El agua, ayer, estaba limpia.

Transparente. 

Podía verse el celeste del fondo.

El empleado había limpiado la piscina unos días antes, no era posible esperar otra cosa: no había llovido, tampoco la brisa de aquellos días era fuerte. 

Era verano, que obviedad decirlo. No había hojas secas que volaran y en consecuencia, se depositaran en la pileta.

Es que no dormí bien. 

Había tenido un lunes de perros en la compañía que dirijo. Incluso había perdido la llave del auto, con mi llavero favorito, el de la cola de conejo. 

Me desperté algo temprano y di vueltas en la cama hasta el artazgo. Entonces me levanté, abrí las cortinas del ventanal y me dispuse a ver la piscina. 

El agua. 

Algo había en ella. 

Estaba rara. 

No se veía verde a causa de las algas. Es decir, no estaba verde, ni amarilla, ni celeste. Nada de eso.

Fui al baño. Me lavé bien las cara. 

Lo confirmé: el agua se observaba… algo rijoza. 

Sobre manera en el extremo izquierdo, el que da al este.

Bajé las escaleras y me encaminé hacia el patio. Ni siquiera saludé al mayordomo, que usaba el mismo traje viejo de siempre. 

Yo me había vestido con apenas una musculosa y un pantaloncillo, a esta hora del día ya reina el calor.

Me quité las malditas pantuflas: molestaban mis pasos. Regalo de mi madre, debía usarlas al menos unos meses más, por respeto al menos.

Una astillita se me incrustó en la planta del pie izquierdo, ha sido mi culpa por marchar descalzo. Sin embargo, Jacinto debió haber barrido con más cuidado. 

Se lo diré luego.

Me agaché lentamente al borde de la pileta. No era una ilusión óptica. Una superficie de 50, 55 por setenta centímetros, yo calculo, está cubierta de algo rojizo. 

¿Para qué demonios tengo tantos empleados si ninguno ha hecho nada para limpiar esta «cosa»?

Muevo el agua con el utensillo quita-insectos. El rojo se difumina, mejor dicho, contamina el resto del agua. Percibo un olor llamativo al hacer esto.

Me levanto y voy directo al mayordomo. Lo regaño. Le pido que le avise a Jacinto. 

Subo a cambiarme. 

Estoy de muy mal humor. 

Antes de entrar en mi habitación paso por la sala donde se ubican los monitores de las cámaras de seguridad.

El led número cuatro. Busco en la grabación del día anterior. Nada de otro mundo durante el día, solo Jacinto barriendo pésimamente. Adelanto en forma 3x. 

Veamos por la noche. 

Esto no debería de hacerlo, los sueldos que pago son altos. Idiotas, siempre me rodeo de idiotas.

¡¿Y eso?! ¿Quién es ese? ¡Oh Dios, mi gato! ¿Pero qué hace? ¡No! ¡No lo hagas! ¡Suelta ese cuchillo hijo de puta! ¡Por el cielo! ¡No, nooooo…!

Jacinto y Rubén, el encargado de la piscina, sacaron a mi gato del fondo de ésta. 

Su cabeza casi estaba desprendida. 

Fue degollado sobre el agua, y arrojado dentro posteriormente. 

El mayordomo djo que debíamos llamar a la policía. Le di mi «no» de manera rotunda.

Hallé el arma homicida. 

Estaba todo en los videos. 

¿Dónde? En mi mesa de luz. 

La sangre ya estaba seca.

El repuesto que mandé a hacer de la llave que perdí se encontraba encima del mueble. 

El llavero… estaba algo húmedo.

Al parecer, Jacinto y Rubén, ninguno de ellos, notaron que a mi gato gris le faltaba un pedazo de cola.

Nunca creí cuando mi madre ni mi ex afirmaban que yo era sonámbulo. 

Bueno, lo soy. 

Y de veritas, amaba esa cola de conejo, tan suave, que tenía de llavero. 

También era gris. 

Desde ahora tengo su reemplazo.

Por cierto, la piscina está limpia ya.

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