Las manos de papá

José E. Díaz F.

Las manos de papá,
las que me sostuvieron el día que nací,
las que me alzaron cuando el suelo me vencía,
las que secaron mis lágrimas sin decir palabra.

Manos fuertes, manos sabias,
que trabajaron sin descanso,
que me enseñaron el valor del esfuerzo
y el poder inmenso de la ternura callada.

Hoy esas manos tiemblan,
marcadas por el tiempo,
por los años que pasaron como el viento,
por los días que dejaron huellas de amor en cada gesto.

Y aunque el temblor del tiempo las haya alcanzado,
siguen protegiéndome desde lejos,
levantándome cuando caigo,
abrazándome desde el cielo con la misma calidez de siempre.

Porque las manos de papá
no mueren, no se apagan,
viven en mis pasos,
en mi fuerza,
en mi corazón agradecido.

Las manos de papá
siempre estarán ahí,
guiándome con amor eterno,
aunque ya no pueda verlas,
aunque el cielo las haya reclamado para acariciar las nubes.

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