No debería recibirla como lo estoy pensando, soy un viejo amigo, o un conocido, o algo…algo. Si la gente supiera lo que es, qué se siente y cómo se espera, no concedería tanta agonía a quiénes quieren recibirla, no deberían, yo no debí hacerlo, pero lo hice. Oh cómo alargué la espera de algo de lo que pensé podía escapar. Necio, tonto, maldito ingenuo.

Tenía 19 años, solo 19 años cuando la conocí, no a la razón de mi deceso, sino a la consecuencia del mismo. Llegó porque así lo quise, no porque –como muchos otros- tuvieron la mala fortuna de encontrársela antes de “empezar a vivir”. Yo ya había vivido demasiado. Mi mente, mi corazón, el alma cuya existencia los ingenuos aseguran…todo estaba apagado, agotado, agobiado de vivir, de respirar sin un fin, de sufrir sin sentido, y de sentir sufriendo siempre. Nadie puede decir que no di lucha, fue todo lo que conocí durante mucho tiempo. No vivía, sobrevivía cada vez que abría mis ojos en la mañana y juraba mi rendición cada vez que los cerraba. Pero nadie escuchó, o al menos no enserio, era solo un chiquillo, quizá no debían escuchar lo que decía en cada intento de encontrarme con ella, o de plano nunca quisieron. Los esbirros de una enfermedad fantasma me tragaron, me atraparon con el más fuerte de los hechizos y jamás me soltaron, entre más contraatacaba, más me encerraban. Me perdí en un mar de enigmas cuyas respuestas nunca existieron, es decir; vivía en el más puro de los nihilismos, en el más ridículo de los sin sentido, y en la más representativa de las tragedias; era Otelo pidiendo explicación a Iago, era Holden Caufield buscando una razón para entender a la sociedad, en fin…era yo tratando de sobrevivir. No recuerdo como decidí contraer nupcias con la última novia, pero recuerdo el por qué; blandí la bandera blanca. Demasiado cobarde para luchar o demasiado valiente para no poner término a un círculo inocuo que era la vida para mí, al final, todo depende de perspectiva y de sí, a diferencia de tu servidor, sobreviviste a la decisión más inalterable de tu vida. Pero, debes estar pensando, si ese fue mi final, no debería estar escribiendo en la antesala de otra baja de talón, pero sí. No me fui, es decir, de alguna forma lo hice, pero regresé. No con la intención de redimir a la humanidad de su pecado, ni con el fin de traspasar mi alma a otros ser vivo. La verdad hasta este momento no entendí por qué. Digo hasta ahora porque quiero creer que la respuesta la encontraré en un tiempo más cuando…muera de nuevo. ¿Qué tan oníricas pueden sonar solo tres palabras? ¿Qué tan faltas de sentido sonaron para ti? Imagina, solo por unos segundos, lo que significaron para mí.

En un momento de nuestras vidas, en los primeros para ser exacto, no sabemos siquiera que la realidad sea un hecho, solo existimos porque fuimos dejados ahí como piezas en un juego que no entendemos y que nunca conseguimos resolver, menos ganar. Así de diminutos somos, entonces, ¿qué sentido pretendían que le diera cuando decidí acabar con todo? ¿Soy yo el culpable? ¿O lo es la relación inherente entre el ser humano y su condición como tal? ¿Qué condición al final? ¿La de un peón en un juego de mesa dirigido por una nada que abrazamos cuando volvemos a ella? No me culpen entonces, de estar feliz de volver a ella, esa misma nada de la que nunca debí salir, porque significaba todo; la tranquilidad eterna de no tener que lidiar con situaciones de las que nunca debí participar, tales como el engaño propio de la mentira que significa el sentir del ser humano, porque nunca nada que sale de él es real, no lo bueno, no lo amable. La veo, la siento, me abrasa como un orgasmo a un amante ferviente en los brazos de su amado, en la jugada final, ¿quién recibe a quién? Es una respuesta, la de la vida, la de sucumbir ante algo más grande de lo que jamás podríamos controlar aunque nos creamos dioses de la naturaleza, esa que llega junto con el último latir de tu corazón pero de la que fui privado la primera vez que me fui. Maravilloso estándar de paz, dulce como el primer beso de tu vida, como la primera palabra de tu primogénito, como la duda que arderá contigo después de saber que conmigo, murió la resolución del enigma del sentido del hombre y su existencia.


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