Las máscaras de las otras

Las máscaras de las otras

Luciana Ghilardi

22/03/2024

I

Si me pierdo y no te reconozco no te asustes, soy la otra,

la otra que me habita.

Si lloro sin motivos durante días y parece que nada me conmueve no te asustes, soy la otra que se pierde.

Si la cólera me invade, huye, soy la otra, que no encuentra sosiego.

Si aun así pretendes quedarte no lo hagas te perderás en un amor maldito.

Si buscas quedarte ya es tarde, las otras y yo, hemos penetrado

el abismo en llamas.

II

He de caer, mientras la herida sangra, aún duele.

La condición irónica de los dioses retorna.

La pulsión de muerte me ha hechizado y el barquero espera insaciable.

III

Arde en mis poros tu ausencia.

Nada consuela.

Nadie me espera.

El llanto en mis ojos se apaga.

La vacuidad corroe mis entrañas.

IV

La noche, la intensa madrugada, el silencio de estrellas.

Ausente, desconocida,

ya no soy la que supiste amar.

Envuelta en una mortaja suplico que se detengan los relojes.

V

Una sombra me persigue, me arrastra a un abismo y me inclino hacia él.

La madrugada me sorprende, las tres en el reloj, el temor me abruma.

Sola, no hay remedio alguno, los recuerdos se expanden.

Me fundo con la noche, nada queda.

VI

No dejes, Jano, que olvide mi pasado y abre las puertas.

No temeré, caminaré hacia mi destino.

No claudicaré.

Sé que habrá que batallar.

Los jueces darán su veredicto.

La verdad será mi bandera.

Mi voz será la voz de todas.

VII

Camina penando, un callejón despoblado.

Las horas se desdibujan.

La pulsión acelera sus pasos.

Calla un secreto que la condena.

La prisión que ha erigido.

Confinada se derrumba.

VIII

Caes sobre el cemento frío, los latidos se multiplican.

La voz enmudecida, un cuerpo mutilado.

Un sepulcro espera ese cuerpo desangrado.

IX

Cautiva de una manía, tus ojos no lo percibieron.

Me desnudaste a besos, me entregué a tus excesos y a los míos te arrojé.

Un día me amaste, me proclamaste tuya.

Pero no sabías que esta diabla iba a envenenarte.

Me ausenté, negado en vano me esperabas.

Lejana me volví, ausente, mentirosa.

Asfixiado por un llanto, te azoté de soledad.

X

No ames a una como yo,

puedo embrujarte con historias inventadas,

dibujar mi silueta en tus brazos y besarte sin prejuicios.

No ames a una como yo,

sólo verás uno de mis rostros

cuando me vuelva oscura y taciturna.

No ames a una como yo,

te abandonaré, me llevaré tu alma

y caminarás perdido.

XI

Tus verdes ojos, tu boca ardiente.

Una mirada, mil promesas.

Mil mentiras.

El castigo de los amores de encierro.

XIII

Una mala conjugación de arrebato y placer.

Malas compañías.

La compulsión excesiva.

La expresión de un dolor silenciado.

Horas y horas trazaron una unión fortuita.

No hubo entonces, no hubo amanecer.

En la inmensidad de la noche se oye aún su llanto.

Ella sigue en la sombra, destila veneno, profana la vida.

XIV

En una blanca noche se quitó la vida.

Su cuerpo yacía en el frío cemento.

Los libros de siempre en el escritorio.

El cenicero rebasado.

Una botella de agua.

Una hoja escrita con trazos temblorosos.

No hubo velatorio, no hubo tumba ni flores.

No merecía nada más que la muerte.

XV

Su figura se esconde entre las llamas.

Ella es el combustible que aviva el fuego.

Se condena cada día.

Nada, nadie, le da tregua.

Desierta, enloquece

en el laberinto de su mente.

XVI

Quisiera ver mi cuerpo perderse

en los precipicios de las altas montañas.

Ahogarse en las aguas del río que baja tormentoso y helado.

Mutilado por el filo de las dagas

desangrar hasta la inconciencia.

Destruir la utopía,

no haber nacido.

XVII

Te regala una quimera y en ella te abandona.

Te habla de amor pero no de amar.

Te engaña, sigilosa, con besos y palabras.

Te entrega su cuerpo y sucumbe a tus deseos.

Es un misterio cuando calla, su silencio es invasivo y te arroja a la duda.

Habitada por una multitud, no sabrás quién fue ella.

XVIII

Veo tu rostro en mis sueños,

los versos de Girondo en las escaleras,

las caricias urgentes.

La imposibilidad de amarnos.

XIX

La indiferente mirada.

El abrazo tibio.

La palabra ausente.

El beso esquivo.

La censura de este martirio.

XX

Un rumor, los ecos de una voz silenciada.

Un martirio, una pena que no cesa.

El recuerdo que el olvido no borra.

El llanto oprimido en el pecho.

Lo que fue, lo que no es.

Lo que no alcanza, lo que no pudo.

Los fracasos, las batallas desmedidas.

Los sueños y sus misterios psicoanalizados.

Las confesiones, las prohibiciones, las reglas, la absurda monotonía de una vida sumida al orden y a la disciplina.

Las internaciones, las múltiples interrogaciones sin respuestas.

Este eterno retorno, las manías, las hipomanías.

Zozobrar en la vida, en medio de las sombras, con un rostro que llora y ríe, con una mente dividida.

XXI

Una noche le confiesa su guarida.

Bebe vinos rojos y baila con él.

Anaqueles de libros la cobijan.

Lugares en el mundo la amparan.

Ella se encuentra, ella está a salvo.

XXII

Bosquejos de sombras en lo profundo de la habitación.

Asaltan el sueño, la quietud.

Las medicinas no son suficientes.

No hay salvación para

las elegidas.

XXIII

Las balas zumbaban en medio del campo de batalla.

Ese día las heridas sangraban un poco menos que ayer.

Acunada en sus brazos, el tiempo se detuvo.

Un sollozo, un suspiro, un alma que se eleva.

XXIV

Adormecí por días mis pensamientos.

Me escapé de mí.

De los otros.

De la culpa y la injuria.

Casas de largos corredores

de blancas paredes, sin ventanas, ni puertas.

Un jardín de flores amarillas, el aljibe, los besos y una caricia.

Atardecer de un tiempo aletargado.

Celebración y conjuro

de un claustro correctivo.

XXV

Tus manos dibujan un mapa secreto,

líneas de incontables deseos.

Un juego de espasmos, la concupiscencia entre las sábanas.

El rito comienza, no cesa, cada vez más fuerte, intenso, los gemidos se expanden.

La pequeña muerte aclama.

XXVI

Viaja descalza y liviana,

levitando por bandida.

Una copa vacía

se colma de viejos venenos.

Perdida en una máscara,

distante.

Queda varada,

sin consuelo,

por bandida

,

XXVII

Un jazmín blanco.

Un jardín encendido.

La llama consume las flores.

En la pira se deshoja.

Un fuego desbordado

quema su nombre.

XXVIII

Mi sangre, la sangre de mis entrañas.

Lágrimas de sangre, palabras de sangre.

Mi voz se desangra.

Mis manos, una daga, la sangre brota en silencio.

Un cielo rojo de sangre.

Mortajas rojas de sangre, hálito de sangre, exclama mi muerte.

XXIX

No hay refugio, no hay comunión posible,

No hay maná del cielo.

El castigo divino arremetió feroz.

XXX

Seré la noche, seré la ausencia.

Me iré callada, me iré descalza.

No diré tu nombre, no diré mi nombre.

Mi amor te olvida, mi amor se acalla.

XXXI

Ella no encuentra consuelo

al tormento que la desvela.

Ella se oculta en un blanco velo.

Ella llora cada noche por

la pérdida y la ausencia.

Ella se oculta entre versos ajenos.

Ella es el pecado, la vergüenza.

Ella es impredecible.

Ella está muriendo

y no lo sabe.

XXXII

Una noche cualquiera,

enajenada, no vuelve.

Camina perdida y sus gritos se esparcen.

La brisa alivia.

Serena cae.

La muerte la abraza.

XXXIII

Símbolos, signos de

de una trama inconclusa.

Un poema desierto.

La paradoja de una vida

que gravita en los mares

que son muerte y olvido.

XXXIV

No pronuncies más mi nombre.

Llévate tu sombra.

No me confundas,

muéstrame tu rostro.

No respires tan cerca,

no llegues a mitad de la noche.

No alteres mis sentidos,

no camines a mis espaldas.

No me robes la cordura,

no me asustes.

Ya no tengo quien me ampare,

ya no tengo quien me cuide.

La noche es larga,

los días duelen.

Y estoy tan sola.

Y estoy tan sola.

XXXV

La foto en la lápida.

El florero sucio ya sin flores.

Las cenizas que el viento eleva.

Una hoja seca en el otoño.

Así percibo mi existencia.

Espero que la muerte no tarde.

Espero que el dolor termine.

XXXVI

La misma máscara,

la mía, la de las otras.

Inquieta me asomo al abismo.

Mi noche blanca.

El destierro,

los amores fallidos.

La pulsión de muerte.

La sangre que fluye

y el encuentro pactado.

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