La Paz Y El Silencio No Son Negociables

No sabes cuanto cuesta callar una conciencia; y cuando estas maldito por no poder olvidar, la paz y el silencio no son negociables. Pero amas tanto a alguien, y solo te interesa su felicidad aunque sea con otra persona, asi que por aquella alma sacrificas tu propia felicidad; dejas que tu mente haga pedazos tu corazon, sientes como la inmortalidad de tu alma se vuelve tan fragil, y como tu realidad corta cada uno de sus centímetros. Solo ardes dentro; detras de una sonrisa porque esa persona es feliz; pero a la vez egoista contigo porque sabes que no mereces ese sufrimiento, y aun asi aceptaste arrastrar lo que te quedaba de alma y ser el mejor para que tu persona amada encontrara su camino a la felicidad junto a alguien que no eras tu. Pero llego un dia en que el dolor y tus pensamientos se convirtieron en tu infierno, y pensaste solo una vez en ti; deseando en convertirte en un ser sin corazón y en lo mas ruin y malvado, ahi podias decir que tu propio sufrimiento fue tu demonio personal. Un dia recibiste el mas hermoso rayo de luz y esperanza, por fin comenzaba a materializarse lo que mas anhelabas, te aferraste a eso aun sabiendo que el camino seguiría doliendo, tu sabias que esa persona era feliz de la mano de otro, y aun con la esperanza en la mano no te importaba si eso no llegaba a pasar; esa persona era feliz y en ese Instante supiste que lo que realmente anhelabas era su felicidad, y volviste a sonreir en medio de aquella oscuridad. Otro dia cayó, y de tal manera que aquella preciosa promesa y esperanza fue rota, siguiendole tu corazón que quedó hecho pedazos, y fuiste marcado con esa desgracia en tu conciencia y en tu maldición, esta se hace presente, dolió, duele y dolera por siempre; y no sabes si tu corazon podra estar nuevamente armado, y en pocas palabras llevaras eso en un lugar de ti del cual jamas podras quitar esa carga. Te han dado un golpe muy fuerte… Para toda la vida. Muchos te dirian «quierete mas» pero preferiste a esa persona, porque la amabas mas que a tu propia vida.

Andrés Aarón