La Laguna de los Sueños

La Laguna de los Sueños

“La Laguna de los Sueños” nace de la necesidad de contar una historia en la cual podamos recordar lo que soñamos, aquello que queda inconcluso en nuestra mente.

Es mi primer libro, la primera historia que contaré luego de meses de escritura, por lo mismo quiero agradecer a mis padres y amigos que me han apoyado, este es el resultado.

Sueña conmigo.

Aarón Ramírez Gutierrez

Capítulo I

UN SUEÑO

– Al dormir, escucho un pequeño goteo, siento que el viento golpea mi cara, al abrir los ojos me encuentro en una laguna, una que está verde, sucia, con un olor a alma muerta y a podrido. Está rodeada por gigantescos árboles, solo un pequeño montículo de tierra me mantiene alejado del agua que, con boca gigante, trata de comerme, de tragarme y matarme ¿No debería soñar otras cosas, Matías? – Pregunté con total confusión.

– Me temo que tu miedo y angustia afectan tus sueños. El desempleo, la desaparición de tu hermano y la muerte de tus padres, todo eso junto se refleja en esa laguna, la suciedad son los problemas que tenés. Ahora contestame, ¿Has estado tomando tus calmantes? -. Preguntó, mirándome fijamente con los ojos grises por encima del aro de sus anteojos negros.

– La muerte de papá y mamá fue hace mucho, esta angustia es por mi hermano, dos meses y no sé nada de él -. Respondí con profunda tristeza.

– Lo sé, el día en que ellos tuvieron el accidente lo tengo muy presente en mi memoria, pero no ignorés mi pregunta -. Insistió.

– No, no los he estado tomando, no quiero desperdiciar el tiempo -. Respondí.

– Pablo, te voy a decir algo, la gente desaparece a diario, se escapa, gente que no soporta vivir la realidad y simplemente se van a perder a Dios sabe dónde. La esperanza en exceso es mala, amigo, pero no quiere decir que no hay que tenerla. Ahora por favor te tomás los calmantes, te ayudará a dormir y estar más tranquilo. También te sugiero que hablés y socialicés con más personas, buscá trabajo o adoptá una mascota, algo de compañía no te. haría mal-. Terminó agregando.

La verdad es que no tenía amigos, los únicos eran ese psiquiatra, quien me ayudó cuando mis padres fallecieron, claro, los años han pasado y su pelo está teñido de blanco, la piel ya ha empezado a ceder ante la fuerza de la gravedad, sin embargo, su voz sigue siendo la misma, una voz que sabe entenderme tanto como mi hermano o mi padre lo harían. Después de mi hermano él y la señora de la casa en donde vivo, eran lo más cercano a una familia.

Después de que Matías terminó de darme el último regaño, asentí con la cabeza.

No prestaba atención a las palabras, ni al mundo, en mi mente solo estaba esa laguna, ¿Cómo puedo escapar de ahí?, esa era la pregunta que me consumía los pensamientos.

El día tenía un tono fúnebre, el cielo reflejaba toda la tristeza y angustia que el mundo tenía, al abandonar la casa de mi viejo amigo comenzó a caer una ligera brisa de aquellas que quitan las penas, mientras la gente se escondía bajo los paraguas, yo me quitaba el gorro para mirar el cielo y sentir el suave acariciar del agua en mi rostro, es como si el cielo me dijera “Tranquilo, todo estará bien”.Después de que las miradas comenzaron a ser intensas y la incomodidad invadiera mi espacio, tuve que volver a ponerme el gorro y seguir caminando a aquella vieja casa a diez cuadras de donde me encontraba.

Vivía en el segundo piso de una casa algo vieja que alquilaba junto con mi hermano, en la zona 1 de la Ciudad de Guatemala, la señora de nombre Natalia, fue muy amable a dejarnos a un bajo costo los pequeños cuartos. Ella se asemejaba mucho a mi abuela, de unos 70 años y con un gusto por la comida y las flores tan espectacular que te dejaría boquiabierto si la llegaras a conocer, sin duda, amable y muy servicial, no solo éramos sus huéspedes, sino también sus amigos, recuerdo la historia de cómo conoció a su difunto marido o de como aprendió a cocinar.

El portón que resguardaba la casa era de madera vieja, tanto o más que la dueña, algunas veces había que darle una leve patada para que tomara conciencia y me dejase pasar al jardín, el cual tenía hecho con piedras, un camino que atravesaba un túnel de hojas y enredaderas hasta poder llegar a la casa de dos niveles hecha de ladrillo, pintada de color rojo y en la puerta un tapete que decía “Bienvenido”.La casa estaba abierta, eso significaba que la señora Natalia ya se encontraba en casa, así que gire la perilla.

– ¡Qué bueno que llegó, Pablo! Ya me estaba preocupando -. Saludó con voz de anciana angustiada.

– La sesión se alargó un poco, Doña Natalia -. Respondí al saludo tan frío como el día mismo.

– Si, eso me imaginé, sin embargo, no puede andar por la calle sin un suéter o un paraguas, no quiero que termine con una gripe de mil demonios -. Dijo cada vez más preocupada.

-Tranquila, nada malo pasará, con una que otra pastilla me pondré bien si ese fuera el caso -. Traté de calmarla.

– ¿Pastillas? ¡Ja! Mijo, usted no puede ni tomar la más diminuta pastilla que puede haber. Si ese fuera el caso, yo le prepararía el remedio de mi tatarabuela, eso lo sanaría a usted en un santiamén -. Gritó alzando el dedo con una actitud de orgullo excesivo.

– Entonces, creo que me enfermaré solo para probar su “remedio”-. Dije con tono burlón.

– ¡Ay Pablo! Le aseguro que usted no quiere saber qué es lo que lleva y a que sabe ese remedio-. Mencionó con un tono tan serio y amenazador que decidí borrar la ligera sonrisa que tenía en mi rostro y cambiar un poco el tema:

– Muy bien. Entonces ¿Ha llamado alguien? -. Pregunté un tanto dudoso.

– Ya sabe, gente bromeando o marcan el número equivocado -. Respondió.

– Jum…-refunfuñé agachando el rostro.

– Tranquilo, Pablo. Algún día llamarán y dirán que lo encontraron, quisiera poder decirle cuando será ese día, pero no puedo, solo sé que pasará. Ahora vaya y lávese las manos, que la cena ya estará lista -. Ordenó.

Como dije antes, ella era como mi abuela, así que le hacía caso, en la mayoría de las cosas. Desde que Alejandro se había perdido no tenía apetito, si comía era solo para no desmayar y morirme, aunque lo deseaba, aún tenía pregunta sin respuestas, preguntas que me atormentaban en las mañanas, las madrugadas. En mi mente solo estaba mi hermano, aquel que me cuidaba, aquel que peleaba por mí, no podía quedarme allí sin hacer nada, no podía llamarme su hermano si lo hacía.

Poco a poco las luces se extinguían y la oscuridad comenzaba a reinar por todos los rincones.

Los segundos volaban, los minutos corrían y las horas caminaban. No quería cerrar los ojos, no quería volver a ese horrible lugar, simplemente no quería mirar esa amenazante agua que quería matarme, pero me temo que tendría que hacerlo, el sol se había ocultado ya y en ese espacio ya no quedaba ninguna alma despierta que me hiciera compañía o que me cuidara mientras dormía.

La luz tenue de mi lámpara de noche era la única que alumbraba esa casa desierta y el rugido escandaloso de una bestia durmiendo es la que me hacía girar a cada minuto en esta inmensa cama. El sonido de la leve marea golpeando el pedacito de tierra que me mantenía a salvo comenzaba a hacerse presente, empezaba con un ligero goteo para transformarse en el rugir de una ola del mar, mis ojos cedieron ante el sueño y al abrirlos, allí estoy, en medio del agua.

El olor nauseabundo invadió mi nariz, la cual arrugué tratando de esconderla y no exponerla a ese lugar. Traté de ponerme de pie, aunque tenía miedo y aunque sabía que era un sueño, se sentía tan real.

Tuve miedo de mirar el agua, miedo de que se formara una pared liquida y que cayera sobre mí.

Un burbujeo escandaloso me obligó a bajar la mirada, una extraña cosa comenzó a formarse dentro del agua, cada vez se hacía más grande hasta lograr salir a flote con un salpullido que hizo que diera unos pasos hacia atrás hasta resbalar y caer sobre mi rodilla con los ojos puestos en la tierra, levanté un poco la mirada y ahí estaba, una botella de vino barato como las que Alejandro solía tomar, parecía no estar abierta pues tenía el corcho en la boca. La imperceptible marea comenzó a empujarla hacia mí, la curiosidad tocó a la puerta de mi mente, la botella se encontraba aún lejos, pero mi mano derecha trataba de alcanzarla; por un momento olvidé el miedo que me daba el agua debajo de mí, pero cuando mi mano izquierda resbaló por mi peso y pude ver la laguna frente a mí, de nuevo, ese pánico y esa impotencia se apoderó de todo mi cuerpo. Mi cara, mi ser y mi alma nos vimos sumergidos en aquel líquido verde y apestoso, ese tremendo chapuzón empujó a la botella, esta empezó a navegar como si supiera el camino a algo que se encontraba cerca, mi primer pensamiento fue alejarme y volver a mi montículo de tierra, pero al girar mi cabeza, aquel pedazo seguro se había ido, ya no estaba, simplemente desapareció y lo único que me quedaba era seguir a aquella botella.

Empecé a nadar y lograba divisar algunos árboles, comencé a sentir una corriente extraña debajo de mí, el agua comenzó a moverse irregularmente, la corriente se hizo más rápida y de pronto se había formado un rio caudaloso, pero eso no detuvo mi marcha, lo que me detuvo fue una mano fría que agarró mi tobillo, podía sentir su fuerza, sus dedos. Todo mi cuerpo se congeló al sentir que no solo una, sino varias manos comenzaban a sumergirme, la botella se desaparecía entre las olas y cada vez más sentía que moría, mi cuerpo comenzó a dar vueltas y a zambullirse, comencé a soltar patadas al azar, algunas acertaban y otras no, pero poco a poco las manos comenzaron a retroceder y mi pie se sintió libre otra vez, sin embargo, comencé a buscar tierra firme y para mi sorpresa ya me encontraba en medio del frondoso bosque. Aunque la curiosidad aún seguía latente, no quería pasar ni un segundo más en esa asquerosa y tenebrosa agua, por lo que en cuestión de segundos ya me encontraba encima del suelo lleno de plantas exóticas y sonidos extraños que provenía de los más profundo del bosque.

Aquella laguna se transformaba en un río el cual va cuesta abajo. Usando mi lógica deduje que la botella la encontraría si caminaba en la misma dirección del rio, así que secándome un poco la ropa empecé a caminar, pateaba algunas piedras al agua, para ser lanzadas de vuelta hacia mí, por esas manos escalofriantes en el fondo. Por momentos se me olvidaba que estaba en un sueño, aunque podía sentir el agua, las manos en la laguna, el aire y la brisa, todo esto es producto de mi mente triste y angustiada, o al menos de eso trataba de creer.

– ¡Pablo! -.

Se escuchó en un grito del bosque, detuve mi paso y aunque logré ver la botella atascada en unas ramas, algo me impedía moverme, no solo era el grito, sino algo más. El río a mi lado comenzó a hacer ruidos extraños, el agua comenzó a elevarse, formando así, una ola digna de un tsunami, mis pupilas se expandieron al ver la gigantesca pared acuática que se abalanzaba hacia mí, en un cerrar de ojos, el agua empezó a tocar mi rostro, un escalofrío recorrió mi cuerpo y cuando me vi sumergido en el líquido, salté de la cama con una respiración tan agitada que se podía escuchar a kilómetros de allí, mi cara goteaba mientras mojaba las sábanas.

– ¡Al fin! -. Gritó la anciana victoriosa con una olla goteando en la mano.

– Pero ¿Qué pasa? -. Pregunté exaltado.

– Mijo, ya son las 12 del mediodía, usted tiene que comer o ir a buscar trabajo, es sábado, seguro tendrá suerte -. Dijo regañándome.

– ¿No era mejor un simple grito? Mojó todas las sábanas -. Sugerí

– ¿Cree que el agua fue mi primera opción? Usted no despertaba, estaba en algún tipo de pesadilla, balbuceaba cosas, pensé en llamar a algún doctor, pero preferí mojar toda la cama, además aprovecho a lavar las sábanas, desde aquí noto toda la suciedad -. Mencionó con las manos en el marco de la puerta para luego desaparecer de mi vista por el pasillo.

Me froté los ojos y luego intenté secar mi rostro, vi el techo de madera que me resguardaba y después de media hora mirando a la nada, me levanté, me vestí como pude y dejé aquel lugar dueño de mis pesadillas.

En mi mente seguía aquella extraña botella, era digna de un naufragio. Sé que había algo adentro y tenía que descubrir que era, pero… ¿Cómo? No creía volver a soñar lo mismo, cuando tenía algún sueño lindo siempre quise volver a soñarlo o cuando me quedaba a la mitad de algo muy interesante, nunca sabía que pasaba después, aunque cerrara mis ojos y tratara de hacerlo ¿Esa vez sería diferente o sería cómo cuándo reinicias un juego sin guardar? No lo sé, supongo que lo averiguaría después

– ¿Tiene pensado hacer algo hoy? -. Cuestionó Doña Natalia.

– Sí, pienso ir a la biblioteca-. Respondí con un extraño nerviosismo en mi voz.

– ¿Va a buscar trabajo ahí? -. Preguntó de nuevo, viéndome fijamente para tratar de convencerme, era una mirada poderosa, por si se lo preguntan, si, funciona.

– Es una buena idea. Voy a preguntar, a lo mejor y al fin se deshaga de mi -. Sonreí.

– ¡No, es eso! Usted sabe que es como un nieto o un hijo para mí, pero no puedo sostener yo sola esta casa -.

– Lo sé, creo que es momento de seguir adelante ¿No? -. Dije con los ojos cristalinos.

. No se ponga así, que me hará llorar a mí también ¿Sabe qué? Tome este pan, lleva jamón de pavo como el que le gusta -. Añadió tratando de calmarme.

. Mejor diga “Ya no lo quiero ver aquí, váyase” -. Tomé el pan y salí corriendo porque sabía la respuesta que tendría.

. ¡Pablo, venga para acá! ¡Cuándo regrese me va a oír! -. Terminó alegando mientras corría para tomar mi abrigo y así salir huyendo de aquel tiroteo de palabras.

-Este sueño tiene que tener otro significado, no solo eso-. Pensaba mientras me dirigía a una antigua biblioteca ubicada a unos minutos de dónde vivía.

Capítulo II

MENSAJE

La biblioteca “La Isla”, era llamada así por un dicho: “Una biblioteca es una isla en el mar de la ignorancia”. Ya era antigua, sus puertas de madera, sus escritorios, la bibliotecaria, absolutamente todo. Me miraban muy a menudo leyendo libros de Julio Verne o Miguel Ángel Asturias, siempre me topaba con las mismas personas, el viejo malhumorado de la 6ta avenida y la chica rara que a decir verdad no sé ni donde es, solo sé que siempre viste de negro y carga unos anteojos más grandes que su diminuta cara, en fin, no iba por ellos, yo iba por respuestas, quizás si buscaba bien me encontraría con algún libro que hable de manos en el agua o botellas, no eran solo problemas y si era eso, cuales exactamente.

La biblioteca era de dos niveles, al entrar y seguir recto podrías hablar con la anciana encargada, a los lados cuatro libreras de cada lado, en el intermedio algunas mesas con lámparas y en la esquina, al lado derecho, justo debajo de las escaleras había un sofá escondido, ese era mi sofá, nadie más lo tomaba, simplemente no lo miraban.

Ya que esa biblioteca la conocía como la palma de mi mano, al entrar me dirigí a la sección de filosofía, el cual se encontraba cerca del escritorio de la bibliotecaria.

– Tenía tiempo de no venir-. Soltó fríamente.

– ¿Yo? -. Pregunté señalándome.

– No, se lo digo a cualquiera de los cien jóvenes que están atrás de usted-. Respondió irónicamente.

– ¡Qué divertida! -. Reí. – Si, después de lo que le pasó a mi hermano no he querido salir -.

– Si, me enteré, digo ¿Quién no? Su hermano era un profesor muy querido -. Lamentó la señora de 60 años, quitándose los anteojos con cadena de color morado.

– Lo sé, nunca llegó borracho a ninguna de sus clases, a pesar de que era su vicio más grande -. Dije con toda confianza.

– A menudo lo miraba pasar, solo o con algunos amigos, pero siempre al mismo lugar -. Mencionó pensativa.

– El refugio, bueno, así le llaman a ese bar -. Añadí.

-Exactamente ahí, joven. Ese bar de mala muerte, pero que a su hermano le encantaba, si algo le puedo decir es que nunca vaya a ese lugar -.

– Era amigo del dueño, gracias a él, Don Jerónimo tenía algo de clientela -. Expliqué.

– Ese señor nunca me cayó bien… ¡Nunca! -. Exclamó enojada.

– Tranquila, Doña Julia, no se exalte tanto-.

– No mencione ese nombre de nuevo, muchacho, no aquí -. Amenazó

– Muy bien, bueno seguiré con mis cosas, si no le importa -.

– Vaya, ya no me enoje más-. Se despidió

– ¡Al fin, gracias! -. Grité

– ¡Sh! -. Soltó furiosa. – No tiene que gritar en la Biblioteca -.

Con gestos le pedí disculpas a ese último regaño mientras caminaba de reversa a la sección que tanto buscaba.

Al llegar se sentía el olor a polvo y a libro abandonado, se notaba que tal vez era la sección más fúnebre de toda la biblioteca. Entre tantos libros hubo uno que acaparó mi atención, llevaba por título: “El agua en tus sueños”. Tan solo ese simple título hizo que lo tomara, lo escondiera en mis brazos y saliera corriendo a tirarme en aquel, mi sofá.

La portada era simple, una gota de agua sobre un fondo blanco, pero lo que me llamó la atención fue que el nombre del autor no estaba por ningún lado. No quise averiguar más y tan ansioso como cuando era un niño en la mañana de navidad, abrí el libro y en su primera hoja estaba escrito:

“¿Vivimos en un mundo real o en un sueño? ¿Quién nos dice cual es cuál? Quizás ahora mismos, tú te encuentres soñando “- M. G.

El libro es realmente corto, debido al tema que aborda, sin embargo, dice cosas muy interesantes, como, por ejemplo:

“Si el agua en tus sueños está sucia, como consejo te digo que tienes que reconsiderar tus decisiones y no quedarte atrapado en tus emociones negativas. Debes encontrar tu paz interior “.

– ¿Qué? Esto no me dice nada-. Pensé

Más desesperado comencé a pasar páginas leyendo únicamente los títulos, querían encontrar algo que ayudara, ese algo se encontraba en la última página con el título “Un objeto en el agua”. Me detuve y para mi sorpresa era un solo párrafo:

“Si en tus sueños ves algún objeto dentro del agua tienes que tomarlo, a veces tu subconsciente trata de decirte algo que no ves con los ojos”.

– ¡¿Solo?! – Grité y al segundo pude escuchar el “Sh” de la bibliotecaria.

Apreté el libro tan fuerte como pude y me dirigí a devolverlo a su lugar, tomé otro libro llamado “Interpreta tus sueños”. Este era mucho más extenso que el anterior, así que comencé a indagar, en su inicio decía: “Dedicado a…”. Había demasiados nombres, tantas letras después, estaba escrito en latín, árabe y ruso, todos esos idiomas en uno solo, había cosas que leía y re leía, pero seguía sin entender, sin duda, ese libro era demasiado para mí, las letras diminutas empezaron a desgastar mis horas despierto y a mis ojos un ligero cosquilleo llegó, las ventanas del alma comenzaron a cerrarse para terminar en un sueño profundo.

El sonido del viento danzando con las hojas susurraba en mis oídos, la corriente del río y su suave brisa me iba obligando a abrir los ojos para ver en donde me encontraba, la comezón del césped sobre mis mejillas me hizo ponerme sobre mis rodillas, estaba justamente en el lugar donde aquella gigantesca ola me había caído. Me puse de pie, la sensación era distinta, antes me costaba caminar, ahora no tanto, me siento más cómodo. Aquel lugar ya no parecía tenebroso, era más bien, misterioso, apenas si lograba ver algo, mi única linterna era la luz de la luna y el lúgubre brillo de las estrellas.

Luego de observar mi alrededor, pude ver un aparente viejo puente de madera a unos metros de mí, en las rejillas del túnel que se encontraba abajo había un cristal el cual tenía un pequeño brillo, al entrecerrar las pestañas logré reconocer la botella.

Empecé a correr, sin embargo, podía escuchar un silbido de aire justo detrás de mí, también se oía como si algo se escondía entre los arbustos, pero no, no soy tan idiota para quedarme y averiguar de qué se trataba, así que seguí corriendo hasta llegar a mi destino. Aquel silbido había cesado, pero puedo jurar que vi un par de ojos grandes, de color amarillo y luminosos dentro de un arbusto, me froté los ojos tratando de borrar a aquella alucinación, volví mis ojos a aquel reflejo de la luna, me incliné para recogerla y ahí estaba, el vino “Gato negro”, de los más baratos, corriente e insípidos, pero eso le gustaba a mi hermano, la agité un poco, tratando de escuchar si tenía algo de líquido de adentro, pero no se oyó nada de líquido, solo un ligero golpe de lado a lado, la levanté y la puse expuesta al rayo de la luna para poder ver su contenido, era una nota, un pedazo de papel, era un mensaje. Con desesperación traté de sacarle el corcho, pero este tan indiferente y cruel, que se negaba a dejar a su amo, por más fuerza que yo hiciera, aquel miserable no iba a salir. Una roca firme brillo ante mi vista, mis manos y mi mente tuvieron la misma idea. Caminé con prisa hacia la roca y alcé la botella tal como el carnicero levanta su cuchillo para clavarlo en la carne, cerrando los ojos y oyendo el preludio del quiebre, dejé ir mi mano contra la piedra y en un parpadeo la botella en mil pedazos se había deshecho, el papel cayó justo en uno de mis zapatos, como si me gritara “Léeme”.

Me agaché y con mis manos temblando abrí la misteriosa nota, tan solo era una frase o más bien una instrucción:

“Donde al caer la lluvia todos corren, donde cada viernes todos se esconden”.

Al leer esa frase mi mente sufrió una descarga de recuerdos, más exactamente uno de 12 años atrás, cuando yo me creía un pirata y Alejandro solía esconder un tesoro por la casa dejándome pistas y acertijos regados por todo el piso. Era sin duda, la primera señal que tuve de que él estaba vivo.

-Tienes que despertar ya-. Alertó una voz serena.

Aquella voz me sacó de las teorías que se formaban en mi mente.

– ¿Qué? ¿Quién dijo eso? – Pregunté viendo para todos lados buscando rastros de vida.

– Yo, aquí, dentro de los arbustos -. Susurró

Apunté mi vista hacia dónde provenía la voz y una silueta humana cortada a la mitad me miraba con sus ojos saltones y de color amarillento, me miraba mientras salía de los arbustos. Solo podía imaginar mi gesto ante tal ser.

– ¡Tienes que despertar! -. Gritó

Yo aún seguía en total impresión, mi mente se había congelado al igual que mi cuerpo y el sonido del mundo se había quedado en silencio. Detrás de los árboles otra silueta se asomó, una tenía la forma de una mujer y el otro la de un hombre. Ambos se desvanecían de la cintura para abajo, tenían labios finos y dentro, cuatro afilados colmillos dignos de cualquier felino.

-Esto te dolerá un poco, perdón-.

La mujer cerro los ojos, tomó impulso y me clavó en la mejilla una cachetada que me devolvió a la realidad e hizo que me moviera completamente del sofá dejando todo mi mundo nubloso y que solo pudiera ver una silueta gorda en frente.

– ¡Dios mío! ¡Está vivo! -. Exclamó la bibliotecaria mientras se sobaba la mano izquierda.

– ¡Auch! -. Grité de dolor sobándome la mejilla.

– En serio lo siento, pero me temía que estuviera muerto, ya son las ocho de la noche y usted no despertaba -. Dijo molesta.

– ¿Las ocho de la noche? -. Pregunté miedoso.

– ¡Sí! Debo cerrar, mi novio me llevará a cenar y tengo que ir a cambiarme a mi casa, así que no quiero ser descortés, pero le pediré que se vaya, por favor -.

– Sí, claro. Perdón -. Dije mientras le devolvía el libro y salía corriendo con una sensación tan extraña, como si me hubiese bajado después de subirme por primera vez a una montaña rusa.

“Donde al caer la lluvia todos corren, donde cada viernes todos se esconden”.

Ese acertijo seguía rebotando en mi mente, la respuesta es sencilla. Al caer la lluvia nos escondemos, huimos para no mojarnos, nos… ¡Refugiamos! ¡Claro! Y donde todos los viernes se esconden… ¡El Refugio! Ahí tengo que ir.

En ese momento no existía el cansancio, el hambre o el sueño, solo la necesidad de respuesta, así que salí corriendo y siguiendo por toda la 5ta avenida empecé a correr hasta terminarla, así podía llegar a uno de los lugares más desolados y ruines de toda la zona 1. Aún me hacían falta metros para llegar, pero mi nariz ya olfateaba un olor a lavanda o vainilla, era un olor agradable. Una parte de la calle era iluminada con la luz que se escapaba por la puerta, era la única luz que estaba en el lugar, sabía dónde quedaba porqué Alejandro me contaba, pero nunca había estado tan cerca.

Al entrar pude observar varios señores de 30 años en adelante, todo con sus cervezas de las más caras y botella de vino finas. Todos voltearon a verme, de seguro pensaron: “¿Qué hace alguien tan joven como él aquí?”. Eso pensaban, me lo decían con la mirada, me sentí muy incómodo.

El lugar lucía muy bien, no era como Alejandro o la bibliotecaria me lo había dicho, el piso era de madera fina, tenía las mejores lámparas, también mesas recién compradas, ese lugar era otro, era más fino y en la gente que allí se encontraba se reflejaba. Todo parecía muy nuevo, pero no importa, quería hablar con Don Jerónimo, este señor se encontraba sirviendo tragos en la barra vieja y negra donde se encontraban los bancos largos. Me acerqué mientras mis piernas temblaban, mi garganta se secaba y mis pasos se hacían más cortos, el apartó sus ojos negros del trapo con el que limpiaba la barra y me vio, sonrío y dijo:

– ¿Pablo? -. Mientras sus espesas cejas se levantaban.

– Si ¿Me conoce? -. Pregunté mientras dejaba escapar algo de aire por mi boca.

– ¡Claro! Tu hermano hablaba seguido de vos, se parecen, tenés el mismo color de ojos -. Mencionó mientras levantaba el pedazo de madera para poder salir y estrecharme la mano.

– Sí, supongo que sí. Perdone que le tenga que decir esto, pero no me imaginaba el bar así -. Solté mientras mis ojos recorrían el lugar.

– ¡Jajá! -. Río fuertemente. – Nadie se lo imagina así, de hecho, lo acabo de remodelar, a veces uno se saca la lotería -. Respondió entusiasmado.

– Se ve bastante bien, se puede oler a cuadras y no un olor feo, es…-.

– Vainilla, es exquisito -. Interrumpió.

– Si, eso, es bastante llamativo, pero no vine a hablar de vainilla -. Dije.

-Bueno, decime entonces a que venís -.

– Quería hacerle unas preguntas acerca de mi hermano, Alejandro -.

– Todo lo que tenía que decir ya se lo dije a la policía, Pablo -. Respondió cortante.

– ¿La policía? Solo como dos semanas investigaron el caso y luego lo dejaron archivado diciendo que escapó -. Informé mientras trataba de que mi voz no se quebrase.

– ¿En serio? ¡Son unos insensibles! -. Gritó molesto.

– Lo sé, no saben el infierno que se vive -.

– Pues, el viernes que el desapareció, si, él vino aquí, pero no venía solo, venía una chica, hermosa, como de televisión, yo pensé: “¿Cómo pudo traerla a esta pocilga?” Pero él lo hizo, conversaron casi que toda la noche, yo no soy entrometido así que no presté atención a lo que decían, pero uno de los clientes dijo que estaban hablando de dinero, no un poco, si no de mucho. Luego de varias copas, él me agradeció, fue como una despedida, bueno no una de “mañana te veo”, sino una más emotiva, salió por la puerta y fue la última vez que lo vi.

– ¿Cree que solo se haya ido? -. Pregunté triste.

– Yo lo conocía desde hace mucho, pero quizás nunca llegamos a conocer del todo a alguien por más tiempo que pase, quizás él solo quería unas vacaciones -. Respondió con profunda melancolía.

– No puede ser así, él no se iría sin avisarme -. Sollocé mientras mis ojos buscaban a la nada soltando cristales que cortaban mis mejillas.

– Es difícil aceptarlo, Pablo. Te invitaría a una copa, pero tengo que irme, podés quedarte todo el tiempo que querrás y beber lo que se te plazca, todo lo pago yo-. Se despidió mientras se ponía su chaqueta de cuero y me daba una palmada en la espalda en señal de apoyo.

Sería posible que Alejandro se hubiera ido, que simplemente me había dejado sin decirme nada. ¿Quién era esa mujer? ¿Dinero?Todo esto es demasiado para mi mente, pero no podía quedarme solo así, tenía que ir a la estación y si no querían ayudarme, al menos me dirían quien era esa mujer

CAPÍTULO III

LA MUJER

– ¿Seguro que solo eso vas a tomar? -. Preguntó la chica que se había quedado de encargada mientras me servía un vaso de soda.

– ¿Tengo cara de querer algo más? -.

– Pues, tienes cara de pocos amigos y creo que ya sé porque -. Respondió molesta.

– Uf -. Suspiré. – Lo siento, estos días han sido muy duros para mí -.

– No tienes por qué darme explicaciones, basta solo con ver tu cara -. Sonrió.

– ¿Tanto se nota? – Pregunté dándole un buen trago a la burbujeante agua.

– ¿La verdad? Sí, demasiado -. Dijo con algo de pena.

– Lo sé, creo que debo dormir -. Mencioné.

– Esa es una buena idea, lo necesitas -.

– Muy bien -. Tomé un último trago dejando el vaso de vidrio vacío. – Nos vemos.

– ¡Espera! ¿Cuál es tu nombre? -. Preguntó apresurada.

– Pablo -. Respondí fríamente dejando una fugaz sonrisa en su memoria.

Eran alrededor de las diez de la noche, las calles ya estaban oscuras como la conciencia de un asesino, solo algunas luces me marcaban el camino de regreso a casa, puedo imaginar a Doña Natalia esperando en el sofá de la sala, puedo escuchar el programa de casos que mira por la vieja televisión antes de dormir.

Era sábado, la vida nocturna es un poco más despierta, a lo lejos se escuchana la música juvenil, la cual es una basura, se escuchaban los gritos ahogados en alcohol y en las esquinas una que otra mujer de mala vida ¿Es este el mundo en que vivimos?

Mi estómago rugió, un movimiento extraño se formó en mis entrañas, aunque no tenía ánimos mi cuerpo sabía que lo necesitaba. No sé si era mi imaginación, pero a mi nariz llegaba el olor a huevos revueltos con tomate acompañado de frijoles volteados y café de tortilla. Mi estómago hizo un sonido aún más fuerte que el anterior, al sentir ese exquisito aroma sabía que me encontraba cerca de la casa.

La puerta de madera estaba caprichosa, no le di una patada, le di varias y, aun así, la muy ingrata no me dejaba pasar, no fue hasta que su ama y señora, Doña Natalia, salió para que cediera ante mi impaciencia.

– ¡Mijo! Me va a botar la casa -. Gritó

– Perdón, sé que es muy tarde, pero esta mier…

– ¡No lo diga! Usted sabe que no me gustan las groserías -. Interrumpió de inmediato.

– Si, perdón -. Me disculpé por ese ataque de ira.

– Bueno, que no vuelva a pasar -. Advirtió señalándome con su arrugado dedo.

– Está bien, lo prometo -.

– Pase, pues, que me estoy congelando aquí afuera y la comida ya se está enfriando -. Dijo tratando de no sonar molesta.

– ¡Voy! -. Grité mientras empezaba a correr por el camino de piedras.

La comida me pareció de lo más exquisito que había probado en mi vida, mi estómago y mi ser le agradecieron infinitamente a Doña Natalia. Después de saciar uno de los instintos más naturales, aún nos quedamos viendo la televisión por un rato, ella me comentaba todo lo que sucedía en su programa, como que si se creyera todo lo que ahí se relata.

Después de que ella abandonara la sala y fuera a poner fin a su día en la cama, yo me quedé viendo la televisión, más específicamente un canal de música.

La música era tranquila, instrumentos como la guitarra o el violín eran notables en la melodía, la hermosa voz de la cantante le daba un tono más que perfecto, con los ojos cerrados.La música empezó a conquistar mi alrededor, como si ya no fuera una simple pantalla, los sentía en todo mi entorno. La canción comenzó a alejarse y a sonar ahogada, el ruido estresante de la televisión sin señal tumbó en mis oídos y mis ojos se abrieron al segundo y en vez de chocarme con el techo, lo que había era un cielo azul marino con unas cuantas nubes. A mi lado, la suave corriente pasaba por el puente de madera haciendo que me olvidara del anterior sonido.

A lo lejos aún podía oír esa canción, era algo como “Lo que construimos” de Natalia Lafourcade, aunque bien podría ser alguna otra canción, pero su ritmo triste y melancólico era inconfundible.

A pesar de haber estado en el agua, parecía estar seco, ni un pedazo de mi ropa estaba tan siquiera húmeda.

La voz femenina de antes sonó alrededor diciéndome:

  • Perdón por lo de hace unas horas, era necesario para que regresaras -.
  • No trates de buscarnos, somos invisibles cuando así lo deseamos -.

Comencé a buscar por todos lados, no sabía de dónde provenía, solo podía escucharla en mi entorno. La otra voz, ahora masculina, también me habló con la melodía de su habla seria y fría.

En uno de mis giros bruscos y antinaturales de mi cuello, dos figuras comenzaron a aparecer en mi panorama, creí que me las había imaginado, pero no.

Sus cuerpos eran incompletos, después del torso ellos comenzaban a desaparecer como si fueran una cascada del agua más cristalina que puede haber, en su rostro dos grandes ojos amarillos con las pupilas felinas, ahora podía verlos con claridad.

Mi expresión seguía siendo estupefacta y solo una pregunta se escapó de mis labios:

– ¿Qué cosa son ustedes? -.

– ¡No somos cosas! -. Gritó el ser más fuerte. – Ves, querida, él no lo merece, te lo dije-. Añadió viendo a la figura más serena.

– No es que nos merezca, Sagost -. Le dijo, para luego posar su mirada en mí. – Él nos necesita.

– ¿Los necesito? -. Pregunté, dejando escapar, en mi respiración, aquel asombro de verlos.

– Si, demasiado diría yo -. Dijo el ser de nombre Sagost.

– Tú quieres respuestas y nosotros te ayudaremos a encontrarlas. Él es Sagost y yo Lauren, aunque nadie nos conoce, nos gusta llamarnos los espíritus del sueño -. Me informó Lauren con una linda sonrisa.

– La verdad, es el nombre más genial que he escuchado en mi vida -. Añadí sonriendo, sintiéndome más confiado.

– Nosotros somos geniales, chico -. Terminó diciendo Sagost.

Comenzamos a avanzar por el bosque, el aire se sentía fresco e inquietante, me sentía cómodo e incómodo al mismo tiempo. Los árboles eran gigantescos, con sus hojas verdes parecía ser que siempre están en primavera, como si fuese eterna. Las flores eran de todos los colores, grandes y pequeñas, adornaban todo un sendero casi invisible, pero que era capaz de seguir. También había hongos, unos gigantes con colores fluorescentes, casi de la mitad de la altura de un árbol y otros más pequeños que salían de las raíces de los gigantes. Los animales nocturnos, aquí, no parecían serlo, ya que en las ramas podía ver búhos o también frente a nuestras narices volaba alguno que otro murciélago. A veces lograba escuchar el agua de la laguna, el canto de los grillos, si, aunque fuera de día.

Aún lograba oír la canción a lo lejos, no parecía ser la misma, pero si una parecida.

– ¿Estás bien? -. Preguntó Lauren.

– No, en lo más mínimo -.

– ¿Escuchas esa canción? -. Cuestionó Sagost.

– De hecho, la he escuchado todo el tiempo -. Respondí.

– Se escucha cerca del árbol de las luciérnagas -. Balbuceó Lauren con una voz muy baja, casi imperceptible.

– ¿Tú crees? -. Sagost la miraba fijamente.

– ¡Si! Debe ser ahí -. Gritó tan de repente que hizo brincar mis hombros.

– ¿El árbol de las luciérnagas? -. Pregunté.

– Esas criaturas molestas con su incesante voz que repiten la misma frase -. Respondió con tono molesto Sagost.

– No es para tanto, bueno si, cansa oír sus agudas voces, pero son muy sabias, aunque no dicen tanto -. Mencionó Lauren.

– ¿Estarán diciéndome algo? -. Pensé.

– ¡Claro! ¿Conoces la canción? -. Preguntó Lauren.

– Si… bueno no sé, son tantas canciones en mi mente que es difícil saber cuál es -.

– Está anocheciendo ya -. Avisó Sagost posando sus grandes ojos en el crepúsculo que se formaba en el cielo.

– Tenemos que ir, pronto -. Dijo Lauren mientras me tomaba de un brazo para llevarme así entre los arbustos, dejando atrás el extraño sendero.

Las hojas juguetonas tocaban mi ropa, podía sentir como algunas pequeñas espinas atravesaban la tela de pantalón para acariciarme las piernas, también como se enredaban en mi camisa negra con puntos blancos, se sentía una ligera fuerza que trataba de quitarme la ropa, sin embargo, la fuerza de Lauren era más que suficiente para seguir arrastrándome sin perder nada de mí.

Unos suaves sollozos tan o más agudos que los chillidos de una rata comenzaron a llegar como balas a mis oídos.

– ¡Luz! ¡Luz! ¡Luz! -. Gritaban en coro las pequeñas criaturas, lo repetían una y otra vez, volando de un lado a otro, lo gritaban en mis tímpanos, en la cara de los espíritus, en las ramas, en las raíces, ¡En todo el maldito mundo!

– ¡Yo me largo de aquí! -. Gritó Sagost desapareciendo por completo.

La música, en efecto, provenía de una caja musical que se encontraba formada por las raíces del gigantesco árbol, este tenía un sin fin de ramas, rodeados de las luces voladoras que se podían notar gracias a la oscuridad que comenzaba a llegar, con grandes hojas de color verde y nervios tan fuertes que parecían brillar ante la penumbra.

La canción había terminado, en su lugar parecía haberse quedado trabada en alguna parte llena de una guitarra incansable y aplausos que bombardeaban la tranquilidad del bosque, eso sin tomar en cuenta los gritos de las luciérnagas que no cesaban en ningún momento. Mi puño se fue cerrando ante toda la irritación que ese ruido me causaba, mi mirada fue perdiéndose en todo el mar de pensamientos hasta que se fijó en la caja musical, mi ceño se frunció y en un acto de rabia, terminé por destruir de un solo golpe las frágiles raíces que la adornaban, con el retumbar del quebrar de las ramas se desapareció aquel bosque y me vi envuelto por un vació negro, mudo e incierto.

Un sollozo empezó a sonar detrás de mí, era el pequeño llanto de una adolescente, que tirada en una esquina lloraba su dolor, comencé a acercarme, ella seguía escondida entre sus brazos que se recostaban en sus rodillas, su llanto era leve, fino y delicado.

– ¿Estás bien? -. Pregunté tartamudeando.

Ella no respondió, solo levantó su vista, se secó las lágrimas, excepto una, se colocó de pie, caminó hacia mí y cuando nuestros cuerpos iban a chocar, ella simplemente me atravesó, como si yo fuese una simple niebla dispersa por el universo, es difícil describir la sensación que se hizo presente, fue un escalofrío en todo el cuerpo, una pequeña descarga eléctrica en mi ser, un sentimiento de no valer nada, de ser insignificante, de ser invisible.

Al voltear mi vista, la pequeña niña se había convertido en una mujer totalmente hermosa, de pies a cabeza, el cabello más fino, el rostro tan delicado, como de porcelana y en su mejilla, una lagrima le adornaba. Tenía puesto un vestido rojo, uno que le resaltaba la escultural figura de su cuerpo, en seguida supuse que era esa mujer de la que Don Jerónimo me había hablado.

Ella comenzó a caminar hacia un escritorio que se había aparecido de la nada, se sentó en la silla giratoria con respaldo, abrió la gaveta y sacó unas hojas las cuales comenzó a leer. En su escritorio estaba escrito:

Margaret Castillo “Analista de Crédito”.

– ¡Pablo! -. Gritó Lauren en el vacío.

La chica se esfumó como humo de cigarrillo en el aire y una extraña fuerza comenzó a tirar de mi brazo arrastrándome a una luz tenue en la oscuridad que se hacía más grande a cada tirón, la luna saltó a mi vista. A contraluz las ramas del árbol se empezaron a distinguir. Cuando mi cabeza logró salir a la superficie pude darme cuenta de que estaba en un agujero debajo del suelo, Sagost y Lauren, con la mirada preocupada, tiraban con toda su fuerza para liberarme de las raíces que me sujetaban los tobillos.

  • Te estabas perdiendo -. Dijo Sagost con su voz forzada debido a la fuerza que hacía para sacarme.
  • ¿Pasa algo? -. Cuestioné dándole un sorbo a la taza.
  • No -. Respondió tan fríamente que sentí que el café perdía su temperatura.
  • La conozco, Doña. Tal vez más que su hijo -. Mencioné.
  • Si, lo sé. ¿Sabe? -. Preguntó.
  • Dígame -.
  • Extraño a mi hijo, se me llena el alma de melancolía el no saber ni donde está -.
  • La entiendo y no logro comprender como es que no viene, no envía una carta o algún mensaje.
  • Se cansó de mí, esa es la respuesta -.
  • Mira vos, cooperas o aquí te quedás -. Dijo el hombre que me sujetaba.
  • ¡Ya me cansé de este mudo! -. Exclamó haciendo más fuerza sobre mi delgado cuerpo.
  • ¿Sientes ese olor? -. Preguntó Lauren.
  • ¡Claro! Siento que vomitaré -. Pensé.
  • Tienes que hacerlos retroceder como nosotros lo hicimos con las raíces, piensa en lo que te preocupa, lo que te hace daño, piensa que sentiría Doña Natalia si te hacen daño o si tu hermano regresara y que te encontrara muerto ¿Qué sentirían? -. Gritó.
  • Aprendes rápido -. Mencionó Sagost, desvaneciéndose.
  • Afortunadamente nadie vio, pero tienes que ir corriendo con la policía, pronto alguien pasará y se dará cuenta ¡Corre! -. Ordenó Lauren.
  • Pase adelante-. Dijo la secretaria.
  • ¿Si? -. Pregunté mientras me sentaba frente.
  • ¿Cuál es el nombre de su familiar?
  • Es Alejandro Samuel Mendoza Márquez
  • Muy bien -. Sus ojos comenzaron a buscar. – ¡Sí! Aquí está ¿Qué es lo que necesita saber?
  • Quiero saber sobre una mujer, Margaret Castillo, ella estuvo en el bar donde fue visto por última vez mi hermano -.
  • Joven, en la investigación no está ninguna Margaret Castillo -. Avisó.
  • ¿No? -. Pregunté consternado.
  • Me temo que no. ¿Quién le dio ese nombre? -.
  • Jerónimo Cortez, el dueño del bar “El Refugio”.
  • Buenos días ¿Te puedo ayudar en algo? -. Preguntó amablemente con una sonrisa en su maquillado rostro.
  • Hola, si, disculpa ¿Aquí trabaja Margaret Castillo? -. Balbuceé.
  • Si, ella trabaja en el área de crédito. ¿Necesitas hablar con ella? -.
  • ¡Si! Dile que la busca el hermano de Alejandro Mendoza, por favor -. Solté con alegría por haberla hallado.
  • Muy bien, toma asiento, por favor. En un momento te llamo -. Ordenó con su mano señalando las sillas que estaban atrás -.
  • En un momento viene ella a recibirte -. Avisó con la sonrisa fingida de siempre.
  • Te pareces mucho a él -. Dijo mientras me estrechaba la mano.
  • ¿A quién? -. Correspondiendo al saludo.
  • Alejandro -. Tartamudeó –
  • Eso dicen -. Sonreí.
  • Ven, vamos a mi oficina -.
  • Muy bien, yo te sigo -. Respondí.
  • Muy bien, llegamos -. Avisó – Y entonces dime ¿Pablo? -. Preguntó.
  • Sí, mucho gusto -. Respondí tratando de ser lo más agradable posible.
  • Bueno, Pablo, soy Margaret, aunque eso ya lo sabes, pero no sé cómo -.
  • Estuve investigando, la desaparición de mi hermano me deja muchas preguntas -.
  • Lo lamento mucho, era un buen hombre -.
  • Si, or eso te vine a buscar, tú fuiste la última que lo viste. ¿Te dijo algo? ¿Notaste algo extraño?
  • ¿Yo? No, él me dejó en mí apartamento, se despidió y luego regresó -.
  • ¿Regresó? ¿A dónde?
  • Bueno, supongo que a ese bar “El escondite” o algo así.
  • ¿“El Refugio”? -.
  • Si, a ese. Estuvimos un tiempo ahí, luego el lugar se me hizo muy pesado, así que tu hermano me llevó a mi apartamento y dijo que regresaría, tenía que hablar unas cosas con el señor de los tragos -.
  • ¿Y de que hablaron? -.
  • Uf -. Suspiró – Hablamos de la herencia de tus padres, ellos tenían una cantidad de dinero con nosotros, el accidente y tu tía consumieron parte de ese dinero, pero había todavía mucho… Al cumplir la mayoría de edad, Alejandro se volvió el titular de la cuenta, así mismo de la herencia, la cual retiró el día que hablamos.
  • ¿Por qué el accidente? -.
  • Veo que no sabes mucho de lo que le paso a tus padres ¿Cierto? -.
  • Pues, a Alejandro no le gustaba hablar del tema, siempre lo evadía y mi memoria siempre ha sido mala, no recuerdo casi nada -.
  • Bien -. Se puso de pie y fue a una archivera, busco entre las carpetas, de una sacó una página del periódico – Tus padres eran buenas personas, eran miembros de este banco, prestigiosos por todos sus negocios, los cuales se perdieron al momento de que murieron. Lo más lamentable fue que ellos no fueron los únicos fallecidos en ese accidente -. Leyó el titular de la página y luego me la entregó.
  • Era diciembre, los convivios en cada empresa, cooperativa o lo que sea, eran comunes. Tus padres fueron a uno, el alcohol no es un buen amigo cuando de manejar se trata, tu padre perdió el control del auto, comenzó a manejar sin rumbo y cuando esquivo un auto que venía hacía él, fue a chocar a 60 Km/h en una vivienda, ellos destruyeron por completo una habitación… -.Tomó aire – El hijo de las personas que vivían en esa casa dormía en la habitación -.
  • No… no lo puedo creer -. Tartamudeé.
  • Tomaron parte de la cuenta para la reconstrucción de la vivienda y los gastos de la funeraria, debido al escándalo que todo esto ocasionó, nadie quiso hacerse cargo de los negocios que poco a poco se fueron yendo a la quiebra para terminar por desaparecer -.
  • Alejandro quería seguir el legado familiar, levantar un negocio y también comprar una casa para ti, por eso retiró el dinero o al menos eso me dijo -.
  • ¿Y tú como sabes tanto? -. Pregunté con lágrimas.
  • Entre Alejandro y yo habíamos decidido no decirte nada aún-.
  • ¿Qué quieres decir? -. Se me quedó viendo sin parpadear mientras sus labios temblaban – ¡Solo dilo! -. Grité.
  • Tu padre también fue mi padre -. Dijo con tono serio.
  • ¡¿Qué?! -. Pregunté atónito.
  • Soy tu media hermana, Pablo -.
  • Tu lunar en la mejilla -. Solté con voz quebrantada.
  • Es el mismo que tenía papá -. Respondió
  • No se me cruzó por la mente que fueras mi hermana -.
  • Yo si sabía, pero mi madre nunca me dejó acercarme -. Caminó hacia mí y removió, con uno de sus dedos, una lagrima que rodaba por mi mejilla – Dame un abrazo-. Dijo mientras me rodeaba con sus delicados brazos.
  • ¿Quieres que vaya contigo? -. Preguntó mi hermana mientras me daba un vaso con agua.
  • Tengo miedo de ir -. Sollocé.
  • Lo sé, cuando nuestro padre falleció, yo aún no lo creía, a pesar de que no vivía conmigo, él nunca me abandono, siempre me quiso y me dio lo necesario para vivir -. Lamentó.
  • Siempre fue un buen padre, aunque un buen esposo no -. Añadí dándole un pequeño sorbo al agua del vaso.
  • Y Alejandro, supongo, que es buen hermano, así que tienes que ir -. Guardó unos papeles y tomó su abrigo color negro – Yo te llevo, vamos -.
  • ¡Alejandro! ¿Qué ves? -. Pregunté desde abajo.
  • Veo muchas personas, muchos instrumentos y grandes carrozas -. Avisó muy entusiasmado
  • No te pongas de puntillas, te podés caer -. Advertí cruzándome de brazos
  • No pasará, este banco soporta el peso de la abuela ¿Cómo no soportará el mío? -. Gritó estirando aún más el cuello.
  • Yo no lo veo muy estable que digamos…-. Dudé.
  • ¡Te lo dije! -. Grité mientras entraba a la casa para pedir ayuda.
  • ¿Es aquí? -. Preguntó señalando el portón viejo.
  • Si, aquí es, toca la bocina para que salga -. Ordené.
  • ¡Buenos días! -. Dijo mientras se acomodaba en el asiento de atrás.
  • Y esta linda jovencita ¿Quién es? -. Preguntó desde atrás.
  • Es mi hermana -. Respondí fríamente.
  • ¡Mucho gusto! -. Agregó después.
  • Igualmente, es un placer -. Dijo con una sutil sonrisa.
  • Eres fuerte, todo estará bien. ¿Si? -. Me animó Margaret.
  • Muy bien, aquí es -. Avisó mientras abría el cuarto dejando escapar el ambiente helado.
  • Tienes que ser fuerte -. Volvió a decirme Margaret.
  • Vamos, entre mijo -. Susurró Doña Natalia.
  • Uf… -. Suspiré.
  • La persona no llevaba identificación así que por el momento está como “xx” -. Dijo mirando la hoja – La causa fue intoxicación por alcohol, bebió mucho en poco tiempo, esto hizo que órganos vitales fallaran -.
  • ¡Ay Dios mío! -. Exclamó Doña Natalia.
  • ¿Logra reconocerlo? -. Preguntó mientras me observaba.
  • No estoy seguro -. Respondí viendo de pies a cabeza.
  • Recuerde alguna marca, mancha, lunar o algo que lo ayude -. Sugirió,
  • Creo que si -.Recordé el accidente y la cicatriz que la había dejado en su mano – Una cicatriz en su mano derecha, está cerca de los dedos.
  • No, no tiene ninguna cicatriz en su mano -. Avisó.
  • Este es el único que se acomodaba a las especificaciones dadas, así que, si no es su familiar, se pueden retirar -. Nos echó amablemente.
  • Aún hay esperanzas, mijo -. Dijo Doña Natalia, limpiándose las lágrimas.
  • Si, aún las hay -. Añadí.
  • ¿Y bien? -. Preguntó
  • No, no es él -. Contesté.
  • ¡Ay qué alivio! Debe de estar por algún lado entonces -. Mencionó
  • Si, espero que vivo -. Susurré.
  • ¡No diga que espera! Usted tenga fe, pues esa mueve montañas -. Replicó Doña Natalia,
  • Está bien -. Respondí.
  • ¿Quién es? -.
  • Soy yo, Don Jerónimo ¡Abríme la puerta vos!-. Respondió también de la misma forma, en su voz percibía un poco de enojo.
  • Don Jerónimo ¿Cómo le va? -. Cuestioné mientras abría el portón.
  • Mal, por tu culpa -. Gruñó
  • ¿Mi culpa? ¿Ahora qué le hice yo? -. Fruncí el ceño.
  • Fuiste de boca floja con la policía ¡¿Cierto?! -.
  • Solo quería saber quién era esa mujer -.
  • Si pues, me visitaron y me hicieron más preguntas, lo único que faltaba que me preguntaran es si uso calzoncillos o no -. Dijo sarcástico.
  • Lo siento, pero usted no le mencionó a la policía la existencia de mi hermana -. Solté
  • ¿Vos acabás de decir “hermana”? -.
  • Si, la chica que acompañaba a Alejandro es mi hermana por parte de mi papá -. Informé.
  • ¡Me lleva! -. Exclamó.
  • ¿Qué? -. Pregunté.
  • Pensé que era una novia de tu hermano, por eso no le dije nada a la policía -.
  • ¿Por qué? -. Volví a cuestionar.
  • Porque al decirle algo a la policía de ella, pensarían que Alejandro se escapó y ya no lo buscarían -. Mencionó.
  • Puede que tenga razón, pero igual era mejor decirle a la policía, ella y usted fueron los últimos que lo vieron -.
  • Ella fue la última, te lo dije -. Replicó.
  • Pues, Margaret dijo que él volvió al Refugio -.
  • ¿Qué? ¡No! En ningún momento regresó -.
  • ¿No me oculta algo? -. Indagué.
  • A tu hermano lo conozco de hace años, no creas que es fácil para mi saber que Alejandro anda por ahí, vivo o muerto, me preocupa y vos también, él te ama, sos su hermano, hablaba seguido de vos -. Dijo con los ojos a medio quebrarse.
  • Perdón, es todo esto que me tiene mal, me siento tan inseguro, miedoso, solo quiero que aparezca ya -. Añadí uniéndome al sentimiento que transmitía.
  • De aparecer tiene ¿Si? Ya me tengo que ir -. Dijo despidiéndose con un abrazo paternal.
  • Bueno, que le vaya bien -.
  • Vaya que regresaste -. Saludó Lauren
  • ¿Cuánto tiempo me fui? -. Pregunté colocándome de pie.
  • Lo normal, unas horas -. Respondió.
  • Ya no sé qué hacer -. Lamenté.
  • Yo si -. Dijo Sagost apareciendo dentro de los arbustos – Hay humo cerca de la casa del árbol abandonada, creo que alguien estuvo ahí -.
  • Bien, hay que ir -. Respondió Lauren y viéndome fijamente me preguntó. – ¿Vienes?
  • No seas tan paranoico -. Dijo Lauren, viéndome con sus ojos gatunos.
  • ¿Así que escuchas todo lo que pienso? -. Pregunté tomando una hoja que empezaba a perder su brillo.
  • Tienes que aprender a esconder lo que piensas -.
  • Creo que será después, llegamos -. Informó Sagost apartando unas ramas.
  • Definitivamente alguien estuvo aquí -. Pensó Lauren.
  • Y no solo ese alguien -. Avisó Sagost observando los restos de varias flores que yacían inertes en el suelo con color negro.
  • Buenos días -. Saludó con su voz desgastada por los años.
  • Buenos días ¿Cómo amaneció? -. Pregunté dándole un pequeño abrazo.
  • Bien, cansada, pero bien -. Respondió.
  • ¿Sabe? Iré hoy con la policía creo que aún me deben respuestas -. Informé.
  • Usted sabe más que ellos, tiene un gran talento, mijo -.
  • Gracias, trato de hacer lo que puedo -. Agradecí.
  • Usted me dejó con el vaso con agua. ¿Cierto? -. Preguntó desde mi costado el agente policial.
  • ¡Ja! Si, perdón por eso -. Me disculpé nervioso, quitándome los audífonos.
  • No tenga pena, joven. ¿En qué podemos ayudarle? -. Ofreció su ayuda.
  • Verá, mi hermano fue visto por última vez cuando salió de un bar llamado “El Refugio”, pero creo que luego de eso él regresó de nuevo al bar -.
  • Conozco el bar, lamentablemente no tenemos muchas cámaras de seguridad, pero podríamos usar las de las esquinas que están cerca para ver si hay algo –.
  • ¡Eso me ayudaría! -.
  • Bueno, espéreme aquí -. Indicó, con su mano derecha, los asientos.
  • ¡Joven! -. Gritó el policía, mientras con la mano, hacía señas para que me acercara.
  • ¿Si? -. Pregunté.
  • Acompáñeme, le mostraré algunas grabaciones, no todas, peros si logré tener acceso a unas cuantas -. Informó levantando la vista a cada dos segundos, como si lo que me dijera fuera un secreto nacional.
  • Bien, según la versión de los pocos testigos, su hermano abandonó el bar alrededor de las 10:20 p.m. Sin embargo, Jerónimo, dijo que había salido solo, cosa que se desmintió tras saber que una chica lo acompañaba. Él también mencionó a un hombre de una estatura de 1.75 metros, aproximadamente, quien vestía con una chaqueta negra, un pantalón de lona rasgado y unos tenis deportivos, fue señalado como sospechoso. Él dice que la última vez que vio a Alejandro fue cuando se fue con esa mujer. Sin embargo, usted dice sospechar que él regreso, pese a la declaración de Jerónimo. ¿Cierto? -.
  • Mejor no lo pudo haber dicho -. Afirmé.
  • Mire la manta, por favor-.
  • Eso es todo lo que tenemos -. Mencionó mientras mis ojos analizaban la imagen.
  • ¿Y si regresó por otro lado? -. Sugerí.
  • ¿Cómo? -. Preguntó.
  • Sí, no siempre uno vuelve por el mismo camino, pudo usar otro -. Expliqué.
  • Puede ser, revisemos -.
  • ¿Será ese el carro de su hermano? -. Interrogó.
  • Si, ve la estampilla en la ventana trasera -. Señalé.
  • Si, la veo, pero la hora, es demasiado tarde o demasiado temprano -.
  • ¿Qué se habrá hecho? -. Pregunté.
  • Espere…-. Se colocó de pie y comenzó a pensar.
  • Y si no se fue ¿Qué piensa? -. Alzó sus cejas y me miró fijamente.
  • O sea que el auto sigue por aquí -. Mencioné.
  • ¡Exacto! Su hermano, pasa por esa calle, pero se desaparece y no se ve en ninguna otra cámara-. Añadió
  • Eso nos quiere decir que el auto puede estar en una de esas calles ya que no salió de aquí -. Repuse.
  • Eso es lo que quiero decir, él desaparece cerca de la 7ma avenida, entre la 15 y 18 calle.
  • ¿Detrás del Museo del Ferrocarril? -. Dudé
  • ¡Si! Voy a generar una orden para que empiecen a buscarlo, es posible que lo encontremos ahí -. Terminó diciendo con entusiasmo.
  • ¿Con esto se reactiva el caso? -.
  • Puede ser, ahora tenemos una pista -.
  • Buenos días, Don Jerónimo -. Saludé.
  • Ahora ya son buenas tardes vos -. Me dijo riendo.
  • Si, supongo, no estoy muy atento que digamos -. Sonreí.
  • ¿Y cómo? Con esas tus cosas en los oídos no vas a estar atento de nada -. Regañó.
  • Son solo para tranquilizarme -.
  • ¿Tranquilizarte de qué? -. Indagó.
  • Vengo de la estación de policía -. Suspiré – Creo que Alejandro no salió de la zona 1. En una de las cámaras de seguridad se ve el carro pasar por una de las calles, ya no se vuelve a ver más, creemos que puede estar por aquí -. Expliqué con detalle.
  • ¿Creemos? -. Volvió a cuestionar.
  • Si, el policía y yo -. Añadí.
  • Me parece bien, al fin avanzan un poco -. Felicitó.
  • Si y sé que usted vio algo -. Confronté.
  • ¿Yo? Yo no he visto nada, todo lo que sabía se los dije a ellos -.
  • Lo sé, pero no me lo dijo a mí. ¿Cómo era el hombre de la chaqueta negra? -.
  • Nada se te escapa ¿Va? -.
  • Supongo que no -. Respondí.
  • Pues, efectivamente, sí, en el bar había un hombre que no había visto antes, era nuevo por aquí, creo -.
  • Entrá, ya te termino de contar -. Ordenó mientras encendía las luces.
  • Siguiendo con lo que te decía, era extraño ese hombre, tenía una ligera barba, casi imperceptible -.
  • Si lo volviera a ver ¿Lo reconocería? -.
  • Supongo que sí. El problema es que no se ha vuelto a aparecer por aquí -. Expresó.
  • Entiendo, es raro ¿No? Solo una noche aparece y es justamente en la que mi hermano se pierde -.
  • A mí no me parece raro -. Dijo.
  • ¿Por qué? -. Pregunté incrédulo.
  • Bueno a Alejandro le gustaba el fútbol ¿Cierto? No me sorprendería que haya apostado a más de algún equipo y haya perdido -. Explicó.
  • Usted piensa que se trata de un ajuste de cuentas -.
  • Así es vos -. Dando una palmada en mi espalda.
  • Me tengo que ir, debo pensar muchas cosas -. Avisé mientras me dirigía a la salida.
  • Está bueno, ahí te cuidas -. Se despidió.
  • ¡Mijo! Pensé que no iba a venir a buena hora -. Saludó acercándose, con sus manos arrugadas por el tiempo, tomó mi rostro e hizo que bajara a su estatura para clavar un beso en mi mejilla.
  • ¡Uf! Si yo igual, pero tengo noticias o bueno, es más una especulación -. Avisé.
  • Ahorita me cuenta, pero primero, lávese las manos -. Ordenó empujándome hacía la puerta al lado de los escalones.
  • ¿De nuevo? -. Preguntó cómo saludo, Matías.
  • Sí, eso creo -. Alcé los hombros.
  • Muy bien -. Suspiró y se sentó a mi lado – A duras penas si comés, no dormís y no salís de esta… habitación que no si se pueda llamar así -Analizó el panorama, mirando la ropa desordenada y mi aspecto de vagabundo.
  • Todo lo que te tengo que decir, ya te lo he dicho. Amigo mío, me duele verle así, pero sabés muy bien que la vida no se detendrá, solo porqué uno lo hace. Aunque nos duela, podemos estar tirados por un momento, pero no para toda la vida. Tu hermano, si, está perdido, desaparecido e incluso huido y podés seguir tu búsqueda, pero no tenés que detener tu vida para hacerlo. Yo sé que crees que no le entiendo, pero si lo hago, pero yo veo esto con otros ojos -. Soltó derramando en mi ser una serenidad llenante – No quería llegar a esto, pero tomá, te ayudaran a dormir -. Dijo mientras dirigía una caja con seminíferos.
  • Confío en que no vas a abusar de ellos -. Añadió.
  • Gracias -. Respondí.
  • ¡Al fin! – Grité
  • Hola, Pablo -. Mencionó Lauren asomándose por detrás.
  • ¡Hola! No había podido venir, en ser…
  • No queríamos que vinieras -. Añadió Sagost de un solo tiro.
  • ¿Qué? -. Pregunté incrédulo.
  • Como lo oyes, no queríamos, hemos tenido problemas aquí y aquí no ibas a ayudar en nada, como lo haces ahora -.
  • Me hubieran avisado al menos -, Refunfuñé.
  • ¡No comprendes la magnitud de esto! -. Gritó Sagost.
  • ¿Qué fue lo que tomaste para venir aquí? -. Preguntó rápidamente Lauren.
  • Somníferos -. Respondí limpiándome los labios.
  • ¿Cuántas? -. Susurró.
  • No lo… -. De nuevo la espuma emergió.
  • Lo estamos perdiendo -. Sonó una voz en el cielo.
  • ¿Qué está pasando? -. Pregunté entre burbujeos.
  • Estás muriendo -. Respondió con voz fría Sagost.
  • ¡No lo podemos perder! -. Sonó la voz en el cielo.
  • ¡Ayuda! -. Sonó en el vació. La voz era la de Alejandro, quien sonaba angustiado.
  • ¿Qué pasa? -. Pregunté de inmediato.
  • Me persigue -. Respondió con respiración agitada.
  • Esa cosa -. Añadió.
  • ¿Doña Natalia? -. Balbuceé.
  • ¿Mijo?-. Respondió de inmediato, quitándose la manta de la cara, sus cejas se levantaron y gritó: ¡Mijo! -.Como una bala de un cañón, ella se levantó y me abrazó.
  • ¿Qué pasó? -. Pregunté con extrañeza.
  • ¡¿Qué?! Los doctores dicen que se intentó matar. ¿Sabe qué significa? ¡Matar! ¿Cómo pensó en semejante cosa? ¿Yo no le importo? ¡No lo entiendo! -. Regaño con tanta fuerza que quise volver a dormir.
  • No, no fue eso -. Respondí.
  • ¿Entonces? -. Susurró con fuerza mientras retomaba la compostura.
  • Yo solo quería dormir, una pastilla no funcionó y seguí tomando hasta que, sin darme cuenta, me terminé desmayando -.
  • ¿Me lo jura? -. Cuestionó mientras me asfixiaba con sus brazos.
  • Si -. Respondí con dificultad.
  • Bueno, le iré a buscar algo de comer, en estos dos días solo con esa agua ha estado -.
  • ¿Dos días? -. Pregunté exaltado.
  • Si, dos días postrado en esa camilla, debe tener hambre, ya vuelvo -. Mencionó desapareciendo por el pasillo.
  • Muy buenos días, Pablo ¿Cómo se siente? -. Preguntó con papel en mano.
  • Bien, como se espera en una situación así -. Respondí con sarcasmo.
  • Sí, eso veo. ¿Tiene nauseas? ¿Dolor? -.
  • Un poco de nauseas, pero no son fuertes -. Aclaré.
  • Bueno, creo que ya está mucho mejor, si el doctor lo decide, usted volverá a su casa hoy mismo.
  • ¿Qué me hicieron? -. Pregunté rápidamente.
  • Te salvamos la vida, es un verdadero milagro que hayan venido a tiempo para que un solo lavado gástrico fuera suficiente -. Informó mientras tenía los ojos negros clavados en mí.
  • Yo no quise hacerlo, lo juro -.
  • A mí no me lo diga, esa explicación la merece la señora que lo ha estado cuidando, descanse un poco más -.
  • Solo gelatina hay en este hospital -. Gruñó Doña Natalia entrando de nuevo.
  • No se preocupe, no tengo mucha hambre -. Traté de calmarla.
  • Bueno, pero debe comer algo -. Dijo colocando el azafate en mis piernas – ¡Ah! Llamaron de la policía -. Avisó.
  • ¿Qué dijeron? -. Cuestioné casi escupiendo el bocado de gelatina verde.
  • Pues, encontraron el auto de Alejandro -. Mis ojos se abrieron y la miré, obligándola a contarme todo, sin pausas dramáticas – No estaba ahí, pero si hallaron unos cigarrillos y según me dijo el oficial, fue lo único -. Soltó un suspiro.
  • ¡Ay mijo! Él debe seguir por ahí y un día va a regresar -.Tomó mi mano y la cubrió con sus dedos.
  • Vos, ya la doña me dijo que estabas despierto -. Saludó.
  • Buenas tardes -. Respondí, quitándome la sábana de la cara.
  • “Buenas tardes” -. Se burló – Vos si sos idiota ¡¿Te intentaste matar?! -. Preguntó enfadado.
  • ¡No! Las cosas no fueron así -. Respondí.
  • ¿Ah sí? Las pastillas cayeron en tu boca por accidente entonces -.
  • Yo solo quería dormir y sin darme cuenta me terminé toda la caja -. Expliqué.
  • Dormir para toda la vida, quizás -. Susurró.
  • En serio, perdón, yo no quería -. Me disculpé.
  • Gracias a Dios que te salvaste, yo sé que perder a tu hermano es duro, sé que es perder a alguien, pasas todo el día pensando en esa persona y no sabes qué hacer con tu vida -. Lamentó.
  • Pablo, tienes que volver ya -. Susurró la voz de Lauren, en mi habitación, parecía ser una sombra encima del ropero que estaba en el rincón.
  • ¿Y si no puedo? -. Respondí dirigiéndome hacia la sombra.
  • En eso te puedo ayudar, solo por esta vez -. Dijo mientras sonó en mi habitación una caja musical, era como la canción de cuna que nos cantaban nuestras madres, una melodía tan fina y dulce, que, al cabo de unos segundos, comenzó a ser acompañada por violines que sonaban en la casa de mi mente. Mis ojos se cerraron al compás de la música, en la oscuridad de mi vista, varios puntos de colores comenzaron a formarse, eran diminutos, a cada nota aparecían más. Un punto café en frente de mí, comenzó a multiplicarse, cuando alcanzó la altura de cuatro metros, sus puntos dejaron de ser cafés para tornarse verdes y así seguir su camino, hasta formar un gigantesco árbol, los demás puntos de colores se empezaron a unificar y así formar un campo de troncos aplastados y ramas quebradas.
  • ¿Qué pasó? -. Pregunté anonadado.
  • Buff, eso pasó -. Dijo Sagost, mientras las partículas formaban la mitad de su cuerpo.
  • ¿Ese quién es? -. Volví a cuestionar,
  • Él habita este mundo, por lo que sabemos, tiene dos formas, la de una bestia de dos cabezas y la otra más humana, no del todo, no tiene orejas y sus ojos son completamente negros -. Respondió.
  • Es como una pesadilla, solo que él si es real -. Agregó Lauren – Consume tú alma, si estas atrapado aquí -. Terminó diciendo,
  • Atrapado en tus propios sueños -. Pensé.
  • No son solo sueños, esto es algo real en algún punto del universo -. Repuso Sagost.
  • ¿Hay algo más? -. Suspiré.
  • Tu hermano está aquí, por él es que Buff vino -. Soltó Lauren con tono frío.
  • Son solo sueños ¿Qué podría hacer? Soy insignificante -.
  • Queremos que nos ayudes a encontrarlo, él no solo está perdido allá, también aquí -. Dijo Lauren.
  • Antes de que su alma sea devorada por ese maldito -. Agregó Sagost enfadado.
  • Si lo encontramos aquí, también en la realidad ¿Cierto? -. Dudé.
  • Así es y estará a salvo en ambos mundos -. Afirmó Lauren.
  • Bueno, tendremos que encontrarlo -. Terminé diciendo.
  • ¿Cómo piensan detenerlo? -. Les pregunté.
  • Bueno, tenemos un plan…-. Respondía Lauren cuando un rugido hizo que las hojas en nuestro alrededor comenzarán a volar en todas direcciones, a lo lejos se observó una bandada de aves que se alejaban por su salvación.
  • Está muy cerca -. Susurró Sagost con preocupación.
  • No me digas, no me había dado cuenta -. Dije sarcásticamente.
  • No te burles, niño -. Contestó.
  • Tienes que esconderte -. Avisaba Lauren cuando, de nuevo, un rugido sacudió la tierra, pero esta vez más fuerte y cerca que el anterior. – ¡Ya! -. Gritó.
  • ¿Te perdiste? -.
  • Parece que no me entendiste, así que te pregunto de nuevo, ¿Te perdiste? -. Insistió.
  • No -. Respondí tratando de ocultar el miedo en mi interior.
  • Me da risa cuando las personas como tú me tienen miedo -. Mencionó aterrizando en los cadáveres de las flores.
  • No… no tengo miedo -.
  • ¡¿No?! -. Gritó acercándose a mi rostro en un salto.
  • No, no eres más que un tonto sueño -. Respondí viendo a las esferas negras dentro de su cráneo.
  • Bueno -.Contestó alejándose – Para Alejandro no soy un simple sueño -. Seguido de sus palabras comenzó a reírse.
  • ¡¿Dónde lo tienes?! -. Pregunté exaltado.
  • ¿Yo? En ningún lado, a mí solo me lo mandaron en bandeja de plata -.
  • Ahora, responde ¡¿Tienes miedo?! -. Rugió.
  • ¡Vámonos! –. Grité.
  • Casi te perdemos, de nuevo-. Dijo Sagost mirándome.
  • Lo siento, yo me desorienté y terminé en ese lugar -. Lamenté.
  • No es culpa tuya, es Buff, juega con tu mente, esa escena la tenía planeada -. Aseguró Lauren mientras se mantenía con los ojos cerrados.
  • Pensé que dolería -. Les mencioné.
  • En ese momento, no. El dolor viene después y no será nada momentáneo, será una eternidad, es el infierno -. Mencionó Sagost.
  • Ve a la Biblioteca, investiga acerca de él -.
  • Buenos días, mijo -. Saludó la anciana.
  • Buenos días ¿Cómo está? -. Hablé con voz suave mientras me acercaba para aterrizar un beso en su frente.
  • Aquí muy bien, cocinando -. Sonrió.
  • Como siempre -. Respondí.
  • Extraño a mi hijo -. Dijo con la taza entre las manos.
  • Así -. Respondí
  • Max se llamaba-. Tomó un sorbo del café.
  • Casi no habla de él -. Le dije.
  • No, no me gusta -. Mencionó.
  • ¿Y dónde está? ¿Por qué no quiere verla? -. Interrogué.
  • Es difícil de explicar mi error, mi tontería y mi descuido -. Suspiró.
  • Tranquila -. Me puse de pie y caminé hacia ella, postré mi mano en su hombro – Puede contar conmigo -.
  • Bien…- Exhaló. – Mi marido amaba a su hijo más que a nadie en este mundo, más que a mí, más que a él mismo.
  • Sí, los veo -. Respondí.
  • Él, de alguna manera también los vio y con la inocencia de un niño de seis años quiso tomarlos, agarró la silla y la arrastró hasta allí, se subió en el espacio donde uno a veces pone cosas, se estiró hasta estar de puntillas y cuando tomó el tarro, por su falta de fuerza se fue hacia atrás, su cabeza, tan frágil y tan pequeña, golpeó la esquina de la mesa para terminar rebotando contra el piso -. Su voz se quebrantaba a cada palabra, sus ojos cristalinos se rompían viendo el columpio que se balanceaba del árbol por la fuerza del viento. Tomó aire y siguió hablando – Yo no escuché ningún golpe, ningún grito, ninguna alerta. Entré minutos más tarde y al verlo, una parte de mí murió. De sus oídos salía sangre, también de su nariz, sus ojos estaban abiertos viendo a la nada, lo abracé y su alma comenzó a irse entre mis brazos, mientras yo gritaba, unos cuantos vecinos tuvieron que abrir a patadas el portón, nunca lo reparé. Mi niño fue declarado muerto -. Se detuvo y comenzó a llorar más fuerte, mi instinto fue solo abrazarla.
  • Ya pasó, no se sienta culpable -. Alenté.
  • Quizás no lo soy, pero Augusto, mi marido, no lo vio así, pasó los días llorando, echándome la culpa, maldiciéndome, hasta que un día no lo oí despertar en el cuarto de Max, así que decidí ir a verlo, aunque era probable que me recibiera con algún golpe, pero no, el colgaba del techo, tan solo un mes después, mi casa se volvió a convertirse en un velorio, y lo único que me dejó fue un seguro que me mantiene hasta ahora.
  • Es increíble todo lo que ha pasado y aún esté aquí -. Le dije.
  • Yo solo seguí viviendo, con toda mi tristeza y pesar, aprendí a hacerlo -.
  • Lamento todo lo que tuvo que pasar -. Compadecí.
  • La vida es tan mala como hermosa -. Añadió.
  • ¿Usted cree en criaturas malas? -.
  • ¿Criaturas? ¿Cómo qué? ¿Un gato? -. Sonrió.
  • No, es algo más infernal.
  • Pues, si existen los ángeles del cielo ¿Por qué no existirían criaturas del infierno?
  • Hasta que se deja ver -. Saludó con su voz grave.
  • No he estado saliendo ultimamente -.
  • Eso se nota -. Dijo analizando mi aspecto.
  • Lo tomaré como un cumplido -. Mencioné.
  • Aunque no lo sea -. Añadió con una sonrisa aún más fingida.
  • Si, bueno, no vengo a eso -.
  • Si, lo sé. ¿Qué sección busca? Aunque claro, usted se conoce esta biblioteca tanto como yo -. Replicó
  • Esta sección nunca me había interesado, es sobre el infierno y esas cosas -.
  • Ahora resulta que es religioso -.
  • Están en la librera de arriba, algún niño se robó el letrero, pero sé que lo hallará -.
  • Gracias­ -. Respondí y me di la vuelta.
  • ¿Y cómo va lo de su hermano? -. Preguntó rápidamente.
  • ¿Perdón? -. Cuestioné.
  • Si, la investigación ¿Qué ha pasado?
  • Bueno -. Dije volviéndome – Hemos avanzado poco, pero según lo que sé, no huyó.
  • ¿Por qué lo dice? -.
  • El auto estaba en una calle de la ciudad, él o alguien más lo dejó ahí -. Aseguré.
  • Bueno, si yo hubiera huido no sería en mi propio carro -.
  • ¿Qué dice? -.
  • Si, piénselo. Huir en el carro propio delataría donde está -. Explicó
  • Entonces piensa que el si se fue -.
  • Por supuesto, si no estaba el dinero, ni nada, es porqué se fue.
  • ¿El dinero? ¿Qué sabe usted? -. Mi mente se congeló y comencé a ponerme nervioso.
  • Me refiero si tenía dinero, digo si no había nada en el carro tuvo que haberse llevado todo, si es que tenía, ya sea mucho o poco -. Dijo mientras ordenaba unos papeles de su mostrador.
  • Si, la entiendo, solo el tiempo dirá -.
  • Eso espero -. Concluyó con la conversación.
  • ¿Ya se va? -. Gritó la vieja.
  • Sí, tengo que -. Respondí sin verla
  • Bueno, mucha suerte y espero que aparezca su hermano -. Se despidió.
  • Gracias -. Dije sin mirar atrás.
  • Buenas tardes, disculpe -. Dije amablemente,
  • ¿Si, jovencito? -. Respondió entre sollozos.
  • Perdone ¿Quién se encuentra dentro de eso? -. Pregunté apuntando con mi dedo al confesionario.
  • ¡Ah! Ahí está el sacerdote, él es el que hace las confesiones, debería hablarle si eso desea su corazón -.
  • Bueno, muchas gracias -. Me despedí.
  • Ave María Purísima -.
  • Am… -. Divagué.
  • Ave María Purísima -. Repitió
  • Yo…-. Balbuceé sin saber que decir.
  • ¿Es nuevo por aquí? -. Preguntó.
  • Sí, nunca había hecho algo como esto -.
  • No te preocupes, hijo se dice, sin pecado concebida -. Ordenó.
  • Sin pecado concebida -. Respondí obediente.
  • Muy bien, ahora si dime tus pecados -.
  • Verá -. Dije – No vengo precisamente a eso -.
  • Entonces ¿A qué vienes? -.
  • Es algo complicado -.
  • Te escucho -.
  • Quisiera saber cómo se hace un exorcismo -. Mencioné.
  • ¿Puede decirme? -. Insistí.
  • Hijo, un exorcismo no es nada sencillo, tienes que estar preparado y no hablo de un curso de algunos meses, se requieren años para poder expulsar a un demonio -.
  • Lo sé, pero no hay tiempo, es otro tipo de manifestación demoniaca -. Expliqué.
  • Te refieres a que lo puedes ver, de forma física ¿Cierto? -.
  • Si, muy física -.
  • Tienes que creer en Dios y en su santísima trinidad, esto quiere decir en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo -.
  • Bien -. Contesté seguro.
  • Tienes que orar, pedirle fuerza a Dios, arrepentirte, también tener a la mano agua bendita y algún crucifijo -.
  • ¿Qué hago con ellos? -.
  • El agua bendita “quemará” al Demonio, tampoco la uses toda, el crucifijo lo mantendrá alejado en cuanto se lo muestres -.
  • Entiendo, lo conseguiré -.
  • No lo hagas, puedes decirme tu caso y lo evaluaremos, podemos conseguir a alguien experto -.
  • Ya no hay tiempo -. Añadí.
  • Es una mala idea -. Decía mientras me levantaba para abandonar el lugar.
  • Qué bueno que vino a almorzar -. Dijo mientras movía la gallina que asaba con paciencia.
  • Sí, me vine corriendo -. Avisé exhausto.
  • Me doy cuenta -. Afirmó.
  • ¿No te cansa? -. Preguntó Alejandro.
  • ¿Qué cosa? -.
  • Vivir aquí, no es malo, lo sé, pero a veces me aburre -. Mencionó.
  • Te entiendo. Sí, a veces cansa -. Le dije.
  • Nos urge unas vacaciones pronto -. Sonrío dándome una palmada en la espalda.
  • ¿Y a dónde? -. Cuestioné.
  • Ya lo verás -. Soltó antes de salir por la puerta de mi habitación – Estoy pensando en alguna cabaña cerca de algún lago o laguna -. Gritó.
  • Buenas tardes -. Respondió.
  • Oficial Córdoba ¿Cómo está? -.
  • Bien, descansando en la estación ¿Y usted, alguna novedad -?
  • Solo he estado pensando -.
  • ¿En qué? -..
  • En algo que me dijo Alejandro hace algunos meses -.
  • ¿Y qué es? -.
  • Dijo algo sobre unas vacaciones en alguna cabaña
  • Cabañas hay muchas -. Dijo.
  • Lo sé, supongo que tal vez escapó a alguna -.
  • ¿Cree a su hermano capaz de eso? -.
  • No, la verdad no.
  • ¿Entonces? -.
  • Solo estoy divagando -.
  • Tranquilo ¿Si? Mire, puedo conseguir algunos nombres de cabañas que están a la venta o que se vendieron si eso le tranquiliza ¿Le parece? -.
  • ¡Si! Ayudaría mucho
  • Bien, pero… -. Estaba diciendo cuando la llamada se vio cortada por mi insuficiente saldo.
  • Veo que has venido acompañado -. Dijo Lauren.
  • Si, así es -. Le respondí mientras veía en mi mano la cruz.
  • Bien, ya vas aprendiendo -. Mencionó Sagost mientras aparecía.
  • Es inmortal -.
  • No buscamos matarlo, tan solo ahuyentarlo -. Añadieron en coro.
  • Y lo haremos, creo que agua bendita y esta cruz podrían servirnos -. Les informé con miedo a que se rieran.
  • Estoy seguro que lo harán -. Respondió Sagost.
  • ¿Saben dónde está? -. Los interrogué.
  • Después de que te fueras no escuchamos mucho, solo desapareció -.
  • Bueno, ahí está -. Señalé en dirección a la laguna.
  • ¿Qué haremos? -. Pregunté.
  • Tenemos que ir cerca de él, quizás nos lleve a donde está tu hermano, lo importante es no enfrentarlo si no es necesario -.
  • ¡Ah! -. Sonó un grito desgarrador que, por la fuerza, se sabía que había rasgado toda la garganta de quien lo emitió.
  • Buenas noches, Bomberos voluntarios ¿En qué puedo ayudarle? -.Atendió la mujer del otro lado de la línea.
  • Hay… hay demasiada sangre -. Traté de decir.
  • ¿Qué pasa? Cuénteme -. Insistió la mujer.
  • Tienen que venir pronto, hirieron a la mujer con la que vivo -. Alerté sin tomar aire.
  • Bien, quédese tranquilo. Deme la dirección y enviaré una unidad de paramédicos de inmediato -.
  • Los familiares de Natalia Bustamante -. Dijo con voz alzada.
  • Yo -. Me coloqué de pie de inmediato y caminé hacia él – Solo soy yo.
  • Su abuela está muy delicada, hemos logrado estabilizarla, sin embargo, sufrió una herida en el lóbulo superior del pulmón derecho, estará en observación por mientras.
  • Es mejor a que esté muerta, creo -. Mencioné
  • Si, si usted lo quiere ver así -. Añadió, después de eso comenzó a llamar a otros cuantos que quebraron en llanto al ser notificados de la muerte de un ser querido.
  • Buenos días, me llamo Rodolfo, mucho gusto -.
  • Pablo, mucho gusto -. Respondí.
  • Bien, entiendo que está cansado así que seré breve -. Avisó.
  • Por favor -.
  • ¿Qué hacía usted anoche? -. Empezó.
  • Estaba durmiendo en la habitación de arriba.
  • ¿Qué fue lo que lo despertó? -.
  • Fue un grito, uno desgarrador -.
  • ¿Escuchó algo más? -.
  • Creo que sí -.
  • ¿Qué fue? -.
  • La puerta de la sala se cerró con fuerza -.
  • O sea que alguien más estuvo en la casa -.
  • Sí, eso creo -.
  • Muy bien, ¿Tiene usted alguna idea de quién pudo haber sido, algún enemigo? -.
  • No lo creo, Doña Natalia es totalmente inofensiva, se lleva bien con los pocos vecinos -.
  • ¿Y usted? -. Preguntó
  • No, ahora no -.
  • ¿En el pasado sí entonces? -.
  • No yo, pero mis padres creo que si -.
  • Creo que es algo tarde como para tomar represalia contra usted por el accidente –
  • Lo sé, pero puede ser una posibilidad
  • Es poco probable, pero lo investigaremos y ahora, una última pregunta -.
  • ¿Si? -.
  • ¿Usted o Natalia fuman? -.
  • No, para nada -.
  • Bien, Pablo, hemos terminado por hoy, cualquier cosa yo le aviso ¿Si? -.
  • Sí, me parece perfecto -. Respondí.
  • Entonces ¿Listo para conocer mi hogar? -.
  • ¿Te importaría llevarme primero a un lugar?
  • Si ¿Cuál? -.
  • La Hemeroteca Nacional -.
  • ¿Por qué quieres ir ahí? -. Cuestionó
  • Es por una corazonada que tengo, cosas mías -.
  • Bien, te llevaré, solo no te metas en problemas -. Asintió con una sonrisa de pena.
  • Buenas tardes ¿Dónde puedo ver los periódicos del 6 de diciembre del 2006?
  • Buenas tardes, caballero, sígame -. Respondió amablemente.
  • Estos son todos los que tenemos, no son muchos, pero le pueden servir -. Dijo mientras me los entregaba.
  • Estoy de luto, mi esposa ha fallecido. El dinero que estos Mendoza quieren darme no me devolverá a mi hijo, ni a mi esposa, es como una burla. Lo único que queremos es justicia -.
  • ¿Me contarás qué pasó? -.
  • Creo saber quién está detrás de esto -.
  • ¿Quién? -.
  • En la nota de prensa que tú tienes no dicen nada acerca de lo qué pasó después del accidente, pero busqué en otros periódicos y había uno que logró hablar con Aldo, el padre del bebé.
  • Y ¿Qué dijo? -.
  • Él mencionó que sólo quería justicia, pero mis padres murieron, entonces ¿Justicia para quién? -.
  • No sería justicia, sino una venganza contra ustedes -.
  • Primero fue Alejandro, luego Doña Natalia ¿Quién sigue ahora?
  • Pablo, tienes que venir -. Mencionó suavemente Lauren.
  • ¿Si? -. Pregunté mientras me colocaba de pie.
  • Alguien quiere hablarte -. Avisó Sagost.
  • Síguenos -. Añadió Lauren.
  • Conoces a mi madre ¿Cierto? -. Preguntó con su voz inocente.
  • Si, así es -. Respondí.
  • Yo la veo a diario -. Me dijo mientras se columpiaba. – Sin embargo, nunca le he podido decir lo que ella siempre reza en las noches, por eso he venido -.
  • ¿Si? -.
  • Dile que la perdono, que ella no es culpable de nada y sobretodo, que la amo -.
  • ¡Máx, no vayas a quebrar nada allá! -.
  • ¡Pablo! -. Gritó mi hermana colocándose su abrigo. – Natalia despertó, quiere verte, lávate la cara y bajas al parqueo -. Ordenó.
  • ¡Pablo, mijo! -. Saludó con dificultad.
  • ¡Doña Natalia! -. Respondí mientras me arrodillada a un lado de su cama.
  • ¡Qué bueno que vino a verme! -. Se alegró.
  • No la dejaría sola, además tengo unas cosas que decirle -. Avisé.
  • Soy toda oídos -. Contestó
  • Mamá -. Su expresión cambió a una más sería, pues de mi boca salió la voz de su hijo – Te amo, por encima de todo, quiero que sepas que te he visto por las noches y quiero que entiendas que no es tu culpa lo que me pasó, ya es hora de aceptarlo, mami -. Le susurró.
  • Gracias -. Respondió ella.
  • No me deje, no ahora por favor. ¿Me oye? ¡No me deje! -.
  • Lamento su pérdida -. Suspiró.
  • Gracias, todos lo hacen -.
  • Si, cuando me avisaron en la comisaría pedí permiso para venir, además tenía que decirle algo -.
  • ¿Si? -.
  • En el interrogatorio le preguntaron si fumaba ¿Cierto? -.
  • Si, les dije que no -.
  • Bueno, la razón fue porqué cerca del portón encontraron una colilla, muy reciente, lamentablemente la tierra y la brisa hizo imposible encontrar algún rastro de saliva de la persona -.
  • ¿Qué marca eran? -. Cuestioné.
  • Unas de contrabando, llamados “Palmera”. No muchas tiendas lo tienen, por eso son poco comunes.
  • Si veo algo, usted será el primero en saberlo -.
  • Muy bien y algo más, debajo de tres uñas de la mano derecha de la señora encontraron también ADN, no tenemos a nadie en la base de datos que coincidan con él, pero al menos sabemos que ella se defendió -.
  • Creo saber quién es -.
  • Me cuesta creerlo -. Susurró.
  • Si, a mí también -. Contesté.
  • Ya estaba vieja, tal vez por eso no… -.
  • Pero ¿Qué dice? -. Le pregunté con una mirada que le hizo tragarse las palabras que estaban por salir.
  • Perdón, en serio. Estoy muy impresionado que ya no sé ni lo que digo -. Justificó cerrando los ojos.
  • Ya, déjeme -.
  • No hombre, no te pongás así -.
  • No tengo ánimos ahora ¿Sí?
  • Vení, salí un poco. ¿Querés un cigarro? -. Dijo mientras mostraba orgulloso su caja llena de cigarros.
  • Toma -. Dijo con el brazo extendido.
  • Gracias -. Me limité a decir.
  • Entonces ¿Estamos bien? -. Preguntó
  • Sí, todo bien -. Me forcé a sonreír.
  • ¿Puedo? -. Pregunté con mi brazo estirado hacia él.
  • Bueno vos, me tengo que ir ¿A qué horas es el entierro? -. Preguntó.
  • A mediodía en el Cementerio General -. Respondí sin más.
  • Bueno, ahí te acompañaré. Buena noche -. Se terminó despidiendo.
  • Ella se fue tranquila -. Me avisó Lauren.
  • Lo sé, lo vi -. Le dije.
  • No era la manera en que tenía que pasar, pero pasó -. Lamento Sagost.
  • Tengo una ligera sospecha de quien fue, es solo un cigarro, pero podría decir mucho ¿No? -.
  • Puede ser, es Don Jerónimo -. Supuso Sagost
  • Si, en el sospecho, aunque puede que esté equivocado -.
  • Hay una manera de averiguarlo -. Dijo Lauren.
  • ¿Cuál? -. Pregunté.
  • La Laguna, en la profundidad de su agua se refleja la verdad que quieres saber -.
  • Espera ¡¿Tengo que sumergirme?! -. Grité.
  • Si -. Respondió fríamente.
  • Es un agua asquerosa, no podré ver nada y ¿Qué me dices del mal olor? -. Insistí.
  • Mejor ven con nosotros -. Sugirió Sagost.
  • Tus dudas y problemas se aclaran, ella también lo hace -. Mencionó Lauren mientras la señalaba con la mano.
  • Increíble, muy increíble -. Susurré.
  • Entonces ¿Te animas? -. Sonrió.
  • Solo no me dejen morir -. Supliqué.
  • ¿Puedo? -. Se escuchó mi voz, la cual detuvo mis leves movimientos de escape para prestar atención.
  • Te dije que no podía atender ahora -.
  • Es urgente -. Dijo una voz femenina irreconocible.
  • ¿Qué pasa? -. Pregunta Don Jerónimo.
  • Es algo con Alejandro-. Avisó.
  • ¿Qué pasó? -.
  • No puedo decirlo por aquí, por el momento está algo delicado -.
  • Cuando nos veamos me lo dices -.
  • Está bien. ¿Cómo está Pablo? -. Cuestiona la mujer
  • Mal, muy mal -.Respondió.
  • Hicimos lo que debíamos hacer, se estaba acercando mucho, y atacar a esa señora lo mantendrá alejado por un tiempo, luego nos encargaremos de él -.
  • Me da algo de dolor verlo así -. Lamenta Don Jerónimo.
  • Ellos nos causaron más dolor. Ahora déjate de sentimientos, yo me encargaré del otro y mientras todo se calme nos encontraremos actuando normal -.
  • Solo decía -.
  • En unos días tendrás la otra parte del dinero-. Se despidió la mujer.
  • Bien -. Terminó diciendo Don Jerónimo.
  • ¿Tuviste resultados? -. Preguntó Sagost
  • Si -. Dije viendo la fotografía.
  • Ya está amaneciendo allá -. Avisó Lauren.
  • Lo sé, volveré más tarde aún tengo preguntas -. Respondí.
  • Vive tu duelo, Pablo -. Me sugirió Sagost.
  • Le quería entregar esto -. Le dije mientras que en una bolsa transparente le entregaba la colilla de cigarro.
  • ¿De quién es? -. Preguntó recibiéndola.
  • Jerónimo Cortés, tengo una fuerte sospecha sobre él -. Respondí con tono bajo.
  • Bueno, revisaremos y le aviso cualquier cosa -. Hizo una reverencia con su gorro y se despidió.
  • Haló -. Respondí.
  • Ya es medio día y usted nada que responde, muchacho -.
  • ¿Oficial? -.
  • Sí, soy yo, le llamaba porqué tenemos los resultados de la prueba de ADN -. Esas palabras hicieron que me sentara sobre el sofá con mis codos en las rodillas.
  • ¿Si? -. Dije con miedo.
  • Coinciden, la saliva del cigarrillo tiene el mismo ADN que el que encontramos en las uñas de Natalia, todo parece indicar que fue él quien la asesinó -.
  • Vamos a generar la orden de aprensión lo más pronto posible -. Cortó la llamada.
  • ¿Recuerda el sueño de la laguna? -.
  • Si, lo recuerdo -.
  • No sé qué es, no sé cómo, pero gracias a esos sueños logré saber parte de la verdad, En ellos se me mostraban cosas que en realidad pasaron, cuando duermo siento que estoy en otro mundo, conocí a dos seres, entidades o lo que sean, que me han ayudado y no sólo los he visto en mis sueños, también aquí en la realidad. Puede pensar que estoy loco, pero desde que me lancé en esa realidad he podido avanzar más de lo que hace la policía -.
  • ¿Te lanzaste? -.
  • Si, leí en un libro que si en mis sueños algo aparecía en el agua tenía que tomarlo -.
  • Es este libro -. Preguntó mientras lo observaba.
  • Sí, es ese -. Respondí.
  • Yo lo escribí -. Soltó dando una risa de vergüenza.
  • ¡¿En serio?! -. Cuestione exaltado.
  • Su padre tenía sueños parecidos y me di la tarea de buscar algunas respuestas. Terminé escribiendo este pequeño libro que para algunas personas les resultó interesante y se imprimieron algunas copias que luego quedaron en el abandono -. Confesó con melancolía.
  • No me imaginaba que mi papá podía soñar lo mismo -. Añadí.
  • Venga conmigo -.
  • ¿Qué es eso? -.
  • Yo tengo una teoría, esta máquina la hice para la hipnoterapia, sin embargo, ese método ya no se utiliza, pero cuando su padre me explicaba las cosas que veía, quería intentar hipnotizarlo, no del todo, era más como soñar despierto. Él murió antes de que pudiéramos realizar el experimento.
  • ¿Es seguro? Matías, en ese mundo habita un ser, es un demonio que busca alimentarse de las almas y… -. Tragué saliva.– Está buscando a Alejandro.
  • Te creo, te ayudaré a encontrarlo -.
  • ¿Si? -.
  • Ya tenemos la orden para apresarlo, en un momento saldremos para el bar -. Informó el agente policial.
  • Pablo ¿te puedo ayudar en algo? -.
  • ¿Puedo pasar? -.
  • Sí, claro. Adelante -.
  • ¿Café? -. Ofreció.
  • Si, gracias -.
  • Entonces ¿Te puedo ayudar en algo? -.
  • Si, por eso vine -.
  • Pues hablá -. Dijo mientras servía las tazas con café.
  • He estado pensando en todo lo que ha pasado, la desaparición de Alejandro y ahora el asesinato de Doña Natalia -.
  • Si -. Balbuceó mientras observaba la taza.
  • Es sobre todo una pregunta -. Alcé la vista y tomé aire. – ¿Por qué lo hizo? -.
  • ¿Hacer qué? -. Cuestionó con voz seca.
  • Asesinarla -. Respondí fríamente.
  • Yo no… -.
  • Su ADN está ahí, la policía lo tiene y vienen para acá, además veo ese rasguño en su cuello. No me mienta más, solo quiero saber por qué lo hizo -. Interrumpí.
  • Esa pregunta me la he hecho desde hace varios años atrás ¿Por qué? Y nunca he obtenido una respuesta, por mucho tiempo observé como ustedes dos crecían y mi hijo no -. Calló un momento. – Seguro recuerdas a tus padres, no tanto como yo, eras un niño apenas. ¿Sabes por qué los recuerdo? No éramos amigos, ni si quiera me conocían, pero yo si a ellos. Yo trabajaba de guardia de seguridad en una empresa de textiles, mi turno era de noche, así que ese día me despedí de mi pequeño Fabio, le di un beso en la frente y mi esposa fue a dejarlo a su cuna, luego yo me despedí de ella, sería la última vez que lo… -. Se detuvo. – Que los vería a los dos con vida -. Su puño golpeó la mesa. – Tus padres, los mataron y desde entonces no hay paz ¡Claro! Me daban dinero, pero eso no me devolvía todo lo que perdí. La policía no podía hacer nada, ellos murieron, para mí no, seguían vivos en ustedes dos -. Él se colocó de pie, su sombra se proyectó en la pared. – Así que los comencé a vigilar, día a tras día, viendo como crecían, como gozaban de salud, de vida. ¿Era justo? ¿Por qué ustedes si y mi hijo no? -. Su tono de voz se hacía más fuerte e imponente.
  • No podía hacer nada contra unos niños, pero sí esperaba a que crecieran sería mejor, luego de un tiempo desistí de mi plan hasta que recordé el daño que me habían hecho, era el momento perfecto -.
  • ¿Dónde tiene a Alejandro? -. Pregunté.
  • ¡Ja! ¡Lejos! Y vos jamás lo vas a encontrar. Alejandro es tan idiota, que lo convenció de retirar el dinero de la herencia solo para seguir con los malditos negocios de tus padres.
  • ¡¿Dónde está?! -. Grité y me levanté del asiento.
  • ¡Jamás lo encontrarás! -. Gritó, soltando un grito.
  • Ya sé dónde lo tiene – sonó la voz de Buff que salía del cuerpo.
  • No lo harás, no lo dejaré -. Respondí.
  • Esto te servirá -. Susurró la voz de Lauren, enseguida el crucifijo comenzó a formarse en mi mano derecha.
  • ¿Y qué vas a hacer? -. Preguntó con sarcasmo.
  • Él está en una cabaña en la Laguna de Ayarza, ella me pidió que lo escondiera ahí, espero lo encuentres -.
  • Lo haré -. Respondí.
  • Perdoname por todo -. Terminó diciendo.
  • Buenas noches -. Saludé por el teléfono.
  • ¿Pablo? -. Respondió.
  • Matías, necesito que venga al bar, quiero que me lleve a la laguna de Ayarza, creo que Alejandro está allá -.
  • ¿Ahora? Pablo, estoy cenando -.
  • Se lo ruego
  • Bueno voy para allá-. Gruñó.
  • Una cosa más -. Dije.
  • ¿Si? -. Preguntó
  • Traiga la máquina rara, haremos el experimento hoy -. Termine diciendo. La llamada terminó.
  • Bien, Matías. Es hora -.
  • Bueno, quiero que veas hacia la bombilla, fijamente -. Indicó.
  • ¿Ya no va a venir? -. Preguntó.
  • Margaret – Dijo otra voz con el tono de una mujer. – Tú padre se tuvo que ir -. Le avisó mientras se le quebraba la voz.
  • ¡Pablo! -. Gritó Lauren desde la orilla.
  • Él está aquí, sabe que tu hermano se esconde allá -. Señaló hacia una cabaña al otro lado de la laguna.
  • ¿Me escuchan? -. Hablé.
  • Si, te escuchamos -. Contestó Matías en mi mente.
  • Veo la cabaña -. Avisé.
  • Aún estamos algo lejos, mantente ahí -. Dijo.
  • Tenemos que detenerlo -. Habló Sagost formándose con pequeñas partículas en el aire.
  • Sí, pero ¿Cómo? -.
  • Traje esto de tu casa -. Dijo mientras me daba la botella con el agua bendita.
  • Bien, hay que… -. Trataba de decir cuando el rugido silenció mi voz.
  • Empiezas a ser un molesto dolor de cabeza- Gritó la voz de la criatura desde el otro lado.
  • Si, sé que sí, pero nada se compara contigo -. Respondí de la misma manera.
  • Aquí estás -. Susurró con deseo.
  • Funciona -. Dijo con la botella en la mano.
  • Estás aquí -. Susurró.
  • No te iba a dejar solo así -.
  • Él no se detendrá -. Aviso Lauren mientras se formaba.
  • Tenemos que ahuyentarlo -. Habló Sagost.
  • ¿Cómo? -. Preguntó mi hermano.
  • Bien, sabemos que el agua bendita funciona, el crucifijo también, necesito llegar a su frente y decir su nombre -. Propuse
  • En este caso es con el mismísimo demonio -. Agregó Sagost
  • ¿Y cómo piensas llegar hasta su frente? -. Pregunto Alejandro.
  • No me gusta nada esas miradas -. Dijo.
  • Alejandro, deja que te tome, Lauren cuando su boca se abra lánzale el agua. Sagost me ayudarás impulsándome para llegar hasta él -. Ordené.
  • Bien, tenemos un plan -. Agregó Sagost.
  • Debiste haber corrido -. Dijo la cabeza parlante.
  • ¡Eurinymous! -.
  • Pablo, tranquilo, estamos cerca -. Avisó Matías.
  • Gira a la derecha -. Les dije marcando el camino hacia la cabaña.
  • ¡Pablo! -. Gritó desde afuera.
  • Estoy seguro de que lo escuché -. Le dije a Matías.
  • Esto era lo que soñaba, tiene que estar aquí, no hay otra razón, tiene que estar vivo, lo vi -. Insistí.
  • Alejandro, hermano. No podés hacerme esto, tenés que estar vivo -. Una lagrima de mis ojos cayó sobre su rostro. – Por favor, despertá -. Terminé diciendo mientras me aferraba a su cadáver con la esperanza de que respondiera, pero no dijo nada.
  • ¿Alejandro? -. Le pregunté mientras me acercaba.
  • ¡Pablo! Ven -. Saludo sonriendo. – Es hermoso -. Refiriéndose al atardecer.
  • Todo se ve diferente -. Mencioné.
  • Me encontraste, eso es lo que me hace descansar
  • Tus pistas fueron de ayuda -.
  • Sabía que lo harías -. Sonrió.
  • Ganamos -. Les dije.
  • Si bueno… -. Balbuceó Sagost.
  • Buff es un demonio, no lo puedes matar, aunque lograste ahuyentarlo, podemos estar tranquilos por ahora -. Mencionó Lauren.
  • Bien, es mejor que nada -. Añadí.
  • Pablo -. Llamó Alejandro.
  • Te amo mucho, hermanito -. Cerré los ojos y respondí que también lo amaba.

Los dos se miraron fijamente, asintieron con la cabeza y me soltaron. Las raíces comenzaron a llevarme de vuelta al subsuelo, pero en ese instante, ambos extendieron su mano hacía las ramas, sus ojos comenzaron a brillar aún más, sus pupilas se expandieron y una extraña onda semitransparente comenzó a emanar de los dedos, una onda que quebraba las raíces que poco a poco perdieron su fuerza y terminaron por soltarme, bajaron sus manos regresando sus ojos a su estado natural. Me quedé totalmente paralizado e impresionado de ver la fuerza que esos dos seres tenían.

– No nos veas así, muchacho -. Dijo Sagost

– Eso estuvo muy cerca -. Añadió Lauren.

– ¿Qué acaba de pasar? -. Pregunté espantado y agitado por lo que había sucedido.

– El Árbol de las Luciérnagas, es engañoso, te muestra lo que quieres ver, lo que quieres saber, pero siempre quiere algo a cambio, en este caso tú -. Respondió Sagost seriamente mientras tapaba el agujero del suelo.

– ¿Al menos te mostró lo que querías ver? -. Preguntó Lauren extendiendo su mano en señal de apoyo.

– Si, eso creo -. Respondí tomando la mano de ella, la cual me dio una descarga dolorosa, pero soportable, ella apretó la mano y sus pupilas de dilataron de una manera poco común, su mirada se vio perdida por un segundo, luego jaló fuerte y de pie me colocó diciendo:

– Margaret Castillo -. Volteó a ver a Sagost, como si ese nombre lo conocieran.

– Tienes que ir con la policía, ellos te ayudaran a encontrarla -. Ordenó Sagost mientras se acercaba al lado de su pareja.

– Un segundo ¿La conocen? -. Pregunté no con un tono de duda, si no más de amenaza.

– Si, me temo que sí, pero no nos corresponde a nosotros decirte quien es -. Respondió Lauren tratando de calmarme, sin embargo, no me tranquilizaba en lo absoluto.

– Tienes que despertar ya -. Añadió Sagost estirando su mano y un extraño aire con brillos de diamantina comenzó a soplar toda mi cara obligándome a entrecerrar mis ojos y cubrirlos con mis manos.

– ¡No! ¡Espera! ¡Tienen que decirme! -. Grité con desesperación.

– Cierra los ojos -. Susurró Lauren.

Involuntariamente obedecí, al cerrar los ojos sentí como estar de nuevo en el agujero, varios colores saltaron en esa oscuridad de mi mirada, hasta que se quedó en un total blanco que me hiso abrir los ojos de a poco. La claridad que entraba por la ventana de mi habitación era excesiva, mis ojos se cerraban y se abrían constantemente, me sentía perdido e incierto. En realidad, estaba soñando o era algo más. Mis pensamientos empezaron a llegar, se sentía como una crisis existencial, no le encontraba sentido a lo que me sucedía.

Creer o no creer ¿Qué debo hacer?

CAPÍTULO IV

SANGRE

Las aves gritaban en lo alto del cielo, las nubes se deslizaban gracias al aire fino que refrescaba la mañana y la cortina de mi ventana bailaba un vals lento.

Una playera gris, una camisa manga larga negra encima y en mis piernas un pantalón de lona negro con zapatos azabaches con puntas níveas, ese era mi atuendo de casi todos los días, eso y mis audífonos negros.

La radio ya sonaba, un programa de ventas cristianas era. la melodía de las mañanas. El teléfono en la radio sonaba a cada rato, se vendía más que en mercado, estufas, camas, televisores y podían vender hasta a sus propios hijos sino es que la ley no lo permite.

Doña Natalia servía el café recién hervido, el aroma era tan fuerte que juraría que se puede ver. Sus ojos lucían aun medio dormidos, perdidos en la espuma que se formaba en la taza.

Se levantó y se dirigió a la cocina, observó por la ventana que da al jardín, un columpió sostenido por la gruesa rama de un viejo árbol, tomó café y suspiró dejando ir un poco de vida.

– Tengo que ir a la estación de policía-. Le avisé terminando de comer.

– ¿Va en busca de respuestas? -. Preguntó dejando en paz al columpió y volviendo a su lugar.

– Si, algo así. Don Jerónimo me dijo que Alejandro se encontraba con una mujer el día que desapareció -.

– Y al menos le dio el nombre de la mujer ¿O me equivoco? -. Volvió a cuestionar.

– No, yo lo tuve que averiguar por mi cuenta. Se llama Margaret Castillo y es analista de crédito en algún banco -. Conteste orgulloso de mi hallazgo.

– ¿No sabe el banco? -. Levantó las cejas y terminó soltando una ligera risa.

-No, por eso iré con la policía, quizás ellos me logren ayudar -. Encogí los hombros como si me hubiera regañado.

– Espero tenga suerte hallando a esa mujer -. Dijo terminando la conversación.

Tomé lo necesario para poder salir, un suéter, dinero, unos cuantos dulces y en un papel llevaba apuntado el nombre, para que no se me olvidara, todo iba adentro de una pequeña mochila.

Me acerqué a la mesa, Doña Natalia aún seguía sentada, tomé su cabeza adornada por la nieve y le besé la frente. Antes de salir escuché que ella de nuevo se puso de pie y el crujir del piso me dijo que caminó de nuevo hacia la ventana.

Cerré la puerta al salir, afuera se sentía un frío relajante, como una cosa extraña. El deseo de un poco de aire asesino se hizo presente en mi mente, no acostumbro a fumar, quizás lo había intentado, pero nunca fue lo mío. Sin embargo, parece ser que ese día lo acreditaba, pasé por la tienda y elegí uno de doble sabor, como para que no costara tanto inhalarlo, sin importar el decir de la gente, lo encendí ahí mismo, el olor a tabaco escurridizo jugaba en el lugar, el humo bailaba en el aire esfumándose al pasar. Después de tanto tiempo es normal que me diera calor o sentirme mareado y el sabor en el paladar era rico por un momento, pero luego era agrio, por suerte llevaba unos cuantos dulces para contrarrestar la sensación.

El dinero era para un caso extremo en el cual me viera obligado a tomar un autobús, pero no son mi primera opción. Los buses con sus choferes y ayudantes tan vulgares, con música dañina para mi integridad, más las personas, los empujones y muchos olores de una incierta procedencia me hacían rechazar la idea de ir en uno. Coloqué mis audífonos en mis oídos y la música comenzó a guiar mis pasos hasta la comisaría.

Salir a caminar era de mis pasamientos preferidos, logré aprenderme las calles de donde antes vivía, la Antigua Guatemala. Mi tía Mayra era nuestra encargada cuando mis padres murieron, pero fue ahí cuando entendí porqué era solterona, pues ella no nació para ser esposa y mucho menos madre. Fueron tiempos difíciles, que con la ayuda de Alejandro logré vivirlos.

Mi conversación con mi ser se escuchó interrumpida gracias a Lauren.

– Hola ¿Estás ahí? -. Preguntó.

– Sí, aquí estoy -. Respondí en mi mente.

– Bien, ten cuidado -. Advirtió apresurada.

– ¿Por qué? -.

– En la calle que acabas de pasar, tres chicos se te quedaron viendo, yo que tú no andaría con esos audífonos, es prácticamente un cartel que dice “róbenme” -.

– Están bromeando ¿Cierto? -.

– ¡No! ¡Corre! -. Interrumpió Sagost.

Al darme vuelta, dos chicos venían hacia a mí, el de la derecha traía en su cabeza un gorro amarillo, una playera con un perro y un pantalón de lona rasgado, el otro imitaba la misma vestimenta, sin embargo, solo el del gorro traía en su mano derecha una cuchilla con filo en ambos sentidos de la hoja.

– ¡Carajo! -. Pensé, dando inició a una carrera en competencia.

Las pisadas de los dos chicos detrás de mí eran más que evidentes, al llegar al final de la calle, en el giro de la esquina, apareció otro tipo que lucía más grande que los otros dos, me tomó por sorpresa. De muchos más años y más estatura, logro inmovilizarme sin tanto problema.

Su aliento no era nada agradable, solo pensaba en vomitar, el aliento era peor que el de la laguna.

– ¡Respondé pues! -. Gritó.

En mis pensamientos sonó de nuevo la voz.

– Pablo, tienes que salir de esa. Piensa en las raíces del árbol de las luciérnagas, como te sujetaban -. Habló Lauren en mi pensamiento.

– Si, recuerdo muy bien ¿En qué me ayudará? -. Pregunté en mi interior.

– Extiende las manos -. Ordenó Sagost.

– No puedo, este imbécil me tiene inmóvil -. Gruñí.

El hombre volvió a hablar.

En mi mente de nuevo hablaron.

Un sentimiento de tristeza e impotencia se apodero de mí, me sentí como despertar en un ataúd bajo la tierra.

El chico con la cuchilla en la mano se acercó, detrás de él la figura de Sagost apareció, le tomó la mano e hizo que la cuchilla saciara su sed de sangre en el estómago del otro chico. Sagost volteó a verme, sus ojos se iluminaron como en el bosque, esa mirada me hizo sentir extraño, la fuerza se apoderó de mí, comencé a abrir los brazos, el hombre ya no podía retenerme, mis pupilas tomaron la forma felina, brillaron tanto como los de Sagost, el hombre se arrodilló involuntariamente, en su cara se comenzaron a saltar las venas, su rostro se tornó rojos, a simple vista se miraba que se negaba a la fuerza que los ojos imponían sobre él, Sagost se acercó y con un solo puño lo hizo dormir.

Tomé mi pequeña mochila en el suelo y salí corriendo de ahí, mis ojos volvieron a su normalidad. No había tiempo para pensar en una gran explicación, de todos modos, era sencilla, Sagost, de algún modo, era capaz de darme fuerza.

La estación de la Policía Nacional Civil (PNC) se encontraba ya frente a mí, entré sin avisar y sin pensar en si tenía que pasar alguna revisión.

– ¿Le puedo ayudar en algo, joven? -. Preguntó el agente policial que se encontraba en una esquina.

– Si, mi hermano desapareció hace dos meses, quería saber cómo va la investigación -. Respondí entre jadeos.

– Muy bien, siéntese y en un momento le llamaremos. ¿Gusta un vaso de agua? -. Cuestionó amablemente.

– Si, gracias -.

La estación estaba muy tranquila, creo que mis latidos eran los que alteraban la tranquilidad del lugar. El agente de nuevo me llamó y me llevó a otras oficinas, me indicó que debía esperar.

Con sus ojos de un lado a otro, trataba de encontrar el nombre que le había dicho, pero no hubo nada.

Ella comenzó de nuevo a leer los papeles.

-Si. Jerónimo no dijo nada acerca de una mujer y mucho menos con ese nombre. Solo menciona a un hombre alto, con chaqueta negra y eso es todo en su declaración -. Hablól, eyendo los papeles.

– ¡Solo eso me falta! -. Gruñí.

– ¿Tiene alguna referencia de ella? -.

– Solo sé que trabaja como analista de crédito en algún banco.

– Su hermano retiró un dinero del Bankcorp, las oficinas centrales están a tres cuadras a la derecha, es posible que la encuentre ahí -. Indicó.

– ¡Gracias! Es usted muy amables, señorita -. Me despedí y salí corriendo tratando de llegar lo antes posible.

El policía solo observó como yo me alejaba de la estación, mientras sostenía el vaso con agua.

La calle estaba concurrida, las personas son insensatas, les importa muy poco si dejan pasar a alguien que lleva prisa, en este caso a mí, quería empujarlos, tirarlos o pasar encima, pero no podía o más bien, no quería, supongo que sería un acto muy descortés.

Con mis ojos analizaba todo el panorama, trataba de buscar alguna señal de esperanza y en una de esas miradas, ahí estaba.

El letrero era de color rojo, afuera de un edificio pequeño, pero lujoso.

Empujé a unas cuantas almas y crucé la calle, las puertas se anticiparon a mi llegada, abriéndose y dándome paso para examinar el lugar. La señorita del escritorio del fondo me vio en seguida, me comenzó a observar de arriba abajo, sus ojos me decían que tenía que acercarme. Obedeciendo las órdenes de su mirada, comencé a ir de a poco, viendo a mi alrededor.

Los carros hacían tanto ruido afuera, el frío del aire acondicionado hacía que mi piel se erizara y cada segundo lo sentía más lento que el anterior. Después de unos minutos de ver a las rayas del piso, la señorita me habló.

La pisada de los tacones comenzó a llegar a mi tímpano, marcaba el ritmo de alguna canción cada vez que colocaba un pie en el suelo. Una mujer de unos 24 años apareció por el pasillo, con un maquillaje sutil, pero visible, un pequeño lunar en la mejilla que me resultó familiar y un vestido hecho a su figura. Me miró y sonrío dejando ver los camanances que la perfeccionaban.

Comenzamos a caminar, nos fuimos por la izquierda, dejando atrás el escritorio, había pequeñas oficinas a los lados, donde todos los que estaban en cada una la saludaban y ella repartía sonrisas como si fueran balas en guerra.

Se detuvo en el elevador, activó el botón y en segundos nos encontrábamos en el tercer piso, donde estaba su oficina, me hizo pasar y tomar asiento, ella se acercó a su silla, detrás del escritorio iluminado por la gran ventana que dejaba ver un poco de la ciudad. Encima del escritorio la placa con su nombre y su cargo, tal como lo soñé.

“Aparatoso accidente cobra la vida de un bebe y de otras dos personas”. Así comenzaba la nota de aquel periódico.

No quería hablar, mi cerebro procesaba toda la información y como mis padres ocasionaron tal daño.

Me levanté de la silla y la observé.

Pensé que no me quedaba casi nada, sin mis padres, sin Alejandro, pero veo que no, sentí una paz y una tranquilidad tan reconfortante que se desvaneció cuando mi teléfono sonó.

-Disculpa, debo atender -. La aparté y caminé a un rincón.

– ¿Hola? -. Pregunté.

– ¡Mijo! -. Sonó entre sollozos las palabras de Doña Natalia.

– ¿Qué paso? ¿Está usted bien? -. Pregunté agitado.

– Mijo… me llamaron de parte de la policía -. Avisó.

– ¿Qué le dijeron? -. Cuestioné con una voz más insegura.

– Encontraron un cuerpo en la zona 14, dentro de una zanja, lo tienen en la morgue, tenemos que ir a reconocer el cuerpo -. Dijo tratando de no romper en llanto.

Mi celular cayó al suelo, mi mirada se perdió en el suelo mientras las lágrimas empezaban a nublar mi mundo.

CAPÍTULO V

EL CUERPO

Solo observaba como la gente caminaba, pensaba en cuantas personas hay en el mundo y como una hace que me derrumbe. Empecé a guiar a Margaret para mi hogar, ahí Doña Natalia nos esperaría para salir de toda duda.

En mi mente imaginaba el funeral, los jóvenes del instituto llegarían junto a todos los maestros, quienes habían hecho un pequeño altar con la fotografía de Alejandro en el aula donde él impartía las clases. La gente diría “fue un buen hombre” no importando si lo conocían o no, otros irían solo por la comida y unos cuantos sufrirían de verdad, entre esos estoy yo.

Mi mente divagaba en las calles de mi memoria, recuerdo todo lo que había vivido, mis momentos de angustia, como cuando Alejandro trató de ver una marcha por encima de la lámina cuando éramos niños.

En unos pocos segundos el banco soltó un crujido, una de las patas se había quebrado, más el peso de mi hermano lograron que el banco cayera al suelo, sin embargo, mi hermano ante la sensación del vacío en sus pies, se aferró a la lámina y soltando un grito cayó al suelo. La gravedad y el filo del borde hicieron un corte profundo en la base de sus dedos.

La sangre goteaba de su mano, mientras la mucama llamaba a mi madre para contarle lo que había pasado, minutos después ya iban camino a la clínica. Una cicatriz de tres centímetros fue el resultado de su necedad.

El auto se detuvo, la voz de mi hermana me sacó de mi ensimismamiento.

El claxon sonó fuerte y claro, enseguida el portón se abrió. Doña Natalia vestía un vestido largo de color verde oscuro y un suéter blanco de lana que la resguardaba del frío. Cuidando sus pasos caminó hacia el auto grisáceo y con una sonrisa nos saludó.

Ambos respondimos al mismo tiempo

Ella solo abrió los ojos y la miro por el retrovisor.

El viaje se fue en un inquietante silencio, los segundos eran pesados y el tráfico no ayudaba en lo más mínimo, después de algunos giros, llegamos a la calle del cementerio, donde al lado estaba la morgue.

El carro se detuvo al igual que mis pensamientos, por un momento morí en vida y el miedo se apoderó de mi ser. Una cálida mano posó sobre la mía, que inquieta movía los dedos a cada segundo.

Asentí con la cabeza e inhalé profundo, al momento de dejar escapar el aire prisionero, abrí la puerta y el viento frío me dio un impulso a seguir.

Mi hermana fue quien habló por mí, después de unos segundos el forense fue quien nos guio, yo solo los seguía como un robot que se negaba a estar en la realidad. Caminamos por los pasillos hasta llegar al cuarto frío, a la bóveda de cuerpos. Una puerta de metal me separaba de un incierto destino.

Mis pies obedecieron con duda a mi mente, con miedo entré a le gélida habitación- Me sentía como estar de nuevo en la laguna, esa incertidumbre de no saber qué hacer, de querer correr y desaparecer.

Una archivera de cuerpos de color plata era lo que robaba la atención, el forense comenzó a buscar.

Terminó sus palabras y abrió la pequeña puerta, luego tiró y un cuerpo en descomposición se deslizo en nuestra mirada. Su rostro era difícil de reconocer, podía ser él-

El forense tomó la extremidad del cuerpo, mientras mi corazón se congelaba y no sabía si era por lo frío del lugar o porque sabía lo que vendría después- Doña Natalia trataba de contener las lágrimas imprudentes que querían congelarse en sus mejillas.

Al escuchar sus palabras logré exhalar, formando una casi transparente niebla.

Salimos de ese ambiente tan fúnebre y caminamos hacia la entrada donde mi hermana nos esperaba.

Nos subimos al auto, mi alma se sentía más ligera, como si tuviera el peso de una pluma. En la radio sonaba “Younger now” de Miley Cyrus, esa canción nos acompañó en nuestro regreso a casa, luego vinieron más canciones del mismo género musical.

Al llegar, Margaret le explicó su historia a Doña Natalia la cual lamentó la muerte de nuestro padre. Luego de una hora, tuvo que volver al trabajo, yo me recosté en el sofá.

En mi mente estaba la imagen del hombre que vimos, como es que todos llegamos a ese estado, hay personas que se creen el centro del universo y al final todos moriremos, nos pudriremos igual.

El portón sonaba fuerte, ese ruido estremecedor me hizo levantarme de mi sofá, salí al pórtico y comencé a caminar, los golpes se hacían cada vez más fuertes, acelerando mis pasos y preguntar en un grito:

Cerré el portón y comencé a analizar la conversación. ¿Era tonto dudar de Don Jerónimo? ¡Claro que era tonto! Él conoce a mi hermano desde hace mucho, era como un padre para Alejandro, supongo que dudo hasta de mí, eso es más tonto aún.

Mis pensamientos son cada vez más incongruentes, no tienen lógica alguna, solo debo dormir, hablar con Lauren y Sagost, eran sueños, pero hasta ese momento había acertado, más de lo que pudiera imaginar.

Doña Natalia ya se había apropiado del sofá, así que subí las escaleras hasta llegar a mi habitación donde el sonido del atardecer, hizo que el sueño llegara a visitarme más rápido.

Mis párpados comenzaron a cerrarse como el telón al final de una obra de teatro, el sonar de las hojas eran los aplausos que felicitaban la obra y al abrir de nuevo el telón para un nuevo acto ya me encontraba sentado a los pies de un árbol, que muy gentilmente, compartía su sombra conmigo dándome un ambiente fresco.

El bosque era iluminado por el alba, cuando anochece en mi mundo, aquí apenas amanece. Sagost y Lauren eran seres muy serios, que hablaban entre ellos, no sé qué cosas se pueden decir, solo veo como intercambian miradas de complicidad.

La casa del árbol abandonada, era confusa, no sé sabía si estaba a medio construir o destruir. La naturaleza había reclamado su propiedad invadiéndola con plantas que la adornaban. En sus faldas se encontraba una pequeña fogata que daba sus últimas señales de vida

Sagost y Lauren cruzaron miradas, como las que ya habían hecho antes, sabían algo, pude notarlo.

Un sonido proveniente de la fogata moribunda llamó mi atención, era el crujir del papel siendo devorado lentamente por las cenizas, La curiosidad de nuevo tan inquietante guio mis movimientos, mi mano con un poco de dificultad tomó el papel caliente, al revisarlo, una pequeña frase estaba escrita:

“Donde la gente pide ayuda, donde vos buscabas respuesta alguna”.

Otro acertijo, pensé. Que me querrá decir ahora.

Un vendaval llegó a nosotros, levantando las hojas y derrumbando un poco más la casa. Lauren comenzó a buscar algo dentro del bosque, mientras que Sagost tiraba de mi brazo alertando que nos teníamos que ir ya de ese lugar. El viento me aturdió, quería moverme y no podía, en mi visión se coló la imagen del techo de mi habitación con la del bosque, era como estar dormido y despierto a la vez, sentía los tirones cada vez más fuertes, pero mi mente se negaba a reaccionar. Mis intentos se hicieron fuertes, mi desesperación por despertar hacía que mis manos y mis pies se movieran muy poco, como un gusano, logré arrastrarme a la orilla de mi cama de la cual caí para golpearme con el suelo.Al abrir mis ojos, otros de color rojo se abrieron debajo de mi cama y con un rugido me despertó de nuevo en mi cama, mis ojos se quedaron observando el techo iluminado por la luna, mi respiración era agitada y mi cuerpo se encontraba un tanto mojado por el sudor.

Eran las 3 am, daba vueltas, cambiaba de lado la almohada para conciliar el sueño, trataba de hablar con Lauren o Sagost, pero ninguno respondía a mis pensamientos, estaba preocupado, la pregunta de qué habrá pasado, rondaba en mi memoria, aún tenía miedo, no me atrevía a ver debajo de mi cama. La madrugada comenzó a deshacerse ante mis ojos, el acertijo aún estaba latente, miraba a la nada pensando tanto.

“Donde la gente pide ayuda, donde vos buscabas respuesta alguna”.

Bien, la gente les pide ayuda a los bomberos, a sus padres o a la policía. ¡Sí! Pero qué debo hacer a la comisaría ya fui y no me dan respuesta.

Una vez más el sentimiento de incertidumbre y el cuestionarme la razón de mi existir desataron un insomnio que duró hasta el amanecer.

CAPÍTULO VI

SUEÑO PROFUNDO

Los rayos del sol comenzaron a invadir mi habitación y la sombra escurridiza se escondía en un rincón, mis ojos se mantienen cerrados, pero mi mente estaba despierta en mi interior.

Cuando el sol molestó mi cara, me dispuse a levantarme, repitiendo casi en su totalidad mi atuendo de ayer, decidí bajar y me di cuenta de que a pesar de no haber dormido nada, las horas se me fueron divagando en mi mente pues, Doña Natalia se encontraba lavando ya los trastes del desayuno.

Como era de costumbre, mi cuerpo se había olvidado del desayuno, no me alertó de la ausencia de comida. Tomé algo de dinero, por si me daba hambre, observé la casa antes de salir y Doña Natalia ya se encontraba observando el columpio, se frotaba sus manos viejas, sabía que trataba de no llorar, sin embargo, mi sed de respuestas era más fuerte, así que cerré la puerta y me dirigí a la calle.

Sabía que contaba con la ayuda de Sagost o Lauren si en algún caso un problema se me presentara, como con los asaltantes. La música marcaba el compás de mis pisadas, que muy seguras producían un sonido al chocar con el suelo, no me importaba mi alrededor, la melodía me priva de todo ruido escandaloso del mundo, así me sentía más confiado.

La comisaría estaba un poco más inquieta que ayer, había más actividad y los policías se movían de lado a lado.

Obedeciendo me senté a esperar mientras creaba un suave ritmo con mis pies, miraba hacia todas partes, sintiendo que el mundo se acababa, la espera me ahorcaba, haciendo que la vida se me escapara en un suspiro.

De inmediato, comencé a seguirle el paso. Había pequeñas oficinas, había gente atendiendo llamadas, otras con papeles y tal vez uno que otro durmiendo. Entramos a una pequeña y oscura habitación, tenía un fólder en la mesa y una computadora, la cual estaba conectada al proyector que colgaba del techo, apuntando a la manta blanca en frente.

La esquina de la calle del bar apareció, eran las 10:22 pm, el auto de mi hermano, un Honda Civic EX de color gris, pasa y vira a la derecha, seguido de eso, la pantalla cambia a otra cámara, donde el carro desaparece en dirección a la zona 10.

Comenzó a buscar en la base de datos, las grabaciones del 24 de agosto, la zona 1 parecía estar tranquila, unos cuantos delitos, por una de las calles se nota que por unos breves segundos el auto de Alejandro, se detiene y luego desaparece. La grabación indica que ocurrió a las 04:08 a.m.

Empezó a balbucear, no parecía tener sentido lo que decía hasta que soltó:

La esperanza tocó a la puerta, por un momento la posibilidad de hallar una pista se hizo más que presente, la ilusión de estar un paso más cerca de saber dónde está Alejandro me hacía tener algo de fe.

Me despedí del policía de apellido Córdoba, le agradecí porqué de todo lo que llevaba de mi búsqueda, fue quien más me ha ayudado, Comencé a caminar, mi mente seguía trabajando, creando especulaciones e hipótesis. Mis audífonos ya se encontraban de nuevo en su lugar, mis bostezos empezaron a abrir mi ser y mis párpados comenzaron a ser más pesados. Una mano fuerte se posó sobre mi hombro, despertando todo sentido de alerta, mis pasos se detuvieron de golpe y mi cabeza se dirigió a la persona que estaba a mi lado.

La pregunta fue contundente, la marcha que seguíamos al mismo paso se detuvo, él me vio fijamente y sonrió

Sin darme cuenta ya nos encontrábamos en frente del local, que con un letrero de madera y luces led proclamaba su nombre “El Refugio”.

Obedecí y me senté en frente de la barra en uno de los bancos altos.

Dejé aquel lugar poco a poco, haciéndome miles de preguntas y sin ninguna respuesta para una de ellas. ¿Sería posible que era un arreglo de alguna cuenta o apuesta? Tendría algo de sentido, pues Alejandro retiró el dinero de la herencia, que ha decir verdad no sabía cuánto dinero había sido.

Mis pies entraron en modo automático con dirección a mi hogar, mi mente trabajaba por separado tratando de que todo cobrara sentido alguno. Mis teorías eran estúpidas, carecían de fundamentos como ¿Por qué irse? ¿Estaba huyendo? ¿Lo asesinaron? No me importa como está, solo quiero saber dónde se encuentra y terminar con este infierno.

Sin darme cuenta las horas habían pasado y ya en el crepúsculo me hallaba. Mi estómago comenzó a decirme que era momento de ir a la casa, aunque mis pies antes iban en esa dirección decidí ir a el Parque Central, lugar donde me pase divagando en mi pensar las últimas tres horas.

Mi peor enemigo es mi mente, que a veces ataca con fuerza, soltando emociones en mi interior.

Cada día era una lucha constante entre la esperanza y la depresión. Ya la oscuridad era ama y señora del mundo cuando llegué al portón, que de seguro sabía mi situación, pues no presentó resistencia ante mi forma de abrir.

El olor a frijoles volteados estaba en el aire, bailaba con el viento mientras ingresaba por mis fosas nasales. El rugido del hambre surgió de mis entrañas y suspiré presagiando la comida en mi paladar.

Llegué al pórtico, me limpié los pies con el tapete y abrí la puerta, allí, la anciana sonrío mientras colocaba los dos platos.

En la cena, le conté todo lo sucedido, lo hablado y visto. Ella, como siempre, fue de ayuda, pues su apoyo y positivismo llenaba lo que claramente a mí me hacía falta. La luz amarilla que alumbraba nuestra mesa de un chispazo se apagó, ambos reímos por el grito de miedo que dimos en coro. Después de cambiar la bombilla la cena siguió, como una normal en casa de la abuela de cualquier persona.

La cumbre de la noche llegó, Doña Natalia ya llevaba una hora que roncando en su habitación. Yo, por mientras, veía algunas caricaturas en la televisión que al cabo de un rato terminaron por aburrirme, por lo que, obligado, terminé por apagar todas las luces y subir a mi habitación.

Cerré los ojos esperando la visita del sueño, visita que me quedé esperando con la puerta abierta. Mis ojos se encontraban moviéndose de lado a lado por debajo de mis párpados, mis oídos parecían agudizar su sentido porqué el más mínimo e insignificante sonido me alertaba y me hacía sentir más despierto que nunca. Me movía de lado a lado, cambiando de posición y de sentido a la almohada sin tener resultados, todo esfuerzo pareció inútil cuando el alba se asomaba por mi ventana.

No tenía sueño, tampoco ganas de salir, de levantarme, de comer, de nada. Así que la única que me vio fue Doña Natalia quien, gentilmente, me llevó comida.

Las preguntas rebotaban en las paredes de mi mente.

Desde la ventana vi el día pasar, lo vi nacer y también morir. La oscuridad llegó tan rápido que el día me pareció solo una hora, aunque la noche para mí fue eterna.

De nuevo, mi mente no se apagó y parecía estar más activa que en el día. La mañana volvió a molestar mis ojos, otro día más, el sueño se había olvidado de mi existencia.Mis necesidades básicas de evacuación me hacían salir de mi guarida de cavernícola y la única que parecía preocuparse por mí era Doña Natalia.

En la tarde, cuando mi mente comenzaba a despertar, una voz amiga sonó en la sala. Después de unos minutos, las pisadas en los escalones comenzaron a llegar a mi tímpano, la puerta se abrió y los ojos grises se posaron en mi con triste pesar.

Este no era el primer episodio de insomnio y depresión que tenía, en el pasado podían durar semanas y que de seguro me pudieron haber matado, pero personas como él lo habían evitado.

Solo asentí con la cabeza con la mirada fija en el suelo.

Un abrazo terminó aquella fugaz sesión.Logré acomodar algunas cosas en mi habitación, Doña Natalia me ayudaba con pesar, pero me hizo sentir mejor.

Eran las 12:00 am cuando traté de dormir sin la ayuda de aquellas pastillas, pero al igual que en las noches anteriores, seguía despierto.

Me levanté y con dificultad logré tomar una pastilla y su efecto fue como el no haber tomado nada. Después de una hora me levanté y tomé otra pastilla no hubo nada diferente. No recuerdo cuantas veces me levanté, pero minutos de haberme tomado todas las pastillas caí al suelo.

En un fondo negro, una pequeña partícula comenzó a formarse. La partícula tomó la forma del sol y poco a poco el entorno oscuro comenzó a hacer invadido por el bosque. Con dificultad me sentaba sobre el césped que se movía por el viento.

Caí de rodillas, no sabiendo si era por el grito de él, cuando de repente, de mi boca comenzó a emerger una espuma color negro.

El bosque y todas sus criaturas se esfumaron, dejándome de nuevo en el espacio oscuro.

CAPÍTULO VII

HAMBRE DE ALMAS

El rugido de una bestia hizo que mi cuerpo se estremeciera, no podía ver nada, pero sabía que mi cuerpo había brincado. El rugido fue fuerte, era una combinación del rugir de varios animales como un león, jaguar, elefante u otras especies que no podía describir.

Un silencio ensordecedor le siguió, mis ojos comenzaron a abrirse para ver el techo de cielo falso con líneas grises que tenía sobre mí. El sonido del monitor a mi lado afirmaba a cada segundo que me encontraba vivo, mis labios estaban resecos y no tenía saliva para refrescarlos. Una gota de suero caía en la sonda conectada a mi mano derecha y en un rincón, la dulce anciana con una manta azul dormía incomoda en una silla.

La enfermera, de tez morena, ingresó por la puerta al segundo de haberse ido Doña Natalia.

La enfermera salió de la habitación y me dejó con el pensamiento de cuán estúpido yo era. No me había tratado de suicidar, o eso trataba de convencerme, quizás mi mente me había engañado.

Solo asentí y mis ojos se perdieron en la nada, quería en verdad encontrarlo, que todo esto se acabará, pero parecía que cada pista solo desataba más preguntas que no se podían responder.

Al poco tiempo, el doctor llegó y después de algunas preguntas, me dio de alta. Margaret estaba afuera con su auto dispuesta a llevarnos, me dio un tierno abrazo al verme y decidió no hablar del tema, solo hacía preguntas al azar, grabó un disco con algunas canciones de mis gustos, tales como “¿Qué he sacado con quererte?” de Violeta Parra y “Rocío de todos los campos” de Natalia Lafourcade. Eran canciones que, por su letra y melodía, me hacían estar más tranquilo. Al llegar, me llevaron a mi habitación, no sabría decir cómo me sentía o quizás, ya no sentía.

Mi hermana se quedó a tomar una o dos tazas de café, podía escuchar su voz en la planta baja, después de un silencio, Doña Natalia subió con una sopa recién hecha, en ella flotaban pedacitos de pan recién tostados, papa y zanahoria. Ella estuvo allí, mientras yo comía, tratando de hablar, pero yo parecía mudo, solo asentía o soltaba alguna frase como “Extrañaba su comida”, a lo que ella agradecía y seguía hablando de muchas cosas.

El portón, a gritos fuertes, nos dijo que alguien tocaba su vieja corteza, ella se llevó consigo los platos y se desapareció. Mi tímpano se volvió eficaz e hizo que mi mente reconociera la voz de Don Jerónimo en la sala.

Los escalones, con quejidos, me alertaban de que una persona se acercaba, fingí hacerme el dormido, no quería saber nada, pero no funcionó, Doña Natalia le avisó que hace poco yo estaba despierto, por lo que se acercó.

En su mirada se notaba gran pesar, puedo jurar que pude ver una lágrima.

No quise preguntar, no quería que desenterrara recuerdos empolvados de su memoria, pero se podía ver el reflejo de su tristeza en las pupilas de sus ojos.

La tarde se comenzó a ir al igual que Don Jerónimo. En lo que estuvo en mi pequeño rincón, solo habló de su bar, sus aventuras y cómo fue que terminó sin esposa e hijo, una historia de alcoholismo y violencia común, sin embargo, a él parecía dolerle, hacía varias pausas y meditaciones. Su charla fue motivadora, el cariño que expresaba era como el de un tío a su sobrino.

La noche llegó, tenía miedo de no volver a dormir, de sentir cada segundo que pasaba, de escuchar cada ruido, cada quejido, no quería pensar que estaba solo.

El cielo comenzaba a tornarse negro y los miles de puntos blancos comenzaban a aparecer en el manto sideral. Las aves, de plumas excéntricas color neón, volaban para marcar un espectáculo visual sobre nuestras cabezas. Los animales que eran diurnos en el mundo despierto, aquí eran animales nocturnos y viceversa. Es difícil describir lo que veía, eran muchos colores, muchas plantas y razas de animales que, si bien son parecidas a las de la realidad, aquí parecían ser más místicas.

En mi mente pensaba en todos los lugares en los cuales Alejandro podía estar, pero en el inmenso bosque no encontrábamos nada más que varias colillas de cigarros mentolados de color verde, estaban regadas en el suelo como si fueran las hojas de los árboles, también había muchos pedazos de vidrio de alguna botella.

Un sentimiento opresor aterrizó en mi pecho, mi corazón comenzó a latir más fuerte cada vez y las pisadas más cerca solo me hacían correr sin rumbo, las voces de Sagost y Lauren dejaron de sonar, ya no tenía dirección a dónde ir, los árboles tan iguales entre sí solo me hacían dar vueltas en círculos, después de algunos segundos logré salir del bosque para llegar a un prado de gardenias, era tan tranquilizante como inquietante, al darme la vuelta me di cuenta que el bosque se había desaparecido, estaba solo en la intemperie.

Al horizonte una nube gris comenzó a formarse en el cielo y una niebla oscura comenzó a invadir a las gardenias acompañado en el suelo. En la niebla se comenzaba a formar una figura humana, unos trapos largos era su vestimenta, de piel blanca y ojos negros, imponía temor de sólo verlo. Él flotaba junto con su niebla, las plantas morían y se tornaban oscuras, marcando un camino de muerte hacia mí. Su cabello era negro, se movía en una dirección opuesta a la gravedad. No sabía si me miraba o no, no podía saber que pensaba. Sus labios pálidos se abrieron y dejaron salir algunas palabras con su voz grave y seca:

Como dije antes, su voz era muy grave, como si fuese mi voz luego de un resfriado.

Comenzó a elevarse y el viento se volvió cada vez más agresivo, cerró los ojos y al abrirlos se tornaron en rojos, su rostro comenzó cambiar y de su cuello otra cabeza se empezó a formar, sus manos se alargaron y extendieron para formar unas gigantescas alas. Sus piernas se transformaron en patas con seis garras cada una, en la boca, otras dos hiladas de afilados colmillos surgieron, tenía ante mí una criatura del mismísimo infierno, con un rugido la niebla aumentó y lo único que hacía era retroceder con mis manos apoyadas en el suelo. La criatura bajó de un golpe y comenzó a acercarse como lo hace un león a su presa, sus dos cabezas danzaban por separado, cada una pensaba diferente y solo una de ellas hablaba, pues tenía la voz del hombre con él que hablé, en cambio la otra permanecía callada mientras me miraba fijamente.

En ese momento comenzó a cantar la canción de cuna que había sonado antes, la otra cabeza abrió la boca, una luz roja salió de su interior, al verla, mis recuerdos fueron sacados de mi memoria, en el campo vi caminar a mis padres, en mis ojos se reflejaron sus rostros, también las cenas familiares o nuestros paseos, en mis oídos sonaba la canción, pero no era cantada por ese ser, si no que era la voz de mi madre, ella me la cantaba cuando me dormían en las noches, las lágrimas invadieron mis ojos.

Cuando uno imagina su muerte puede ser que crea que será placentera, otras veces que sea dolorosa, yo sentía paz.

En la enredadera de recuerdos, habló una voz, una que nunca había oído antes, era una voz inocente, llena de tristeza, de tono infantil. Lo que dijo fue incomprensible, pero pude ver su silueta entre la niebla, vestía una boina en su cabeza, era de un metro, aparentaba tener no más de diez años.

Un estruendo me hizo ver el mundo de nuevo, una explosión de energía se dio en la cabeza que cantaba, atrás de mi surgieron Sagost y Lauren, con sus manos extendidas de nuevo, los ojos más brillantes que antes, otra vez una explosión semitransparente se originó, la criatura retrocedió y todo lo que habías visto antes se desvaneció, mi cuerpo recuperó la fuerza y logré colocarme de pie. Los dos espíritus comenzaron a debilitarse, lanzaban de sus dedos una onda constante, Lauren comenzó a desvanecerse sin bajar su mano.

Ambos asintieron y lanzaron una última explosión. Nos empezamos a meter en cualquier arbusto y corriendo en zigzag, escuchaba los rugidos que desaparecían a los segundos, él comenzaba a alejarse. Encontramos la raíz de un árbol en forma de cueva, era un refugio perfecto en el cual nos metimos. Mi respiración seguía siendo agitada y mi mente no comprendía lo que acababa de suceder.

Ordenó Lauren cuando me apuntó con su mano y sus ojos se abrieron lanzando un destello deslumbrante que me hizo cerrar los ojos, al abrirlos, ya me encontraba en mi habitación.

CAPITULO VIII

PERDÓNAME

Aquí estoy otra vez, con mis ojos clavados en el techo, las aves cantando en el exterior y yo cada vez más confundido en mi interior.

Doña Natalia grita desde el primer piso para que la acompañe en el desayuno.

Unos plátanos fritos era el menú de ese día. Me coloqué mi pantalón rasgado color azul oscuro, una playera color salmón con un gran número cinco azul, una camisa de manga larga negra con puntos blancos que combinaba con mis tenis del mismo color.

Los escalones crujieron al momento de colocar mi peso sobre ellos, eran quejidos de dolor por todos los años que llevaban en ese lugar.

Ella esbozó una sonrisa y se sentó.

En su mirar había algo raro, parecía pensativa y muy nostálgica. Su cuerpo producía un aura de melancolía.

Ella se colocó de pie y camino hacia la ventana, sin soltar su taza de café.

De regalo, le había dado una silla y una mesa, porqué desde pequeño mostró gran interés en dibujar y pintar. Mi esposo quería consentirle en todo, no dejó que yo trabajara para así dedicarme solo a él, nunca vi tal amor antes,

Era viernes, el aire de diciembre estaba presente, lo recuerdo porqué el agua con la que yo lavaba la ropa estaba fría. Yo salí al patio a colgar la ropa, Max se quedó aquí adentro, pintando como siempre. ¿Ve los dulces arriba de la platera? -. Preguntó.

Mi mente quedó en blanco, no tenía palabras de aliento, no sabía que decir ¿Cómo pudo soportar tanta desgracia? ¿Cómo es que aún seguía viva?

Las lágrimas se fueron después de un tiempo, volvimos a nuestros asientos y aunque la comida yacía fría en nuestros platos, igual la comimos por el instinto de supervivencia. En medio del desayuno me vi en la necesidad de preguntarle:

Reí ante su respuesta y respondí:

Aquella respuesta me hizo pensar con claridad, si bien había dicho “infernal”, no era para referirme al infierno como tal, pero y si es cierto tendría que haber algún libro acerca de ello, así que después de despedirme y tomar mis cosas necesarias para salir, me fui en dirección para la Biblioteca.

En mis audífonos sonaba “Zombie” de “The Cranberries”, su tono de rock me acompañaba en lo que, en mi mente, sería el videoclip de la canción.

Al llegar, pude ver que mi sofá ya no estaba, las cosas habían cambiado un poco. Los ojos de la vieja al fondo se clavaron en mí, en su arrugado rostro una sonrisa fingida se dibujó. Comencé a caminar hacia ella en busca de algún libro que me ayudara a resolver mi inquietud.

La vieja era muy amable algunas veces, pero esa no fue una de esas veces, algo tenía, se notaba en su voz, en sus gestos.

Me alejé, con mi mente negando toda posibilidad de una huida, aunque la vieja tenía razón, irse en su propio carro nos diriá dónde está, Mi mente seguía dando vueltas mientras ascendía por los escalones en busca de la librera.

En la librera había pocos libros, abandonados y muertos, no había muchas opciones así que tome uno al azar de nombre “Infierno”.

El infierno tiene varios nombres como inframundo, tierra de los muertos, entre otras, pero su significado es siempre el mismo, un lugar lleno de demonios, criaturas, fuego y sufrimiento. Nunca me había interesado leer algo sobre ello, de ser cierto ¿Cuántas personas irían a ese lugar? Seguí leyendo hasta toparme con las criaturas que, según varias creencias, ahí habitan. Había varios nombres como Belcebú, Chemosit, Geryon, etc. Muchos nombres con descripciones muy distintas, desde centauros hasta aves, pero ninguna con el nombre de Buff y mucho menos con su apariencia, sin embargo, leyendo todos aquellos nombres hubo uno que capto mi atención, de nombre Euronymous, el príncipe del infierno, según el libro decía que se alimentaba de los muertos, cosa que era característico de Buff, su apariencia era distinta. De nuevo en un callejón sin salida, aunque quizás no, si bien no aparecía a quien yo conocí, no tenía porque, la descripción estaba ahí, él era simplemente Euronymous, solo que con diferente forma.

Como en las películas de terror, la única forma de expulsar al demonio era conociendo el nombre verdadero, crucifijos, agua bendita y una biblia. Los orígenes de Euronymous eran de la mitología griega, pero su nombre era mencionado en las misas satánicas, por lo que también está presente en las creencias del cristianismo, así que todos mis utensilios antes mencionados podrían tener algún efecto, tenía miedo, aun así, siento que estoy preparado. Cerré el libro y sabía a donde ir.

Salí de la biblioteca para empezar a buscar la sexta avenida. La Sexta, como le llamaban, era una la avenida más concurrida, había ventas de comida, ropa, electrodomésticos y demás, era muy visitado por turistas y gente del interior del país. Yo estaba ahí por una razón, ese camino me llevaba al Parque Central, ahí era donde se encuentra la Catedral Metropolitana.

El Parque Central era grande, lleno de niños que alimentaban a las palomas que gentilmente saludaban a las personas, rodeado de árboles y faroles que daban un escenario colonial. Ha decir verdad, era un lugar muy lindo, que sin la basura que la gente ahí tira, sería perfecto.

Me dirigí hacia la Catedral, era enorme con acabados del neoclasicismo y columnas resistentes, se resguardaba tras un cerco de metal los cuales se abrían para las personas que querían entrar y así llegar a sus puertas de madera debajo de un arco.

Al entrar, una alfombra roja marcaba el camino hacia el altar, a los lados se sitúan bancas de maderas para los devotos. En sus columnas y paredes colgaban cuadros muy bien elaborados de santos y del personaje principal, Jesucristo. Comencé a indagar entre el arte que me rodeaba, era casi imposible no quedar admirado de su minuciosa elaboración. Entre mi curiosidad logré ver que la gente se acercaba a pequeñas cajas alargadas de madera, les decían el confesionario, al parecer la gente iba ahí a que los perdonaran de sus pecados, al parecer era bueno, una anciana venía de uno, con un trapo negro sobre su sien y con un pañuelo blanco para limpiarse las lágrimas.

Ella volteo a ver y contestó:

Mientras la señora seguía su camino, yo observé y nadie más se acercaba, así que tome valor, respire profundo y caminé hacia el sacerdote oculto tras la madera. Me hinqué en el tablón recubierto con cuero y una voz ronca me habló:

Permaneció en silencio unos segundos.

Ya en pie de nuevo, comencé a buscar a la viejita con la que había hablado, por suerte, ella terminaba de hacer sus oraciones por lo que le pude pedir agua bendita, ella muy amable me llevó una botella como de medio litro, lleno de lo que yo le había solicitado. Me despedí y corrí hacia mi casa, aún podía llegar al almuerzo.

El humo del carbón encendido daba la señal de que la comida estaba siendo hecha en el patio trasero. El portón estaba abierto así que no me costó nada llegar ante Doña Natalia.

Después de tomar algo de agua, coloqué los platos y vasos sobre la mesa, ella sirvió un rico caldo acompañado con verduras, arroz y la gallina que hace poco asaba. El almuerzo fue algo familiar, no se necesita una gran cantidad de personas para sentirte querido, a veces solo una persona basta.

En la tarde me puse a pensar en donde podría estar mi hermano, por mis sueños había abandonado la búsqueda en mi mundo real, quería recordar cualquier cosa, algo a donde ir. Pensé en el Lago de Atitlán, ubicado en el departamento de Sololá, pero ¿por qué iría ahí? Solo una vez habíamos ido con nuestros padres, recuerdo muy poco del viaje, no era relevante. La música acompañaba mis pensamientos que a veces tomaban un rumbo incierto, no sabía dónde buscar, a quien preguntar, no teníamos ninguna propiedad ¿O sí? Un recuerdo azotó la puerta de mi mente.

En ese entonces no preste atención, pero ahora era una pista, una que generaba más preguntas que respuestas. Empecé a pensar de nuevo a que se refería al Puerto San José, aunque él lo odiaba por toda la basura que la gente tiraba en su arena. También pensé en Río Dulce, en Izabal, pero era clima caliente, algo que desesperaba a su ser. Sin rumbo en mi pensar, decidí llamar al oficial Córdoba, eran alrededor de las seis de la tarde, por lo que ya tendría que ir camino a casa, por suerte aún tenía algunos minutos en mi saldo.

Aquello me había tranquilizado, ya que el auto no reveló nada, quizás una simple lista de algunas cabañas podría al menos descartar la posibilidad.

La música siguió acompañándome en el crepúsculo que teñía el exterior. Doña Natalia lavaba la ropa con paciencia mientras escuchaba alabanzas en su radio.

La noche llegó sigilosa, comenzando a invadir la casa con un leve viento, daba un ambiente de soledad, que, combinado con el aroma a café, ponían el toque perfecto a una noche de pensamientos. En la cena solo me limité a una taza de café recién hervido, el almuerzo seguía ocupando gran espacio de mi estómago.

Doña Natalia me platicaba de lo asombrada que estaba por haber visto un caso en la televisión en dónde una mujer engañaba a su esposo con la propia amante de él, es decir la señora llevaba una relación lésbica con la amante del esposo, algo confuso, pero según ella, cierto.

La hora de dormir había llegado, eran alrededor de las 10:20 de la noche, mis párpados comenzaban a caer cubriendo mis ojos, todas las luces se apagaron y así me quedé dormido, aferrándome al crucifijo, el cual había tomado de la tercera gaveta de la platera de la cocina.

La tierra y las hojas comenzaron a molestar mí nuca, el viento comenzó a jugar con mi cabello castaño, al abrir los ojos me encontré con un árbol de jacaranda en plena primavera, sus hojas caían mientras daban vueltas dando una vista increíble de un paisaje simple.

Para mi sorpresa ambos se mantuvieron serios.

Un rugido hizo que las mariposas con seis alas, alzaran vuelo.

A lo lejos, con la forma de una sombra azulada, se veía la niebla que alertaba su presencia.

Comenzamos a caminar, cada vez que miraba a mi alrededor era un espectáculo nuevo ante mi vista, había varios insectos que se alimentaban de las plantas y plantas comiendo animales, grandes raíces, pájaros de colores vivos, algunos monos con cuatro brazos, dos pares de ojos y así podría seguir mencionando a todas las criaturas, sin embargo, mi visita no era ninguna de turista.

Llevábamos cerca de veinte minutos caminando cuando nos encontramos con un pequeño cubículo en el tronco de un viejo árbol en el cual estaba una computadora antigua, todo estaba meticulosamente tallado en madera.

Sabía, por las miradas de aquellos seres. que debía acercarme. Al hacerlo pude observar más de cerca aquella máquina, todo estaba hecho con el tronco del árbol, excepto la pantalla del monitor, al hacer clic en el ratón, la pantalla se activó, con letras verdes resaltadas era marcado el único archivo, era un video. Al ser el único tuve que darle doble clic.

El video comenzó a reproducirse, al inicio pareciera ser un vídeo V/H/S, con los distintivos arañazos, muy parecido a una película de bajo presupuesto. A primera vista se observa una mujer que arrulla un bebé, la habitación es iluminada por una lámpara de noche, de esas que dan vueltas y proyectan en la pared algunas figuras. La mujer acuesta con sumo cuidado al bebé en la cuna y se va silenciosamente. En la siguiente escena la mujer abraza a un hombre en el pasillo, lo besa en la boca y él se va. El vídeo vuelve al cuarto del pequeño, las figuras en la pared comienzan a desaparecer por una luz que comienza a entrar por la ventana que está en la pared que da hacia la calle. La luz se incrementa y de la nada, un auto atraviesa la pared, quebrando todo a su paso, la escena comienza a ir en cámara lenta, antes de que el auto se encuentre con el alma del inocente bebé, la toma cambia y muestra en plano detalle el ojo de la inocente criatura que lo abre para verse, reflejado en su pupila, la parte delantera del auto que está por matarlo, todo se veía tan real, el vídeo cobra la velocidad normal, cuando el auto terminó de entrar en aquella pequeña habitación la pantalla del monitor se quebró.

El grito hizo que todo a mi alrededor se esfumara para despertarme de golpe en mi habitación. La puerta que da entrada a la casa se cerró de golpe, como pude me logré colocar unos tenis y bajé de prisa con el miedo que tiene un niño al revisar debajo de su cama. Al llegar a la planta baja mis sentidos se agudizaron y escuché un leve quejido, la habitación de Doña Natalia se encontraba al lado derecho de los escalones, la puerta estaba abierta, supe que algo andaba mal. Olvidando el pavor que me daba, empujé la puerta y la vi, allí en el suelo, vi como su sangre teñía su camisón blanco, como se quejaba en un charco rojizo, como sus ojos trataban de no cerrarse. La impotencia se apoderó de mi ser, caí de rodillas y sin pensar, me arrastré hacía ella para ver a la mujer que por mucho tiempo había sido como una madre para mí. Sus ojos me vieron y quiso soltar una risa que se quedó a medio formar, sabía que tenía poco tiempo, ella aún vivía, pero no soportaría. La dejé en el mar carmesí y con las piernas pesadas me levanté, caminé hacia la cocina a tomar el celular viejo que ella siempre pone a cargar todas las noches, marqué el número de emergencias para pedir ayuda mientras trataba de comprender lo que mis ojos habían visto.

CAPITULO IX

SOSPECHOSO

Con dificultad logré dar la dirección, mi cerebro se había quedado en blanco, después de terminar la llamada, volví de prisa con Doña Natalia que aún se negaba a cerrar los ojos.

La señora cumplió lo que dijo, en pocos minutos la sirena de la ambulancia ya se encontraba despertando a los pocos vecinos del barrio, mientras que las luces iluminaban la calle. Los rumores no tardaron en llegar al momento de que la policía colocó la cinta amarilla. La policía quiso hacer preguntas, sin embargo, tuve que irme en la ambulancia debido a que era la única persona cercana a ella, pero sabía que para ellos yo era el principal sospechoso.

En la ambulancia, ella se aferraba a mi mano y a su vida, mientras los paramédicos hacían todo lo necesario para mantener su corazón latiendo.

En aquel espacio reducido lo único que sentía era el movimiento que este hacía al avanzar por las calles a toda velocidad, mi mente estaba tan vacía que no pensaba en nada, no había nada.

Al llegar todo sucedió tan rápido, a ella la bajaron de la ambulancia y yo tuve que quedarme para dar información, solo la vi alejarse por el pasillo mientras las puertas se cerraban.

Por lo que sabía su nombre era Natalia Rocío Bustamante Mejía, nacida en la ciudad de Guatemala el 8 de noviembre de 1948, viuda desde hace aproximadamente 40 años, de piel blanca y cabello gris, de un metro sesenta o eso creo.

Después de terminar me fui a buscar un vaso con café, vaso que me acompañaría en mi velada esperando respuestas.

Era imposible dormir en aquellos asientos, sentía como estar sentado encima de una pila de ladrillos.

Las horas fueron pasando hasta que el alba comenzó a aparecer en una pequeña ventana que me permitía ver el cielo.

La mañana iba comenzando cuando el doctor al fin salió a darme noticias.

Antes de que la mañana llegara a su fin, se hizo presente el investigador del Ministerio Público, acompañado por dos agentes policiales. Al verme, me reconocieron y el investigador se sentó a mi lado.

El señor robusto de unos 50 años, rascando su barba comenzó a hacer las preguntas.

El hombre se acomodó en la silla.

Rodolfo vio de reojo a uno de los oficiales y suspiró.

El extendió su regordeta mano y me la estrechó, los oficiales se limitaron a hacerme un pequeño gesto con la cabeza, seguido de eso, se retiraron cuchicheando algo entre ellos.

El sueño era como una roca pesada que mi alma llevaba, y aunque aquellas sillas eran duras, logré dormir por una media hora, pensaba en trasladarme con Lauren y Sagost, sin embargo, todo permaneció en un vació oscuro.

Eran las 2 de la tarde cuando Margaret llegó con una hamburguesa, acompañada con papas fritas, me la devoré como si no hubiese un mañana.

Mi hermana trataba de buscar algún tema para hablar, pero yo solo respondía con un “Si” o “Está bien”, al fin se decidió por llevarme a su apartamento en la zona 11, ya que mi hogar se había convertido en un centro de investigación policial.

Fui a despedirme de Doña Natalia, quien aún dormía en la camilla, después de unos segundos me fui.

El auto se puso en marcha y nosotros nos colocamos nuestros cinturones, veía pasar el alambrado de la ciudad por encima de nosotros, el tráfico era muy poco, aún no había llegado la hora cumbre del estrés.

La Hemeroteca Nacional se encontraba dentro de la Biblioteca Nacional, un edificio gris con escalones para poder llegar a sus puertas.

El vídeo que había visto trataba de decirme algo, tenía que investigar más acerca del accidente.

Mi hermana detuvo el auto en frente, dijo que buscaría un lugar donde estacionarse y que ahí me esperaría

Yo no frecuentaba el lugar, no conocía donde quedaban los periódicos.

Un señor de barba fina se encontraba cerca del escritorio de información, con lentes cuadrados revisaba el monitor en busca de algún documento, alzando la vista se fijó en mí, así que decidí ir y preguntar.

Dejó su asiento por un momento y acomodando su camisa, comenzó a caminar. Luego de unos pasos abrió un archivo y sacó los periódicos.

Había solo cuatro periódicos: El Diario, Punto Rojo, Libertad e Informante. Comencé a revisarlos en ese orden.

El primero era el más conocido, el periódico le había dedicado una página entera, o eso decía en la portada, al buscar la noticia no estaba, así que supuse que mi hermana lo había robado para guardarlo en su oficina.

Seguí con “Punto Rojo “, este no decía mucho, sin embargo, era diferente al anterior, decía que la mujer que se identificó como Andrea, había sido trasladada al hospital, se desconocía su estado de salud. También mencionaba el nombre de mis padres, las muertes, pero no aparecía el padre del niño por ningún lado de la nota.

El otro periódico sólo había resumido la noticia en un “aparatoso accidente”. Aún así, el nombre del padre jamás apareció. Mi última esperanza se resumía al último.

El periódico “Informante”, era nuevo, no cubrían muchas noticias, pero la del accidente la tomaron muy en serio, mencionaba que la mujer había sufrido una crisis nerviosa y por eso fue trasladada, sin embargo, en este periódico lograron hablar con el señor, no dijo mucho, el reportero lo describió como un hombre callado. Sus palabras fueron que su esposa se encontraba delicada de salud y que lo único que quería, era justicia.

La curiosidad tomó el mando en mi cabeza, caminé de vuelta a los archivos y guarde los periódicos, busque periódicos de los días siguientes para ver si aún seguía siendo noticia. Este mismo periódico le hizo una entrevista al señor tres días después. Él solo se identificó como Aldo, lo que dijo fue lo siguiente:

Mi cerebro trataba de unir las piezas de un rompecabezas, haciendo muchas preguntas como ¿Dónde está el sepelio de su esposa? ¿Por qué no identificarse? Una oración llamaba mi atención “Solo queremos justicia”. Está hablando en plural, si su esposa murió ¿Por qué referirse a alguien más? Eso me hacía pensar que aquella señora siguiera viva.

Aldo quería venganza, pero no la iba a llevar a cabo con unos niños de 11 y 7 años, tenía que esperar a qué tuviéramos una edad adulta para hacerlo, Alejandro fue el primero y aquí cobra sentido el ataque a Doña Natalia, ahora sospecho que el siguiente he de ser yo o mi hermana, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

De prisa coloqué todo en su lugar, mis pies tomaron velocidad y al llegar tan agitado, mi hermana me miraba con una cara de preocupación que se esfumó al decirle que nos fuéramos rápido, ella obedeció en seguida y yo me quedé mudo hasta llegar a su apartamento en la zona 11.

La estupefacción duró hasta estar en el sofá del apartamento con paredes grises. Mi hermana dejó las llaves en la cocina que se encontraba a la izquierda, ella llegó quitándose su abrigo y se tiró a mi lado y luego de un suspiro preguntó:

Pude ver como su mirada se perdió en el suelo, ella exhaló y se acomodó en el sillón, yo como un niño me acurruqué, asentando mi cabeza en sus piernas y ella como una madre comenzó a jugar con mi cabello. Después de unos minutos no eran sus manos las que jugaban en mi cabeza, era el viento y aquellas piernas ahora era una raíz rígida.

Abrí los ojos y los dos seres se encontraban viéndome fijamente.

Comenzamos a caminar por un sendero de piedras que conducía a un árbol donde un columpio colgaba de una de sus ramas, en él se encontraba un niño sentado viendo hacia el norte, vestido elegantemente, una boina negra, tirantes, una camisa de cuadros, un pantalón pescador y calcetines blancos.

Me acerqué con cautela, empecé a ver su rostro y era Max, el hijo de Doña Natalia.

El pequeño saltó y salió corriendo hacia la casa en la que yo vivía, se miraba más cuidada y vibrante. Me senté en el columpio y observé.

Él entró por la puerta del patio, de ella venía saliendo Doña Natalia, una joven, sin arrugas ni canas, llevaba en su mano una cubeta llena de ropa, se acercó al tendedero y empezó a colocarlos, mi vista se dirigió al fondo, en la ventana, Doña Natalia le daba la espalda, si ella hubiera volteado hubiera visto a Máx subiendo a la platera, después de un momento vi como su cuerpo cayó, provocando un sonido que alertó a Doña Natalia, sin embargo, ella no volteó y se limitó a gritar:

Doña Natalia sí escuchó, pero no le puso atención, todavía sacó un cigarrillo de su delantal y lo fumó tranquilamente, cuando se lo había consumido todo, entró y fue ahí cuando el grito que ella soltó al ver a su hijo morir se transformó en el rugir de la bestia que me observaba de lejos, solo río y se fue.

Lauren apareció detrás de mí, tomó mi hombro y me jaló tan fuerte que caí al suelo, en el momento que mi cabeza rebotó con el piso, el cielo celeste que tenía sobre mí, se convirtió en el techo del apartamento.

Reaccioné de inmediato, como si un balde de agua fría cayera sobre mí, hice lo que ella me dijo y en cuestión de minutos estábamos a media noche de camino al hospital. Mi hermana había pagado los gastos y Doña Natalia se encontraba en uno de los mejores hospitales.

Llegamos, fuimos a recepción y nos indicaron el número de habitación, corrimos velozmente y al abrir la puerta ella abrió los ojos y sonrió.

Inhalé un poco de aire con los ojos cerrados, los abrí y hablé:

Ella y yo vimos hacia la puerta, al lado de mi hermana que estaba recostada en la pared, se encontraba el niño, vestido como la última vez que lo vio, ambos lográbamos verlo. En el rostro de Doña Natalia rodó una lagrima y sonrío.

El monitor que le tomaba el pulso emitió un sonido conocido por muchos, mi hermana se enderezó y corrió por ayuda, mientras yo me aferraba a su mano tratando de no oír el pitido de la máquina. Mis ojos se quebraron y solo le dije:

La mano comenzó a perder fuerza y dejó de sujetarme.

El doctor llegó acompañado de dos enfermeras que rápidamente empezaron a tratar de revivirla, mi hermana tiraba de mi camisa para salir de allí y yo solo veía como la lagrima en su mejilla terminaba su camino.

Cuando me encontraba afuera cerraron la puerta y al cabo de unos minutos nos dijeron que no pudieron hacer nada, ella había fallecido. La vida me acababa de dar una bofetada, caí al suelo y lloré con la tristeza más grande que se puede tener, a los ojos de mi mente llegaron los recuerdos y a mi corazón, el dolor.

CAPITULO X

ASESINO

La casa estaba lista en cuanto les dijimos que queríamos hacer el velorio allí. En el portón un moño negro avisaba que ella estaría por última vez en esa casa. Los vecinos comenzaron a llegar, todo estaba listo.

En la sala se encontraba el ataúd que guardaba dentro su cuerpo sonriente. El día mantuvo un tono grisáceo, sabía cada vez que miraba hacia arriba, que el cielo me acompañaba en mi luto.

En el transcurso del día me mantuve siempre al lado de ella, varias personas se acercaban, algunos trataban de consolarme, pero simplemente me despedía.

Cuando el sol se encontraba en el centro de lo alto, el agente policial Córdoba entró, quitándose su gorro, agachó la mirada y me vio sentado a un lado, así que camino y descansó a mi lado.

Mi vista se apartó del suelo y se dirigió hacia él.

Él oficial se mostró interesado y escuchó toda mi teoría, a él también le parecía convincente y sospechoso, así que prometió desempolvar el expediente del accidente para revisarlo. Estuvo unos minutos más hasta que su labor lo llamó, se despidió con una pequeña reverencia hacia la caja.

La tarde fue avanzando, las personas llegaban y se iban, eran las cinco de la tarde cuando Don Jerónimo se asomó, siempre con su chaqueta negra y aunque el día no era tan frío como otros, llevaba una bufanda color gris. Su rostro mostró dolor al ver el ataúd en medio de la sala, luego de estar unos segundos en silencio fue a sentarse a mi lado.

Al ver la caja todo el mundo se detuvo, pues la marca de aquellos cigarros era “Palmera”, él siguió hablando, aunque su voz parecía ser solo un sonido ininteligible. Mi mente comenzó a trabajar, todas las máquinas allí se encendieron y antes de golpearlo o confrontarlo, decidí ir a fumar con él.

Al salir, estando en el patio, comencé a dudar si todo era una casualidad, si solo desconfiaba de un amigo.

La mirada de él había cambiado, no sentía que era la misma, supongo que notó el cambio en mi actitud.

En ese momento, puede ser estúpido desconfiar de él, pero quería salir de dudas, así que fumé mi cigarro lo más rápido posible, sin que él sospechara algo, cuando faltaba poco para que se acabara lo tiré, Don Jerónimo aún tenía la mitad de su cigarro.

A su cigarro le faltaba ya muy poco, fue en ese momento donde le pedí un último jalón.

Don Jerónimo me vio y antes de que me dijera algo, una llamada entró en su celular, por lo que solo me dio el cigarro y se fue, hablando en voz baja solo logré escuchar que hablaba con una mujer, y yo, por el contrario, apagué la vida de aquel cigarro y lo guarde con mucho cuidado en el bolsillo de mi camisa blanca que resguardaba con un suéter negro.

Unas preguntas llegaron a mi mente ¿Era él, culpable de todo? Quizás no, puede ser una simple coincidencia que el fumara esa marca, pero ¿Con quién hablaría?

La pesadez de mi desvelada comenzó a hacer efecto, le dije a mi hermana que trataría de dormir unas horas. Ella tomó mi lugar al lado de la caja y subí a mi habitación.

Al llegar a la habitación lo único que me quite fueron los zapatos que deje tirados en un rincón. Me tiré sobre el colchón y en cuestión de segundos el sol comenzó a calentar mi cuello, la almohada bajo mi rostro se tornó como hojas color naranja y al alzar la vista, Sagost y Lauren estaban frente a mí.

Empezamos a caminar por un sendero de rocas que iba cuesta arriba, los árboles parecían danzar al compás del viento y sus amigas, las hojas, se lanzaban en un vuelo hacia el suelo.

Al salir del sendero nos encontrábamos a la orilla de la laguna, sin embargo, la laguna ya no estaba

sucia, tenía un tono cristalino, de sus suaves olas emanaba un vapor que formaba grandes nubes en el cielo, había cambiado por completo.

La Laguna era peculiar, metí mi mano en el agua para revisar su temperatura, estaba caliente, sin embargo, al retirar mano, esta se encontraba tan seca como antes de sumergirla, así que no hubo necesidad de quitarme la ropa.

Me encontraba en la orilla, comencé a caminar, me acompañaba un leve viento con brisa y en el cielo, un atardecer salpicado con aves que volaban hacia el horizonte.

El agua comenzó a cubrirme a cada paso que daba hacia adelante, las manos en el fondo comenzaron a abrirme paso. Al llegar a un vértice, donde el siguiente paso me llevaría a un agujero, tomé aire y me dejé caer en su profundidad.

Mis ojos trataban de buscar algo en el agua azul marina que me sumergía, lograba ver como unas manos se acercaban, pensé que lo que estaba haciendo era un suicidio. Las manos no tenían un principio, solo parecían formarse en el agua. Al estar cerca de mí me sujetaron de pies y manos. Una de ella tomó mi cabeza que se movía a todos lados tratando de buscar una salida, esta mano tranquilizó mi confuso cerebro y dirigió mi vista hacia el frente. Una voz en esta profundidad era difícil de oír, sin embargo, logré escuchar mi voz con un eco ensordecedor.

Frente a mi vista, unas sombras comenzaron a formarse, podía ver el humo de un cigarrillo que sostenía en un brazo, poco a poco la sombra comenzó a tener forma, era yo y a mi lado, el teléfono sonó y Don Jerónimo que extendía su brazo para darme el cigarrillo. Era exactamente lo que había pasado horas antes, yo lo observaba como una tercera persona.

Como una ola o la cámara de alguna película, la visión siguió a Don Jerónimo qué con susurros respondió la llamada.

El aire se me acababa y mi boca inconscientemente se abrió, dando puertas abiertas para que el agua invadiera mis pulmones, antes de entrar en pánico, una foto comenzó a flotar frente a mis ojos, las manos me soltaron, tomé la fotografía y nadé de regreso a la superficie.

En la orilla me esperaban los dos espíritus.

En ella se observaba una familia. El padre se encontraba de pie, la madre sentada y en sus brazos un bebé. Reconocí el rostro del padre, era don Jerónimo, sin embargo, el rostro de la mujer se me hacía familiar, pero no recordaba bien.

Ellos se desvanecieron como polvo de diamantina al igual que todo a mi alrededor hasta quedarme en un espacio negro que a los pocos segundos se convirtió en mi habitación.

El día más fuerte había llegado, es fácil estar sentado al lado de un ataúd, llorar por ratos e imaginar cómo sería tu día si todo hubiera seguido normal, pero el día del entierro es cuando te despides para siempre de esa persona, donde llegas a tu hogar y te das cuenta que nada será igual que antes, donde entiendes que jamás volverás a ver a quien amaste.

En mi ropero se encontraba demasiada ropa negra, no fue difícil elegir una, bajé, tomé algo de café y después de unas horas, estaba listo.

El carro fúnebre fue acompañado por un autobús puesto por los vecinos, al llegar al Cementerio General, todos caminaron detrás de la caja, como era la costumbre de antes. El servicio fue normal, supongo. Algunas palabras por parte de alguna de persona que la conocía, palabras que te hacen llorar aún más, una que otra oración y el descenso hacia un hoyo en la tierra era el fin de aquella vida.

En mi pensar no había nada más que dolor y coraje, me llenaba de impotencia ver a Don Jerónimo en el entierro, nada me aseguraba que lo que había visto fuera cierto, pero ya no confiaba en él y el verlo ahí era un acto tan desagradable, aun así, había otras personas que me llenaban de paz como mi hermana, mi amigo Matías y el oficial de policía.

Después del entierro me acerqué al oficial de policía.

La gente se fue yendo al autobús, yo, sin embargo, me quedé junto al agujero, no quería regresar a nuestra casa, al menos me llenaba de paz el saber que ella estaba enterrada, que me pude despedir de ella, no puedo decir lo mismo con Alejandro, aunque sabía que estaba con vida, o eso parecía decir la mujer de la llamada.

Mi hermana me llevó a su apartamento, ahí comimos una pizza que compramos en el camino. Luego de una plática fugaz, me recosté en el sofá y en unos minutos la melodía de una guitarra comenzó a sonar, la canción era “Murder song” de Aurora.

Esa noche no fui a ningún lado, mi mundo se quedó completamente en negro, solo escuchaba la melodía, ese día dormí en paz, no sabía lo que estaba por venir.

CAPITULO XI

FANTASMAS

Mis ojos se abrieron con dificultad, la luz comenzaba a molestar mis pupilas y mi teléfono comenzó a vibrar.

Es inexplicable la sensación que recorrió mi cuerpo. Dejé caer mi alma sobre el respaldo del sofá y me limité a soltar un suspiro.

Pasaron alrededor de una hora y seguía en el mismo lugar pensando en cómo una persona que decía ser tu amigo te cometía esa clase de traición.

Me levanté y busqué algo en la nevera para calmar el dolor que en mi estómago había.

Mi mente no razonaba, no había explicaciones y tenía tanto odio guardado en mi ser que no lo podía calmar solo con gritar, así que decidí ir con la única persona que podía escucharme, Matías.

Eran alrededor de las cuatro de la tarde, el tráfico era calmado, en el autobús me arrepentía de no haber llevado auriculares pues en sus bocinas llevaba el ritmo tan repetitivo de siempre.

Luego de media hora me encontraba en la puerta de aquella casa, la cual Matías abrió con una sonrisa a medio formar. Me pasó a su sala, y tan solo se me quedó viendo.

De una pequeña mesa sacó una libreta y un bolígrafo, sabía que esa era la señal para empezar a hablar.

Matías se colocó de pie dejando la libreta encima de la mesita y se dirigió a la pequeña libreta que tenía en un rincón, comenzó a buscar hasta que encontró el libro que yo había leído y preguntó:

Comencé a seguirlo y fuimos a un pequeño cuarto que servía como una oficina. Tenía una librera parecida a la de la sala, sin embargo, una cadena con un candado dorado impedía abrir las puertas de un espacio inferior de ella, él, con un giro de llave la abrió y en su interior guardaba un objeto parecido a una cámara fotográfica antigua. Era una caja de madera fina, de color caoba, en frente tenía una bombilla.

Matías se me quedó viendo, analizando la situación.

Sonreí al escuchar sus palabras, sonrisa que se vio interrumpida por la vibración de mi celular que me alertaba de una llamada la cual respondí.

Me limité a agradecerle, cortada la llamada me despedí de Matías y corrí hacia el bar, tenía que hacerle un par de preguntas a ese maldito.

Eran las cinco de la tarde, el cielo se teñía de naranja mientras una tormenta eléctrica se aproximaba por el sur.

El bar estaba desierto, sabía que, por la hora, Don Jerónimo estaría adentro así que toque y en segundos él apareció.

El bar era iluminado por las luces amarillas en el techo. Nuestras sombras eran proyectadas en las paredes de color amarillo claro.

Se aproximó a la cafetera y la encendió, al poco tiempo el aroma a café comenzó a adueñarse del lugar, mientras el silencio era presente.

Yo estaba sentado en la barra y solo miraba su espalda, hoy no llevaba su bufanda por lo que el inicio de un rasguño se miraba en su cuello.

Él se quedó en completo silencio, tomó un sorbo de la taza.

Una sombra comenzó a formarse en la pared, poco a poco comenzó a tomar forma y supe quién era, Buff.

La sombra de Buff saltó de la pared hacia el cuerpo de Don Jerónimo, las luces se apagaron por un segundo, el crujir de los huesos en el cuerpo se hicieron presentes, el gruñido de una bestia emanó de su boca y al alzar la vista sus ojos se había tornado completamente negros.

Mi cuerpo se congeló, él con movimientos inhumanos tomó la mesa y la empujó contra mí, su fuerza fue tanta que caí unos metros atrás golpeando con la espalda una que otra silla.

En su cuerpo era visible que un animal en su interior pasaba de un lado a otro.

Me coloqué de pie, corrí a esconderme detrás de otra mesa. Él comenzó a caminar lentamente hacia mí.

Tenía que colocarle el crucifijo lo más cerca posible, así que corrí a la mesa que se encontraba a mi izquierda, él tomó una silla, la partió y lanzó los pedazos de madera que quedaron incrustados en la pared. Tenía que hacer algo pronto, así que comencé a buscar algo en unas de las mesas, lo único que había era una azucarera de vidrio, lo suficientemente grande para lograr distraerlo, la tome y corrí en círculo hasta llegar a él, con fuerza sobrenatural comenzó a mover los vasos de la barra, lo cuales volaban hacía mí como si fueran los proyectiles de alguna nave. Justo antes de llegar, el odio y desprecio que sentía contra ese ser que se encontraba a mi derecha me dio la fuerza para lanzarle mi defensa, los cristales cortaron su rostro, sonó un grito de dolor, esta vez con la voz de Don Jerónimo, se tomó la cara, era el momento, tomé el escaso cabello para alzarle la cabeza y con la mano derecha coloqué el crucifijo en su frente, la piel comenzó a quemarse.

-Eury… -. Antes de completar su nombre, la bestia rugió y por la boca la sombra salió. Las luces de nuevo se apagaron, la fuerza fue tanta que me separó de su lado y caí unos centímetros atrás. Don Jerónimo escupió un líquido negro y cayó al suelo mientras sus heridas sangraban de a poco, recuperando el aliento me senté recostado en la pared.

Él comenzó a hablar:

– Ella me dijo que lo hiciera, te estabas acercando mucho, Doña Natalia no era mala, pero para ella era una forma de alejarte… ¿Crees que es buena persona?

– ¿Qué está diciendo? -.

– Probablemente sea buena persona -. Ignoró mi pregunta. – Su madre está empeorando cada vez más gracias al cáncer que la mata por dentro y para salvar su vida es capaz de hacer lo que sea. Dejame decirte que al momento de que tu padre murió no fui el único afectado, Él también dejó a una niña, sin ayuda ni nada, ella nunca tuvo tu apellido, él nunca quiso a pesar de que le rogaron. Por derecho le pertenece una parte de la herencia, una que jamás obtuvo, así que decidió tomarla ella misma.

– Margaret -. Susurré.

– ¡Bingo! -. Gritó.

– Eso es imposible -. Dije.

– Pensalo, conocía a Alejandro, lo convenció de sacar el dinero, luego él desaparece, yo mejoro este lugar y ella vive con lujos.

Las sirenas comenzaron a sonar y las luces comenzaron a invadir el bar. Él se volteó y agregó:

La policía abrió la puerta con sus armas dispuestas a disparar, lo levantaron del suelo, rápidamente le colocaron las esposas y comenzaron a decirle que era señalado de asesinato. Yo recogí el crucifijo y abandoné el lugar para irme a sentar en la banqueta de afuera, sintiendo como la brisa de la noche refrescaba el asfalto, sabía dónde buscar y también a quien buscar.

CAPITULO XII

LA LAGUNA

Los pensamientos consumían los minutos, los oficiales se retiraron, excepto Córdoba quien me dijo que me acompañaría a buscar a mi hermano, le pedí prestado el celular y marqué el número de Matías.

La persecución contra mi hermana había comenzado gracias a la declaración de don Jerónimo, pero ella ya se había escapado cuando llegaron al apartamento.

Quería llorar, pero no podía, no ahora cuando sabía que mi hermano estaba encerrado en una cabaña a la orilla de la laguna.

Tras veinte minutos, apareció Matías en su auto viejo, nos saludó. El oficial nos ofreció la patrulla para ir así que Matías abrió la cajuela de su auto, de ahí sustrajo la máquina que me había enseñado, le coloco pilas C y la maquina funcionó.

Mientras Don Jerónimo era llevado a prisión, yo me dirigía hacia la cabaña a tres horas de donde me encontraba.

La brisa comenzó a adornar las ventanas, yo me encontraba en la parte de atrás, viendo las luces pasar, tratando de descifrar el momento para intentar ir hacia mis sueños, una voz en la mente me alentó a hacerlo, era Lauren quien desesperada me pedía ayuda. Así que me acomodé y dije:

Él asintió con la cabeza, activo el dispositivo y este emitió el sonido del flash de una cámara, la colocó en frente de mi rostro.

Presionó un botón, en su lado derecho y la bombilla comenzó a parpadear con un intervalo de 5 segundos.

La luz hacia que mis ojos se tratarán de cerrar, el intervalo comenzó a disminuir, la luz se apagaba y prendía en un segundo, el destello de luz comenzó a deformarse por el agua que empezaba a cubrirme, rápidamente la luz se convirtió en un sol de mediodía, el cual yo observaba por debajo del agua, entre el zumbido del agua, el llanto de una joven comenzó a distinguirse.

Comencé a buscar en todas direcciones buscando el recuerdo que escuchaba. En la profundidad del agua se comenzó a formar con humo la silueta de la mujer y su hija enterradas en un abrazo. La fuerza de la marea esfumó las figuras, de nuevo apareció otra bocanada, ellas estaban en el cementerio, observando de lejos el entierro de mi padre, el humo bailó en el agua, los años habían pasado y aquella adolescente se veía más adulta, su madre, por el contrario, se veía agotada y desamparada, el escenario que las acompañaba era una casa decrépita. Una voz ronca sonó en el mudo del mar, era el aviso de un cáncer, un llanto le acompañó. El agua comenzó a colarse en mis pulmones, mis pies y manos comenzaron a nadar a la superficie, al llegar allí y ver el exterior, aquella luz del sol desapareció, en su lugar estaba una tormenta gris y los rayos de nubes enfurecidas que chocaban entre ellas. La marea era agitada y en el centro, un remolino comenzaba a formarse.

Comencé a nadar rápidamente hacia ella, aunque la fuerza del remolino me dificultaba la tarea, aun así, lo logré.

Por detrás de la cabaña comenzó a elevarse una niebla espesa, un rayo iluminó el cielo y la criatura de dos cabezas se elevó en lo alto.

En ese momento recordé el crucifijo que se encontraba en mi bolsa.

Solo se limitó a reírse, sus ojos se dirigieron a la cabaña, con una de sus patas quitó el techo.

En seguida la voz cambió, empezó a cantar la canción de cuna que mi madre solía cantarme, la otra cabeza abrió la boca y la niebla comenzó a cubrir la cabaña, sabía que mi hermano estaba allí.

Los dos espíritus tomaron mis brazos y tan solo advirtieron que mi cuerpo se sentiría extraño, con la pregunta empezándose a formular en mi boca me separé en mil partículas, quizás no había estado muerto, pero por un segundo sentí que lo estaba, sentí como mis manos golpearon los asientos del auto.

Mi cuerpo volvió a formarse, esta vez en frente de la cabaña, mi hermano se encontraba doblado sobre su espalda, sus ojos perdían su color y su cuerpo emanaba el alma lúcida que se separaba del cuerpo. Lauren y Sagost extendieron sus manos lanzando su fuerza contra la cabeza, pero esta no se detuvo. Ellos comenzaron a hacer el mismo movimiento, mientras yo corrí hacia las patas de la bestia. Las garras trataron de golpearme o detenerme, bastó deslizarme por el suelo para lograr esquivarlo, ellos lanzaron de nuevo su fuerza, la cual esta vez logró hacer un efecto, mi hermano se veía sucio, pálido y muy delgado. Las garras de aquella fiera se abrieron y con fuerza logré sacarlo de ahí.

La cabeza parlante abrió la boca y desprendió dos rayos eléctricos qué disolvieron a los espíritus, alzó vuelo y nos vio con odio, se sentía en sus ojos, En su boca se comenzaba a notar las chispas de electricidad que chocaban en sus dientes. Buscando en mi bolsillo logré sacar mi crucifijo, y como si fuera el cañón de una pistola apunté hacia él.

Solo una carcajada que era la unión de varios tonos de voz, insultos comenzaron a sonar, cada uno con una voz diferente, mi cuerpo sufrió un escalofrío que erizo todos los centímetros de mi piel.

Mi hermano comenzó a recobrar la vida, con dificultad dio la vuelta para ver el cielo, por desgracia lo que se vio reflejado en sus ojos fue como una criatura que estaba a punto de embestirnos, mi hermano me tomó de la mano, la otra temblorosa sujetaba el crucifijo hacía en frente. Unas gotas de agua salieron en dirección hacia él, al tocar la piel escamosa, se evaporó soltando humo de color negro, el rugido se hizo presente y detuvo su vuelo, para alzar de nuevo y perderse en la tormenta.

Sagost se encontraba a unos pasos de nosotros.

Me levanté y ayudé a Alejandro el cual me abrazo, y escuché su voz, después de meses.

Los tres nos quedamos viéndolo fijamente por lo que supuso que el sería la carnada.

El rugido retumbó como el trueno de la tormenta. Los ojos rojos se asomaron entre las nubes, los dos espíritus a mi lado se esfumaron y corrí hacia la raíz de un árbol, mi hermano también se escondió de modo que Buff viera su escondite de nuevo dentro de la cabaña. La criatura colocó sus patas con fuerza en el suelo, con sus afilados dientes tomó la pared del cuarto en el cual se encontraba Alejandro, apretó la mandíbula y la lanzó lejos, la otra cabeza se encontraba alerta, mi hermano se encontraba en un rincón.

Con una de las patas tomó a Alejandro, la cabeza comenzó a cantar, mientras que la otra comenzó abrir la boca dejando de ver la luz roja dentro, el cuerpo de mi hermano comenzó a emanar una luz translúcida, sus ojos comenzaron a perder el color. Lauren se formó al lado izquierdo lanzando un poco de agua bendita, la cual controló con sus manos hasta caer encima de la piel escamosa, comencé a correr y Sagost se formó detrás de mí, di un salto, antes de tocar el suelo, Sagost con sus manos lanzó su fuerza lo que sirvió como una plataforma de impulso. Buff dejó de cantar, dio una vuelta deteniendo mi vuelo con su cola mientras se elevaba por encima de la laguna, caí dando un golpe con un árbol para terminar en el suelo. Mis manos estrujaron el pasto, mi mundo comenzó a ir lento, vi la botella en la mano de Lauren que con ojos grandes observaba como Buff devoraba el alma de Alejandro, corrí hacia ella, tomé la botella y la lancé hacia a la laguna, Sagost dirigió su mano hacia a mí y sus ojos brillaron, imitando los movimientos de Lauren levanté el agua de la laguna formando una ola, Lauren dirigió sus manos hacia el agua para tomar el control. Tomé el crucifijo y corrí de nuevo, Sagost volvió a lanzar su fuerza, esta vez llegué a una altura más alta, Buff dejó de cantar, la otra cabeza cerró el hocico para voltear a ver lo que venía a su espalda, por encima de la ola flotante emergí sosteniendo el crucifijo con las dos manos, una chispa en el hocico de Buff se transformó en un rayo que se dirigía a Lauren, ella lanzó la ola hacia él, que se evaporó al entrar en contacto con su piel, el rayo tocó a Lauren haciendo que se esfumara en mil partículas, Sagost se transportó en frente de él comenzando a lanzar explosiones de energía, él alzó la mirada , antes de caer sobre él grité su nombre real:

Sus ojos se abrieron aún más, al llegar a él, mi crucifijo se incrustó en su cabeza Él soltó un rugido tan fuerte que hizo que soltara mi arma para caer en la laguna, sus garras comenzaron a encogerse dejando caer a mi hermano, Buff se convirtió en una bola de luz negra que explotó al segundo de formarse desvaneciendo la tormenta.

Sentía que mi cuerpo temblaba, me encontraba sumergido, las manos me sujetaron, vi hacia arriba y vi flotando a mi hermano, quise nadar, pero me detenían

En el oleaje del fondo se formó el auto que se manejaba despacio.

El aire comenzó a faltarme, todo se oscureció, el chasquido de los dedos de Matías comenzó a retumbar en mis oídos, las manos ya no me sujetaban, en su lugar estaba el cinturón de seguridad, estaba sentado en el fondo de la laguna dentro del auto. El agua comenzó a evaporarse y en unos segundos, ya me encontraba despierto en un camino de tierra, Matías apagó la máquina, con una sonrisa de asombro me contó todo lo que balbuceé y los movimientos extraños que mi cuerpo hacía.

Seguí dando indicaciones hasta llegar a un camino angosto hacia arriba, al terminarlo nos encontramos con la cabaña, era media noche, sin embargo, se distinguía la silueta en la oscuridad.

El oficial Córdoba alistó su linterna y arma, bajamos de la patrulla para dar inicio a nuestra inspección. El oficial fue el primero en acercarse, la puerta estaba cerrada, así que tomó impulso y luego de una patada, se abrió. Todo estaba oscuro, la única luz era la de la linterna, buscamos en la sala, que se encontraba al entrar del lado derecho, a la izquierda se encontraba el baño de visitas, tampoco había nada, la cocina y comedor se encontraban después de la sala, sin ninguna división, todo parecía estar vacío, aunque había rastros de que alguien estuvo ahí, no encontrábamos a mi hermano.

Un olor fétido nos llevó a la última habitación, antes de la puerta que conducía al muelle, tenía miedo de abrir aquel cuarto, pero tenía que hacerlo, la escena era asquerosa, piso y pared sucios de heces, unas cadenas estaban en el suelo y recipientes vacíos donde alguna vez hubo agua o comida, aun así, no había señal de él.

Cerré los ojos, en mi mente estaba su imagen, su voz, la esperanza de sentirlo vivo, vi hacia el techo y recordé que estaba en la laguna, de repente escuché su voz.

Corrí y abrí la puerta que da hacia el pequeño muelle, el oficial y Matías siguieron mis pasos, no se podía ver nada, pero cuando el oficial llegó y apunto la luz empezamos a buscarlo y llamarlo.

La laguna era exactamente igual a la de mis sueños, rodeada por árboles, amenazante. Me acerqué a Matías y le dije:

Antes de que Matías emitiera la respuesta, el oficial me gritó, se encontraba a la orilla del muelle apuntando hacia el agua, al acercarme lo vi, se veía su rostro pálido que sobresalía de la profundidad, sus ojos cerrados, sus labios agrietados, lo vi muerto, en ese momento mi mente se negó a creer lo que miraba y aunque me intentaron detener, me tiré hacia él, lo tomé en mis brazos, mientras mi alma se volvía a quebrar de a poco.

Ahí me quedé sumergido con la única persona que me quedaba de mi familia, la soledad volvería a ser mi única compañera.

La policía y el ministerio público llegó tiempo después, acordonaron la zona, empezaron a hacerme preguntas, revisaron la cabaña, recolectaron pistas y al amanecer ya me encontraba camino hacia la capital.

En la morgue, luego de la necropsia, se me informó que Alejandro tenía un corte en la parte posterior de su cabeza, según su teoría podía ser producto de alguna botella, sin embargo, él había muerto cuatro días antes de encontrarlo por deshidratación, luego de dos días lo lanzaron al agua.

Margaret lo mantenía con vida, supongo que no quería matarlo, no aún, pero cuando me acerqué demasiado ella dejó de ir, encadenado y sin a donde ir murió allí, solo.

De algún modo fue culpa mía.

Después de dos días logré sepultarlo, con la ayuda de Matías, obtuve que se quedara cerca de Doña Natalia, la familia que tenía estaba muerta, pero en paz.

En secreto, Doña Natalia me había dejado en herencia la casa que ahora era mi hogar.

Después de todo, me costaba dormir, algunos días ya no iba a ningún lugar, todo era oscuro, sin embargo, dos semanas después, me acosté en mi cama, con los ojos cerrados escuchaba el crujir de la madera, los pájaros empezaron a cantar y comenzó a sonar la melodía de las hojas que se rozaban entre sí por el viento que había. Con dificultad abrí mis ojos y me encontraba en el suelo de la cabaña de la laguna, en la misma habitación en donde mi hermano había muerto, pero no estaba sucia, era un hermoso estudio bien amueblado.

Un ocaso pintaba el paisaje de anaranjado, comencé a caminar por la cabaña hasta salir de ella por la parte de atrás, logré divisar a mi hermano en el muelle.

Una ligera brisa nos llegó, era producto de la formación de Lauren y Sagost, los cuales me saludaron alegres.

Me di la vuelta para estar cara a cara, se abalanzó hacia mí con los brazos extendidos y me dijo:

Al abrir los ojos me encontraba viendo el techo de mi habitación.

EPÍLOGO

Mi vida, después de todo lo que pasé, está normal.

La vieja de la biblioteca se apiadó de mí, me ofreció trabajo con ella, el cual acepté porqué sabía que a Doña Natalia le agradaría.

Mi hermana seguía prófuga, sin embargo, el oficial Córdoba me contó que la madre había muerto, intentaron atraparla en el velorio o entierro, pero nunca la vieron.

En cuanto a Don Jerónimo, lo condenaron a 25 años de prisión por homicidio, tal vez parece poco tiempo, pero tendrá tiempo para pensar y reflexionar.

Matías empezó a investigar mi caso, según sus teorías, estoy conectado al “Mundo de los Sueños”, como él le llama, porqué cuando nací, morí por unos minutos, luego consiguieron traerme de vuelta, fui a un lugar y cuando regresé, una parte de mí seguía en ese mundo.

En algunas ocasiones viajo con Sagost y Lauren, quienes me enseñan trucos raros que puedo hacer con la ayuda de ellos.

De vez en cuando puedo ver a mi hermano y a Doña Natalia, por lo que me cuentan, sé que están bien. También quiero ver a mis padres, sin embargo, nunca llegan.

Estoy tranquilo y de algún modo, feliz. En mi interior sé que esto no durará por siempre y que Buff volverá.

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