La impotencia del Reino

La impotencia del Reino

Halinei

24/08/2025

La oscuridad arropaba a las estrellas quienes daban su tenue resplandor al reino, y agonizantes alaridos atormentaban a un hombre de torso acorazado, refugiado entre las ruinas de un viejo hogar mirando a las estrellas en busca de respuestas. «¿Qué está pasando?», «¿Quienes son ellos?», «¿es nuestro final?» se preguntaba, y empuñando el mango de su espada enfundada, se dijo «Debo tener cuidado», y se dispuso a salir del lugar.

Vagando con cautela entre las casas, se hallo en un lugar abierto donde logro divisar la luz danzante de las llamas. Los gritos no cesaban y se unió a ellos el choque de espadas, y la fria muerte de hombre tras hombre cruso por su adolorida mente. Volviendo en sí mismo continuo su andar guiado por el temor, dejando atrás el retumbar del metal.

”¡Vamos soldados!», «¡Recoged el pago por su insolencia!» fue audible para él, y alertado se apresuró a ocultarse en un aposento cercano. Ya en uno cerro tras de sí la puerta. Ansiado, miro su entorno buscando su posible salvación. Los muebles y utensilios se encontraban fuera de lugar, mostrando un pasado alboroto. Una lámpara se hallaba volcada en el suelo al igual que una silla que rondaba a una mesa, en donde por causa de la tenue luz, no era posible ver con claridad. El hombre con sus azulados ojos hallo un lugar bajo está, en el que se recosto quedando oculto en las sombras. 

”¡Tomad todo lo que vuestro corazón deseé!, ¡Se lo han ganado!». Grito el comandante con su imponente voz dando orden a los suyos, asentando mas el temor del alma oculta. 

Hombres se adentraron en los hogares arremetiendo contra las puertas, buscando en ellos algo de valor. El rechino de la puerta llegó a los oídos del solitario infante y sonidos metálicos llenaron la habitación. Con la ansiedad en sus ojos, observó a la figura que empezó a andar cautelosa tomando el mango de su espada. Esta busco y guardo en su saco de blanca tela lo que le era de valor, terminando frente a la mesa, que aún sostenía el alimento, dejado por la repentina alerta. Y alargando sus manos tomo y comió de el. 

Ya satisfecho se alejó de la mesa suspirando con satisfacción. alzo su mirada y camino hasta subir por las escaleras perdiéndose en la oscuridad, apaciguando el temor del hombre.

Saliendo cautelosamente debajo de la mesa, se acercó a la puerta, y con una lenta y pequeña apertura observó el exterior. En las casas resonaban golpes, murmullos y el repiquiteo de las placas. Y abriendo más con cautela observo a un hombre desconsertado que buscaba un lugar al cual entrar. Su mirada junto a su cabeza se posaron en distintas direcciones, deteniéndose por un momento en la puerta entreabierta por el infante, quien bruscamente se oculto. Él hombre ya desidido se marchó dejando los caminos vacíos, instante que aprovechó el infante para huir.

Estando afuera anduvo cerca de las paredes apartandose de la luz y de aquellos que tomaba por enemigos. «Klict», oyó antes de doblar una esquina. Mirando, noto a un acorazado de rodillas ante un saco relleno de objetos de valor, sacando de el lo menos valioso para así aligerar su peso. El infante con el valor ya reunido, cruzo al sendero frente a él, con el mayor silencio que le permitieron sus botas. 

Vago durante un tiempo sintiendo más seguridad conforme se alejaba y detuvo su caminar al ver una gran muralla de piedra que se alzaba sobre todas las cosas. «La salida sur» pensó, y mirándola con la alegría de un niño enmendo su caminar entusiasmado.

Ya cercano a ella, observo como unas cuantas personas salían de entre los diversos senderos más adelante y, por un momento detuvo su andar. En los caminos de piedras se esparcian verduras, madera y astillas de lo que fueron puestos de venta. Muchas personas, sostenían lo que podían de sus pertenencias. Personas mas afortunadas, las cargaban en carretas. Otras tenían a su familia y algunos solo lo que vestían. Su corazón se aceleró y sus ojos se abrieron por completo. Allí, esparcidos por el rocoso suelo, yacían los cuerpos sin vida de sus compañeros. Su cabeza pálpito con fuerza, recientes recuerdos llegaron a ella y, en un intento de dejarlo atrás subió su mirada. La salida se hallaba abierta más adelante, y por ella se podía apreciar un poco de lo que eran extensos valles iluminados por la luz nocturna. Mientras espectaba, ya cerca de la calma, emprendió nuevamente sus pasos, que interrupio después de ver el rostro que se cruzó en su visión.

A pocos pasos de él, se cernia un hombre de pechera y hombreras metálicas con su espada desenfundada.

—¡Soldado!, veo que va en una errónea dirección —comento, acercándose al infante.

—No… No es errónea capitán —fue su respuesta junto a un templado rostro. Y se llenó de temor después de eso.

—Si que lo es. Ya han huido muchos pueblerinos —dijo mirándolos sobre su hombro—, no nos queda nada por hacer aquí. Y volviendo a centrar su atención en su subordinado, dió sus últimos pasos terminando ya a escasos pasos frente a él.

—He notado su fin aquí…, Mmm…, ¿Milo?, ¿verdad? —pregunto. Obteniendo su respuesta por un rápido asentir de cabeza.

—Vale, como tú capitán, te ordeno a volver.

Estas palabras derribaron la poca tranquilidad del hombre.

—No…, no lo aré… ¡Mire capitán, el reino a caído, no hay nada más que podamos hacer!.

—¡Si lo hay, juramos lealtad a este reino, debemos luchar hasta el último de nosotros! —grito en respuesta.

—Lo sé capitán, pero eso, ¡es un suicidio!. Ese honor no es para mí, y si debo pasar sobre usted para salir de aquí, entonces ¡lo aré! —advirtio, desvainando su espada y tomando una postura defensiva.

—Su deslealtad me decepciona. Creí que querías ser como yo —dijo con desaprobación, replicando la postura de su adversario, dejando a mejor vista su ensangrentada espada.

—Claro que lo quería, pero esto… es demasiado, ¿Qué hay de la lealtad así mismo?, ¿qué hay de usted?. ¡Morirá por nada!. ¡Y si le es tan leal al reinó y desea ese honor!, ¿porque pierde el tiempo conmigo? —Añadio por temor a un encuentro.

—Tu… —suspiro—, ¡eres un cobarde! —dijo en respuesta. Apartándose del camino del hombre, sumergiendose entre las casas y la luz de las llamas.

Milo, miro por última vez al hombre que alguna vez fue un admirable guerrero para él. Se dió la vuelta y retomo su camino. Su temor y frustración se fueron desvaneciendo, pero aún la pena por aquel hombre persistía.

Ya lejos del confinamiento de los muros, y la perdición que se hayaba dentro de ellos. Él infante ya libre de su deber, observo desde la cima de una colina el resultado de la impotencia del reino al cual servía. La luz danzante del fuego lo iluminaba mientras la oscuridad lo abrigada y lo que antes fue un hogar se esfumaba. «¿Qué hago ahora?», «ha dónde iré». Se preguntó espectandose a sí mismo. Aún sin saber a dónde ir, se dió la vuelta y siguio a la multitud que había podido salvar su vida esa noche. 

Después de horas de caminata quedaban pequeños grupos de pueblerinos. Pues por el camino muchos tomaron su propio rumbo. Milo junto al resto llegaron a un pequeño pueblo, donde él quedo solo en medio de las calles. Y se percató de las miradas y el murmullo entre los residentes.

Llamada su atención por una pequeña casa un poco apartada del pueblo, se acercó a ella. Mientras lo hacía, el habitante del hogar se percató de eso y lo observo con grandes ojos. «!viene hacia acá!», «¡¿Qué hago?!» Pensaba. Él hombre se detuvo a escasos pasos de la entrada de su casa. 

—Buenas días señorita —le saludo.

Y con el cuerpo rígido le respondió.

—Buenos días señor, ¿que le trae por aquí? —respondio con una sonrisa, intento de ocultar sus nervios.

—Me presentó señorita. Soy Milo, acabó de llegar con el grupo de pueblerinos del reinó sediado hace unas

noches. Cómo vera soy un soldado, un hombre fuerte y disciplinado, y usted si no me equivocó posee extensos sembradíos. ¿Podría usted dejarme trabajar en ellos?.

La mujer lo observó de pies a cabeza, en especial su rostro.

—Gusto en conocerlo señor Milo. Soy Rhoslyn —respondio calmada—. No sé equivoca señor, estos prados son de mi propiedad. Veo que si es un soldado fuerte y además educado, puede serme de gran ayuda —dijo la doncella con una dulce voz—. ¿Cuál es su precio?.

—Le pido alimento y un lugar en donde dormir —establecio el infante.

—No diga más, empieza mañana —respondió—. Venga pase, le daré algo de comer —dijo apartandose de la entrada.

El infante obedeció y entro diciendo antes.

—Muchas gracias, señorita Rhoslyn.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS