La verdad del espejo.

La verdad del espejo.

Daniel Barría

20/11/2017

A veces despierta en silencio, otras maldiciendo. Se mueve, se revuelca. Maldice entre balbuceos, mientras su saliva salpica las sábanas oscurecidas por la sombra de las cortinas que cubren las ventanas. A veces no sabe si ha despertado, otras, no le importa seguir durmiendo. Sea como sea, aprendió a temer al momento de despertar.

Hacía ya varios años que malogrado en las mañanas, vomitaba su propia cama, deshecho el hígado por las cuantitativas y desmesuradas ingestas de alcohol. Cada mañana el dolor de cabeza al abrir los ojos no le permitía moverse y parecía que las paredes se tornaban espesas, transparentes, de humo, como nubes densas de algodón gris empujadas por el viento norte, que se desplazan por el valle cubriendo todo a su paso. La sensación del estómago no era más grata, sentía que un puño le apretaba las entrañas, que una mano con fuerza inexpugnable le apretaba la garganta, y el abdomen rebelde pateaba y palpitaba intentando librarse de la fuerza opresora, mas no lo conseguía, y la garganta cada vez más apretada. En ese momento de pavor, la tormenta mecía el catre y los haces de luz que se filtraban por las cortinas se tornaban rayos ominosos que le quemaban las pupilas. El dolor era indescriptible. Parecía incluso que el cerebro buscaba escapar del hueso frontal, creando un caos en la sinapsis que le atormentaban con imágenes de escape y muerte. En ese momento, cuan figura mítica que lo socorre en la batalla, surgía el espasmo más grande que había sentido. Allí todo se tornó oscuridad. Los ojos se cerraron tan fuerte y rápido que limpiaron la retina de gotas saladas que luego corrieron por sus pestañas. La mano en la garganta pareció retroceder, la osadía del músculo estomacal la había liberado. Un respiro, un balbuceo. Un espasmo, un respiro. Una sustancia cargada de ácidos y vapores fermentados emergía de su interior, como un río enardecido que se abre paso con fuerza entre la lluvia. Las imágenes se habían disipado y un alivio momentáneo se posada en su espalda y lo acariciaba, mientras sentía la tibieza en los muslos que lo cobijaba tras el frío oscuro de la tormenta. Las nubes estaban frente a él, dentro de él, él era la nube. Nublaban sus ojos, lo hacía perder el equilibrio. Mecía su cuerpo levemente en movimientos erróneos y llevó sus manos al rostro. Se resfregó los ojos, mientras seguía meciendo su cuerpo, como si de un vals se tratara, como si danzar en la escala musical debiese. Poco suspiros y recobraba el aliento. La visión. El equilibrio. ¡Nunca más!-decía en voz alta, bostezaba y reíase luego, para terminar tocándose la base del estómago aún espásmico tras la expulsión, y lanzándose nuevamente bajo las frazadas con ligeros movimientos, porque había aprendido que perder el equilibrio causa mareos ante cualquier movimiento brusco. Se tapaba recurriendo a la posición fetal, produciendo alguna mueca que disimulaba y ocultaba en la almohada junto con las lágrimas de su dolor.

Por aquel entonces, mancebo e incipiente en la bohemia, las dosis que solía beber excedían en gran parte a las que puede soportar un cuerpo delgado de 65 kilos. Esa falta de experiencia unida con la rebeldía de la edad, las inseguridades y el absurdo, podría ser sino la causa que lo llevaba a cometer cada día un nuevo acto de suicidio. Pero había algo más allá o mas bien detrás de estos comportamientos. En la lejanía de sus ojos perdidos entre la bruma de las paredes-humo, el destello de las lágrimas caídas dejaba una huella imborrable en la mirada. La tormenta ya no estaba afuera sino dentro de él. Pero es más fácil olvidar que dar frente a las proyecciones del tiempo y la vida. Es más justo para el día a día desprenderse de las responsabilidades del mañana. Despertar no se trata del acto simbólico de solamente abrir los ojos. Despertar es tomar conocimiento de los elementos que te rodean. De la política, la consciencia, la moral. Los abusos, la violencia, el rencor. Bostezaba y se reía. Soñaba.

Es justo pensar que las consecuencias de los días posteriores, tras lo desproporcionado de las fiestas, fueron recreando este universo de odio y temor a despertarse. Aquellas malditas fiestas que cada mañana lo hacen tumbarse de espaldas y emular en cada momento a la obra de Kafka, pues parecía verse las pequeñas e infinitas patas de un insecto asqueroso y pegajoso al que le han salido parte de sus entrañas, que desesperado intenta darse vuelta pero el cuerpo y el aparato nervioso no le responde. Y esas malditas patas. Contorsionándose tan rápido que marea. Alli estaba aún ebrio, rodeado de vapores repugnantes, sintiéndose ridículo, mirando el espectáculo horrendo que había preparado. Vivía su pesadilla. Tras el desmayo que le producían los vómitos en todo este horrendo espectáculo dantesco y repulsivo, sin embargo, había instantes de sobriedad, pero que solo constituían el destello de una estrella lejana que se aprecia en el cielo, en que las patas se transformaban en manos y los ríos de sangre en vino. Porque no era el despertar lo que produjo este conflicto, porque en realidad no era ese dolor despampanante de estómago lo que causaba el agravio, sino las corrientes y los impulsos nerviosos de las sinapsis tras esa dura batalla en los campos de vino. Al cabo de un tiempo entendió sin embargo que eran los pensamientos. Los sueños y los pensamientos. Resultaba particularmente difícil saber cuándo soñaba y distinguir el recuerdo que producía esta experiencia onírica, de las vivencias borrosas infestadas de alcohol de la noche anterior. La maraña de experiencias de todo tipo complejizaba la categorización de ellas mismas, pues las diferencias se fundían con el malestar del estómago y el asqueroso hedor de los jugos gástricos en putrefacción, transformando todo en una gran nebulosa, en un universo caótico y fuera de control, que carcomía sus pensamientos, expulsaba gases, le angustiaba el pecho y apretaba sus patas pegajosas contra el abdomen de insecto que creía a veces tener. Otra vez esa extraña sensación de desesperación. El oscuro del cuarto y algo asqueroso adherido a mí. Ese soy yo. Intento darme vuelta, no puedo. ¡Y esas malditas patas!. En efecto, ¿qué distinguía a estas experiencias de sueño y realidad? Y una vez más el espasmo, el correr de las lágrimas, los movimientos rápidos, el vómito. Y una vez más los besos borrosos, y una vez más la chica a la que nunca se acercó, y una vez más: ¿esto en realidad pasó?.

El dolor y la causa no era sino la incertidumbre, y el motivo del conflicto acaso no fue éste también. Nada estaba claro, ¿de qué manera podía?, ¿no era mejor vivir así sabiendo que nacemos en el caos? ¿No era mejor disfrutar la serie de hechos que te llevó a estar donde estás y sacarles el máximo provecho? ¿No es acaso mejor llevar la corriente que enfrentarse a ella? ¿Lo importante es viajar en las proyecciones del alma o disfrutar el suelo cálido y certero de tus pies?. Pero allí estaba de nuevo, pasando la mano temblorosa, rociando con agua las manchas de un espejo que no podía disimular el horror de los rostros desfigurados que acostumbraban insultarlo, elogiarlo, besarlo, acariciarlo o golpearlo. Allí estaba, mirando un rostro desfigurado como los otros; párpados derretidos contenidos solo por unas grandes ojeras producto del abuso de sustancias, alcohol y largas horas de vigilia. Allí estaba, y el recuerdo de cómo llegó allí era parte ahora del sueño, del abdomen de insecto, de las paredes de humo, de la oscuridad del cuarto. ¿Era ya de mañana?. ¿Qué día es hoy?. Sin embargo algo había mal. Ahora no estaban los vómitos, ahora no dolía el estómago, no abundaban los gases fermentados, ni el dolor de las compañeras neuronas caídas en batalla, no estaban las patas ni las paredes de humo que cubrían la pieza, no había cosa alguna sino el olor a orina acumulada desde tiempos inmemoriales en los urinarios de un baño corroído por el musgo y la suciedad y desechos humanos. ¡Qué asco!. No podía echarle la culpa a la noche anterior, ni al desmayo tras las náuseas, ni al tipo que acaba de insultarlo por haber roto la cubierta de la taza. Allí estaba él, al frente, y solo podía mirarse, palpar, pensar, contemplar y preguntarse una y otra vez: ¿esto en realidad está pasando?; Y la sonrisa que desdibujó su rostro quedó volátil en el espejo. Perpetuada como imagen siniestra quedaron sus pupilas dilatadas. Y ante la expresión de espanto y horror, al notar que efectivamente había despertado, la silueta maltrecha de un joven corroído en el espejo se alzó como un demonio vengativo que lo abrasaba con su mirada.

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