Los minutos del reloj marcaron las 10 a.m. Hilario sentado en su misma silla de siempre, contemplaba el paso del tiempo como si de un niño que espera que le den un dulce se tratara. Estaba preparado desde las 8 a.m., se despertó temprano, la ansiedad no lo dejo dormir bien, ni bien abrió los ojos sabía que ese era su día, se levantó de la cama a su ritmo, pues claro, teniendo casi 80 años cada movimiento cuesta el doble, pero su fuerza de voluntad era absoluta, se miró al espejo, se lavó los dientes, se mojó la cara y se peinó como solía hacerlo cuando tenía 30 años, siempre le importo la mirada estética de su apariencia, luego camino hacia la escopeta, agarrándola con un pequeño sentimiento de nostalgia. “Hay vieja amiga, hoy tendré que usarte otra vez” decía don Hilario a la escopeta como si le hablara a una mascota con la que guardara un gran aprecio. Caminando a su paso, con escopeta en mano, coloco la silla en frente a la puerta de entrada a la habitación y se sentó aguardando el momento en que la abrieran.
-¿Qué se piensan estos insolentes, que me iba a quedar así por siempre?, me harte, no serví a la guerra ni estuve en el servicio militar al divino botón, como para que ahora tenga que bancarme como me hacen dormir todo el día o ir al patio a simplemente ver el sol, ni siquiera la lluvia puedo sentir. Oh la lluvia, como esa lluvia en el cuarto de guerra, aquella mañana del 4 de octubre, no voy a olvidar ese olor a tierra húmeda y el ruido de las gotas golpeando contra el suelo, me gustaba peinarme debajo de esa agua tan natural. Y ahora estos imbéciles me dicen que no puedo mojarme, que me va a hacer mal, ¿Mal a mí?, que carajo les pasa por la cabeza, si supieran a la gente que tuve que matar para servir a mi país y esta manga de cuadrados me ordenan que me meta adentro por la humedad, por favor – Decía en voz baja el hombre con un tono enfurecido.
La bronca de Hilario trascendía por las paredes de la habitación mientras le hablaba al aire, siendo quizás hasta comprensible su pensamiento, que es lo que hace un alma tan castigada por los acontecimientos de la guerra encerrado en una habitación y adiestrado como un perro, el quite de su libertad era lo que lo marcaba y lo enfadaba cada vez más, expresándose así no tan solo en el tono de sus palabras, sino también en el amarre de la escopeta.
-Me ordenan a mí, si supieran que lleve adelante con el mayor de los éxitos el comando de los barcos de la marina como si de toda la vida me hubiese manejado ahí, era intocable, palabra que yo decía, palabra que se obedecía en ese buque marítimo, si capitán, si capitán me decían a cada rato, pero ahora estos jóvenes que me ordenan no tienen ni la mínima capacidad de llegar a los talones de lo que alguna vez fui yo, ni la mínima decencia o muestra de respeto, pero esto se termina acá, esto lo soluciono a mi forma, me canse de obedecer como si un perro fuera, la voy a arreglar a mi manera.
Hilario veía el reloj que ya estaba por marcar las 11 a.m. y se ponía ansioso, sabía que esa puerta se abriría en 15 minutos y no le temblaba el pulso para hacer lo que su mente le ordenaba, y era obvio que no le iba a temblar, si fue uno de los mejores soldados en sus años como marino, si comando decenas de buque de guerra.
-Esos chicos no lo saben pero fui una leyenda en mis tiempos como marino, mi rol iba más allá de un simple soldado o marino adiestrado por los entrenamientos que otorga el ejercicio militar, yo era el capitán, el capitán Hilario sí señor, y me duele hacer esto pero ya está tengo que hacerlo, es hora de enseñarles de la peor manera como es el respeto, lo lamento por Florencia que ella si me atiende bien, sinceramente espero que hoy venga Julieta porque ella sí que me cae mal, pero si en tal caso es Florencia tendrá que sacrificarse por la causa, mil veces mate a gente inocente en guerra, padres de familia, hijos de una noble familia, jóvenes que tenían demasiado futuro por delante, hoy no es la excepción, debo hacerlo, debo disparar a la primer persona que cruce esa puerta sin que me tiemble el pulso- decía Hilario en voz alta como si estuviera dando un reportaje para algún diario local.
En ese momento se puso afligido soltando una lagrima que rápidamente la cambio por una cara de enojado y serio, retomando el agarre correcto de la escopeta, se preparó para ya apuntar hacia la puerta que se abriría en pocos segundos, “Lo voy a hacer, lo voy a hacer” exclamaba enfadándose cada vez mas . Y ahí fue cuando sintió como giraban el picaporte y abrían lentamente la puerta.
– Pa, pa pa – exclamo Hilario imitando el sonido de una escopeta
– ¡Hilario! ¿Otra vez me queres disparar?Ya te dije que tu bastón no es una escopeta, ahora a tomar la pastilla y a ver el sol al patio, dale que te ayudo –Exclamaba una amable Florencia levantando al viejo hombre y llevándolo al comedor del asilo
Así fue que la joven ayudo a Hilario a ponerse de pie con su bastón y lo llevo a ver el sol mientras preparaban el almuerzo.
– Otra vez estaba Hilario sentado con su bastón en frente a la puerta – Dijo Florencia mientras iba a la cocina junto con Julieta
– ¿Otra vez? Que personaje este tipo – Le respondió la joven
– Ahora siempre me pregunto ¿Cómo hace para el solo levantarse y poner la silla en frente a la puerta, si apenas conmigo puede caminar?- Exclamo Flor
– Que te puedo decir, estos viejos están locos – Decía una despectiva Julieta mientras colocaba los platos en la mesa.
Mañana siguiente, 10 a.m., Hilario permanece sentado en frente a la puerta nuevamente, “Hoy lo hago, hoy los mato” – exclamo, empuñando su escopeta y enfadándose cada vez más.
OPINIONES Y COMENTARIOS