CAPITULO I
El Ritual de los Caminantes
La tormenta llego a comienzos de la madrugada. Los vientos fuertes comenzaron a azotar a los arboles que custodiaban la entrada al pueblo y luego fueron recorriendo las ventanas de cada casa moviendo las persianas, tratando de abrirlas con su fuerza, como si estuvieran buscando desesperadamente a alguien. El chiflido del viento era ensordecedor, quien estuviera por las calles en ese momento sin duda creería que se trataba de una persona silbando, y el sonido de su silbido era parecido al que se utiliza para llamar a un animal, todo parecía indicar que la tormenta había cobrado vida. En ese momento los relámpagos respondieron a los silbidos y aparecieron para iluminar el cielo de punta a punta y así por instantes la noche se hacía día por las luces de los rayos. El primer trueno no se hizo esperar más y estallo de una manera sobre natural partiendo en dos el silencio de la madrugada. Las aves que hasta hace unos segundos dormían en las ramas de los arboles empezaron a chillar todas juntas, pedían auxilio y a la vez trataban de advertir que algo estaba a punto de ocurrir. Los caballos por su parte desde los establos relinchaban mientras daban en vano patadas al aire, trataban de defenderse de aquello que sentía que se aproximaba. Otro segundo trueno se dejo oír ferozmente y las luces de las casas se fueron apagando una por una, las personas en su interior no querían que se notara su presencia y se ocultaban en la oscuridad de sus hogares, intuían que lo que estaba ocurriendo no era algo casual, no se trataba de una simple tormenta lo de allá afuera, sino que más bien era una guerra, una batalla que estaba a punto de desatarse y después del tercer trueno no había más duda de ello, miles de soldados de cristal salieron al ataque, cayendo desde el cielo como proyectiles e iban impactando contra los tejados de las casas, estaba granizando.
Nunca había ocurrido un evento meteorológico como este en el Pueblo, a las lluvias todos en el lugar estaban más que acostumbrados, pues a diferencia de otros sitios en Lloró llovía más que en cualquier otro punto de la tierra. Al año solo existían dos meses en que el cielo daba tregua a los que vivían abajo y paraba durante algunos días las lluvias, esos meses eran en Junio y Julio, el resto del año llovía de forma constante. En un estudio realizado por unos meteorólogos que estuvieron un tiempo de visita por Lloró analizando su tierra y las consecuencias del desequilibrio climático, se dejo a la luz que anualmente en el lugar se puede registrar 13.000 mililitros de lluvia, que es el doble de lo que producen muchos otros lugares del planeta. Pero los estudios solo hablaban de las conclusiones, los efectos finales, las consecuencias del clima, nadie realizaba un investigación que revelara la razón por la que en Lloró, lloviera tanto, la ciencia simplemente lo rotulo como un fenómeno climático y nada más. Si bien los habitantes estaban acostumbrados a las intensas lluvias, no era habitual en el pueblo sufrir tormentas tan fuertes como las que se estaban formando en ese preciso momento afuera de las casas, sabían que significaba algo.
Si había algo más que lluvia en Lloró, ese algo eran creencias. Había miles de historias que adornaban el pueblo, algunas sobre los primeros habitantes del lugar, otros sobres como llego el cauce del rio, algunas impartían temor y respeto al escucharlas, otras generaban orgullo en cada habitante por su tierra y luego habían otras llenas de magia y fantasía que explicaban mejor y de una forma más simple todo lo que ocurría en el pueblo, pero las personas con el tiempo las fueron convirtiendo en simples cuentos de hadas, historias que se les narraba a los niños antes de dormir cuando en realidad podríamos decir que esos cuentos eran la columna vertebral del pueblo. Una de ellas era el Ritual de los Caminantes.
Los padres contaban a sus hijos para que estos contaran nuevamente algún día a sus hijos sobre los árboles caminantes de Lloró. Al borde de la entrada a una extensa selva que estaba a las cercanías del pueblo podía notarse una muralla echa de arboles que custodiaban celosamente el ingreso. La selva era inhóspita por ello nadie decidía por cuenta propia meterse, pues se decía que cosas aterradoras ocurrían ahí, aún así, aunque alguien decidiera aventurarse dentro de ella, contaban los padres, no le iba a ser posible avanzar mucho pues los árboles caminantes impedían el paso de cualquier persona que no fuera habitante del Valle. Una leyenda contaba que muchos años atrás existió un Valle en algún punto en el corazón de la selva. Las personas vivían ahí tranquilas en paz y armonía, hasta que un día un viajero, un extraño de otro pueblo llego hasta el lugar y provoco la ira de un antiguo brujo que habitaba ahí, este lleno de odio y de rabia realizo un hechizo haciendo que el Valle entero con todos sus habitantes desaparecieran junto con los caminos que llevaban hasta él para que así nunca más ningún extraño pudiera encontrar el Valle. Se decía que solo durante las intensas tormentas se podía llegar hasta ahí, debido a que era en esas ocasiones en que los árboles guardianes realizaban el Ritual de los Caminantes. Los fuertes vientos provocaban que los arboles con la intención de ir a proteger el Valle oculto sacaban sus raíces del suelo, se levantaban y trataban de caminar hacía lo más profundo de la selva, iban con dirección al Valle pero como nunca antes habían caminado, los arboles caían fuertemente al suelo aplastando todo lo que tuvieran debajo de ellos y al no poder volver a levantarse quedaban ahí tirados hasta convertirse en troncos secos.
Como eran muy escasas las tormentas en Lloró cada vez que ocurría alguna los niños se asomaban a la ventana de sus casas para mirar con dirección a la selva, intentando ver si podían ser capaces de presenciar la caminata de alguno de los arboles del pueblo, pero terminaban desilusionados pues nunca se veía a ninguno caminar. No era hasta el otro día en que las historias cobraba nuevamente vida, cuando se encontraba uno que otro árbol caído en el lugar, para los niños era obvio que se trataba del ritual del caminante y durante todo el día no se hablaba de otra cosa que no fuera de eso.
Esta tormenta era muy parecida a aquellas que despertaba a los arboles, pero esta vez también despertaba el miedo en todos los habitantes del Pueblo, por lo que ningún niño se asomaba a su ventana, ninguno excepto la pequeña Hannah.
Con sus persianas amarillas abiertas de par en par Hannah miraba atentamente la entrada a la selva. Había dormido temprano luego de escuchar una de los cuentos de su abuela, pero el segundo trueno la había hecho abrir nuevamente los ojos a mitad de la madrugada.
Hannah había pasado al sexto grado, era la mejor en su clase en todas las materias y había salido mejor alumna en más de una ocasión. Le encantaba leer libros de cuentos, sus preferidos eran aquellas que tenían un poco de todo, aventura, romance y suspenso, pero como habían muy pocos libros de esos para su edad, su actividad favorita en el mundo era pasar tiempo con su abuela y escuchar sus historias, es más cada vez que su tata, como ella le decía, le contaba un cuento nuevo, ella iba a la escuela llena de entusiasmo a contárselo a sus compañeras. Muchas veces la trataban de mentirosa, pues los cuentos estaban llenos de magia y fantasía y en ocasiones los niños crecen tan rápido que ya no dan cabida en sus cabezas a lo fantástico, pero a Hannah no le importaba lo que pudieran decir, ella sabía que no eran mentiras y cuando se burlaban de sus historias solo les repetía lo que su Tata le enseño que dijera: “Que triste que no les hayan pasado por nada mágico, no tienen más que la realidad”.
Aunque pasar tiempo con su abuela era la actividad más entusiasmante del mundo los encuentros fueron disminuyendo cuando repentinamente su Tata comenzó a enfermar de la cadera y esto le empezó a dificultar que pudiera ir hasta la ciudad para visitarla como lo solía hacer cada fin de semana. A la pequeña Hannah le puso muy triste tener que esperar cada vez más tiempo para poder estar con su abuela, y fue por eso que ese verano decidió que sería ella quien iría a visitarla esta vez. Luego de insistirle unas mil quinientas veces a su mamá, consiguió que aceptara lo que le había propuesto que era nada más y nada menos que una gran aventura. Le propuso que una vez que terminaran las clases y solamente si salía nuevamente mejor alumna, iría por unos días de visita a la casa de su abuela en el Pueblo donde ella vivía.
Y así fue como fueron ocurriendo las cosas, por eso razón y gracias a su dedicación por los estudios, ahí estaba la pequeña Hannah pegada contra la ventana mirando la tormenta que tanto miedo le daba, pero aún así firme frente a ella sin quitar un ojo de los arboles esperando poder ver el Ritual de los Caminantes.
Los primeros vientos acariciaron sus persianas amarillas con sutileza pero los que vinieron luego azotaron con tanta fuerza que la pequeña Hannah corrió nuevamente a su cama para esconderse debajo de su manta rosa, la que le acompañaba a todos lados. La niña pensó que pronto habría de acabado todo y la tormenta se marcharía, pero estaba equivocada. El viento empezó a crecer y crecer y comenzó a soplar sus persianas hasta despegarlas e la pared y hacerlas volar por los aires.
-¡¡Tata!!- Grito la niña
Envuelta en su manta de color rosa de pies a cabeza, Hannah desconocía lo que estaba ocurriendo en ese momento afuera de la casa. La tormenta había encontrado a quien buscaba. Como puños golpeando, el viento comenzaba a hacerse oír chocando una y otra vez contra las paredes estaban intentando entrar.
-¡¡Tata!!- Grito una vez más la niña.
Los granizos empezaron a caer con más fuerza sobre los tejados, los truenos repicaban uno tras otro y los relámpagos no cesaban ni por un instante. La nube negra de tormenta se había situado con mayor presencia sobre la casa donde de la abuela de Hannah.
-Hija, ven rápido, ven rápido-
Una voz se escucho en la pieza, venia de hacía la puerta. La pequeña alzo unos centímetros su manta, lo suficiente como para poder sacar solo un ojo. Al ver que se trataba de su Tata que había venido en su auxilio, salto de la cama y fue corriendo hacia ella al mismo tiempo que un viento fuerte rompía los cristales de la ventana esparciendo los pedazos por toda la habitación.
-Ahhhh– Grito la pequeña
-Vamos rápido, sígueme- Le dijo du abuela
Fueron bajando las escaleras, pues las habitaciones estaban en el piso superior, y mientras lo hacía podían escuchar como el viento se encargaba de romper los cristales de todas las otras ventanas de la casa.
-¡¿A dónde vamos Tata?!- Pregunto Hannah al ver que se dirigían a la puerta principal.
-Al taller de tu abuelo- Respondió su abuela
En los días que había pasado con su Tata, recorriendo todo el Pueblo, pero no habían entrado ni una sola vez al taller de su abuelo que se encontraba al costado de la casa. Fueron a la iglesia, fueron al rio, recorrieron los bordes de la selva y hasta a la casa de unos vecinos amigos de su abuela, pero nunca al taller de su abuelo. Su mamá le había contado que su abuelo había sido un excelente carpintero, es más había construido la mayoría de los muebles que hoy adornaban la casa donde vivía con sus padres así como también cada mueble que había en la casa de su Tata eran obras de suyas. Hannah lamentaba mucho no haberlo conocido, el abuelo había ido al cielo unos meses antes de que ella naciera, por culpa de una enfermedad que lo aquejo un día sin previo aviso. Tata no hablaba mucho de esa época, pues decía que no valía la pena recordarlo así, pues en sus últimos momentos de vida ya no había sido el mismo por culpa de los dolores que l aquejaban, prefería recordarlo como lo conoció la primera vez y así es como lo s solía describir en sus historias, sobre todo en aquella que contaba cómo lo habían conocido, de todos los cuentos que podía tener su Tata, sin duda alguna el favorito de Hannah era ese y es que esa historia tenía de todo, romance, aventura, un villano pero por sobre todo tenía un final feliz y nada le gustaba más a Hannah que los finales felices.
-Corre rápido hija- Grito su abuela una vez que abrió la puerta principal.
Hannah corrió lo más rápido que pudo, pero por más que sentía que lo hacía con todas sus fuerzas tenía la impresión de que no avanzaba y estaba en lo cierto, por más que movía y movía sus piernas no lograba ir a ningún lado y era debido a que los vientos soplaban cada vez más fuerte con la intención de no dejarla huir.
-¡¡Tata!!- Grito nuevamente
Su abuela por el contrario podía caminar atravez de la tormenta, al parecer no era a ella a quien quería llevarse.
-Hija sube- Dijo su abuela mientras le enseñaba los brazos abiertos para que subiera.
Una vez que Hannah se encontraba entre los brazos de su abuela comenzaron a avanzar. Llegaron hasta la puerta del taller y fue en ese momento en que la tormenta azoto con más fuerza la casa levantando parte del tejado.
-Tata que está pasando, tengo mucho miedo- Dijo sollozando Hannah.
-Tranquila hija, ya estaremos a salvo- Respondió su abuela mientras intentaba abrir el candado que resguarda el taller.
La tormenta se había quedado sin granizos para ese entonces, pero su artillería había pasado a las inmensas gotas de lluvia que caían a una velocidad tan grande que a Hannah los comparaba los golpes con los coscorrones que solían darle sus compañeros durante los juegos en el receso, y que tanta rabia le daban pues no les gustaba ese tipo de juegos, pero en ese momento ahí estaba recibiendo los golpes de un tormenta que intentaba que no pudieran entrar a resguardarse.
-¡Ya está!- Grito con júbilo su abuela
Las puertas del taller se abrieron y así Hannah y su Tata corrieron adentro para esconderse de la lluvia.
-Tata, tengo miedo- Dijo la pequeña mientras abraza con una mano la pierna de su abuela y con la otra sostenía fuertemente su manta de color rosa.
-No temas hija, aquí no nos pasara nada- Respondió su abuela
Hannah hecho una mirada rápida al lugar, y noto que estaba lleno de cosas que nunca antes había visto, cosas que ni si quiera conocía por lo que no podía decir que eran. A un costado bajo una gran manta descansaba una corroza, de esas antiguas que eran estiradas por caballos, como las que habían trasladado a la cenicienta, solo que esta no era de calabaza, sino de madera. También había una mesa larga y encima de ella había muchos relojes algunos terminados y otros sin terminar, sin mencionar las vigas que se recostaban por las paredes que al parecer iban a servir para hacer techos, pero que simplemente quedaron ahí.
-¿Y si la tormenta levanta el techo Tata?- Pregunto temerosa la niña.
No le daba mucha seguridad estar ahí, el taller de su abuelo tenía un aspecto viejo y descuidado, no tenía la impresión de que sus techos pudiera evitar que el viento las llevara por las aires como había hecho con sus persianas amarillas.
–Ja! Hija nada puede echar este taller ¿no adivinaras de que esta hecho?- Dijo su abuela
-¿De que esta hecho Tata, de que esta hecho?- Pregunto Hannah entusiasmada pues presentía que su abuela estaba a punto de confesarle un secreto mágico.
-Este taller esta hecho nada más y nada menos que de….-
-¿De…?- Hannah continuo la oración atentamente.
-De madera de Árbol caminante- Dijo al fin su abuela
-Ihhhh-
Hannah se tapo la boca con ambas manos, quedo sorprendida tras la confesión de su abuela, sabía muy bien que ahora no había razones para tener miedo, pues todo el mundo sabía que la madera de los arboles caminantes eran inmunes a las tormentas, eso le había enseñado su Tata hace muchos años. Los arboles caminantes eran quienes durante los fuertes vientos, levantaban sus raíces del suelo y viajaban con destino al corazón de la selva para proteger el Valle oculto y ahora ella y su Tata estaban debajo de uno de esos árboles.
-¿Pero cómo es eso posible Tata?- Pregunto Hannah
-Tu abuelo hace muchos, muchos años, corto en pedazos con su hacha a un árbol caminante-
-¡No puede ser! ¡No puede ser! El abuelo era lo máximo Tata-
-El abuelo nos protegía y pensó en protegernos siempre, por eso construyo esta guarida para mí y para tu mamá con la madera del árbol caminante que cazo-
-Y ahora también me protege a mí
-Si hija, lamento decir que ahora también este viejo taller es para vos- Dijo su abuela
-¿Porque lo lamentas Tata?- Pregunto Hannah
-Por nada hija, no me hagas caso-
Los vientos no se rendían ante su misión y golpeaban con más fuerza las puertas del taller, pero por más que se esforzaban no lograban echarlo abajo. Hannah se aferro nuevamente a la pierna de su abuela, aunque ahora tenía toda seguridad de que nada malo les podría pasar estando en el taller, el ruido de los truenos le daban mucho miedo.
-No temas hija, mira siéntate aquí en mi regazo…-
Su abuela se acomodo en una silla que tenía cerca, y subió a Hannah sobre ella de manera a que pudiera hacerla sentir aún mas protegida.
-¿Quieres que te cuente un cuento Hannah?- Pregunto
-Siii, uno más, uno más, uno más- Repico la niña entusiasmada por escuchar un cuento más
-Jajaja, bueno dime ¿cual quieres escuchar?-
-Cuéntame el cuento de cuando conociste al abuelo- Pidió Hannah
-Te gusta esa historia ¿verdad?-
-Es mi favorita Tata-
-La mía también….-
Dijo su abuela mientras dejaba ir a sus pensamientos en busca de los recuerdos que descansaban en su corazón, pues es ahí es donde se anidan los lindos recuerdos, en donde uno lo pueda tener siempre presente y que mejor lugar para tenerlo presente que en cada latido. Era ahí donde descansaba la historia de la abuela de Hannah, pero no era cualquier historia, era nada más y nada menos el relato de de cómo conoció al amor de su vida y del día en que entendió que si bien el amor no tiene precio, muchas veces se paga un alto costo por amor.
Hace mucho tiempo yo era joven así como tu madre y más terca que ella. Vivía con mis padres en una de las primeras casas hechas de hormigón, todas las otras casas del Pueblo estaban hechas de paja y materiales precarios, pues la economía no era muy buena como lo es ahora. No había carretas que llevaran a otros lugares ni mucho menos a la ciudad, por lo que pensar ir hacia esos rumbos eran para nosotros los jóvenes que vivíamos por aquí, un verdadero cuento de hadas.
Yo había cumplido recientemente los dieciocho años y…..
Hannah fue cerrando los ojos, mientras se acomodaba en el regazo de su abuela, si bien afuera la lluvia y el viento se esmeraban para atemorizarla más y más, ella conseguido sacar el temor de su cabeza para dejar entrar la tranquilidad que le daba escuchar como iniciaba su historia favorita en todo el mundo. Cerró con más fuerza los ojos y fue dejando que cada palabra de su abuela fuera cavando más y más en su corazón hasta lograr hacer un hoyo en él donde pudiera enterrar aquel cuento, para que no lo olvidase nunca y en caso de que lo hiciera solo necesitara un fuerte latido para, removerlo y desenterrarlo. Muchos años pasarían para que volviera a recordar ese sentimiento de seguridad que sentía en ese momento estando en el regazo de su abuela, faltaba mucho para que volviera a recordar a su abuelo en los cuentos que tanto amaba. Mucho tiempo pasaría hasta que volviera a su memoria la aventura en el taller hecho de madera de árbol Caminante y de cómo una madrugada su Tata y ella huyeron de la tormenta y si bien aún Hannah no lo sabía, también faltaban muchos años para enterarse de que esa madrugada también huyo del Destino.
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