LA MUJER MERECE UNA EDUCACIÓN ESPECIAL

LA MUJER MERECE UNA EDUCACIÓN ESPECIAL

Jose Jesus Ceron

04/01/2023

ÉNFASIS EN ALGUNOS TEMAS:

Educación con otro enfoque.

MAESTRO SOCRATES. Es urgente un cambio de mentalidad en todos a fin de que comprendan que ella no es un ser humano inferior, ni un objeto de placer, tampoco es la sirvienta del hogar y puede aspirar a destinos diferentes.

En los centros educativos femeninos se ha dado especial atención a la preparación para el hogar enfocada hacia los oficios hogareños. Desde luego que la intención es buena, pero no deja de tener sus inconvenientes: con ella la sociedad la determina, la confina y le impide crecer. Nuestras mujeres terminan sus estudios medios listas para ser buenas mamás, buenas organizadoras del hogar, pero sin mayores aspiraciones de allí para arriba. El ideal de mujer virtuosa, esposa fiel y buena madre no está mal, es maravilloso, pero es preciso recordar y reconocer que su destino es más amplio y con horizontes más lejanos. Si tiene igualdad de naturaleza e igualdad de derechos, tiene derecho a soñar y a diseñar un futuro menos circunscrito y preestablecido; su libertad no puede estar limitada, ni puede ser manejada desde afuera. Un enfoque con horizontes más amplios es lo que proponemos para la mujer. Ella tiene que saber que nació para mucho más y que puede soñar en grande.

No se trata de hacer mujeres buenas y bonitas. Buenas fueron nuestras madres y nuestras abuelas; unas mártires y unas santas: sumisas, hacendosas, calladas, sufridas y amorosas. Trabajaron sin protestar, aguantaron sin quejarse y muy poco fue lo que exigieron porque tuvieron la virtud de vivir con lo mínimo y de hacer rendir el dinero hasta el máximo. Tampoco se trata de llevarlas por el sendero de la belleza, el más traicionero de los destinos, porque a muy corta distancia empieza a aparecer la realidad: por su belleza serán apetecidas y buscadas para satisfacer los instintos de sus perseguidores (a las feas las persiguen menos). La belleza las puede convertir en objetos de placer. Si la belleza no está acompañada de un juicio a toda prueba y de una voluntad inquebrantable, puede tener más peligros que oportunidades. Entre otras cosas, urge una educación que enseñe a manejar la belleza. Una educación para el buen juicio que ayude a valorar con aplomo, que establezca una tabla de valores cimentada y actuante. Una educación para la autovaloración y la dignidad.

Educación para la sexualidad.

CONSUELO. Contra todo y contra todos hay que educarla para una sexualidad responsable ya que ese derecho no se le puede negar. Debe saber que su cuerpo es parte esencial de su ser, junto con su mente, cuya importancia es mayor. Debe saber, de entrada, que su cuerpo le pertenece, está bajo su responsabilidad y únicamente ella toma las decisiones que lo impliquen, por consiguiente, su primera obligación es la de tomar bajo su responsabilidad el cuidado, el respeto, las decisiones y las precauciones relacionadas con su cuerpo. El cumplimiento de estas responsabilidades no es una tarea fácil, tiene múltiples dificultades y, sobre todo, enemigos que se benefician con el descuido y la sumisión de la mujer. Así nacieron y se fortalecieron ciertas costumbres, muchos abusos y el tradicional menosprecio de la mujer en muchos lugares. Quizá no estemos al nivel de las culturas que practican la ablación, la trata o la servidumbre, pero no estamos lejos si seguimos negándole el derecho al disfrute y al ejercicio libre y responsable de su sexualidad. Tampoco estamos lejos si continuamos con la cultura del engaño, el estupro, la intimidación, el acoso o la violencia. Ante la mirada irresponsable y ciega de la autoridad y la sociedad, la mujer continúa en su papel de víctima sin que se tomen cartas en el asunto y sin que la sociedad hipócrita deje de criticar y se preocupe por solucionar. La educación es, a no dudarlo, la solución; máxime si se tiene en cuenta que ha merecido poca atención. A esta carencia se deben demasiados problemas, frustraciones y futuros perdidos en innumerables mujeres. Está comprobado que la jovencita que asiste a la escuela se embaraza menos. La escuela, así no tenga el propósito explícito de controlar los embarazos precoces, lo hace. Y lo hace porque uno de sus compromisos es prevenir el peligro, alertar y defender a sus estudiantes. Además, las luces que la niña recibe le sirven para ver mejor y no caer. La ignorancia es oscuridad y la escuela está para iluminar.

Y esa educación, menos miope, no debe limitarse a la mujer: el hombre también debe ser educado concretamente para que aprenda a respetar y a valorar. Tiene que saber que la época de las argucias y mañas de los machos dominantes ya no son la ley vigente; esa época ya la superamos hace miles de años y ahora nos ufanamos de ser humanos racionales y civilizados que valoramos y respetamos, que somos incapaces de frustrar los sueños y la vida de la mujer; bueno, al menos, eso es lo que creemos, decimos y anhelamos. Es urgente una educación coherente, menos rutinaria y más calculada para lo que realmente se necesita. ¿Para qué tanta información inocua si nuestros educandos siguen con los instintos de hace milenios, fecundando hembras como si todavía estuviéramos merodeando en las praderas o refugiándonos en las cavernas? Lo primero es lo primero: la formación. Formación para que el varón sepa valorar y respetar; formación para que la mujer se sienta digna de ser valorada y respetada y, en caso contrario, para que tenga las armas necesarias para hacerse respetar. Es precio fundamentar su mente para que incremente su peso y sea capaz de imponerse. Hay que prepararla para que no se deje ilusionar, presionar ni atemorizar. Más aún, debe aprender a detectar a tiempo estos peligros, a distinguir los paisajes reales de los que presentan pajaritos de oro que se desvanecen con el primer relámpago. Especial cuidado merece el fortalecimiento de su autoestima que ha sido la clave para su tradicional sometimiento; este fortalecimiento debe prepararla para actuar sola mediante el convencimiento de que puede salir adelante, sin concesiones ni sometimientos. Tenemos que educar vencedoras, no esclavas sumisas, ni tontas hermosas, presas fáciles para la depredación de los cazadores de incautas.

Con relación al embarazo, debe tener muy claro que ella y únicamente ella decide sobre el mismo. Por siglos, en contravención con lo lógico y lo justo, quienes han legislado al respecto han sido hombres y la tradición se impuso de tal manera que fueron y siguen siendo demasiadas las víctimas de los anatemas y sanciones para quienes intentan ejercer sus derechos. Debe saber que nunca puede ser ni objeto de placer ni gestante obligada. Que se valore y se haga respetar, ese es el logro ideal. Ella tiene pleno derecho a ser digna y a hacer respetar su dignidad. Amorosa, siempre; arrodillada, nunca.

El trabajo que le espera a estos ideales es arduo y de larga duración, pero no importa, si hay decisión política que tercie en su favor, puede ser a corto plazo. Y si se cuenta con la ayuda de tantas mujeres que con esfuerzos han logrado surgir, la solución puede estar cerca.

No solamente para ser bella.

ADRIANA. Una ignorante y equivocada tradición de siglos y milenios la circunscribió al papel de ser bella. Al desempeñar ese papel por tanto tiempo llegó a incorporar a su esencia ese destino, en detrimento de otros destinos más elevados y trascendentes. Pareciera que en su inconsciente hubiera quedado grabada una sentencia: naciste para bonita y nada más. Perniciosa maldición, como todas las que le han sobrevenido a través de los tiempos y las culturas. Se necesita una educación liberadora que la redima y le muestre sus verdaderos horizontes porque ella nació para mucho más que quedarse estancada en las apariencias físicas que poco valen y poco duran. Hay que educarla para que no crea el cuento de que sólo sirve para ser bella y con eso ser atractiva a los hombres. El mundo machista la ha utilizado tanto que ha llegado a aceptarlo así y no se da cuenta de que la están menospreciando, degradando y sacrificando. El mundo de la belleza es un sofisma; es la migaja que cae de la mesa. Ese estereotipo la condena a ser muy poco, la confina, la cosifica y le impide ascender.

El cuento es demasiado antiguo y se ha perpetuado. Hoy no se puede seguir creyendo en mitos de hace más de 25 siglos. Está hecha para mucho más. La mujer de hoy debe tener otros valores; merece tenerlos. Ella es mucho más que cuerpo. Su porvenir es muy grande y nada tiene de extraño que gracias a ella el mundo llegue a ser mejor. El mundo con un cerebro más femenino puede ser menos racionalista y materialista, pero mucho más amoroso y social.

Defenderse sola.

TULIO. Prepararla para la autonomía y la no dependencia. Debe estar convencida de que puede salir adelante sola, mediante su preparación y sus propios méritos. Su misión no es estar sometida. Se impone la necesidad de educarla para “que pueda”, hay que fortalecer su poder. La realidad nos está diciendo que uno de los destinos posibles de la mujer a futuro es tener que salir adelante sola. Las madres solteras pasan de un 30% y lo tienen que hacer por obligación; de las que se casan, un 28% se separan y tienen que luchar para sostenerse y sostener a sus hijos; entre las que viven con un hombre, casadas o no, hay un porcentaje significativo que tienen que trabajar para ayudar al sostenimiento del hogar y, en frecuentes casos, para sostener al mantenido que las acompaña. Estas son razones que pesan lo suficiente para abogar en favor de una educación de ojos abiertos y voluntades firmes, que la ayude a salir adelante a pesar de las dificultades y que la prepare para salir adelante sola. Esta conclusión no es agradable ni romántica, es dura y hasta cruel, pero más cruel es que la mujer continúe viviendo esa vida indigna que la tradición ignorante y el machismo abusivo le han impuesto. Ningún adulto de hoy quisiera para alguna chica de su familia un destino triste como los mencionados aquí, sin embargo, los verdaderos cambios no se vislumbran a corto plazo. Hay que hacer algo. Para representar la victoria y la libertad, el arte ha acudido a la imagen de una mujer que levanta una tea o una bandera; que esa imagen deje de ser un símbolo y se convierta en realidad; con mujeres libres, empoderadas y valientes, el mundo puede ser mejor.

Educar a las más pobres.

MAESTRO SOCRATES. Las de las clases marginadas, las de la clase obrera, las del campo. Da tristeza el sólo pensar en esas mujeres que viven esa humillante y dolorosa vida de miseria: la calle, realidad escalofriante, el cambuche de latas y de escombros, la chocita miserable, los mendrugos de los basureros, el caldito transparente y, en el mejor de los casos, las papitas y el arroz sudados, el mejor de los manjares de esas pobres mujeres y sus familias. Goteras por arriba, tierra por abajo, viento frío por los lados, ese es su hogar. Y los niños: hambrientos, mugrosos, semidesnudos, barrigones y expuestos a cualquier contagio. A veces, el Estado interviene y personas caritativas acuden a solucionar el problema de manera parcial, pero esas pequeñas y esporádicas ayudas no solucionan un problema que es enorme y continuo. Hay que educar a las mujeres de escasos recursos para que no caigan en estas situaciones. Quienes hoy las están sufriendo no optaron por ellas libremente y a sabiendas; la necesidad, la ignorancia o la maldad ajena las llevó hasta allí. Urge una educación que les enseñe a eludir vidas tristes, que fortalezca sus voluntades para que afronten con éxito los peligros que las acechan y las capacite para darse una vida digna: bien pensada y mejor ejecutada.

La sociedad burguesa no las conoce porque no se inclina para mirarlas: no son bellas ni atractivas porque su condición de pobreza les impide ponerse presentables. Pero su belleza interior es grande: humildes, trabajadoras, valientes y resignadas. El panorama no es brillante, es sombrío. Por estas mujeres y los miles de niños que crecen a su lado, vale la pena hacer algo y ese algo es la educación, sobre todo para las generaciones venideras que tienen la posibilidad de prevenir; y con las que ya tienen el compromiso de un hogar y unos hijos, una educación apropiada que se amolde a sus necesidades y posibilidades y les ayude a salir adelante. El Estado y la sociedad tienen la palabra y también el poder para hacerlo.

Los estudiosos se preguntan por las causas de estos problemas y plantean soluciones, pero los que asumen el compromiso no son muchos y sus medios son escasos. Los educadores, desde los puestos de observación, sentenciamos: si hubiera habido educación, los problemas serían menores o quizá no existirían. De alguna manera y algún día, quienes tienen en sus manos los medios para actuar, nos darán la razón: la educación empezará a trabajar a su manera: racional y a largo plazo, pero efectiva y comprobable. Mientras tanto, los errores del pasado continuarán produciendo sus efectos y seguiremos viendo a las mujeres pobres expuestas a una vida infrahumana, o simplemente viviendo como buenamente se puede, con viviendas algo superiores a las cavernas, alimentación que apenas supera a la recolección, posibilidades de estudio mínimas, superación y progreso demasiado limitados y lentos. Las seguiremos viendo al natural, reproduciéndose sin control y aumentando el cúmulo de dificultades de su diario vivir, sin esperanza alguna de mejores tiempos. Tenemos que ser enfáticos: si alguien necesita una educación especial, es la mujer de menores recursos. Por esas mujeres, con un horizonte sombrío a la vista, vale la pena cualquier esfuerzo, seguros de que ese esfuerzo no será en vano y los beneficios de muchos órdenes que de allí van a surgir son innumerables: mejoramiento del nivel de vida, buenas perspectivas de progreso, control de la natalidad desbordada, buena crianza y educación para los hijos y disminución de la criminalidad, entre otros.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS