El día discurre irrelevante. En estos días de invierno el sol escatima en sus rayos por causa de un montón de nubes implacables ante él. Un entorno opaco, mezclado con el silencio y el letargo del aire, se torna en una utopía para la depresión. Aunque ese es mi caso. Habrá aquellos que perciban, en este, un día normal.O tal vez, algunos lo encontrarán como excusa a su desidia. Incluso, después de tanto verano, el trabajador del campo se regocijará por su cosecha que no terminara en un infierno marchito. En fin, cada quien le encuentra el gusto a los días y sus formas.
El río advierte la lluvia. Su creciente es elocuente a la hora de comunicar el mensaje. A lo lejos, el cielo, destellante y en penumbra, lo confirma. Yo me postro en un balcón y aguardo. Resulta fascinante tener certeza futura de algún fenómeno, aunque sea saber que lloverá. Cierro los ojos, inhalo cada que siento pasar una brisa fresca entre montañas. Ya huele a lodo y asfalto, ya el frio se siente en las orejas, ya viene la muerte, la vida, el amor o lo que sea que interpreten las personas con la lluvia.
Mis ojos se abren ante los primeros goteos sobre las tejas de barro. El sonido va in crescendo, así como la gente que sale de su quietud directo a su guarida. Se escucha el cotilleo y las quejas frente al agua que cae. No me molesta pensar que las gotas son balas y matan uno que otro desperdicio de la civilización humana. O quizás a todos, o solo a mí.La lluvia ya es inminente en el pueblo, desde el balcón, el sosiego y la quietud que provoca me resulta apacible.
<<Este pueblo es una paradoja a la naturaleza y al capitalismo>>, pienso. Por un lado, cuando llueve el servicio de agua es suspendido en los hogares. La bocatoma, que se encuentra rio adentro, colapsa con el exceso de agua. Por otro lado, el pueblo es reconocido porque no pasa nada, es un lugar sin prisa, donde el apetito consumista de sus habitantes es reemplazado por la quietud de los días. La extravagancia y el boato se evidencian en formas primitivas como el hombre que monta a caballo, o aquel que se hace llamar don Juan por sus conquistas femeniles. No es nada comparado a los lujos, producto de la desigualdad, que se encuentran en las ciudades globales.
La sinfonía de la lluvia llega a su apogeo. El caer de las gotas sobre las distintas superficies, marcan una cadencia apocalíptica. Yo sigo pensando en todo sin saberlo, impávido, mantengo mi cuerpo apoyado en el barandal del balcón, una brisa fuerte atrae el agua hasta mi rostro, reacciono, paso mi mano en un vano intento por secarlo, y, de pronto, un sonido estridente me perturba el sosiego desconcertante en el que estaba.Es una ventana que se abre y cierra con fuerza, el chirrear de sus bisagras oxidadas provoca el sonido. Acudo a cerrarla, pero es demasiado tarde.
Al entrar a casa,la lluvia ya ha inundado todo, se desprende el suelo a pedazos,los cables eléctricos exhalan chispas ylos muebles flotan. Yo quedo extasiado por la belleza de la escena, me quedo contemplando con una mirada ciega: aquella que no se centra en los detalles de afuera, sino en lo que estos producen por dentro. Mi ser en caos toma matices de sentido con la distopía que mis ojos presencian. Doy un giro, el viento y la lluvia no dan tregua, el río se desborda y las ratas salen de sus guaridas, las gotas se tornan en balas y veo como los desperdicios de la civilización humana mueren, veo cómo todos mueren… incluso yo.
El sol resplandece mientras despierto. la pesadilla es mi vida.
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