En tierras lejanas de la morena África…un grupo de montañeron se aventuran a coronar el toubqal…

Tres guerreros, la avanzadilla, inspeccionan el terreno,

Patricia, la jefa, los lidera.

Informan: todo despejado.

Tres días después, el resto del ejército avanza.

La cuadrilla de Valentin, guerrero fuerte y noble, se adelanta. Impacientes por verla.

La cuadrilla de Juan, el capitán, cubrimos la retaguardia. Los años de experiencia lo mantienen sereno, paciente.

Cruzamos los mares que se interponen entre nosotros y nuestro objetivo.

Dejamos a un lado la belleza exótica de los pueblos bereberes. No hay tiempo que perder, la montaña nos espera y quiere poner a prueba nuestros nombres.

Nos reunimos a sus faldas, contemplamos estremecidos su majestuosa corona blanca, ella deja ver coqueta su magnitud, simula ser una tímida damisela.

Es la reina Mora, ella manda allí y quiere jugar.

Cenamos y reímos ajenos a lo que nos tiene preparado.

Al despuntar el alba, formamos filas y nos disponemos a subir.

Estamos dispuestos a mirarte a los ojos Reina.

El camino se hace largo, no hay dificultad, eso hace que pienses más en el cansancio. Es una trampa. Parece fácil.

Coco, el escudero, se adelanta y retrocede, atendiendo a los trece guerreros.

Juan, el capitán, sigue en la retaguardia.

Llega el día de cumbre.

La noche se hace día mientras la nieve cruje bajo nuestros pies.

Camino empinado, arduo, la loma de la precima nos engaña, se deja ver, está ahí, subimos porque podemos y la coronamos.

En cumbre todo es felicidad, el tiempo nos acompaña, hay lágrimas en los ojos de muchos. No tenemos bandera, pero dejamos huella.

La mayoría deciden coronar a la hermana pequeña de la reina. Solo 3 emprendemos el viaje de regreso disimuladamente por el cuerpo de nuestra reina.

Dos jugamos como niñas con los vuelos blancos de su faldas, pero una de nosotras no nos acompaña, en su cara se refleja inquietud.

Su intuición le dice que algo va a pasar…

La reina atrapa su pierna.

No quiere soltarla.

En un intento desesperado de liberarse de sus garras le regala su bota. Se tambalea, pierde el equilibrio, chasquido en su pierna que son truenos en nuestras cabezas.

-Ahora si mis pequeños trece guerreros, ahora comienza el juego- susurra la Reina, tiembla la tierra.

Pánico en los ojos de la herida. No sospecha de su fortaleza interior.

La jefa toma el mando, implacable. Pide auxilio me ordena.

Llamo a los refuerzos, acuden, no es suficiente.

Llamo al pájaro. No me oye, está demasiado lejos.

En una mula que parece torpe baja la herida, custodiada por el capitán y una de nuestras mejores guerreras, la curandera.

El resto de la expedición pisan nuestros pasos.

La oscuridad nos come. El rio no planta batalla. La reina ríe juguetona.

Cuando todo parecía oscuro y confuso, un giro inesperado pone la suerte de nuestro lado, el pueblo berebere se rebela contra su reina y nos ayuda a escapar de sus garras. Te vencimos reina mora. Volvemos a casa.

De regreso a casa nos miramos y sentimos que somos familia.

No dudamos que lucharemos juntos contra otras reinas, en otros países.

Pero en nuestro interior sabemos que es un juego. Que la montaña siempre gana: ella se queda allí y nosotros regresamos a casa.

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