Sigo pensando en su voz, allí en el hospital el día que mi hermana Ana me llevaba a casa, se me había caído mi pulsera al suelo, él la recogió y se la dio a Ana.

—Señorita espere esto es suyo, se le acaba de caer —dijo alguien con una voz varonil.

Sentí esas palabras como un golpe de aire fresco. Iba cogida del brazo de mi hermana, en la otra mano llevaba mi bastón, pero esa voz me penetró el corazón, desde aquel día apenas duermo, algo inunda mis pensamientos. Ana me dijo después, que era médico por la bata y la chapa que llevaba colgada de ella, que era muy apuesto y no se había percatado de su nombre.

Ese día habíamos acudido a una revisión médica, después habíamos bajado a urgencias a ver a una amiga mía que trabajaba allí. Mi hermana me había acompañado a la revisión, más bien casi la obligué era eso o venir mi madre, no es que me llevara mal con ella, pero era demasiado protectora conmigo desde hace cinco años y me agobiaba demasiado.

Me llamo Natalia, tengo veintiocho años, hace cinco años me diagnosticaron una Neuropatía Óptica Hereditaria de Leber (NOHL). Una enfermedad que afecta al nervio óptico y que me provocó la pérdida de la visión central en ambos ojos, desde entonces estoy ciega, algo que me costó asimilar. Sé que actualmente no existe cura para esta enfermedad, pero no pierdo la esperanza para un futuro tratamiento. Yo por entonces trabajaba en un hospital, soy matrona, mi vida consistía en traer niños al mundo y me encantaba mi profesión, así que imaginad como cambió el mundo para mí en cuestión de días. De vivir yo sola en León, dejar mi vida, mi trabajo, amigos… Hundirme en mí misma, a tener que mudarme a Madrid, donde yo nací y donde actualmente residen mi hermana y mi madre. Mi mundo se vino abajo, he de decir que, si no es por ellas, hoy no tendría las ganas de afrontar la vida que tengo, ellas fueron el pilar más importante de mi vida, mi salvavidas, aunque a veces me ahogaban, pero a pesar de todo las entiendo, yo tampoco se lo puse fácil.

Vivo con mi madre, en un chalet en la zona de Rivas—Vaciamadrid es un municipio situado en la zona este de Madrid. Hablo solo de ella, porque tanto mi hermana como yo no conocimos apenas a mi padre, él murió, cuando yo tenía dos años y mi hermana cuatro, en un accidente de coche y desde entonces, mi madre nunca quiso volver a rehacer su vida con ningún otro hombre. Ella nos sacó adelante sola, con ayuda de mis abuelos, aunque mi madre aún se conserva bien y tanto mi hermana como yo la animamos, ella dice que no necesita de nadie, que cuando le apetece echar una canita al aire lo hace, pero que eso de meter un hombre en casa y tener que dar explicaciones no le va, es como dice Ana, un alma libre y algo alocada.

He de decir que, en mi recuperación, a pesar de que a veces tenía ganas de cargármela, porque me trataba como una niña, fue mi mejor enfermera además de los cuidados básicos, adaptó su casa a mi estado algo que me hizo la vida más fácil. También conté con la ayuda de la asociación de ayuda para ciegos. Me enseñaron a movilizarme, hacer mis tareas diarias, con terapeutas, psicólogos y demás profesionales empecé a vivir de nuevo.

Mi hermana por el contrario vive con Javi, su novio, en la zona de Moratalaz en Madrid, pero siempre que puede viene a visitarnos, ella dice que prefiere estar con nosotras a llamarnos por teléfono, es un poco maniática, pero es un cielo, aunque en carácter somos lo opuesto siempre hemos sabido compenetrarnos muy bien.

Y ahora que ya os he contado un poco de mi vida, os diré que mi revisión ha sido perfecta. He estado en el hospital, pero yo sigo con la esperanza de que un día recupere mi visión, algo que solo por el momento será un sueño.

Antes de llevarme de nuevo a casa, mi hermana me ha invitado a tomar algo en una cafetería, porque quería hablar conmigo.

—Este verano nos vamos de vacaciones a Irlanda.

— ¿Cómo que nos vamos? Dirás tú y Javi.

—Pues no, tú y yo.

—¿Me has mirado? ¿Acaso no ves cómo estoy? Sabes que desde hace años era mi sueño, pero pasó lo que pasó y lo descarté, por si lo has olvidado… estoy ciega, y no sé qué pinto yo en un lugar donde hay tanto que ver.

—Pues mira que no lo he olvidado, una cosa es estar ciega y otra… tonta. Ha sido tu sueño y yo te voy a llevar, visitaremos los acantilados de Moher y demás lugares maravillosos.

—¡Por Dios, para ya Ana! Es que no sé cómo explicártelo… tú eres mi hermana, acaso no me has visto, sabes que no puede ser.

—Es que no hay nada que explicar, mamá ya lo sabe, y ella se opuso al principio como tú.

—Pues qué bien, que todos lo sepan antes que yo ―dije molesta.

—A ver Natalia, yo seré tus ojos, pero tú tienes otros sentidos que te funcionan y los cuales usarás, verás lugares asombrosos a través de mí, sentirás emociones nuevas…

—Sí, el sentido de la idiotez―dije con ironía—déjame pensarlo al menos.

—Pues va a ser que no, porque salimos pasado mañana por la tarde. Javi ya está allí. —Mi cara era de asombro, que su novio ya estaba allí, me decía tan pancha.

— ¿Cómo qué, pasado mañana, se te ha ido la pinza, que pensabas meterme en el avión sin decirme nada? ¿Y qué es eso de que Javi ya está allí?

—Javi tenía que arreglar unos asuntos del trabajo. Y es la ocasión perfecta.

Empecé a pensar que ese viaje era una oportunidad para mí y también para ti que querías ir a Irlanda.

—No me mires así, luego me lo agradecerás, llevas cinco años sin viajar, cada día vas superando barreras, te has ido transformando y porqué no cumplir tus sueños.

—Será porque no puedo. Y porque aquí todos decidís sin mí.

—Deja ya de lamentarte, eres mi hermana te quiero, daría lo que fuera por recuperar tu sonrisa, ojalá pudiera recuperar tu vista y si para ello tengo que llevarte a rastras lo haré. Porque por encima de todo, sigues viva. —Todo se queda en silencio y acto seguido me dice— Tómate el café que nos vamos. Además, serán unas vacaciones de verano, que no olvidarás jamás ¿quién sabe? igual tu vida cambia.

Y así sin más, me dejó con la palabra en la boca, terminé mi café, me subí a su coche y me llevó a casa de mi madre. Durante el trayecto fue solo silencio, note la furia de mi hermana con sus respiraciones acompasadas. Ella sabía que yo me hacía la dura, pero también estaba segura de que me iría con ella y no se equivocaba. Porque, mi madre ya me había preparado la maleta, porque ante todo querían verme como yo siempre fui, alocada y dicharachera.

Mi madre estaba encantada, no sé si por perderme de vista, nunca mejor dicho o porque me iba a Irlanda, uno de mis lugares favoritos desde niña y encima con mi hermana.

Esa misma noche pensé en que quizás mi hermana tenía razón, no se debe renunciar a los sueños nunca.

Al día siguiente, con la ayuda de mi madre preparé mi maleta, estaba nerviosa, pero no por el viaje en cuestión, porque no iba sola, era una sensación diferente que no sabía explicar. Llegó el día del viaje. Mi madre no nos quiso acompañar al aeropuerto, porque según ella las despedidas no son lo suyo y nosotras por un lado se lo agradecimos, es la clásica madre que pone peros a todo y si algo no le gusta es capaz de montar una en el aeropuerto.

Y allí estábamos nosotras, en el avión que nos llevaría rumbo al aeropuerto de Galway en la localidad de Cammore, Irlanda. Mi hermana me iba diciendo lo que veía a través de la ventanilla del avión y yo en mi subconsciente me lo imaginaba, es más, creo que una parte de mi lo iba viendo.

Una vez aterrizamos, fuimos a recoger nuestro equipaje y allí estaba mi cuñado Javi.

—Bienvenidas, espero que el viaje haya sido de vuestro agrado.

—Porque no te veo, pero estoy segura de que me estas mirando.

—Cada vez entiendo menos como puedes saberlo.

—Será porque nos conocemos, —dije yo— el viaje ha estado bien, mi hermana se ha encargado de hacerlo ameno, contándome todo lo que veía y aún no me la he comido, pero espero no arrepentirme de esta encerrona vuestra.

—Por la parte que me toca, espero que no —dijo Javi.

—Tranquilo cariño, ladra mucho, pero muerde poco. —En ese momento le pegué un pellizco a mi hermana. Me conocía muy bien.

Mi hermana me cogió del brazo, yo iba con el bastón en la otra (se me olvidó comentar que uso un bastón además de ser más cómodo para mí es como una prolongación de mi cuerpo. El contacto del puntero con el suelo remite unas vibraciones, que son más intensas cuanto más dura es la superficie del suelo). Mientras me imaginaba a Javi con el equipaje, nos subimos a un coche y mi cuñado puso rumbo a Doolin. Es un pueblo costero en el condado de Clare. El clásico pueblo pequeño de pescadores, conocido como la capital de la música tradicional de Irlanda.

Yo ya no sé si mi cuñado estaba allí por cuestión de trabajo, o no, pero qué coincidencia que ese pueblo era el más cercano a los acantilados, todo me sonaba muy raro, pero preferí callarme, además estaba decidida a pasarlo bien, o todo lo bien que pudiera.

El lugar al que me llevaron se llamada Ballyrean Cottage (The Old Cottage), una cabaña pintoresca que según mi hermana rebosa carácter y encanto. Se trata de una cabaña, situada a las afueras de Doolin, según me decía mi hermana tenía mezclas modernas con históricas. Mi hermana me llevó al que sería mi dormitorio, para que yo me familiarizara con él, si algo aprendí al perder la vista es que el tacto se me desarrolló bastante.

Además, tenía un porche con pasillo de entrada, pasillo trasero y sala de estar abierta a la cocina y comedor. Tres dormitorios, aseo, oficina, calentadores modernos, una estufa de leña y un cobertizo adyacente a la propiedad. La casa estaba en venta, pero mientras encontraban comprador la alquilaban. No sé de quién sería, pero a mí no me importaría tener una casa como esta y eso sin verla, pero una parte de mí la sentía de mi propiedad, dediqué el día a conocerla, no quería depender constantemente de mi hermana, además quería darles tiempo a ellos, después de todo sentía que les debía algo. Explorando la casa, el lugar, exprimiendo mis sentidos, me di cuenta de que mi hermana había tomado la mejor decisión y así se pasó el día.

A la mañana siguiente amanecimos a eso de las 8:00 de la mañana, después de degustar un suculento desayuno, preparado por mi cuñado que es unas cocinitas. Mientras él se despedía de mi hermana (quizás yo saqué conclusiones precipitadas y era cierto que estaba allí por cuestión de trabajo) yo fui arreglándome, porque hoy nosotras nos iríamos a los acantilados de Moher, por fin iba a verlos a través de los ojos de mi hermana.

No sé de dónde había salido el coche que mi hermana conducía, supongo que Javi lo habría alquilado, si es que estos chicos son previsibles, con ayuda de una guía turística que habíamos cogido en el aeropuerto, allá nos fuimos. Mi hermana me iba explicando, llegamos al aparcamiento y he de decir que abonamos seis euros que es lo que cobran por persona (ya les vale) no sirvió de nada decir que yo era ciega, aunque también que les importaba a ellos, pero mi hermana es así, intentando regatear con todo. Cruzamos la carretera y accedimos a lo que parecía un complejo turístico, con tiendas, cafeterías, vamos de todo y unas escaleras para acceder a la torre de O’Brien, construida en el S.XIX que queda casi en un extremo de las grandes paredes verticales que caen al mar. Yo había oído de otro camino extraoficial, un sendero de tierra, pero mi hermana lo descartó enseguida, no estaba yo para correr esas aventuras. Por lo menos eso decía ella, porque a mí ya no me importaba.

Y allí estábamos nosotras, desde el mirador, yo sentía la brisa en mi cara, el aroma del mar… Tuvimos suerte, ya que ese día ni llovía ni había niebla, el aire era débil. Mi hermana me iba explicando, el despliegue de colores el verde de la hierba, el negro de las rocas y el azul del mar. Yo sentía dos sonidos diferentes, el del mar y el de las aves que allí anidan.

Decidimos comer en uno de los restaurantes, ya que, en julio y agosto, se permite ver la puesta de sol y ya que estábamos allí había que aprovechar la ocasión como decía mi hermana, además yo me sentía como un ave experimentando la libertad, no sé muy bien cómo explicarlo, pero algo en mí me decía que a través de los ojos de mi hermana llegaba un nuevo momento a mi vida.

Mientras mi hermana pedía la comida, yo escuchaba la historia de ese lugar a través de una aplicación de mi móvil, cuando de repente oí de nuevo esa voz alta, cálida, la de aquel día en el hospital, aquella voz que me impactó y no me dejaba ni dormir.

—Perdona, vosotras sois españolas, ¿tú eres la chica que perdió la pulsera en el Hospital?

—Anda, que coincidencia, el mundo es un pañuelo, la pulsera era de mi hermana. Sí, somos de Madrid, menuda memoria que tienes.

—Me llamo Ian Stone.

—Encantada, yo soy Ana y ella es Natalia mi hermana.

—Hola — dije titubeando ya que fue lo único que salió de mi boca, no sé porque me ponía tan nerviosa, de verdad que parecía tonta.

—Mi hermana es invidente —aclaró mi hermana, porque creo que giré mi cabeza hacia donde no debía, pero claro eso fueron los nervios más bien.

—Ya me había dado cuenta —comentó Ian— ¿Y qué es lo que hacéis tan lejos de casa? Yo soy de aquí si necesitáis un guía, contad conmigo, me he venido a pasar unos días a casa de mi madre y arreglar unos asuntos.

Anda mira que no es el mundo grande para encontrármelo aquí, pensaba yo, necesitarle no sé, pero vamos que se ha quedado a gusto diciendo que ya sabía que era ciega, pues no llevo yo un cartel colgado diciendo soy ciega… en fin, se lo paso por que me gusta mucho que sino… y porque ya que se ofrecía aprovecharíamos. ¿Qué queréis? mi subconsciente piensa solo.

—Estamos de vacaciones, mi hermana siempre quiso conocer los acantilados, lo fue posponiendo, y aunque ahora no los vea con sus ojos lo hace con los míos, es un regalo para ella, una experiencia nueva.

—¿Y tú que dices Natalia?

¡Ay! que me está hablando a mí directamente, si es que hasta mi nombre salido de su boca me hace estremecerme… Dios, solo espero no tener esa cara de lela que se me pone cuando me gusta alguien, aunque después de lo de antes, no creo yo.

—Los he sentido desde otra perspectiva, he agudizado alguno de mis sentidos, y he experimentado con ellos, el olor, el olfato, el tacto en las piedras del mirador… —vamos que le he soltado una parrafada y me he quedado a gusto.

—Ver el atardecer es una maravilla, no debí haber dicho eso, perdona Natalia.

—No tengo que perdonar nada. Pero tranquilo que, aunque no lo vea también lo puedo sentir.

—Tenéis que conocer las islas de Aran. Si queréis mañana os acompaño, ¿os alojáis cerca de aquí?

—Sí, estamos en Doolin.

—Que coincidencia, el pueblo que me vio nacer. Bueno pues lo dicho si queréis mañana os acompaño y os enseño estas maravillas.

—Me parece genial, bueno nos parece, contamos contigo —dijo mi hermana, sin consultármelo, aunque claro yo también quería, esta vez no le pensaba reprochar nada.

—Si os parece os doy mi número de teléfono y cualquier cosa me llamáis, así quedamos para mañana, un placer encontraros de nuevo. Chao chicas y disfrutad.

Mi hermana apuntó su número de teléfono y se despidió de nosotras, Ana me contaba, lo guapo que era, vamos que yo solo con su voz me lo imaginaba. Según mi hermana era el típico highlander, claro eso porque estábamos en Irlanda porque allá en Madrid no me comentó nada parecido, me lo iba describiendo moreno, con pelo corto y despeinado, ojos verdes, con una pequeña barba de esa de tres días y con un cuerpo de infarto. Vamos que, si ella no estuviera con Javi, me lo levantaba y dijo levantaba, porque yo ya lo sentía mío, ya sé que no tengo abuela, pero de sueños también se vive ¿no?

El resto del día, lo pasamos sacándonos fotos, bueno mi hermana las sacaba y yo posaba, incluso algún turista nos plasmó a las dos juntas, mi hermana me contaba todo lo que veía, yo me lo imaginaba, a mi manera tuve una visión de aquellos acantilados que desde niña soñaba con verlos. El atardecer fue único, porque María se emocionó y yo sentí a través de ella muchas cosas. Regresamos a nuestra cabaña y al llegar, escuche a mi cuñado Javi como nos recibía, pensaba que nos habíamos perdido, así son los hombres.

Cenamos, estuvimos hablando un rato de cómo me sentí y decidí dejarles solos y retirarme a mi habitación, ellos necesitan intimidad y no soy quien, para molestar, además yo tenía mis pensamientos en Ian Stone, si es que hasta su nombre me gustaba.

Al día siguiente después de levantarnos, desayunar y asearnos, mi hermana se puso en contacto con Ian (ya lo habíamos hablado dos horas antes), nos pusimos ropa cómoda, hoy iríamos a conocer las Islas de Aran y con él, mejor plan imposible.

Una hora después llegó con un todo terreno 4×4 según me contaba mi hermana de color azul oscuro. Mi hermana me ayudó a sentarme en el asiento de atrás y ella delante con él, ¡ay! ahora sí que echaba de menos no ver. Por el camino nos contaba que estudió medicina en Salamanca, especializándose en traumatología y acabó haciendo el MIR, en Madrid y después consiguió una plaza allí. Echaba de menos su pueblo y su gente. También nos contó que en un año se mudaría a Galway con unos amigos que habían montado una clínica. También nos dijo que Doolin era el pueblo de su madre y donde él nació, pero la vida tiene esos reveses… Él era hijo de madre soltera y un verano su madre conoció a un español, con tan solo cinco años se fueron a vivir a Salamanca. Para él aquel hombre era su padre y cuando tenía diecinueve años falleció. Su madre volvió a Doolin, él se quedó estudiando en España y haciendo su vida. Ahí comprendí porqué no tenía acento inglés. También nos dijo que tenía treinta y dos años. Mi cabeza que enseguida va por cuenta propia, pensó, Natalia ves este es el hombre de tu vida.

Nos dirigíamos a coger el ferri que sale desde la zona de Rossaveal. Las islas están a cuarenta y cinco minutos de Galway. Ian nos sacó los billetes que no nos dejó pagar y nos recomendó que tomáramos una pastilla para el mareo, por el bamboleo del barco, y así lo hicimos.

Me ayudaron a subir al ferri y tanto mi hermana como Ian, me iban contando lo que veían. Ellos se convirtieron en mis ojos durante la travesía. Pasamos un día inolvidable en las islas, yo no dejaba de preguntar y todo por escuchar su voz. Las islas de Aran son lugares agrestes de terreno complicado y aisladas pero rodeadas de un mar bravo, intenso y salvaje. Lo que sería el oeste irlandés.

Y así terminó una mañana en la que ellos terminaron viendo todo desde mi perspectiva, después paramos a comer en Galway, por supuesto invitamos nosotras. Más tarde dimos un paseo por Galway, con el mejor guía que podíamos tener, y cada vez que él me cogía de la mano, no imagináis, como palpitaba mi corazón.

Durante días fue un sin parar de excursiones conociendo lugares de Irlanda y sus castillos, las maravillosas leyendas de aquellas tierras y todo con la compañía de Ian que era nuestro mejor guía, a veces se nos unía Javi, entre ellos surgió una buena amistad y yo encantada.

Ya habíamos pasado doce días en aquel lugar, mi hermana quería ir hasta Dublín con Javi y no quería dejarme sola, yo por el contrario le decía que no había problema, pero ella ya hizo sus propios planes incluyendo a Ian (no voy a decir que no me encantó la idea porque mentiría, además entre nosotros había surgido algo de química), me llevaría a una playa, por lo que ya me había puesto mi bikini y un pantalón corto.

Íbamos a Lahinch Beach, una de las mejores playas de la zona, y donde los surfistas se lanzan a coger las olas. Andar por la arena descalza me arrastró a recuerdos de cuando podía ver y lo hacía, cogida de la mano de mi madre de pequeña, el olor a salitre, el ruido de las olas, tanto recuerdo me llegó a emocionar, aunque ahora lo hacía sola, bueno sola del todo no, porque apuesto a que detrás o cerca de mí tenia a Ian, que me observaba, pero respetaba mi silencio.

Después de un rato nos dimos un baño, él me guiaba con su mano, ya no me importaba su roce, puedo decir que era mi mejor verano, tantas cosas que la vida me ofrecía y disfrutarlas eso me daba esperanzas para seguir luchando. A mi mente acudió esta cita que un día escuché: «En la oscuridad emergen cosas que en otro sitio permanecen ocultas«.

Ian me ayudó a salir del mar, me envolvió en una toalla y nos sentamos en la arena, con el fin de escuchar el mar.

—¿En qué piensas? —me preguntó.

—Estoy sintiendo muchas cosas que creía olvidadas, tanto tiempo lamentándome por mi enfermedad, cerrando puertas y apartando personas, ahora mismo me he dado cuenta que nunca debí de hacerlo, porque sigo viendo la vida, pero desde otro lado. Y porque estoy viva… (esto último lo grite).

Se quedó en silencio, creo que incluso note su mirada hacia mí, tantee con mi mano, hasta tocar la suya, le sonreí, entonces el silencio se volvió pregunta directa.

—¿Puedo besarte?

No hubo respuesta, giré mi cabeza hacia el lado donde oí su voz, y le di permiso. Fue un beso intenso, dulce, de esos que tanto deseas y no quieres que terminen jamás, de esos en que tus miedos se evaporan.

—Gracias.

—¿Gracias por qué, por besarte? Natalia me gustas mucho, y no quiero que me des las gracias cada vez que te bese, porque habrá muchos más si tú me dejas, eres una mujer increíble, luchadora, tú has visto a través de nuestros ojos, yo lo he hecho a través de tu oscuridad, ¿sabes? me gustaría viajar al pasado y ser un irlandés rudo y secuestrarte….

—¿Te vas a convertir ahora en un highlander?

—Todo puede ser cerca de ti, has sacado mi lado salvaje.

Reímos los dos, era lo más bonito que me habían dicho, yo le gustaba y él a mí mucho más. Y no pude por menos que confesarle algo que no me dejaba dormir.

—Tú también me gustas, pero no solo de estos días, aquel día en el hospital tu voz llegó a mí, entró con fuerza, me quedé enganchada y volver a reencontrarte ha sido mi mejor regalo.

—El destino está marcado, yo creo que esa pulsera que se te cayó aquel día hizo posible nuestro amor, es como la leyenda de Isolda y Tristán, que con un brebaje cayeron rendidos de amor, nosotros gracias a una pulsera y este viaje.

No imaginéis mucho, pero después hubo más besos, muchos más, arrumacos y nos dejamos arrastrar por nuestros cuerpos entre caricias, yo no sé si en aquella playa había alguien más, pero no me importaba, explorando nuestros cuerpos, sensaciones que yo había guardado en un rincón de mí y que ahora emergían, fue el mejor momento de aquel maravilloso verano.

Y así una cosa llevó a otra y Ian y yo empezamos a salir, como una pareja normal, allí en Irlanda su país, tanto poner pegas al viaje que Ana quería que hiciéramos y ese viaje me regaló una nueva vida y mi compañero de viaje.

Nuestras mini vacaciones de verano, tocaban a su fin, pero para mí comenzaba otra etapa llena de cambios. Llegó el día de regreso a España para mi hermana y Javi. Ian tenía que quedarse para preparar sus trámites. Nosotros ya habíamos hablado de nuestra vida en común.

—Tengo ganas de volver a abrazarte, de tenerte solo para mí, serán unos días, porque quiero que te mudes aquí conmigo, que empecemos una nueva vida, arregla lo que tengas que arreglar y en unos días estaré en Madrid, te secuestraré, pero para siempre.

—Cuenta con ello, no sabes tú lo que vas a hacer, ¿estás seguro amor mío? Que, aunque no vea soy muy cabezota.

—Eres mi alma gemela, me complementas siempre, creo que eso lo podré sobrellevar.

Y así sin más me besó como si no hubiera mundo, no quería que ese momento terminara jamás, aunque sabía que en breve estaríamos juntos.

—Siento interrumpir este momento —dijo mi hermana— pero si no perderemos el vuelo.

Mientas ellos se despedían, yo intentaba recomponerme de ese beso. Ahora sí que tenía cara de boba, estaba subida en una nube de la que no quería bajar en mucho tiempo.

Al regresar a España, pusimos a mi madre al día de todo lo sucedido en Irlanda, incluido la persona con la que compartiría el resto de mi vida.

Cuando yo esperaba su reacción, de gritos y demás, solo recibí silencio, y por lo que me decía mi hermana estaba feliz, vamos yo preocupada de cómo decírselo, por si liaba alguna y ella parecía que estaba deseando que me fuera, pero claro eran suposiciones mías, porque mi madre lo que quería era verme feliz.

Ian regresó un mes después, continuábamos viéndonos, me habían mirado médicos amigos de él, pero hoy por hoy no había solución, aunque no perdía la esperanza de que en un futuro pudiera volver a ver, no sería como antes, pero al menos recuperar algo de vista. Se convirtió en el aliado de mi madre.

Ahora venía el reto más complicado, explicarle a mi madre que yo me iba a vivir con él, lo tenía decidido, sé que no sería fácil la separación y empezar en otro lugar, pero era mi decisión, era mi vida, un gran cambio, pero donde sabía que Ian me ayudaría. Además, allí no estaba solo también estaba su madre. En esos momentos Ian no quiso dejarme sola y allí estábamos los dos en el salón de la casa de mi madre explicándoselo.

—Pero no entiendo, queréis vivir juntos hasta ahí todo bien, ¿Por qué no aquí en Madrid? Es que iros tan lejos, mi niña necesita cuidados.

—Mamá, yo estaré bien, además quiero estar donde esté él, y cuando fuimos Ana y yo, descubrí lugares increíbles, sé que mi vida está allí.

—Tu familia está aquí, es que está muy lejos, no digo que Ian no te cuide, es que yo te extrañaré.

—Mi familia está aquí ―dije indicando a mi corazón― eso nunca lo olvidaré, además, tranquila no seas melodramática, conociéndote, sé que será la manera de que tú viajes, y te tendremos allí por menos de nada.

—Mi madre también vive allí, ayudará y cuidará a Natalia al igual que yo, por eso no debes preocuparte y nuestra casa siempre está abierta para ti —comentó Ian.

—Y si os dais un tiempo, no digo que os separéis, a ver cómo me explicó, es que precipitar las cosas no sé…

—A ver mamá sé que quizás me precipito demasiado, pero soy feliz, después de todo lo que he pasado, sé que mi vida está con él, y sé que es allí en Galway.

—Bueno veo que diga lo que diga la decisión ya está tomada, pero así todo…

Seguimos hablando un rato con ella, Ian no paraba de explicarle todo del lugar donde íbamos, incluso le hizo un mapa, creo que la convenció él más que yo.

Quizás me precipitaba mucho, eso era lo que opinaba mi madre, pero el que no arriesga no gana y después de lo que me sucedió, ya no tenía nada que perder, era por decirlo de alguna manera reencontrarme conmigo misma.

Ian preparaba todo para irse a Galway, se despedía de sus colegas mientras yo arreglaba los papeles para mi nueva vida, de los informes médicos ya se había encargado Ian.

Mi hermana se había quedado embarazada, mi madre casi la obligó a irse a vivir con ella, era eso o tenerla todo el día de visita en su casa, a Javi le pareció bien, siempre ha sido el niño mimado de mi madre.

Ian adelantó su viaje porque tenía que entrar a trabajar en la clínica de sus amigos, de la cual era socio. Compró la cabaña en Doolin, en la que Ana, Javi y yo nos hospedamos el verano pasado. Mi suegra se encargó de dejarla lista para mí, era mi nuevo hogar, aquel que un día empecé a conocer.

Un mes después de hablar con mi madre llegaba el momento más difícil, despedirme de ella, de mi hermana y mi cuñado. Aunque presagiaba que a mi madre la iba a tener en mi nueva vida, cada dos por tres, porque al despedirse de mí, me dijo que en quince días me daría una sorpresa.

Estoy en el lugar donde mi vida empezó a renacer, donde a través de los ojos de mi familia volví a ver y con la persona que se ganó mi corazón.

Y aquí estoy en mi cabaña, con mi suegra que viene casi todas las tardes a hacerme compañía, nos ayudamos mutuamente, nos hemos hecho amigas, ahora además de mi bastón, también cuento con la ayuda de Thor un perro Golden retriever, un perro originario de Escocia regalo de mi suegra, y que se ha convertido en mis ojos, mi sombra y mi mejor amigo.

Mi madre ha venido a verme, y ahora mismo está preparando un viaje con mi suegra. Estas dos juntas son un verdadero peligro, a veces entre las dos me siento agobiada, pero sé que las tengo ahí.

En cuanto podemos disfrutar de tiempo Ian y yo viajamos, tengo una página web donde escribo mis viajes. Porque ser ciega es otra manera de ver la belleza, porque la oscuridad ha sacado luz de mí. Porque viajar es mucho más que ver, es sentir, vivir y respirar. Tocar, oler, oír, degustar, escuchar las voces de otras personas y porque las personas invidentes también podemos hacerlo. Aunque aún queda por conseguir que el mundo entienda que a veces hay muchos inconvenientes para nosotros porque con ayuda de todos, la vida sería más fácil.

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