Regreso aquí nuevamente, atormentado por los días y las noches, contando las horas y lo minutos desde que no estás conmigo y empiezo a confundir mi identidad con la tuya, sin saber si con tu partida también se fue lo mejor de mí mismo, contigo.

Me levanto cada mañana con la sensación de un día interminable y plagado de rumores del pasado, sin entender por qué extraño tanto esa misma sensación de estar vivo justo cuando paradójicamente estoy muriendo un poco a cada momento.

Mi vida transcurre entre la mecánica de lo acostumbrado y las sonrisas a la decencia, evito con una falsa seguridad las preguntas de la curiosidad y asiento la cabeza con la firme determinación de convencer a cualquiera que acaso pueda percibir mi agonía.

La vida sigue transcurriendo entre los quebrantos de salud y los fracasos del pasado, la melancolía parece irrumpir mis ojos mientras perdura en esa mirada, un sentimiento invasivo y adictivo que me condena a entender a la fuerza que no hay esperanzas.

Percibo el mundo con leal desatención sin comprender como algunos logran en medio de esa vaguedad y simpleza de las cosas, hallar sentido en sus vidas, hallar la chispa que encienda la llama dentro de algún corazón sumido en la oscuridad.

Me perturbo, imaginando paraísos y promesas de un futuro, pero mi alma se enfrasca en nublar mi brillo en los días más oscuros de mi existencia.

Rezo, por el temor a la sanción divina aunque en lo profundo aguardo encontrar esa respuesta cósmica que confabule con mi interior y me dé el sentido que perdí en esta tormenta de emociones.

Por momentos, encuentro la lógica del mundo y entiendo con franqueza como otros logran sobrevivir, pero es un destello vano y débil que es cubierto ligeramente por los pensamientos desesperados que circundan mi cotidianidad.

Vivo con personas que no conozco y no me conocen, disfrazados de plenitud y esperanza, vociferando una fe mentirosa y vulnerable a los acontecimientos propios de nuestra mortal fragilidad.

No podría albergar ni siquiera amor propio, la decadencia de mis años y la prepotencia de otros mejores, empañan con tristeza y nostalgia todo mi ser, sin dejar espacio libre a alguna férrea convicción de alcanzar la felicidad.

Acaba el día y un horrible y letal sentimiento de ausencias y abandono afligen más mi olvido, y ahora cuando mi mente ha hecho lo posible por alcanzar la templanza y la cordura, caigo más hondo en la oscuridad en la que hace unos meses me he perdido.

Las voces en mi cabeza gritan en coro que no conocen al espejo, mientras una lágrima premonitoria da el inicio a otra noche tempestuosa.

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