Las lágrimas de ámbar
En un mundo distinto al nuestro, donde los árboles tienen forma humana y viven en total armonía con su ecosistema, un retoño comenzó a crecer cerca de las sombras de sus padres. Los creadores de esta pequeña criatura eran árboles que secretaban un almíbar que cumplía con la función de nutrir a otros seres vivos; pequeños y diversos animales se alimentaban de esta sustancia, por lo que los alrededores estaban llenos de vida animal y vegetal.
Al transcurrir los años el retoño, a quien llamaremos Ámbar (porque estas criaturas se comunican de forma no verbal por lo que, técnicamente, no tienen nombre), creció hasta alcanzar la forma de un pequeño y joven árbol. Ámbar estaba ansiosa por el comienzo de la primavera, pues esta vez había alcanzado la edad en que comenzaría a generar el almíbar que serviría de alimento a tantas otras criaturas. La primavera era una fecha especial, ya que las especies que hibernan suelen dar a luz en el proceso, así que Ámbar recibiría a muchos animalitos nuevos entre sus ramas.
Al caer los rayos de sol que se abrían paso atreves de las nubes hasta hacerlas desaparecer (que era una de las señales de que el invierno se terminaba), muchos animales comenzaron a emerger desde sus escondites para buscar alimentos. Ámbar estaba muy feliz esperando que se acercaran y la emoción le hizo comenzar a generar, por primera vez, la ansiada sustancia. Y aunque el almíbar que producían sus padres es muy parecido a la miel que producen las abejas y otros seres de este mundo, la de ella tenía un color azul muy bello.
Una gran sorpresa se llevó Ámbar al ver que el almíbar que producía alejaba a todas las criaturas que pretendía atraer. La impresión le hizo cortar de golpe la producción de este y buscó explicación en sus experimentados padres, los cuales le hicieron una señal para indicarle que debía irse. Ámbar estaba tan dolida que comenzó a llorar, y resultó que sus lágrimas eran la sustancia que tanto deseaba poder entregar.
Ahora la situación era más frustrante, no tenía sentido, y los padres de nuestro joven árbol lo sabían. Le acariciaron el rostro, secaron sus lágrimas y con una triste sonrisa le volvieron a señalar que no podía quedarse. Ámbar sin entenderlo del todo, se fue del lugar que la vio nacer, dejando atrás a los árboles que le ayudaron a crecer. Muchas aves y mariposas le siguieron por kilómetros, pues le tomó mucho tiempo dejar de llorar.
No existen animales en este mundo que le hicieran algún daño a los “árboles errantes”, ya que su función era dar oxígeno, hogar y alimento a todo el resto de seres vivos. Entonces ¿de qué sirve un árbol que aleja a las criaturas y debe sufrir para atraerlas?— Pensaba Ámbar — mientras caminaba sin rumbo. Recorrió grandes distancias sin encontrar consuelo, al final sus lágrimas terminaron siendo una molestia, así que con el tiempo aprendió a cargar su tristeza sin mostrarla.
Ámbar llevaba mucho tiempo andando sola hasta que un día, en su recorrido sin rumbo, se encontró con la frontera de su ecosistema. Frente a ella las plantas que seguían adelante eran un misterio, pues nunca las había visto antes; otros colores y formas extrañamente atractivas se erguían de aquí para allá. Encontrarse con un nuevo paisaje le sacó una sonrisa genuina, pero luego volvió a entristecer cuando se dio cuenta que no tenía nadie con quien compartir la experiencia.
Ya nada importaba, y nada tenía sentido — ¿Por qué no ir a lo desconocido? — pensaba Ámbar, mientras maravillada, se adentraba por el nuevo paisaje. Lo primero que le llamó la atención fue que no se veían animales alrededor; “uno que otro” escarabajo revoloteando de árbol en árbol. Recorrió en dirección recta el bosque hasta el atardecer, sin encontrar criaturas que jugaran, corrieran o incluso depredaran cerca. Solo quedaba esperar la noche, pero eso podría ser aún peor, porque en la noche la mayoría de los animales se ocultaban.
Cuando el cielo se tiñó de negro, un nuevo y extraño suceso sorprendió a Ámbar, muchas de las flores que había visto en su recorrido habían cambiado de forma y junto con ello, muchas comenzaron a irradiar una tenue pero agradable luz. La escena fue tan maravillosa y conmovedora que Ámbar no pudo evitar comenzar a producir el azulino nutriente culpable de todo este solitario viaje, pero, que importaba ya…
No lo podía creer, muchos, variados y muy bellos animales comenzaron a salir de todos lados, todos siendo atraídos por la sabia de Ámbar. Mientras estaba contemplando la escena, varios árboles a su alrededor comenzaron a moverse y a estirarse, era hora de abrir los ojos para ellos. Todos estaban sorprendidos de ver a la visitante, a quien, al ver, le dedicaron una sonrisa.
Los lugareños, luego de desperezarse, comenzaron a generar la sustancia que nutria a este ecosistema. Bellos brillos azules se formaban en el reflejo del nutriente con la luz de las flores y las estrellas que parpadeaban levemente a su alrededor. Ámbar parecía como si fuera una más, estaba conmovida y muy feliz, este parecía ser su lugar.
Un joven árbol que estaba próximo, le ofreció una mano a Ámbar para que pudieran comunicarse. Estas fascinantes criaturas se comunican no solo con parpadeos, leves movimientos de sus manos, sino que también con pulsaciones que pueden emitir a través de sus raíces. El árbol con quien se tomó de la mano le dijo que la esperaban; eso le llamó la atención pues — ¿cómo podrían haber sabido? —.
No le dio mucha importancia, pues ella sabía en el fondo de su corazón de que había sido aceptada y no quería irse, así que cuando la invitaron a quedarse ella aceptó sin pensarlo mucho. Le soltó la mano a su nuevo amigo y disfrutó de su labor como siempre soñó que lo haría, con una sonrisa y llena de alegría.
Cuando un árbol crece y encuentra un lugar cómodo para vivir comienza a echar raíces dentro de la tierra. Ámbar al sentirse en su hogar decidió plantar sus pies en el suelo y dejar que sus raíces crecieran. Al entrar más profundo se encontró con una gran red de raíces a la que se podía unir. Sentía como las pulsaciones recorrían su cuerpo — ¡todo estaba conectado!— era una sensación de profunda conciencia.
Y ahí estaban ellos, esperándola, sus padres jamás la dejaron a su suerte; siempre supieron por dónde andaba, pero ella que aún era joven para entrar a las “grandes raíces”, no lo sabía. — No importa que tan lejos te lleven los pies, siempre estaremos conectados— le decía su madre. — ¿ahora entiendes por qué no te podías quedar? —le preguntaba su padre. Ahora todo estaba más claro para Ámbar que comenzó, emocionada, a llorar. A llorar, lagrimas azules.
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