La muerte de Carmelo Ramóna Castro: entre el porro y la bestia.

La muerte de Carmelo Ramóna Castro: entre el porro y la bestia.

Alfolele

07/10/2025

La muerte de Carmelo Ramón: entre el porro y la bestia.
Prólogo:
Cuando Carmelo Ramón, hijo, bien pasadas las cinco de la tarde de aquel septiembre gris, se disponía abrir su pequeño emprendimiento familiar de comida rápida en Corozal, recibió una llamada inusual de un conocido suyo. Le decía, sin ninguna reverencia, que su padre acababa de sufrir un grave accidente. Lo primero que pensó Carmelo Jr. fue en las benditas motos. Para la temporada de corralejas, no solo pululaban y deambulaban, sino que por las imprudencias de algunos motorizados eran muy frecuentes los estragos que se ocasionaban a terceras personas.
Pero una vez que aquella llamada, le afirma y reafirme que fue un toro que lo embistió, no solo Carmelo Jr. tomó aquella desafortunada noticia con incredulidad, sino que hasta se imaginó que se trataba de alguna broma macabra o equivocación. Y en parte tenía razón. Jamás su padre se había metido siquiera por error al ruedo de una Corraleja, y ahora viejo y enfermo, ni borracho ni loco que estuviera; aparte qué, en asuntos de tauromaquia, él era muy temeroso y prudente. Los próximos minutos revelarían la verdad de una triste e increíble historia.

Crónica:

El 8 de septiembre de 2004 como todo sinceano que se respete, Carmelo Jr., viajó bien temprano de Corozal, donde vivía, para Sincé, con la intención de asistir en cuerpo y alma a las solemnidades y programación religiosa en honor la patrona del pueblo: la Virgen del Socorro. Antes de la procesión, para aliviar, dice él, el estrés, se acercó para tal fin a un Billar-Cantina – que le llamaban “Juan El Tuyo”; este era un recodo de diversión, algo elitesco que quedaba a la vuelta de la casa de sus padres. No había pasado media hora de estar allí cuando se presentó al sitio, su padre, el viejo Carmelo. Después, de un ligero saludo, éste le manifestó, muy sobrio, y sin inspirar compasión, qué ya estaba bueno de la tortura que le producía semanalmente asistir a las sesiones de diálisis. Carmelo, hijo, quedó caviloso y pensativo; interpretó esas palabras, como si su viejo lo que quería era tirar de una vez la toalla Sin embargo, le brindo una Pony Malta mientras le susurraba: “tranquilo, mañana te sacan es agua sucia de los riñones y te vas a sentir bien”. Cuando se despidió su padre y lo vio alejarse, un presentimiento raro lo invadió.
A pesar de sus 82 años cumplidos y el cuadro clínico serio que padecía, para su edad, Carmelo Ramón, padre, física y mentalmente se notaba lúcido, y su compostura rutinaria así lo demostraba.
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El sol de Sincé, el 20 de septiembre de 2004, caía a plomo, pero la atmósfera estaba electrizada con el reciente eco de las Corralejas. La abnegada y eterna esposa de Carmelo Ramón, Elícita Acosta, a la hora del almuerzo notó a éste con un semblante y un silencio que no era común en él y, que contrastaba de manera notoria, con el que portaba Carmelo los días anteriores. Una vez que almorzó y reposó , Carmelo, padre, le dijo a su esposa que iría un rato al parque – plaza Bolívar – y regresaría temprano. Elícita una vez más le advirtió: “ojo con las motos”. Era bien sabido que, aunque conservaba una buena visión, su sordera era muy severa.

Pero, para un otrora corazón rítmico de la fiesta: el célebre “platillo” de la banda 8 de septiembre, conocido por todos como «el fiestero» y «el gran animador» de innumerables tómbolas y verbenas, no podía evadir el llamado del eco imaginario que hacen los movimientos y protocolos que producen las bandas apostadas en la corraleja. Ya había asistido aquella temporada a los palcos dos días consecutivos. Se iba y regresaba caminando. Los “palqueros”, conociendo las gestas de euforia que ofreció dentro su dilatada vida en el campo de las festividades y jolgorios pueblerinos, no le cobraban el valor de la entrada, y los directores de bandas se sentían también muy complacidos con su presencia. Total qué, a las 3 de la tarde de ese día , el viejo Carmelo ya se confundía como un músico mas, recostado a la Banda Juvenil de Chochó.
Cuentan algunos parroquianos, que pasada las cinco de la tarde lo vieron bajar del palco, poco antes de finalizar la corrida de aquel día. Lo hacía siempre como medida de precaución por si acaso se formaba algún despelote o trifulca a la salida. Camino a casa, saludó efusivamente a una amiga fritanguera, y unos metros más adelante un jinete, parece que ebrio , estuvo a punto de atropellarlo con su caballo si no hubiera sido por un forastero que lo jaló por el brazo hacia un lado, librándolo del peligro.

De un camión destartalado, saltó una de sus bestias transportadas. Aquel toro bayo y furioso, irrumpió en la vía. El pánico fue instantáneo, un grito agónico se disparó por la calle: «¡Cuidado, Carmelo! ¡El toro!».

Sus paisanos se desgañitaban, con la garganta rota mientras agitaban las manos .La gente corría de un lado para el otro . Pero las advertencias se estrellaban inútilmente contra el muro infranqueable de su sordera. Carmelo, más bien, sonreía; aquellos cruciales momentos, podía apostar que lo estaban saludando. Carmelo caminaba con la parsimonia del hombre que ya no escucha el peligro, solo ve un revuelo de colores y rostros distorsionados.
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Nunca vio la mole bestial que se le acercara, el “platillo” de la 8 de Septiembre tuvo un instante de lucidez terrible solo cuando alcanzó a ver su sombra. Jamás pensó que el fin vendría de esta manera: tan rápido y violento. Él, paciente de diálisis, frágil y viejo, sintió la certeza de que el impacto sería fatal. Imaginó el golpe, la fuerza que lo «zumbaría por los aires», ese final brutal que pondría punto y aparte al sufrimiento y al silencio.

Epílogo:
El gestor cultural Carmelo Ramón Castro, fue una figura emblemática de la cultura popular sinceana y un apasionado a morir de las bandas «papayeras». Encontró un trágico final en un hecho que conmocionó a la comunidad de San Luis de Sincé. Su vida, dedicada a la exaltación de las tradiciones de su tierra, se extinguió irónicamente a la salida de una de las festividades que tanto amaba: las Corralejas en honor a las fiestas patronales de la Virgen del Perpetuo Socorro.
Carmelo Ramón era el alma de la banda 8 de septiembre de San Luis de Sincé, donde no solo contagiaba a todos con su entusiasmo, sino que también participaba activamente como percusionista platillero y en muchas ocasiones como cantante , al igual que lo hizo en otras agrupaciones musicales de la época, como El Combo Costeño”. En síntesis, su nombre era sinónimo de “Banda de Música”.

Nunca ejerció la dirección de la Banda 8 de septiembre de manera oficial, pero por su desempeño como tal… y predisposición para afianzar la consolidación de esta institución, parecía que sí lo fuera.

Quienes, por curiosidad, deseábamos enterarnos de la agenda fiestera del pueblo, Carmelo, era la fuente infalible. Su hogar fue una especie de Casa de la Cultura, en miniatura. Allí no solo ensayaba la Banda, sino que se guardaban algunos instrumentos, se discutía y programaba sus presentaciones y se reunían músicos y contertulios de diferentes facetas del folclor.
Aunque a lo largo y ancho de su vida, para el sostenimiento de su hogar, regentó una droguería; fue distribuidor de diarios de circulación nacional y regional, y vendedor de rifas; su vocación musical fue la que logró proporcionarle alegría y satisfacciones personales.
Ese amor por la «música fiestera», sobre todo, la de bandas, era una señal de identidad, una pasión que lo convirtió en una figura querida y respetada en el ámbito cultural de la región.

Su compromiso con las susodichas tradiciones lo llevó, como tantas otras veces, a las corralejas. Esa fiel devoción desenfrenada por las bandas musicales de la comarca, le costó la vida. Aquella aciaga tarde, se acercó a las Corralejas, más por sumergirse en una terapia emocional por parte de un porro musical que, ya no podía escuchar, que para vibrar del despelote de la fiesta brava, de la cual era algo apático. Sin embargo, al finalizar la jornada, la tragedia lo esperaba a las afueras del recinto.

Según testigos, un toro que se había escapado de uno de los camiones que lo transportaba, lo embistió por la espalda, haciéndole dar doble vuelta de campana. El impacto fue tan brutal, que se estrelló de cabeza contra el suelo. A pesar de ser trasladado de urgencia a un centro asistencial, las graves heridas sufridas les causaron la muerte a las pocas horas.
La noticia de su fallecimiento y la forma como se produjo generó una profunda tristeza en San Luis de Sincé y en el campo de la cultura popular. Carmelo Ramón es recordado no solo por su talento y su alegría, sino también por su incansable labor como folclorista, siempre dispuesto a promover y a enaltecer las manifestaciones artísticas de su pueblo. Su partida dejó un vacío inmenso en la comunidad y en el corazón de todos aquellos que compartieron con él su amor por la música y las tradiciones. La ironía de su muerte, a manos de un toro en el marco de las fiestas que tanto disfrutó, agregó un matiz aún más doloroso a su trágico adiós.

Berrequeque *

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