Elena era maestra de grado por vocación, una antigüedad, de chica ya daba clases en el gallinero del fondo de su casa, y según cuentan, las gallinas después de tanto aprendizaje significativo se predisponían a poner más huevos.
Se recibió en la primera Escuela Normal Superior de la Argentina, en el 55, año complicado del país. Comenzó a dar clases en la escuela de Pueblo Brugo, por esos años era la localidad portuaria más importante de la costa y solo se llegaba en lancha. El río era la única vía de comunicación por ese entonces. Distaban unos setenta kilómetros de Paraná, donde vivía.
Le encantaba preparar sus clases, ella misma dibujaba y pintaba las láminas escolares. Sus compañeras decían que tenía la cualidad de poder identificar entre sus alumnos quiénes tenían problemas de vista o cualquier otra limitación y a los que les costaba comprender les daba clases de apoyo después de hora.
Se quedaba toda la semana en una pensión ansiando poder volver los fines de semana a casa porque estaba de novia con Carlos, Coco como lo conocían todos. Se le había hecho el hábito del ruego para que no hubiera tormenta porque la lancha no salía. Entre los encuentros se comunicaban por carta, se contaban lo que hacían y cuánto se extrañaban.
Elena dejó de dar clases cuando se casó con Coco, mi papá, tipógrafo de la Editorial Belgrano de Santa Fe, periodista deportivo de automovilismo y jugador de futbol de Sportivo Urquiza. Pero cinco años después enviudó, un trágico accidente volviendo de cubrir las carreras de Rafaela, se lo arrancó. Lloró tanto que no sabía qué hacer, si irse con él o quedarse conmigo. Quiso volver a dar clases pero los sueldos eran tan bajos que no valía la pena, le gustó la invitación que tuvo para aprender un oficio, el tejido a máquina, lo que venía en ese momento. Y volvió a trabajar, pero en casa, ganaba más y se quedaba conmigo, aunque es una forma de decir porque esa máquina no paraba de sonar, sobre todo de noche, y desde ahí creaba y hablaba con mi papá, así encontró la manera de estar con él. Entre la tristeza de su ausencia y su trabajo nos manteníamos en la casa llena de recuerdos.
Tiempo después, algo que dije la hizo reaccionar y entonces se produjo un cambio en nuestras vidas, nos mudamos; dejó atrás la tristeza, la nostalgia y los recuerdos, rejuveneció, se transformó y emprendió nuevos proyectos.
De grande, estudió maestra de manualidades y entonces enseñó el oficio y la pasión por el tejido, sus trabajos siempre se destacaron y quienes solicitaron sus labores los guardan y atesoran a pesar del transcurso de los años. Aún hoy me sorprenden amigos, parientes y conocidos diciéndome “¡el otro día encontré lo que me tejió tu mamá…está impecable!”.
Mientras ella enredaba su vida entre lanas y tejidos yo crecía, estudiaba y me divertía. En el nuevo barrio iba caminando a la escuela, mis compañeras eran mis vecinas y amigas. En el invierno comer mandarinas en el fondo de casa antes de ir a educación física, era un ritual, y cuando comenzaba el calor la playa estaba tan cerca que andar todo el día en maya era habitual, hasta hacíamos los mandados con ese atuendo. Hermosa época.
Pero desde hace seis años a Elena se le manifestó algo en la cabeza, neurológico dicen, saldo de tanto momento inesperado que trastocó su proyecto de vida y que la hicieron recomenzar, desde la nada que produce el dolor y la incomprensión de una pérdida. Comenzó a irse a otra realidad, a otra dimensión, a otro mundo… Y desde allí se está reconstruyendo, va levantando pedazos de vivencias todas desordenadas, dice que hay gente que la habla… a veces desde la televisión, a veces en los sueños… su ahijada, el médico de la familia, amigos que ya no están, mi papá… hasta el Papa Francisco, la hermana Marta Pelloni. En este último tiempo se “encuentra” con una maestra de la Escuela Normal Superior, que le dice que es La Única que se recibió, que para nombrarlo al Papa ella fue La Única que juntó mucha gente para que lo elijan, que es La Única alemana desde que se formó el mundo, que es La Única que se casó de blanco, vírgen…
Así es que, mi mamá es Única y nunca fue mía, es de todos los trabajos que entrelazó, de todos quienes la quisieron y quieren y de todos los recuerdos que le voy alcanzando. Quienes la atienden afirman que se acerca el momento en que mi Única mamá ya no podrá reconocerme pero voy a intentar que pueda recordarme en ese lugar de la casa donde comencé caminar y donde decidió que estar conmigo era mejor que irse con mi papá.
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