Era un día bastante bello, el sol brillaba resplandeciente y vivo en lo alto, pero sin sofocar con sus rayos, el cielo era inusualmente azul y el característico color gris opaco, fruto de la contaminación de la Ciudad de México estaba ausente esa mañana, a pesar de ser otoño muchos árboles presumían orgullosos sus ramas llenas de hojas verdes que resistían con vehemencia la llegada del invierno. Todo este día no hacía más que contrastar la situación en la que estaba metido.

Eran más o menos las diez u once de la mañana cuando llegué, las muñecas me ardían al sentir el rose de la sudadera en ellas, más en la izquierda, pero era soportable, recuerdo que me abrumaba una sensación de náusea, a lo mejor era por el Aripiprazol combinado en mi estómago con el Topiramato y el Escilatopram, ya me había acostumbrado a estos dos últimos, al sueño excesivo, al mareo y la boca seca, pero el Aripiprazol me lo habían suministrado esa mañana hacia unas dos horas o tres. Mi madre estacionó el auto a dos calles, caminamos un poco hasta encontrarnos de frente a un gran monstruo de concreto pintado de blanco, o era gris… En fin, con un poco de pintura azul que sospecho, sólo estaba allí para que no luciera tan deprimente, allí en la puerta de entrada había unas letras grandes que rezaban «SECRETARÍA DE SALUD». Nos acercamos a la puerta, nos recibió una guardia de turno mal encarada visiblemente harta de tratar con la gente que llega cada día, no presté atención, sólo escuché a mi madre decir que era una urgencia, luego de eso estaba llenando una hoja con sus datos y los míos, nos dejaron pasar y nos dieron una ficha que decía «Visita». Al entrar caminamos por una gran explanada, frente a nosotros había una entrada principal y sobre de ella otras letras grandes, pero esta vez ponían «Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez». Rodeamos aquel gran edificio, entramos por un costado que según recuerdo era la entrada de urgencias, de nuevo mi madre dio mis datos y los suyos, esperamos un poco y luego pasamos, la verdad es que no estaba concentrado en nada, estaba como ausente, no distinguía los sonidos de las personas hablar, ¿Alguna vez has estado bajo el agua?¿Recuerdas los sonidos de la superficie? Así escuchaba todo, como si estuviese bajo el agua, todo se escuchaba tan distante y de alguna forma, borroso. Cuando volví en mí, estaba apoyado en una barra al fondo del pasillo por el que entré, detrás de la barra había varios médicos, atendiendo pacientes, como si fuesen cajeros de banco, me miraba una mujer muy atractiva, con el cabello rojizo y las raíces negras que evidenciaban su falta de tinte, sus labios eran rosados y pequeños, su boca la adornaba un discreto lunar a la izquierda de esta, algunas pecas en sus mejillas hacían que su piel blanca se viera hermosa, lo que me hizo dejar de divagar fueron sus ojos verdes, fríos, seguros y porqué no, mortales.—¿Alejandro?—Su voz era angelical—. ¿Perdón?—dije en un titubeo—. Sí, Alejandro Garrido Avelar, es tu nombre, ¿Correcto?—Noté su tono impaciente—. Sí, lo siento soy yo—Sonrió y me dijo—. Bien Alejandro, leí el expediente que me dieron en recepción, conozco un poco tu situación, pero quiero que tú me lo expliques, ¿Por qué estás aquí?—Me hizo un gesto invitándome a contarle, con la voz entrecortada y aún titubeante comencé—: Yo, bueno—tartamudeé—. Tranquilo, tómalo con calma y cuéntamelo.—Respiré y proseguí—. Intenté suicidarme esta mañana, en la madrugada para ser más preciso.—Miré hacia abajo avergonzado, como si intentar quitarse la vida fuese algo de lo qué apenarse—. ¿Cómo lo hiciste?—Levantó un poco las cejas—. Corté mis muñecas, de forma vertical y tomé varias aspirinas como anticoagulante…—Seguí mirando al piso—. ¿Me enseñas?—Alcé mis mangas y le mostré mis heridas—¿Es un comportamiento habitual en ti?—No, es la primera vez.—¿Con qué te hiciste las heridas?—Con un cuchillo de cocina—¿Por qué sólo cortaste dos veces en tu brazo derecho?—Porque no soy muy hábil con el izquierdo—Ocultó la sonrisa que le causó lo que dije—. Muy bien Alejandro, toma asiento por allá, mientras lleno algunos papeles y se los entrego a la doctora que se encargará de darte la consulta.—Di media vuelta y fue ahí cuando por fin puse atención a la gente de ahí, caminé entre ellos, me senté en una serie de tres sillas metálicas de la sala de espera, mi madre se sentó en frente, le puse atención a los pacientes que llenaban la sala, era como una especie de carnaval de mal gusto.—Yo no pertenezco aquí, ¿Por qué estoy aquí? Esta gente está en otro nivel, no pueden mezclarme con ellos, no soy como ellos, no pertenezco… No pertenezco… O sí, no lo sé, ya no estoy seguro, no estoy seguro de nada, sólo quiero dormir.—pensé.






Hola, a quien quiera que lea esto, una disculpa por terminar así, no es el final, es sólo que ya me cansé de escribir, el brillo de la pantalla me está lastimando los ojos y la verdad es que ya me aburrí por hoy. En breve trataré de escribir la continuación de esto. ¡Gracias por leer!


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