La sospecha
“Vas aquí/vas allá/
Pero nunca te encontrarás/
al escaparte…
No hay pociones para el amor
¿Dónde estás? ¿Dónde voy?”
(“Seminare “de Charly García)
Ella empezó a sospechar que, fuera de su pensamiento terriblemente racional, existiría algún tipo de magia. Fue luego de recordar dos sucesos que, aunque distantes entre sí, se le conectaron. Era muy vieja para bajarse de un paradigma y subirse a otro modelo pero estos dos hechos retintineaban en su oído derecho por las noches (a pesar de que era atea marxista desde la adolescencia) siempre después de que su nuevo vecino (que decía conocerla de antes) la llamara puntualmente a las 22 horas para preguntarle cómo estaba y si necesitaba algo, las escenas en cuestión se le presentaban acuciándola.
El primer acontecimiento fue a los ocho años cuando su padre las había llevado a conocer todas las cosas de plástico (una innovación entonces) en un negocio de Buenos Aires. Era una verdadera maravilla; botellas de plástico, flores de plástico, juguetes variados de plástico y no supo qué elegir. En cambio su hermana fue contundente; señaló a un pibito, acompañado por su abuela, y dijo con toda claridad: — Yo quiero a ese nene para mí. Inútiles fueron los intentos del papá para explicarle que no estaba en venta, que era uno más como ella, un comprador. El chiquito gritaba para soltarse de los brazos de la nena caprichosa que se lo quería llevar y ella chillaba cada vez que la vendedora pretendía que canjeara esa ocurrencia por una muñeca o un jueguito de té.
No recuerda si el hecho terminó a los sopapos o empujones pero fue difícil.
Lo increíble de todo esto es que con el tiempo, la hermana de la incrédula (llamaré así al personaje), después de abandonar a una pléyade de novios se casó con una versión, en grande, del pibito no comprado. Mismos ojos, misma boca, mismo color de piel, mucho más alto y con la voz cambiada. Este sí, no lloraba.
En otra oportunidad, la incrédula, ya mamá, había llevado a su hija a patinar. Solo podían realizar esta actividad los mayores de 10 años. Pero hete aquí que también la acompañaba su hijo de cuatro que se empecinó en participar. Ante la negativa de la entrenadora el chico se puso a llorar y se abrazó a una nena de dos años que esperaba a la mamá. No había forma de hacerlo entender que no podía llevársela a su casa, que no era el propietario de ese ser sensible. La incrédula estaba avergonzada y la patinadora aún más. Miraba al hermanito como diciendo ese perro no es mío. La madre de la niña solo repetía: ¡qué tierno! No terminó a los sopapos porque, ya para entonces, el maltrato infantil no era políticamente correcto pero sí con suaves tironeos hasta meterlo en el auto y cerrar la puerta lo más rápido posible y poner música a todo volumen para tapar los berreos.
Lo sorprendente es que años después este pendejito caprichoso se puso de novio en serio con una réplica exacta, un poco más alta, de la niñita aquella. Mismo pelo, misma boca, mismos ojos y con una voz chiquitita
¿Verdad que el corazón tiene razones que la razón no entiende? ¿Existirán las premoniciones afectivas? ¿No será que mañana se enterará que existen realmente el Niño Dios, los Reyes Magos, la cigüeña, el Viejo de la Bolsa, El dueño del sol, los dioses y todas las mentiras que contaron sus padres? ¿Habrá caprichos metafísicos? ¿Habrá voluntades que trascienden el tiempo, el espacio y las dimensiones conocidas? ¿Habrá universos paralelos? ¿Será la física cuántica una ciencia realmente? Si Dios existe ¿jugará a los dados?
¿Por qué piensa en esas cosas justo antes de adormecerse? Es pura casualidad, no existe la causalidad en este mundo cruel.
Intenta dormirse y suena el celular. Es el viejo de al lado que no tiene teléfono fijo y que quiere saber si está bien, si necesita algo, que insiste en que la conoce de antes pero que ella no lo recuerda porque nunca lo registró (esto último lo dice con tono de reproche), seguro que el hombre tiene Alzheimer .Antes de terminar la conversación se le cae el teléfono. De pronto todo se pone de un color…ya saben qué color, ese color, no pregunten. Busca con el tacto, sin ver, hasta que encuentra el aparato y siente algo raro bajo sus pies. Pone la linterna del móvil y ve con sorpresa allí, acomodaditos junto a la cama, los mocasines de su vecino de ese color que ustedes ya saben. La voz ya no sale del celular suena a presencia en su oreja derecha, alumbra la cómoda y ve sobre ella un portarretrato nuevo con una foto antigua (obviamente que no está en colores). Es una fotografía clásica de promoción de la escuela primaria y allí está, en la fila de atrás, a la derecha el vecino en versión púber y sentadita en el piso (mismos mocasines más chicos, mismo color, misma miopía) y ella con ropa de colegiala, dos estúpidas colitas con dos ridículos moños en la primera hilera.
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