La mendiga

La mendiga

MaDeRo

25/08/2020

          Ella se vestía con alegría cada vez que salía a trabajar y se pintaba una sonrisa, ya que el surco de la misma lo tenía y sólo debía rellenarlo con un poco de labial rojo. Y así daba comienzo a su día. En cada pareja que veía ella proyectaba su felicidad, imaginaba que su amor iba a llegar en cualquier momento. En qué red social no se había apuntado para chatear un par de horas, para mendigar amor. Cada cita la cubría de expectativas y llenaba de gozo su corazón de niña maltratada, de niña humillada y de niña que sólo recibió el olvido temprano. 

          La infancia desatendida nos deja huellas que tardan mucho en borrarse, por eso hay que valorar a los niños y amarlos para que de grandes no sean mendigos de amor. Por fin el día esperado llegó, esa persona que ella había idealizado estaba ahí entre sus líneas del chat. Sus dedos se ponían lentos para escribir todo lo que su corazón le dictaba. Y no aguantó más y le pasó su número de teléfono para poder llamarlo y contarle que lo estaba esperando hacía muchos días, meses y años. Raúl lo supo de ante mano y aprovechó ese deseo suspirado y pronto le dijo que apunte su número. Esa noche se quedaron hasta que los rayos del sol le indicó que tenía que despertarse cuando todavía no había dormido. Y así fue, se lavó la cara con agua fría y se pintó la sonrisa que esta vez no le costó mucho encontrarla en su cara alegre. El día laboral se hizo más largo que de costumbre ella sólo quería llegar a su casa para escribirle a Raúl sin sobresaltos. Y mientras tanto él no dejaba de mandarle mensajitos entre frases hechas y poemas incompletos. Los días pasaron y cada vez el amor se acercaba y se iba personificando en ese hombre esbelto y seudo-príncipe. 

          Una mañana sin saber cómo ni cuándo se encontraron los cuerpos uno pegado al otro. Toda la vida se fue armando como un rompecabezas en el aire, como piezas de ladrillitos con las cuáles cuando éramos niños armábamos objetos para luego desarmarlos y guardar las piezas. Ella tuvo que trabajar un poco más porque había otra boca para alimentar, sin quejarse llegaba a su casa para cocinar y lavar antes de irse a dormir cansada pero feliz porque tenía un amor en su vida. Él la amaba y eso era suficiente. No había ningún trabajo para Raúl que cubra sus expectativas así que cansado de buscar decidió deprimirse, y ella tuvo que tratar de cuidarlo cuán cristal valioso. Ya no podía encender la tele porque el ruido le molestaba, tampoco podía mandar mensajes porque su celular se lo prestó a él, hasta que pueda arreglar el suyo que se gastaron algunas teclas y las apalabras se volaron del teclado. No importaba nada, sólo tener a su amor en casa cuando ella volvía de sus dos trabajos. El domingo quiso escuchar un poco música en su parlante portátil pero no lo encontró, es que Raúl tuvo que venderlo porque sus zapatillas estaban gastadas y quería lucir otras que estaban a la moda. No importaba porque en casa seguía su amor. Y la felicidad brotaba por las paredes así cómo la humedad que invadía la casa. Ella ya no tenía amigos porque todos se habían puesto muy envidiosos, no toleraban que sea feliz. Entonces su amor le dijo que no les hable más, que la gente no soporta ver felices a otros. Tenía razón Raúl, la gente no soporta. Poco a poco la casa se invadía de amor pero se iba quedando más vacía de muebles y de electrodomésticos. Era para que la energía del «Chi» circulará más, le dijo Raúl, ya que lo había aprendido en uno de sus 480 talleres que estaba haciendo gracias al segundo trabajo de ella. Tanto circuló la energía que chocó con unas lágrimas en la cara, Raúl ya no estaba, y tampoco estaban sus ahorros que había reservado para conocer las Cataratas con su amor. Un sentimiento conocido la vino a visitar, la soledad, y golpeó la puerta y se le metió de «prepo» en su pecho y la hizo pedazos y las piezas del rompecabezas volaron por el aire y no las pudo juntar. Y unas pastillas sueltas se le metieron en su boca y no las pudo evitar, la vida se le escapó por la ventana y no la pudo detener. 

          La mendiga de amor estaba tan cansada de poner la mano pidiendo y pidiendo que decidió entregarse. 

Fin 

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