Las fotos del último día.

Las fotos del último día.

B

25/04/2020

Las fotos narran un presente que, en su día, sí existió. Ahora, solo puede conformarse con ser un recuerdo remoto atrapado en un pasado gris. Ese color apagado no representa cómo viví esas imágenes, pero es la realidad de lo que ocurrió después. Sino, la sonrisa que se me ilumina en ellas no se podría calificar de inocente y espontánea, Pepe. Las lentes todavía no tienen la capacidad de captar sensaciones, pero yo las llevo tatuadas cuando revivo interiormente lo que pasó. ¿Cuántas parejas tienen un reportaje de fotos del último día de su relación? Pocas. Y podría ser una tortura para muchos, incluida para mí. Pero no es el caso.

Te escribo a menudo. No es fácil llevar la muerte de alguien a las espaldas, y más cuando todavía no entiendes por qué ocurrió todo. Cualquier lector que haya dado con este texto, se imaginará la situación más tétrica de todas, mas no hablo de una muerte física, sino emocional (la cuál, no es menos lúgubre por ello). Sentí un balazo en el pecho cuando me abandonaste por ella. Y la cicatriz, aunque esté dentro, a veces me da por acariciarla. Nadie muere por amor, pero por si acaso, intenté matarte en mi interior; no quería que la tortura de tu recuerdo me persiguiera. He escuchado muchas veces el dicho de lo que no te mata te hace más fuerte. Sin embargo, hay partes dentro de una que sí mueren. Y parecen no volver a despertar.

Esas fotos (las cuáles me da por analizar algún domingo porque me cuesta reconocer a la chica que aparece en ellas), me hacen revivir lo que era realmente amar a alguien. Llevábamos casi dos años, vivíamos juntos, y aún tenía una sed insaciable de seguir conociéndote y sorprendiéndote. La monotonía no entraba en nuestros planes, y por un largo momento, creía que podrías ser el amor de mi vida. Sé que eso me pasó porque fuiste mi primer amor. No mi primera pareja (lo cuál a día de hoy me resulta curioso), pero sí la primera persona que me complementó en todos los ámbitos de mi vida. Quiero tener la esperanza de que algún día me enamoraré de alguien con la misma intensidad. Y digo quiero, porque siempre se quiere lo que no se tiene. La duda es tan grande como la que animan mis palabras; me extrañaría volver a sentir el amor como a los 19. Pero, por otro lado, sé que con un poco de suerte me toparé con algo mejor.

Me gusta mucho leer el lenguaje no verbal. Se dice más con una mirada que con un texto. Y estas fotos dicen mucho más de lo que creemos. Veo tu mano en mi cintura. Tu sonrisa. Tu postura al tenerme al lado. Ahí todavía se me incendiaba la piel cuando la tocabas (aunque ambos sabemos que ni siquiera hoy ha dejado de hacerlo). Todavía siento las risas, y un profundo sentimiento interior de despedida. Tú sabías que ese era el último día que íbamos a estar juntos. Y yo también. La contrapartida es que sé con certeza que, incluso con esa sensación vagando por tu cuerpo, conmigo te sentías como nunca, en casa. Y yo también.

Todo el mundo comete errores. Tras estar, según mis cálculos (voy a ser economista, no me califiquen de sociópata) unos nueve meses con ella (viajando, durmiendo, mezclando amigos e incluso familia) decidiste que era un buen momento para intentarlo de nuevo conmigo. En todo ese tiempo separados, yo estuve limando mis asperezas, luchando contra mí misma. Estaba embarazada de una paz mental absoluta que estaba al borde de nacer. Justo cuando iba a dar a luz y a sentir te había olvidado, como si de una película predecible se tratase, decidiste llamar a mi puerta. No me gusta ser el segundo plato para alguien que era mi prioridad. Siento que se me pudre el alma ante la semejante decisión de hacer como si nada. Perdonarte y seguir como si ese año de por medio (tú con ella y yo conmigo, superándote), no existiera, nunca ha sido una opción que me haga feliz. A muchas mentes les cuesta entender cosas que ellas no han hecho y creen que no harían. Tras la ruptura, a ti te costaba entender mis noches de divorciada (entiéndase tal término por aquellas noches de las que una no se siente orgullosa, consecuencia directa de estar perdida tras un duro golpe en el autoestima), y a mi me costaba entender tu forma de ver la vida, de relacionarte contigo mismo y con los demás.  Sin embargo, no quiero entrar en mayor debate del que supone ya mi reflexión. Entiendo que te fijaras en otra chica, no soy perfecta. A veces he tenido la tentación de intentar comprender por qué me despreciaste tanto sin motivo, por qué tardaste tanto en volver. Creo que ni siquiera tú lo sabes, y es una maldición con la que yo no pienso cargar.

Para superar, hay que perdonar. Es lo que siempre he escuchado, y no hay mayor verdad que esa, pero no es absoluta; hay que saber desde qué perspectiva mirarla. Una vez me dijiste que, si yo te quisiera perdonar, podríamos volver a estar juntos. El punto de vista realista es el siguiente: una se perdona a sí misma lo sufrido, lo soportado. Alguien que apretó el gatillo señalando a tu pecho, por mucho que lo perdones, nunca va a hacerte sentir otra vez la paz que antes saboreabas. Es propia supervivencia, y más cuando tuviste que coser, a solas, la herida que nunca viste venir. No hay otra forma de superar estos temas que estando sola. Como he comentado en el párrafo anterior, tuve varias noches de divorciada, buscando desesperada tu boca en otras. No le ocurre a todo el mundo, pero a mí me pasó. Afortunadamente, esa etapa acaba desapareciendo, normalmente, sin que te des cuenta. Y cuando pasa, la soledad entra sin llamar. Te arropa y la sientes en lo más profundo de ti. Es cuando decides ver las fotos, y recordar qué era tener otra alma cómplice a tu lado, porque ya no lo recuerdas. Se te queda en la boca un lejano aroma a pasión y tranquilidad. Te quedas sentada, mirando como la vida pasa, hasta que te acostumbras a no tener unos brazos que te transmitan el sosiego que no logras encontrar en ti. 

El amor y el dolor de una traición no son incompatibles. Cualquier ser humano puede seguir queriendo a alguien que le defraudó, como un perro abandonado que intenta volver a casa. La única diferencia respecto a este animal, es que nuestra mente y corazón se dividen. Eso ocurre porque nos enamoramos de la idea que tenemos de las personas, de lo que nos transmiten con hechos y palabras. Cuando llega la traición, sentimos un profundo síncope que es complejo de estabilizar: una parte de nosotros siente esa sed al recordar, y al mismo tiempo la otra nos grita que, si hay que recordarlo, es porque no existe. Un símil bastante acertado es que esa persona muere para nosotros, mientras el éxtasis que un día probamos nos persigue. Es como pedirle a alguien fallecido que reviva, aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas, si alguien muere, no puede revivir. Y hace falta caerse en la misma piedra para llegar a la siguiente conclusión: hay engaños que no tienen vuelta atrás. Mi caso es muy particular: quisiste suicidarte de mi vida cuando yo luchaba porque vivieras.

Amar y sentir dolor, por tanto, no es algo incongruente. La persona que un día conocimos, aunque siga con el mismo rostro en la actualidad, se queda vagando por algún lugar de nuestra memoria; y es necesario pasar el luto. No hay mayor angustia que darte cuenta de que no conocías realmente a la persona. O quizás, sí, pero decidiste ignorar esa parte demasiado tiempo, cerrando los ojos y «perdonando» bombas que al final explotan.

Aún tengo aquí las fotos que pasamos el último día juntos. Parece que era un pasado gris porque mi amor propio no se estiraba lo suficiente. Sin embargo, me enseñan un presente más vivo que nunca: de esa chica está evolucionando una mujer que lucha por no volver a cometer los mismos atentados contra sí misma. 

Gracias por aparecer en mi vida, Pepe. 

Te voy a apreciar siempre, estés donde estés. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS