste eso?

—Lo soñé, también soñé al abuelo, él fue quien lo mencionó.

El papá se quedó mudo y descolorido, nunca le había contado la historia de su viejo al hijo. Se sentó, respiró profundo, expiró largo y lento.

—A tu abuelo lo encarcelaron por andar en la guerrilla, perteneció al grupo denominado “Liga Comunista 23 de Septiembre”, eso fue a principios de los setenta, a él lo detuvieron en el setenta y cuatro, justo después de dejar a tu abuela embarazada de mí. Estuvo preso en la “Penitenciaría de Oblatos” la gente solo le decía “La Penal”.

»Por las detenciones en la guerrilla, la cárcel estaba sobrepoblada; diseñada para albergar a ochocientos reos, tenían alrededor de dos mil quinientos. En el año del setenta y seis se planeó una fuga, consiguieron encontrar un punto vulnerable en los baños, lograron hacer un boquete y la huida se concretó, muchos alcanzaron a escapar, sin embargo, tu abuelo no pudo. Para el siguiente año un grupo adentro de los mismos presos, denominados “Los Chacales”, les dieron la consigna de eliminar a los guerrilleros que se encontraran dentro del reclusorio, hubo muchas bajas, entre ellas, tu abuelo. Nunca lo conocí, al igual que tú, nada más en las fotos.

El papá hizo una pausa, levantó los ojos rascando sus recuerdos, Néstor, muy atento, aguardaba curioso.

—La “Penal de Oblatos”, fue demolida en el ochenta y dos, se encontraba del otro lado de la ciudad, en el sector libertad, en su lugar construyeron una unidad deportiva.

—¿Podemos ir? Me gustaría conocer ese sitio.

—Eso es del otro lado de la calzada.

—¿Y?

—No es un punto muy seguro que digamos, tenemos el privilegio de vivir aquí en Zapopan, el municipio más próspero de la ciudad. Ahora que lo pienso, es peculiar la composición de la zona metropolitana. La Calzada Independencia divide en dos a la metrópoli, se encuentra en la mera mitad, es triste reconocerlo, pero es común decir que esa avenida es una especie de frontera, de la Calzada para allá están los jodidos, y acá estamos nosotros.

—¡Papá! Qué cosas dices. Además, tú vienes de ahí.

—Por eso menciono que es triste, mucha gente se manifiesta así, ve cómo yo lo dije en automático, es una frontera mental creada por los prejuicios de tanto tapatío, además la inseguridad, no solo en aquel lado, está generalizada en toda la ciudad.

—Papá, por favor, siento una gran necesidad de conocer ese sitio.

El padre se puso la mano en la frente, suspiro profundo, al final accedió.

Néstor, a toda prisa dando brincos, buscó en el GPS la ubicación.

—Mira, papá, hacemos treinta minutos, se ve tranquilo el tráfico, es fácil de llegar, tomamos toda la López Mateos, luego la avenida Hidalgo que nos dejará a seis cuadras, está muy fácil llegar.

Néstor tenía un brillo en los ojos, sabía que no encontraría nada de lo que fue la ex Penal, pero quería estar en el mismo lugar que alguna vez estuvo su abuelo.

Cruzaron la Calzada Independencia, la fisionomía de las casas cambió, vio la parte vieja de la ciudad. Lo primero que le llamó la atención fue el gran número de grafitis, las calles y casas más descuidadas, había unas bien cuidadas y pintadas, no obstante, predominaban las desgastadas y pintarrajeadas, los pocos cajetes en las banquetas como basureros. La otra cosa que observó fue la cuadratura de las manzanas, donde vivía, todas las manzanas son rectangulares, con calles curvas, en esa zona las calles estaban rectas, hacían un cuadriculado perfecto.

—Aquí debe ser fácil perderte, todas las cuadras son iguales, menos mal que existe el GPS —murmuró.

Estacionaron en el parque, notaron que no tenía reja, ni malla, ni barda, lo que fue una prisión, ahora era un lugar en el que se podía transitar con libertad. Había canchas de fútbol, de basquetbol, de béisbol, de frontón y frontenis, una zona de eskate y un auditorio: un buen trabajo en la extensión de seis hectáreas. Si bien había muchos árboles, al sitio le faltaba mantenimiento, se veían zonas secas, con basura y claro, más grafitis, se sentía casi abandonado si no fuera porque transitaba gente por algunas partes. En el centro, estaba una especie de pirámides hechas con piedras, de dos y tres niveles, en cada nivel había plantados árboles. A Néstor le dio por escalar a la parte más alta. Cuando llegó se giró, en vez del parque, vio la prisión, talló sus ojos, tal como lo soñó. Parecía un castillo construido con piedras volcánicas. Néstor estaba en un pequeño círculo que conectaba a siete pasillos, las siete divisiones de la cárcel. Alzó la vista y contó once torres de vigilancia. Al azar tomó uno de los pasillos, al llegar al otro lado encontró al abuelo.

—Has venido por mí —le dijo sonriendo el abuelo.

—¡Néstor! ¡Reacciona! —El padre sacudía al hijo que tenía la vista perdida.

—Estoy bien.

—Te fuiste por un minuto, hijo. Mejor ya nos vamos. ¿Te puedes levantar?

—Sí, no sé qué sucedió, pero ya pasó. Está bien, vámonos.

Salieron de la unidad, subieron al vehículo y, al doblar la última esquina del parque, Néstor suspiró.

—Al fin, libre, cuarenta y siete años después, al fin libre.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS