La voz en el libro

La voz en el libro

Emily Ruiz

28/01/2018

Hay días en que suceden cosas raras, en que seres extraños salen o, al menos, intentan salir de sus refugios. El suceso en cuestión, si hubiera algo parecido en el mundo, sería una lengua con una vida independiente de la boca que la encierra, deseando conseguir su libertad a costa de arrancarse con los dientes; o algo así. Había una vez una voz atrapada en la mitad de un libro antiguo, su espíritu estaba unido a dos páginas de una historia olvidada; le urgía saber más y solía cavilar de la siguiente manera: No sé si estos personajes son los principales, parecen muy confundidos, pasan de la indiferencia a la amargura, la tristeza y la reconciliación en lapsos muy breves y solo cuento con hechos entrecortados. La voz existía sometida a una ley: Cada vez que lo carcomían las dudas y buscaba un lector se hacía polvo una hoja. El libro había pasado durante décadas por mercadillos y bibliotecas sin que nadie lo leyera, viejo como era, lo trataban de curiosidad o adorno y no de material de lectura. Una noche intentó convencer a una mujer que dormía cerca:

No temas, somos parecidos, mi casa es como tu casa solo que de dos dimensiones; mis deseos son como los tuyos, mas ninguno obedece a las necesidades de un cuerpo que no tengo. Necesito las palabras de la historia en la que estoy metido, y como no hay vista sin ojos, solo si otro lee puedo sentir lo que su espíritu siente y ampliar los límites de mi existencia. Mi casa es como tu casa, siento lo que sientes, pero tú estás con vida y yo soy un resto. He recorrido incansablemente cada signo y cada letra entre las sombras, no sé otra cosa, ni recuerdo nada más. Necesito un antes y un después, quiero que recorras los pasillos de este acertijo y desempolves las ventanas. No soporto una incertidumbre tan grande, dame un poco de aire y luz.

La mujer se despertó llamando a gritos a su marido.

¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? -preguntó encendiendo la luz de la habitación.

– Algo intentó tocarme –respondió temblando bajo una colcha.

– ¿Algo?¿No habrás estado soñando?

– Balbuceaba y parecía hablar en una lengua extraña, estaba paralizada de miedo.

– Debes haber tenido una pesadilla.

– ¿Has traído alguna cosa antigua?

– Humm… Este libro.

– ¿No quedamos en que ya no ibas a traer antigüedades?

– Es solo un libro, sabes que me gusta leer.

– Está en ruso -dijo mirando el libro fijamente.

– Es de un autor famoso.

– Bótalo de una vez; mejor quémalo, no lo vayan a recoger.

– Son las dos de la mañana.

Tras recibir una mirada convincente, tomó el libro y lo llevó a un parque. La voz había estado siguiendo la conversación expectante; aunque no entendía castellano, creía que al fin tomaban el libro para leerlo. Al sentir el calor de la cerilla acercarse, con un esfuerzo extraordinario logró apagarla de un soplo. El marido, después de varias cerillas, tuvo que buscar papeles por el parque para hacer una pequeña hoguera; lo que fue demasiado para aquel misterioso aliento. Finalmente logró encender el libro. Mientras creía todo solucionado y observaba cómo se consumía apareció su mujer desesperada: ¡Apágalo! ¡Apágalo que la casa se quema! ¡Veo el humo pero no sé de dónde sale! El hombre se sacó la camiseta para ahogar el fuego; antes de que pudiera hacerlo, surgió un diminuto torbellino de humo y unas sombras se revolvieron en el centro, el humo se disipó y escuchó salir la voz de su mujer del libro: Guárdalo. Al girarse a buscarla, vio una pequeña figura jorobada que huía dando brincos.

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