La medicina antinatural
Desde los laberintos de la historia, en papiros cuidadosamente trazados o en figuras difusas sobre las paredes de las cavernas, se atestigua una verdad antigua: el ser humano siempre ha buscado sanar, recurriendo a todo cuanto le rodea.
Raíces, piedras, plegarias, cuchillos, palabras. Todo ha sido herramienta, símbolo, esperanza.
Algunas culturas, sin embargo, comprendieron que la verdadera curación no proviene solo del exterior, sino que brota desde el interior: del alma, del equilibrio, del ser. Para ellas, sanar era un acto de armonía, no de combate.
Y entonces surge la pregunta inevitable:
¿Es la medicina un artificio antinatural?
¿Sirve únicamente para reparar lo roto?
¿O es, en el fondo, apenas un modo de ganar tiempo, una tregua efímera frente a lo inevitable?
Tal vez la medicina no sea más que eso: una resistencia luminosa ante la sombra. Un intento por detener —aunque sea un instante— la maquinaria del deterioro.
Una batalla que, en última instancia, está perdida desde el principio.
Pero acaso ahí radique su grandeza: en luchar, aun sabiendo que no se vencerá.
En acompañar. En dar sentido. En dar tiempo.
Porque a veces, ganar tiempo es todo lo que se necesita para reconciliarse con la vida.
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