LA POLICÍA ME SALVÓ
Esos seis meses que estuve vagando esperando la muerte y que hasta hoy me sigo preguntando por qué no me maté yo mismo, fue lo único que me rondaba la cabeza. ¿Por qué no me suicido? ¿por qué no tengo el valor si quiero morir? La muerte de Diana fue tan inesperada que no tenía cabeza siquiera para pensar en una forma de matarme. Todo era confusión, lo único que pude hacer fue lanzarme a la calle gritando como si me estuvieran quemándome vivo y no volver nunca más, aunque sí volví. Aquella llamada de su hermano diciéndome que Diana había muerto en un accidente fue mi propia sentencia de muerte, con la que viví esos seis meses. Así como recibí la noticia, me salí corriendo. Cuando me cansé de correr, caminé, cuando me di cuenta, había llegado al centro o por ahí cerca. En realidad no sabía dónde estaba. No me importaba, quería que alguien me matara… atravesé puentes vehiculares caminando y cuando llegaba a la parte más alta, miraba hacia la avenida de abajo esperando que un impulso me hiciera saltar. En aquellos momentos pensaba que Diana no hubiera aprobado mi suicidio. Nunca hablamos de esa posibilidad. Creo que casi ninguna pareja habla de lo que pasaría si uno de los dos muriera. A lo mucho si llegan a separarse, pero la separación si no deja un poco de esperanza de la reconciliación, al menos hay tiempo de prepararse. Si yo hubiera muerto no quisiera que Diana se suicidara, aunque en realidad, si hay algo consciente después de la muerte, también me hubiera alegrado ver que Diana me había alcanzado en aquel lugar. Pero las mujeres son diferentes, siempre son diferentes. A Diana no le gustaba que hicieran cosas por ella sin que se lo dijeran. Odiaba las sorpresas. Era orgullosa y seguro no le gustaría verme en el otro mundo. Pero ese razonamiento fue posterior, después pensé que antes lo había intuido cuando no podía pensar claramente y me consolaba de ser un cobarde.
Después de algunos días de dormir en la calle y sacar comida de la basura y que fue lo único que pasó, encontré a un amigo que me reconoció, tampoco estaba hecho un guiñapo; me dijo que mis padres me estaban buscando como locos, me llevó a su casa, vivía solo con su esposa, quien lo primero que me dijo al verme fue, que llamaría a mis padres para que fueran por mí. Le dije que no era necesario, que yo volvería solo, que me dejara tomar un baño solamente. Aceptó, no por amabilidad si no porque de verdad apestaba. Después del baño también me invitaron a comer, mi amigo me presto ropa y me dio dinero. Se lo agradeceré siempre, aunque todavía no me perdona por no haber regresado a casa ese día, pero sospecho que su enojo es aparente y que no me quiere ver por influencia de su mujer, que siempre me odio.
Salí nuevamente a caminar sin rumbo, apenas habían pasado 15 días. Conocí gente, gente buena y desafortunada, trabajadores de todo tipo y haraganes que se sabían regalar la vida. Pedía trabajo en diferentes negocios, me ponían a barrer o a lavar y a cambio me alimentaban, ¿yo para qué quería dinero? Algunos me dejaban vivir en bodegas o en sus mismas casas, y en particular una señora viuda de unos 40 años que me trataba como a un hijo, o eso cría yo. Le gustaba beber y coger. Yo bebía y no me costaba trabajo imaginarme que ella era Diana. Todos me empezaron a tener cariño y confianza, me contaban sus historias, todas tristes. Todo el mundo ha sufrido mucho, había quienes habían perdido hijos o parejas, que habían durado mucho más tiempo. Yo apenas había durado año y medio con Diana. Lejos de consolarme con sufrimientos aún mayores, con historias de superación, me hundí más. La vida era una broma. Ninguna vida vale más que otra, Un día simplemente me alejé de toda esa gente buena. Sí, eran buenos, aunque también hicieron cosas terribles en sus vidas.
En el mero sur de la ciudad conocí a un grupo de teporochos que pasaban los 40 años. Como las personas con las que trabajaba insistían en pagarme, y como de ellos había adquirido el gusto por beber, llegué un día con una botella de tequila a compartirles. En ese momento me recibieron, no hay nadie más agradecido que un teporocho cuando le regalas licor.
No sé cuánto duré con ellos, algunos vivían en la calle y muchos tenían casa, a veces me llevaban; vivían con sus familias y hasta me dejaban bañarme. No me di cuenta en que momento dejé de pensar en Diana, empecé a reír de nuevo con las historias de ebrios; sus tragedias las cuentan como lo más divertido del mundo, sabían que la vida era una broma y se reían de ella.
Uno de los borrachos decía el último día que estuve con ellos.
-Yo sí soy puto, pero a la vez no lo soy
Entre carcajadas alguien le pidió que se explicara
-Pues para ser puto tienes que habérsela metido a un cabrón, o que te la haya metido
-No, no no, si se te gustan los hombres ya eres maricón.
-¡Que no! que yo me comporto siempre bien macho, y ahora si no puedo ser maricón es porque me gustan los hombres bien machos también y esos nunca se van a dejar coger, a lo mejor cogerme sí, pero bien borrachos.
Todos se miraron unos a otros con sonrisas nerviosas
-Así que yo no soy puto, porque me gustan los que nunca me van a hacer puto de a deveras, y para afeminados, pues mejor las mujeres, hasta a ellas les gustan más los más varoniles, y pues sí, son los más atractivos. Yo digo que los putos son los que sí se la han metido ola han metido a hombres- concluyó- y tú morro,¿ eres puto?
-No, de ninguna de las dos maneras.
-Estás joven. A todos les termina gustando la riata. Quién sabe que tendrá ese demonio.
Es día me di cuenta de que la policía tenían afinidades con los ladrones más útiles. En ese momento llegaron varios tiras sin que pudiéramos escucharlo ni verlos.
Algunos borrachos salieron huyendo, otros se quedaron quizá demasiado ebrios para correr, yo estaba en la misma situación. Sin embargo:
-A ver, bebiendo en la vía pública. Ya saben señores, nos revisaron hasta los zapatos. En ese momento notaron que yo no era genuino integrante de esa banda de indigentes. Dejaron ir a los demás y me llevaron, mi juventud y relativa limpieza me habían delatado.
-Esto son 72 horas de detención o una multa de 6 salarios mínimos. Yo no tenía idea de cuánto era eso, y seguro el ´policía tampoco.
– Le vas a tener que llamar a tus papás para que vengan a pagar la multa.
– No tengo.
-Pues entonces a ver cómo te va. Si te portas bien igual y te sacan antes, si la haces de pedo hasta a la grande te andamos llevando.
Los policías trataron de hacer plática en el camino ¿qué música te gusta, hijo? ¿de dónde eres? ¿por qué te juntas con esos vagos? Yo contestaba tratando de conmoverlos. Pero son policías. Ni su familia los conmueve.
Llegamos al MP.
Después de encuerarme para ver que traía o no traía, me metieron en la celda, en ella había otros 3. Uno era un cholo que inmediatamente intentó extorsionarme, él ya iba a directo al reclusorio, me dijo que me iban a echar más delitos y que me llevarían a mí también,
-Yo te cuido. Dile a tus jefes que te den dinero, si me pagas bien yo te cuido adentro.
– No tengo, se murieron, por eso andaba de vagabundo.
El cholo, extrañado, ya no dijo nada. Los otros tipos estaban aún más locos, me querían robar pero como le había caído bien al cholo me defendió. Enfrente de nosotros estaba la celda de mujeres. Seguro se la pasaron peor. Uno de ellos, un flaco con cara de asesino, no dejaba de gritarles que las iba a violar.
-Mamacita, ven a chupármela- decía a quien le cayera.
Había tres mujeres. Una de ellas era indiferente, también parecía que iba por un delito mayor.
-Pinche feo, pito chico- decía solamente- Ya quisieras, cabrón
Las otras mujeres, que seguro por naderías estaban ahí, no soportaban la humillación de los de mi celda que también de vez en cuando les gritaban algo. Cuando la ñera le dijo eso, el flaco se sacó el pito y empezó a masturbarse enfrente de ellas. La que le había gritado sólo se volteó
-Contigo, perra sssss- y señalaba a una, que era la más guapa.
La Chica no aguantó más y se lanzó contra la reja gritando y agitando los barrotes
– Hijo de tu puta madre… hijo de tu puta madre… cabrón de mierda… muérete pinche puerco, asquerosos, hijo de tu puta madre- Chillaba.
La otra chica sólo se tapó la cara, y la más curtida sólo se volteó y le dijo a la gritona
-Ya cállate, pinche loca.
Lo dejaron terminar
Al día siguiente entro un rapero insultando a todos, a los policías y a los que estábamos en las celdas. Era alto y con su chamarra de plumas de ganso se veía enorme,
-¿Ustedes qué me ven?
El cholo se acercó
-Está chida tu chamarra, me las vas tener que dar.
-No te voy a dar ni madres, culero, órale.
Pero el cholo en 5 segundos lo dejó en el piso llorando y gritando que tenía derecho a una llamada.
El día siguió silencioso, hicimos ejercicio para matar el tiempo. Ahí me di cuenta que el cholo estaba pesado para los putazos. Al día siguiente se concluían las 72 horas y mi condena estaba cumplida. Antes de irme, el cholo me regaló la chamarra de plumas de ganso.
-A mí no me va a servir para nada, llévatela, está chida, sí te dan un cambio por ella.
– Gracias- quise darle la mano, pero sabía que eso me haría quedar mal y hasta me iba a quitar la chamarra.
Una hora después me llamaron. Por fin estaba afuera. La libertad es una sensación, no una condición natural, ni algo que se conquista, nada permanente. Y la sensación de libertad se experimenta pocas veces y con tanta intensidad como cuando sales de ser prisionero, no importa que te limites a caminar, que no hagas nada, nunca te volverás a sentir más libre, ni feliz. Había superado la muerte de Diana.
Pregunté dónde estaba. Era la Magdalena Contreras. Paré un taxi
-Voy un poco lejos, pero te doy esta chamarra
La revisó durante un minuto.
– Ah, Está chingona ¿ A dónde vas?
-A Neza
-Tsss está lejos-miró la chamarra otro minuto- Órale, te llevo.
Volví a casa.
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