Ese día estaba muy emocionado, me acababan de comprar mi primera bicicleta y ansiaba poder aprender a manejarla; recuerdo que salimos a la calle mi padre y yo.
Mi papa serio como siempre me explico lo que debía de hacer y me dijo que él me iba estar apoyando; tomamos impulso al principio me sostenía con una sus manos avanzamos unos pasos y me soltó. ¡Pedalea! Me grito. Por más que quise mantener el equilibrio apenas avanzado unos pocos metros caí al suelo. Mi padre corrió hacia donde me encontraba tirado junto a mi bicicleta. ¿Te lastimaste? Me pregunto asustado le respondí que no. Bueno, levántate e inténtalo de nuevo; esas fueron sus únicas palabras.
Tembloroso me levante e increíble que parezca, solo hice caso de sus palabras; de nuevo estaba intentando aprender a andar en bicicleta. Después de varios intentos, golpes y la misma fría frase de mi padre, comencé a dominarla.
Definitivamente no fueron las mejores lecciones para aprender a andar en bicicleta, al menos esa fue mi impresión. ¿Por qué mi padre no fue más amable y en ningún momento se molestó en ayudarme?
Pasaron los años la distancia entre mi padre y yo creció, en parte creo que esas lecciones fueron el inicio de ese distanciamiento. Me gradué, conseguí un buen empleo, tiempo después pude rentar un departamento a donde me fui a vivir solo, lejos de mis padres; más adelante me compre mi primer auto. Todo parecía ir de maravilla no había nada que pudiera detenerme.
De pronto en la empresa donde trabajaba hubo recorte de personal y bueno me toco la de perder, me despidieron. Aun así sentía que el mundo era mío y que a la vuelta de la esquina encontraría un nuevo trabajo, incluso mejor pagado.
Pasaron quince días, paso un mes, y nada; ya estaba desesperado, tenía encima el pago de la renta, la mensualidad del auto y bueno los ahorros no iban a durar toda la vida. ¿Qué hago? Me pregunte. Pensé en quien podría recurrir para salvar mi situación y la verdad es que no halle quien me pudiera ayudar, todo mundo tenía sus propios compromisos. Sentado en el sofá, me acorde de mi padre y pensé en recurrir a él. ¿Qué me iba a decir? “Levántate” igual como aquellas lecciones de bicicleta de mi niñez.
Sentí un gran coraje al recordarlo; irritado me levante, tome mi computadora y comencé a actualizar mi curriculum y buscar algunas empresas donde poder colocarme. Al día siguiente con mi documentación en mano, mi mejor traje y mi mejor cara salí a la calle.
Hable con mi casero y le expuse mi situación, le pedí me esperara que yo le pagaría la renta, renegocie la deuda del auto, organice una despensa para poder sobrevivir unos días más y salí a buscar trabajo.
Visite una empresa, dos empresas, tres empresas… y lo mismo hice al siguiente día y al siguiente… parecía que esto no iba acabar.
En verdad estaba angustiado, no tenía idea de que es lo que iba hacer. Así me encontraba cuando entro una llamada, era de una empresa que me citaba para una entrevista de trabajo. Que emoción sentí en ese momento, una luz se asomaba al final del camino. Al día siguiente me presente a la hora citada. ¡Les encanto mi presentación, el trabajo era mío!
Cuando llegue a mi departamento me senté y me relaje. A mi mente empezaron a llegar muchas ideas; estaba emocionado, a la vez agotado y de pronto me acorde de mi padre; recordé aquellas lecciones de bicicleta que con tanto coraje guarde por muchos años y entonces pude ver su verdadera mirada cuando él se acercaba, me pregunta si estaba lastimado y me decía: “Levántate”. No era de indiferencia, era de dolor y angustia. No de haberme caído, dolor de verme tirado y que yo su pequeño hijo no supiera como levantarse.
Llore, llore de tristeza, llore de coraje por los años de rencor. Trate de calmarme, espere un rato y llame por teléfono a mi padre.
¡Papá! Dije en cuanto escuche su voz. Emocionado me respondió en cuanto me oyó; platicamos de muchas cosas, de mi nuevo trabajo, de la experiencia que acababa de vivir; emocionado le recordé esas lecciones de bicicleta, nos reímos y comentamos de esos días. Gracias papá le dije cuando me despedí de él. No hijo, no tienes porque darlas, me respondió. Cuando colgué nuevamente volví a darle las gracias. Gracias papá, gracias por enseñarme a levantarme, gracias por haberme enseñado a levantarme solo.
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