La palabra que no dije se quedó suspendida. En aquel balcón, dos miradas veían el sol matinal. El paisaje al frente no tenía ningún sentido. Mis ojos no veían el horizonte. Mi corazón latía con fuerza, intentando impedir que el fuego de su interior se escapara. A mi lado, un rostro que huía de mi campo visual. Sabía que estaba a mi lado, pero temía voltear para cerciorarme de ello.
Quiero decir algo… había esperado mucho tiempo para poder liberar aquel anhelo.
Abre una cuenta en Twitter y dícelo al mundo… una risa, en cuyo sonido reconocí la ansiedad de quien ya sabe lo que ha de venir, llenó mis oídos.
Aquella risa me desconectó de la realidad y me arrojó hacia el futuro. Ahí, me horrorizó la imagen que vi. Un ave encerrada en una jaula de exhibición. Su plumaje brillaba reflejando la luz de exhibición. Su cabeza giraba de un lado al otro en un frenesí elegante. Caminaba de un lado al otro, gastando aquella rama muerta, el único lugar sobre el que se posaba. Al otro lado del cristal estaba un hombre, la veía fijamente. Había pasado mucho tiempo desde que aquella ave había cantado por última vez.
Estaba viva, sus movimientos lo evidenciaban. Pero no cantaba más.
La imagen de aquella jaula y el esclavo en su interior apagaron el fuego en mí. A partir de ahí hablé de no recuerdo qué, pero no cumplí mi cometido.
No sería yo quien le arrebatara el canto a aquella bella ave.
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