Las gallinitas de Cati

Las gallinitas de Cati

Danrisvi

25/04/2025

Por fin, una mañana fresca después de tantos días de un calor infernal. Febrero se había convertido en un adelanto de lo que podría ser el mismísimo infierno, pero hoy, al menos por unas horas, el clima daba un respiro.

Incluso las gallinas parecían de buen humor. Cati las veía moverse con más energía en sus pequeñas jaulas, como si también estuvieran celebrando la tregua del calor. El gallinero estaba dividido en cuatro sectores, donde vivían los gallos y gallinas más grandes. Además, había otras cuatro jaulas más pequeñas para las gallinas jóvenes.

Entre ellas, había dos gallinitas particularmente tímidas que, por tamaño, hacía rato deberían haber ascendido del monoambiente al penthouse , como le gustaba decir a Cati cuando hablaba de su gallinero. Porque sí, en su mundo, cada rincón tenía su categoría: estaba la zona VIP, el espacio más amplio donde las gallinas podían correr sin chocarse, y luego el sector popular, donde la convivencia era más… ajustada.

Hoy era un buen día para mudar a las dos gallinitas. El ambiente estaba tranquilo, y parecía el momento perfecto, ya que, hasta ese momento, ninguna de sus futuras compañeras había intentado picotear a otra, lo cual era un récord histórico.

Cati hizo el traslado y se quedó al lado del gallinero, expectante.

El recibimiento fue todo menos cálido. Un pequeño gallito, con el pico y alas desproporcionadamente grandes para su cuerpo, lo que le daba un aire temerario, corrió furioso a atacar a una de las recién llegadas. Pero la gallinita, demostrando reflejos dignos de una atleta olímpica, esquivó los picotazos y se metió en un hueco junto a la entrada del gallinero.

Y qué entrada. La «puerta» no era más que una chapa oxidada, las paredes estaban hechas de pedazos de tejido de alambre remendados con alambres aún más oxidados, y los huecos estaban tapados con lo que parecían ser fragmentos de una puerta vieja de madera. El techo, por su parte, resistía de manera milagrosa, sostenido por tirantes agujereados y una colección improvisada de cartón, maderas y hasta un cuadro con un mosaico de cerámica, que quién sabe cómo había terminado ahí.

Su hermana por su parte, corrió detrás de ella e intentó también meterse dentro del hueco, intentó desesperadamente, aunque solo pudo esconder su cabeza, dejando atrás todo su cuerpo.

De alguna manera, todo se mantenía en pie. Igual que las gallinitas, que, aunque en un nuevo espacio, seguían luchando por su lugar en el mundo, sin saber que ahora también deberían luchar contra sus vecinas: las ratas.

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