LA SIEGA DE LOS MESES
Cagar sangre,
Vomitar sangre.
Estómago ulcerado.
Hígado cirrótico y labios llagados.
Mi ictericia es de babas y de páginas amarillas.
Dientes que castañetean de miedo ante sacristas.
No hay esperanza aséptica,
Tan cierto como que no hay cornada plenamente certera.
Si sufrir conllevara, al menos, ingenio,
¿Alguien hubiera agrietado su ceño?
¿Alguien hubiera larvado su fuerza y su empeño?
¿Cuántos amores, odios, deseos y frustraciones yacen sofocados?
Tanto da si están bajo tierra o deambulando.
¿Cuántos de ellos hubieran culminado en un labio o en una mejilla?
Y en cambio mueren intoxicados de sí mismos, podredumbre amarilla.
Los engañaron y tarde vieron la tramoya.
Cuellos, muñecas y sienes que se desvanecieron.
Orificios circulares en cráneos buscaron luz de claraboya.
Cuentos hepáticos castigados por cristales rotos de botella.
¿Cuántos ojos hipnotizados han sido despertados por los cuervos?
¿Por qué esa persistencia en colmar nichos, fosas y duelos?
Alisan con mano trémula aquello que fueron cabellos,
Ahora son amalgama deshilachada y fantasmagórica: anhelos.
Los pómulos ya despuntan y las cuencas anuncian oscuridad.
Se rascan con avidez tobillos macerados; lacerándose con saciedad.
Golpean dedos huesudos sobre rodillas torcidas.
Juventud o vejez no saben de edades, honorables o envilecidas.
Muerte de hojarasca y revivir de humus, aunque sea un sobrevivir zafio.
Son vanguardia popular que se consume en epitafios.
¿Quieren ignorar que hay tras la esquina del liño de cipreses?
Pero bien saben que todo llega con la siega de los meses.
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