La noche de la cierva.

La noche de la cierva.

Francisco Perla

03/04/2020

El crujido de la tierra era todo lo que se oía a kilómetros a la redonda, y la cierva que caminaba muy adentro en la ciudad, lejos del bosque más cercano se había aventurado porque el hambre era intensa. Los ojos brillaban con las enormes estrellas que ahora eran visibles. Miraba a ambos lados y cruzaba; Izquierda, derecha, cruce. Izquierda, derecha, cruce. Izquierda, derecha, cruce. Hasta que una pequeña sombra interrumpió la ligera claridad de la ciudad. La cierva corrió con sus delgadas patas y galopó con toda su fuerza, la pequeña sombra entendió la situación y se echó a correr por veredas y veredas. Uno siguiendo al otro y ambos con la misma motivación. Sobrevivir. La cierva, al llegar al límite de un callejón, lanzó una patada contra el suelo, con fuerza, pero quizás por la gracia de esos animales, apenas se escuchó el golpe. La cierva acercó sus oscuros ojos a lo que yacía desangrante en el piso. La rata le resopló su último aire con cólera, y la cierva la movió con su asta ladeando la cabeza. Acercó su nariz y la olfateó, profundo. Le dio un mordisco, porque nunca lo había hecho y se arrepintió, ya se alimentaría con la culpa. La apartó con desdén y dio la vuelta, de nuevo a las calles.

La ciudad respiraba en silencio de nuevo y con claridad se oían los pasos pesados de un hombre que no debía estar ahí. La última ronda de vigilancia había terminado hace un par de horas, justo minutos antes de la persecución de la cierva, y ahora este hombre caminaba entre las vallas gigantes con focos quebrados pero que se podía entender que no debía salirse de casa, que los respiradores Air-tech eran el invento del siglo, que era imposible salir de casa sin el. Pero la cara limpia de este sujeto era una clara evidencia de sus intenciones de morir por “Independencia”.

Caminaba ligero, procurando no hacer ruido con sus pisadas en el pavimento, pero con el silencio que había en ese momento sus pisadas se podía escuchar con claridad. Su ropa negra tenía la intención de ocultarse fácilmente, pero con el brillo de la luna era inevitable. Estaba cerca de su destino, a un par de kilómetros si se encorvaba más y aceleraba el paso, pero sintió el olor del cadáver reciente, y, pensó en lo que acababa de ver, en los muelles. Trató de entender que había pasado por la mente del padre de la pequeña. Dónde estaría la pequeña, y quién era su familia. Eran demasiadas preguntas. Deseó no haber intervenido. Tomó la rata desangrada con dos dedos y la pusó frente a su rostro, la examinó con seriedad. Giró su rostro a la pequeña que caminaba varios metros detrás de él y le dijo:

-Debes apresurarte, caminar (mientras hacía el ademán de caminar con dos dedos sobre la palma de su mano) más, rápido (con énfasis en su voz).

La niña lo miraba en silencio, mientras caminaba, ensimismada. Sus ojos aún dolían y el olor era insoportable. El la esperaba hasta que se quedaba a un par de metros y reanudaba su paso.

-Santo Dios- dijo -Ya ni los herbívoros son confiables. – Soltando un resoplido con gracia caminaba con seguridad.

La niña escuchó el resoplido pero su mente en blanco solo pensaba en que si ese extraño se había metido una rata muerta en los bolsillos con naturalidad, mejor era ser cautelosa.

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