A mi amiga Rosa, siempre misteriosa… 

Es velo de mortal especie el que te aleja de mí en una espesura demasiado enardecida, de daimones que me contemplan llenos de asombro. 

Han penetrado el tiempo espacioso que nos acaeció hasta convertirte en Vestal, misteriosa mujer. 

Pero creo haber esperado demasiado hasta que Dios, la muerte y el tiempo me hirieron desde la pineal hasta el plexo solar, aunque tal vez un sentimiento de bien entendida redención me haya salvado por fin ante tu presencia, misteriosa mujer. 

Es alabada la luz que te predispone, te dirige hacia los ámbitos de una esperanza en forma de símbolo y de cristo desatado.

Eres pulcra en la mirada, desprendes ademanes de maternidad reencontrada, preservada de esa cosmología de la nada de la que tantos días nos hablan, presta a revivir, mujer misteriosa. 

Son las cuatro y media de la madrugada y he de terminar este poema, los númenes invisibles me hieden por excesivamente noctámbulo. He de apagar la tablet que me acompaña en mi  soledad de Simón y de desierto, pero seguiremos hablando, encontrándonos en el umbral del Ateneo, palpando ese estrecho pasillo que separa la mística de una mujer de la ascésis de un hombre declarado en rebeldía. 

Palabra de poeta, caminarás por entre las  ardientes fantasías de un maldito, porque la fe, la fe es más importante que la vida. 

Cree y verás el delirio que te espera, mujer velada, cree como yo creo en que has surgido desde una herida pretérita y celeste para ayudarme a escribir. 

Un mujer misteriosa es como un sagrario, que guarda dentro de sí el secreto de la vida, la última de las admoniciones contra la muerte. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS