Me entendía tan bien como yo debía de entenderla a ella. Sabía que en cuanto me diera paso, atravesaría su luz al punto fatal de matarla, pero como matar estaba fuera de reglamento, hice lo que me pareció mas próximo. Luego de mi, jamás volvió a ser la misma. Nunca vi en su añeja madera su rostro mirarme con tanto odio a través del ojo oxidado de su cerradura. Sentí miedo. Es que ella jamas dejaría de estar en medio de mi camino, con esa especie de oscura frialdad sarcástica. Vamos mujer! -me dije en voz baja- si apenas es una puerta.

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