Versión de la Bella y la Bestia.

Era una mañana gélida en la ciudad de Toulouse. La mujer se levantó de la cama, se colocó su batín de seda negra y miró por el alfeizar de la ventana. Un manto blanco cubría los edificios de alrededor de su casa. Su edificio de veinte plantas se mostraba magnánimo antes los demás. Todo era suyo, era parte de su imperio.

Una capa blanca se acumulaba por la calle y gente salía de los edificios a retirarla. Ella no tenía que preocuparse de doblar la espalda por quitar la nieve que se acumulaba, ya mandaría a algún pobre hombre a hacerlo tal vez, hasta a una docena. Apartando la vista de la fría ventana se sentó en una butaca a comerse el desayuno que alguien del servicio le había dejado hace poco. Hoy tenía un día largo de negocios y tenía que tener fuerzas. Dejo caer su pelo dorado por su espalda y se dispuso a comer.

Cuando fue a hacerse una tostada se dio cuenta que la mermelada no era de fresa sino de arándanos. Con su mano blanca agitó la pequeña campana que había en la mesa que tintineo con un sonido delicado.

—Buenos días señora, ¿qué desea?—dijo el mayordomo que había estado esperando en la puerta.

—Llévate el desayuno y di que me preparen otro, la mermelada no es de fresa. Creo que deje claro que quería que fuera de esa fruta.—empujó la bandeja con la mano con cara asqueada.

El hombre cogió la bandeja sin rechistar y salió por la puerta.

—Gentuza, con lo fácil que es hacer un buen desayuno.

?(…)?

Astrid había conseguido el apodo de La Bestia en el barrio financiero. Era una depredadora de las ventas, su brutalidad con los negocios solo era comparable a su carácter frio y cruel. Escuchar su nombre hacía que los hombres más ricos temblaran y desearan que su imperio no les devorase, donde ella fijaba la vista lo destruía.

Hoy se disponía a acabar con una multinacional y ardía en deseos de ver a su contrincante implorar que no comprara su empresa y la hiciera parte de su riqueza. Se relamió los labios como un animal salvaje dispuesto a comerse a otro. Sus ojos azules tenían las pupilas dilatadas de la emoción. Un escalofrio recorrió su espalda y ajustó las mangas de su americana negra. Era la hora de sacar a La Bestia.

Se oía el repiqueteo de unos tacones que se acercaban que iban a juego con el corazón acelerado del hombre. Notaba el sudor que le corría por la frente y empezaba a mojar su camisa. Abrieron la puerta, y apareció ella. Con su pelo dorado recogido en un moño y su traje negro que hacía destacar su piel blanca, era tan hermosa como letal. Con una mirada felina a su interlocutor se sentó, era hora de que empezara la cacería.

—Señor Ferrec.—dijo con una media sonrisa.

—Señorita Montgomery.

—Voy a ser clara, su empresa está enfrentándose a la mía y sabe que no puede ganar. Si no se une a mi lo pisoteare y dejare que se hunda en la miseria.

—Pero señorita…

—Le hundiré, tiene una hora para pensarlo.

Se levantó y con paso decidido salió de la habitación. Si el hombre hubiese podido verla habría tenido un escalofrío ante la sonrisa perversa de Astrid.

?(…)?

Enterrada bajo una montaña de papeles se encontraba Evelyn. La joven inspectora iba detrás del gran imperio de Astrid Montgomery, su gran ascenso en el mundo de las ventas había sido tan rápido como el suyo. Era digno de admirar, una mujer al frente una gran compañía donde los líderes eran siempre los hombres. Ella la hubiese considerado una heroína si no fuera porque su imperio estaba construido a base de trapos sucios y chanchullos.

Evelyn llevaba un mes detrás de la empresaria y cada vez que ahondaba más en su fortuna encontraba cosas turbias, pero nada concreto para acusarla de algo. Pasó su mano por su cabellera negra y suspiro profundamente. Llevaba toda la noche sin dormir, su cuerpo se movía gracias a la ayuda del café. Su sangre debía de ser de color marrón.

—Creo que deberías de descansar. —dijo una chica que acaba de entrar.

Violet era su ayudante desde hacía años y acababa de llegar a la comisaría después de que ella la hubiese mandado a su casa a descansar. El pelo de la chica, de color rojo, se ocultaba en la gorra que llevaba. Su arma pendía de la bandolera que llevaba a la cintura, su sonrisa perfilaba sus labios y hacía que tuviera un aspecto amigable.

—Estoy bien. —Evelyn miró por encima de los papeles a su compañera.

—Ve a casa a dormir un poco, yo te cubro. —la chica le guiño un ojo.

Evelyn rezongando se levantó de la silla del escritorio, cogió su abrigo del perchero y salió por la puerta sin antes darle las gracias a su amiga. Necesitaba una ducha y dormir un rato.

Al salir del edificio se topó con un chico. El hombre tenía el pelo marrón e iba leyendo un libro por la calle ¿acaso sabía lo peligroso que era aquello? pensó la inspectora. Se quedo un rato mirándole, la forma en la que cogía el libro, como su otra mano estaba metida en el bolsillo de su pantalón y en sus andares. Era realmente hermoso.

—Es muy peligroso lo que haces. —dijo acercándose al chico.

—No deberías de meterte en lo que hacen los demás. —se paró en seco, pero no aparto la mirada del libro.

—Como policía es mi competencia ayudar a los ciudadanos y evitar peligros. Por desgracia puedes crear algún problema si no miras por donde vas.

—Eres una mujer muy primitiva, no me va a pasar nada.

—Gracias. —dijo ella en tono sarcástico.

El chico siguió por su camino sin mirar atrás donde la inspectora contemplo como se iba, no pudo apartar la mirada hasta que torció una esquina y desapareció.

?(…)?

Anskar estaba llenando su bandolera con múltiples pistolas y armas. Mientras debajo de su ropa llevaba el traje de mayordomo del edificio Montgomery. Se disponía a robar a la jefa de la industria textil más importante de toda Francia. Si el golpe salía bien tendría suficiente para jubilarse joven, podría vivir cómodamente en alguna isla del pacífico.

Había estado planeando este robo desde hacía medio año. Vigilando a Astrid y todos sus movimientos. Cuando salía de su casa, su horario de trabajo y todo lo referente al edificio. Había conseguido colarse una vez como limpiador y hacer algunas fotos del lugar.

Sabía que la mujer vivía en ático, donde estaba su habitación y su despacho. En otras plantas había salones recreativos, habitaciones llenas de ropa, una colección de obras de arte etc.

Pero lo que le importaba a él era lo que había en la habitación de la dueña. Una rosa de oro, valorada en 500 millones de euros. La rosa de oro macizo y con pétalos de diamante rojo era el sueño de cualquier ladrón, llevarse eso suponía de los mejores hurtos de la historia y él estaba decidido a conseguirlo.

Así que se colaría en casa de la mujer, por la mañana cuando ella no estaba y sabía que el servicio estaba más preocupado en sus cosas que en estar pendiente de si entraba alguien desconocido. La adrenalina le hacía cosquillas en los dedos, era su momento.

Había noqueado a uno de los mayordomos que estaba en el recibidor, sin que nadie le viera lo metió dentro de un armario de la limpieza, pero sin antes quitarle su tarjeta de identificación. Todas las puertas se abrían pasando una tarjeta y el necesitaba la del hombre para poder entrar al ático de Astrid. Subió por la escalera de incendios, era demasiado arriesgado subir por el ascensor y toparse con alguien. No quería usar la pistola a no ser que fuera necesario.

Tras subir los veinte pisos rápidamente se quedó al borde del último escalón recobrando el aliento. Se quitó la ropa y dejo que el uniforme de los trabajadores de la casa lo distinguiera como tal. Salió por la puerta de la escalera mirando a todos lados. No había nadie. Caminó con paso decidido y silencioso por el piso. Hasta llegar al despacho de la mujer. La rosa estaba dentro de una urna de cristal. Que fácil seria, pensó. No tenía nada de vigilancia, la mujer era una necia por dejarlo todo a la vista.

Se quitó la mochila que llevaba a la espalda y sacó de dentro papel de burbujas para luego dejarlo encima del escritorio desenrollado. Con manos firmes levantó la tapa de cristal que protegía la rosa y cuando estaba a punto de tocarla alguien habló a sus espaldas.

—Aparta las manos de la rosa. —dijo una voz de mujer.

Astrid encañonaba con su pistola al chico de pelo marrón que se apartaba despacio de la pieza.

—¿Quién eres tú?—pregunto furiosa, sus ojos azules estaban escaneando al chico de arriba a abajo.

—Soy un mayordomo señora, he venido a limpiar el despacho. —se inventó lo primero que le paso por la cabeza.

—Mientes, conozco a todas las personas de mi servicio y tú no eres parte de él.

—Pero señora yo…

Antes de que se diera cuenta Astrid le golpeó en la cabeza con el pisapapeles del escritorio. Anskard mareado cayó al suelo y todo se volvió negro para él.

—Me voy a divertir contigo, ladrón.

?(…)?

El móvil de Evelyn vibraba encima de la cómoda mientras ella estaba tumbada encima de su cama. Después de la ducha se había tirado encima del colchón y se había quedado profundamente dormida. Con una sonora respiración se despertó y alargó el brazo hacia el aparato que emitía ruido. Sentándose en la cama descolgó la llamada.

—Evelyn.

—Ha habido un allanamiento de morada en el edificio Montgomery.—Violet la informaba.

—Voy para allá.

—Te espero delante del edificio.

Evelyn cogió la bandolera con su arma, era la oportunidad que estaba esperando. Podría entrar en la fortaleza de Astrid y buscar papeles que la inculparan; tenía la oportunidad de avanzar en su investigación.

Llegó en coche y ante la puerta estaba Violet dentro del coche de policía. Las dos compañeras entraron dentro y se pusieron a dialogar con el recepcionista. Les dijo que había encontrado a un mayordomo dentro de un armario de limpieza desorientado y sin tarjeta de identidad. Decidieron separarse, mientras Violet hablaba con el hombre que había sido encerrado la inspectora decidió subir al ático. Tal vez ahí encontrará información sobre los movimientos de Astrid.

Cuando llegó al piso superior con el ascensor no oyó a nadie, era su oportunidad para conseguir lo que quería. Lentamente abrió puertas buscando algún sitio con documentación. No encontró nada y siguió caminando por el pasillo con la mano cerca de la pistola. Cerca de una puerta de madera se oyeron voces, se quedó parada agudizando el oído para escuchar la conversación.

—Vas a quedarte aquí para mi deleite. —se oyó una voz de mujer con un toque arrogante.

Se escucho una risa masculina seguido por el sonido un golpe.

Evelyn abrió la puerta despacio, por la obertura vio como Astrid estaba de espaldas a ella mirando a un joven. El chico que se había encontrado esa mañana cerca de la comisaria. Se encontraba atado de pies y manos, además tenía sangre en la cara. Supuso que el golpe era que la mujer le había partido la nariz. Decidió escuchar un poco más antes de entrar en la habitación del todo.

—¿Pensabas que no me daría cuenta de que llevabas detrás de mí? —se rio con una voz gélida. —Voy a disfrutar tanto teniéndote aquí encerrado.

Evelyn decidió parar la situación. Abrió la puerta de golpe haciendo un sonido fuerte, con la mano en alto apuntaba a la mujer rubia.

—¡Detente! — gritó la inspectora.

El joven miró a Evelyn pidiendo que lo sacará del lugar, pero Astrid se dio la vuelta y apuntó con su pistola a la inspectora.

—Deja el arma en el suelo y sepárate del chico.

—Puedo hacer lo que quiera, estoy en mi casa. —la mujer tenía la cara desfigurada por la ira.

—Deja el arma en el suelo y las manos en la cabeza o disparo. —gritó la policía sin que le temblara la mano.

La mujer rubia avanzó lentamente hacia la inspectora sin bajar el arma con una sonrisa amenazante en el rostro.

—Podría matarte y con todo mi dinero y nadie preguntaría por tu cadáver.

—Se que tu empresa y tu fortuna está construida sobre dinero negro. Pienso hacer que caigas. ¡Suelta el arma!.

Astrid siguió avanzando hacia la inspectora y con una risa cruel disparo a la pierna de Evelyn. Ella cayó al suelo y con su sangre manchó la alfombra persa, pero le dio igual, el dolor de su pierna era inmenso.

Astrid se acercó a la cabeza de la inspectora, con su arma la apuntó.

—Nadie encontrará tu cuerpo.—una risa gutural salió de su garganta.

Rápida como la bala que salió de su pistola apuntó a Astrid al pecho. La mujer cayó al suelo y su sangre se mezcló con la derramada por Evelyn. Torpemente se levantó y observó a la mujer que yacía muerta en el suelo. Su cabello rubio estaba manchado de sangre y aún conservaba su sonrisa cruel en el rostro.

Se acercó a Anskar para desatarlo, Violet entro corriendo a la habitación mientras hablaba por su móvil pidiendo refuerzos.

Los ojos de Evelyn y Anskar se cruzaron y supieron que estarían unidos para siempre

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