Llegué al local número 333 de la calle Abeniz, y no había nadie. Primero un cartel,” BIENVENIDA AL OTRO LADO”. Creí que me había confundido de evento. Dentro, una puerta azul era la única anfitriona. Lo deduje por la bombilla roja que parpadeaba invitando a entrar. Quise tocar, pero me resistí a pesar de estar cerca del pomo, bueno la roce con los dedos, no quemaba, quería confirmarlo.
Según pasé al otro lado, cerca de la puerta, una chica pelirroja saltaba a la cuerda apoyada por las carcajadas de niños burlones con pelos rizados y bocas sedientas de azuzar de azafrán. En ese momento mis pies mudos me ayudaron a dar dos respiraciones, mis ojos en cambio daban vueltas. Algo más tranquilos, divisamos que aquel mundo era mi infancia. Ese día en el salón de mi casa, se celebraba mis doce cumpleaños. Nubes de piratas volaban gritando tesoros de dinosaurios cazados. Mikel corría con telescopio en mano deletreando en un idioma inteligible vocablos nacidos de tierras inhóspitas, pero yo sabía que había descubierto la isla de Itra. En la fiesta, una mesa redonda en el centro hacía de escondite a niños y aguantaba el peso de fuentes llenas de aperitivos dulces y salados. Encima de ella había algo colgado del techo tapado con un pañuelo azul. Una tarta enorme de gelatina verde reposaba en una de las esquinas, al lado del tocadiscos. Cuando sonó «Contracorriente» mi sonrisa se dirigió hacía un niña de gafas sentada evitando ser sorprendida en el baile, era mi prima Laura. Ahí fue cuando me vi saltando alrededor de ella. Ese día no llevaba mi típica coleta trenzada, el pelo giraba al compás de un collar de flores silvestres y un sombrero de amazonas tapaba mi cicatriz de la frente. Desde la puerta aparté la mirada por mi propia extrañeza.
En cuanto la canción acabó, todos juntos cantaron moviendo las velas de la tarta y tres deseos aquella tarde volaron también. Mi tía destapó el pañuelo azul y apretó con fuerza ajustando la piñata, todos juntos ayudaron a la niña a situarse debajo. Al partir la piñata, mi primer deseo quedó esa tarde allí. Siempre quise romper a oscuras formas extrañas y cayeran tesoros, con los ojos tapados me imaginaba en mi mundo de aventuras ganando batallas atrapando en mis manos de niña libros viejos de mapas indescifrables.
Me di cuenta de que no me había movido de la puerta azul que en este otro lado era amarilla y decía, “Bienvenida a Arganta, isla de piratas”. Al ver ese cartel recordé la última conversación con Raúl. Me preguntaba sobre mi infancia y así pasamos noches mirando al techo visualizando viejos tesoros. También recordé que antes de dormirnos un sonido salía de un aparato que Raúl había comprado a modo online en una de esas tiendas comprometidas con los avances de la ciencia. Ese sonido que cada noche se adentraba en mi adormeciéndome, ahora presenciaba a lo lejos la orquesta de la fiesta.
Le vi allí mismo, con sus pantalones de cuadros rojos como sus pecas. En esa época su timidez le dejaba en segundas filas pero aquel día esa niña le besó en sus pecas y se hicieron más grandes. También allí mismo en su misma mano izquierda, Raúl sujetaba apretando varios botones un cachivache rectangular, se acercó a la niña y le dijo algún día inventaré una fiesta para ti, es mi regalo, algún día. Lo curioso de mi fiesta es que no me veían. Esa posición contemplativa me resguardaba de mis lágrimas que aparecían y desaparecían con la presencia de todos, de mi gente, algunas flores dejamos cuando se fueron. También lo curioso de mi fiesta es que había un reloj enorme rojo en el techo descontando tiempo, dos minutos y seis segundos, descontando segundos sin parar.
La piñata había borrado las flores de las baldosas del suelo ocupando todo el lugar. Raúl cogió una pelota azul transparente y me miró. Me di cuenta que podía verme, vino y la tendió sobre mi mano. Con ella puedes detener el tiempo y pedir el segundo deseo, me comentó haciéndose sus pecas cada vez más grandes. Bote la pelota y aquel mosaico de globos y de aventuras y piratas se detuvo tiñéndose de azul. Solo el collar de flores silvestres guardaba su naturalidad. Percibí la señal y aquella niña me miró diciéndome, deseo, mi segundo deseo. Cuando sea mayor quiero viajar a un planeta para ver piratas y rescatar tesoros de verdad. El tiempo ya inexistente hizo desaparecer mi infancia, me giré y ahora estaba de nuevo la puerta azul. Cuando salí en el otro extremo de una habitación pintada completamente de blanco, una puerta verde decía, “BIENVENIDA AL OTRO LADO, SU VIDA COMIENZA AHORA”. Oía a Raúl de lejos, queriéndome llevar a ese otro lado, guiándome la entrada al mundo al que me costaba volver, la pelota azul guardada en el bolsillo de mi pijama, era la única realidad. El tercer deseo está al otro lado cuando Raúl consiga en el próximo cumpleaños un nuevo artificio.
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