
Una historia de hace mucho tiempo, pero que recuerdo siempre, porque la experiencia es eso, una suma de historias que uno no olvida.
Era un jueves, 16:30 horas.
El aire en la oficina olía a café recalentado y mucho estrés.
—»Tenemos que cambiar la presentación de las 6 PM a las 8 AM mañana» — me acababa de decir el director regional por teléfono, como si me estuviera pidiendo que cambiara de remera.
Miré el Excel abierto en mi pantalla: los indicadores del mes mostraban mucho en rojo y mi equipo, con los ojos inyectados de cansancio, ya llevaba tres semanas de trabajar sin descanso incluyendo fines de semana.
Y, entonces, como en una película de catástrofes, apareció Marcos.
La bomba que nadie esperaba
Marcos era de esos tipos que te resolvían los problemas antes de que terminaras de contarlos.
Ese día, sin embargo, venía con la mandíbula apretada y las manos temblorosas.
—»Necesito hablar. Ahora» — dijo, con una voz que no admitía negociación.
Lo seguí a una salita de reuniones y antes de que cerrara la puerta, ya estaba escupiendo fuego:
—»Estoy hasta las manos. Hace un año que me prometen revisar mi sueldo. ¿Sabes cuántas veces pospusieron la reunión? Cinco. Hoy necesito un sí o un no, porque si no, mañana no estoy».
El reloj marcaba las 16:47, a las 18:00 horas cerrábamos el mes y a las 8:00 de la mañana del día siguiente tenía que hacer la presentación.
Y en medio de ese huracán, Marcos me ponía contra la pared.
Lo que hice (Mal)
Mi primer instinto fue el de cualquier jefe apurado:
—»Marcos, entiendo, pero justo hoy… ¿Podemos hablarlo mañana?».
Su cara fue suficiente respuesta. «Mañana» era la palabra que más odiaba.
—»No hay mañana» — dijo, y se fue.
Esa noche, tarde, mientras rearmaba diapositivas, no podía sacarme su mirada de la cabeza.
Al día siguiente, aún con sueño por una noche sin dormir, hice la presentación.
A la semana, Marcos renunció.
Lo que aprendí (a los golpes)
1. El talento no negocia en emergencias
Si esperas a que estallen para escucharlos, ya perdiste.
Marcos no se fue por el sueldo.
Se fue porque durante un año, «ahora no es momento» fue nuestra respuesta automática.
2. Las promesas invisibles son trampas
¿Sabes cuál fue mi error más grande?
Creer que «él sabe que lo valoro».
Pero las palabras no escritas y los aumentos no concretados son como humo: se los lleva el viento.
3. El contexto lo es todo
Cuando fundé ROI Agile, estos aprendizajes formaron parte de los valores de la empresa, en la cual, todos tenemos claro algo:
«Si tu mejor colaborador te pide hablar en medio de un incendio, el problema no es el timing… es que el incendio es tu normalidad».
Cómo lo hago ahora (sin llorar sobre la leche derramada)
Pacto de horarios sagrados
Una vez por mes, sin excepción, tengo «la hora de la verdad» con cada uno de mi equipo.
No se cancela ni se pospone.
Si hay que hacerlo en un bar o por Zoom a las 10 PM, se hace.
Documentar lo intangible
Ahora, cuando alguien pide un aumento, no hay «vemos qué se puede hacer«.
Hay una definición de pasos concretos:
- Reunión para cerrar acuerdo
- Logros necesarios para alcanzar el aumento
(«Para llegar a X sueldo, necesitás lograr Y y Z”)
- Oferta de ayuda con planificación de cuándo y cómo
Matar los «fantasmas del mañana»
Si pospones una conversación difícil, estás criando un monstruo.
Mejor decir «no puedo darte esto ahora» que decir «lo hablamos después«.
5 preguntas que te ayudarán a no repetir mis errores
1. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una charla incómoda con tu equipo?
2. ¿Sabes qué tres cosas harían que tu mejor colaborador se quedara mañana mismo?
3. ¿Tu gente pide aumentos… o los negocia proactivamente?
4. ¿Las crisis son la excepción o la regla en tu equipo?
5. ¿Podrías repetir, palabra por palabra, el último reclamo de tu gente?
Cierre
«Cuidar a tu equipo no es parte del trabajo. Es el trabajo».
Y si no lo haces, un día te vas a quedar solo, mirando una pantalla llena de números rojos… y preguntándote dónde carajos está Marcos.
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