La última vez que te amé,
fue en silencio.
No hubo cartas,
ni promesas,
ni besos.
Solo un pensamiento tenue:
«que seas feliz, aunque no sea conmigo».
Te quise tanto,
que me olvidé de mí.
Te ofrecí mis días,
mi tiempo,
mi voz.
Te abrí mi mundo
sin pedir llaves de vuelta.
No fuiste espectadora,
fuiste parte de mi historia.
Y aun así,
te fuiste como quien nunca estuvo.
No entendiste que mi amor
no pedía perfección,
solo verdad.
Y fui tan verdadero
que hasta cuando me doliste,
te volví a amar.
Te perdoné sin que lo pidieras,
te escogí aún cuando no me veías,
te lloré
como se llora lo eterno.
¿Y tú?
Tú seguiste,
como si nada hubiera ardido.
Hoy no hay rencor,
solo vacío.
Ese hueco exacto
que deja alguien
que uno pensó que se quedaría.
Ya no iré por ti.
No por orgullo,
sino por respeto
a lo que me queda de alma.
Te vas,
y yo me quedo,
pero no igual.
Ahora soy quien aprendió
que amar también es dejar ir,
y que hay adioses
que valen más
que mil regresos sin amor.
OPINIONES Y COMENTARIOS